Editorial UOC 25 Capítulo I. Trabajar en la modernidad...
de producción (“trabajo artesanal, trabajo a destajo”), como un significado subjetivo
(“tengo derecho a trabajar”), como una actitud o creencia (“es bueno trabajar”), como
un resultado (“he hecho un buen trabajo”), como un valor (“el trabajo es lo más im-
portante en mi vida”), como estructuración temporal (“es hora de trabajar”), como sím-
bolo social y cultural (“posee un buen trabajo, los japoneses son trabajadores”), como
coste o esfuerzo (“ha supuesto mucho trabajo”), como intercambio social y económico
(“lo ha recibido a cambio de su trabajo, vive de su trabajo”), como ética (“el trabajo re-
dime”), etc.”.
Peiró, J. M.: Prieto, F. (eds.) (1996). Tratado de Psicología del Trabajo (vol. 1). Madrid: Sín-
tesis.
Esta apariencia de fenómeno universal, ubicuo y eterno, que todo lo invade
y todo lo atraviesa, confiere al trabajo la connotación de fenómeno tan natural
como la misma vida humana, al que cada cultura da sólo su toque característico.
La cuestión que se nos plantea al respecto es la de si trabajar significa lo mismo
para todo el mundo en no importa qué contexto. En otros términos:
Este significante universal ¿remite a una misma y sola experiencia básica o se
refiere a muchas realidades distintas? ¿Se trata, al menos, de un denominador co-
mún o de un cajón de sastre que alberga realidades heterogéneas?
Las múltiples variedades dialectales habladas en la India contemporánea disponen de
un amplio repertorio lexical para significar la rica gama de facetas y matices de lo que
en Occidente solemos denominar amor. En inglés, por ejemplo, para referirse a todo
ello, suele bastar una palabra. Los idiomas empleados por pueblos esquimales suelen
contar con una extensa variedad de términos para significar las múltiples facetas de
lo que nosotros simplemente denominamos nieve. ¿Estamos unos y otros hablando
de lo mismo? ¿Sirve un único significante para significar una multiplicidad de signifi-
cados? ¿Caben todos éstos en el campo semántico de aquél?
Las variedades idiomáticas y dialectales que confluyen en lo que en Occidente solemos
denominar lengua china no emplean el género gramatical tal como lo aplicamos en las
lenguas de origen europeo. ¿Cómo traducimos al chino la ideología patriarcal y andro-
céntrica que tan bien se vehicula a través de nuestro lenguaje? ¿Cómo traducimos al
nuestro la suya?
En suma, tenemos motivos para sospechar que nuestra visión y nuestra vivencia de la
realidad están condicionadas y mediatizadas por las categorías lingüísticas y por los có-
digos semánticos que usamos cuando pensamos en ella y hablamos de ella.
Cuando, en el lenguaje que se expande desde el centro del mundo global, se
habla de trabajo, ¿se está significando una experiencia humana universal y casi