Editorial UOC 109 Capítulo I. Trabajar en la modernidad...
Sobre el sustrato de esa condena moral del ocio por motivos religiosos, se
construye un discurso paralelo de carácter socioeconómico. Uno de los patriar-
cas de la sociología, Saint–Simon (1820) elabora una categorización dicotómica
de los ciudadanos: los industriales (obviamente los “buenos”) y los ociosos (los
“malos” de la película).
Si el estatus de empleo va asociado a una posición económica, social y mo-
ralmente deseable, no resulta extraño que tenga efectos gratificantes. Por la
misma razón, a la inversa, el desempleo –percibido como un estado de inacti-
vidad– está más cerca de la valoración social negativa correspondiente al ocio
como circunstancia de riesgo, de vicio, de pecado y de parasitismo social. Esta
vinculación se realiza históricamente por la articulación social y conceptual
que existe entre la realidad del desempleo y la de la pobreza.
4) El desempleo y la herencia cultural de la pobreza
La mentalidad contemporánea no ha dejado de contemplar la doble cara de
la pobreza: la de la miseria por una circunstancia desgraciada, que suscita com-
pasión y solidaridad, y la de la mendicidad, que suele generar aversión y rechazo
social. El desempleo, en tanto que versión contemporánea de la pobreza en las
sociedades económicamente desarrolladas, recibe este mismo trato, siendo obje-
to de la misma ambivalencia actitudinal, alimentada por la ambigüedad latente
en la representación social de la persona desempleada, la que induce a sospechar
que en toda situación de desempleo existe una sutil combinación de no poder,
no saber y no querer trabajar.7
Esta representación social del desempleo como situación sospechosa de pe-
reza y de parasitismo social aparece, a menudo, asociada a la imagen de fracaso
social que conlleva el estatus de desempleo, en una sociedad regida por el indi-
vidualismo y los estereotipos liberal-puritano-capitalistas (“Dios ayuda al que se
ayuda”, “quien quiere puede”, “quien la sigue la consigue”, etc.), según los cua-
les el éxito económico es un mérito individual y, por tanto, el fracaso económi-
co no puede ser más que un demérito de la propia persona.
7. “Los trabajadores no deben mantener a los que no quieren trabajar” argumenta en tono thatcheriano
el Presidente Aznar (El Mundo, 22 de mayo de 2002) para justificar, ante el Congreso de los Diputa-
dos su estrategia de reforma del modelo de subsidio del desempleo.