Editorial UOC 99 Capítulo I. Trabajar en la sociedad...
“Las ’teorías del intercambio social tratan de explicar la conducta humana combi-
nando el principio económico de la conducta como función del propio interés, la ló-
gica hedonista de la persecución del placer y la axiología pragmatista de la utilidad.
Esta visión, de inequívoco sabor norteamericano, resulta consistente con el Zeitgeist
liberal, en cuyo seno se constituye el individuo como soporte fundamental de toda
realidad social.”
J.M. Blanch (1982). Psicologías sociales. Aproximación histórica (pág. 34). Barcelona:
Hora.
Esta visión mercantilista incluye no sólo una percepción de la vida social,
sino también todo un programa de acción moral pública: minimizar los costes
y maximizar los beneficios en todas las interacciones imaginables. Ha sido cri-
ticada por su economicismo individualista, por su modelo implícito de ser hu-
mano –el homo oeconomicus–, encarnado en el individuo egoísta y asocial que
busca compulsivamente su beneficio particular (desde el más absoluto desinte-
rés social, comunitario, político y ecológico), con lo que supuestamente contri-
buye, así, (sin proponérselo siquiera) a la riqueza de las demás personas.
También ha sido objeto de debate por su relativismo utilitarista, perspectiva
mediante la cual las cosas, las acciones o las instituciones valen lo que valen en
la medida de su utilidad. Así, realidades como la democracia o la dictadura, la
servidumbre o la libertad, la estatalización o la privatización de empresas, el ple-
no empleo o el desempleo estructural, el contrato estable o el temporal, el tra-
bajo de calidad o el precario, la organización empresarial de forma piramidal o
reticular, el pacto o el conflicto sociales, etc., no extraen su bondad, su virtud
o su deseabilidad social de unos imaginarios fundamentos metafísicos o inhe-
rentes a la naturaleza de tales fenómenos y procesos, sino, sencillamente, de los
beneficios que aporta cada uno de ellos, que son comparables con los de su par
contrario y evaluables en términos de coste-efectividad, eficacia, eficiencia, im-
pacto, relevancia, efectos colaterales, etc.
Desde este prisma, el (pleno) empleo –como los mismos derechos humanos–
no es propiamente un valor (liberal) en sí, sino una institución de la que cabe
evaluar (como de cualquier otra) su utilidad marginal. Como declara un alto eje-
cutivo en una viñeta de El Roto, “la exigencia de respeto a los derechos humanos
es inversamente proporcional a los intercambios comerciales” (El País, 5 de oc-
tubre de 1997).