Editorial UOC 160 Teoría de las relaciones laborales...
Según ella, en su propia organización, a las personas jóvenes que llegan contratadas
a través de empresas de trabajo temporal (ETT) “las exprimen durante unos días y lue-
go ya no les interesan”.
Mar tiene actualmente 21 años. A los 17 empezó a trabajar como auxiliar administra-
tiva en una empresa de la nueva economía. Dedica parte de su tiempo no laboral a
tratar de sacar adelante una carrera universitaria. Su primer empleo iba a durar dos
meses, “pero me dieron de baja antes de acabar el contrato porque el trabajo había
disminuido”. Sin embargo, al poco tiempo surgió otra oportunidad en un departa-
mento contiguo al anterior y volvieron a emplearla: “me hicieron contratos de 2 me-
ses, por obra y servicio. No sabría decir cuantos; pero muchos [...] A veces, cuando
bajaba la faena, me daban de baja y me volvían a llamar al cabo de unos días, hacién-
dome de nuevo otro contrato. Más tarde, me dijeron que, como les era muy difícil
prever el nivel de trabajo que tendrían durante el mes (y que incluso les era difícil sa-
ber el trabajo que habría a final de semana), pasaron a hacerme contratos de una se-
mana. Y, cada viernes, a las dos de la tarde, mi jefa me decía si era necesario o no que
volviera el lunes [...]”. Mar habla en pasado; porque, desde hace dos meses, está ocu-
pando provisionalmente “un puesto de recepcionista, con un contrato de seis meses”.
Cuenta que, después de una fase de confusión inicial, y a pesar de la extrema preca-
riedad de los contratos, empieza a ilusionarse, “creyendo que aquí trabajaría más
tiempo, que tendría la posibilidad de tener más responsabilidades [...]. Y las respon-
sabilidades llegaron; pero la seguridad de mi empleo no”.
He releído varias veces el texto de la entrevista de Mar, y aún sigue impactándome el
pasaje donde nos cuenta que, “cada viernes, a las dos de la tarde, llegaba la hora en
que mi jefa nos decía quién seguiría y vendría a trabajar el lunes y quién no. Los vier-
nes eran esos días donde todo el personal estaba alterado. Eran días de despedida. In-
cluso se llegaba a discusiones y aparecían los problemas entre compañeras. Por la
mañana, ya te podías hacer una idea de si por la tarde te renovarían o no el contrato.
Muchas de las compañeras, yo incluida, nos pasábamos el día ‘rezando’ para que au-
mentara el nivel de faena o avisaran de que habría algo urgente para la semana si-
guiente. Así que, durante los tres años que he estado trabajando en estas condiciones,
las expectativas o ilusiones más lejanas que te podías hacer eran hasta el viernes a las
dos de la tarde. No te podías plantear lo que harías el lunes, porque no sabías si debe-
rías ir a trabajar o te lo pasarías en casa. También he vivido la situación contraria, en
la que te daban de baja un viernes y el martes te llamaban para que fueras a trabajar
de nuevo”.
Este párrafo condensa la síntesis de la experiencia de lo que vamos a tratar de identi-
ficar en términos de impacto psicosocial.
Llegó el día en que Mar iba a sentirse “más imprescindible: el trabajo que desarrollaba
tenía un peso importante y era la única que sabía hacerlo. A partir de ese momento,
empecé a tomarme los viernes ya más bien como una rutina. Estaba casi segura, pero