Editorial UOC 121 Capítulo I. Trabajar en la sociedad...
rización, cualificación, mercantilización, legalización, evaluación y separación
con respecto a la persona que lo ejecuta; el trabajo como mina inagotable de ex-
tracción de plusvalía, sobre el que se organiza una cultura, un derecho y una po-
lítica.
Este trabajo –que siempre ha tenido sus detractores y ha suscitado resisten-
cias más o menos minoritarias– ha sido puesto en el lugar que le corresponde,
según el sociólogo francés, por esta especie de vanguardia cultural que fue (es)
la generación X (ver Cannon, 1994), para la cual ningún empleo merece un pro-
yecto de carrera laboral, ni una dedicación a tiempo completo, como tampoco
ningún otro compromiso que el derivable de un mero intercambio comercial de
tiempo y esfuerzo, a cambio de un dinero necesario que hay que gastar en la vi-
da, que se desenvuelve en un mundo aparte del laboral. Estaríamos, pues, en-
trando en la era del postrabajo.
Desde esta óptica, las relaciones laborales se desarrollan sin tapujos ideológi-
cos ni envoltorios morales: la empresa, a exprimir sus recursos humanos y éstos,
a por sus recompensas monetarias. Ningún otro género de solidaridad recíproca,
ni sombra de un nosotros transcendental, ni rastro de identidad profesional o de
identificación con el oficio o bien con el anagrama de la organización contra-
tante. En este marco, toda preocupación por el empleo se reduce a una simple
inquietud por el dinero que se puede obtener del mismo.
Citando datos obtenidos en diversas encuestas recientes realizadas en Europa
y Estados Unidos, Gorz (1988; 1997) sostiene la tesis de la progresiva desafección
del trabajo (empleo), especialmente entre los sectores más jóvenes de la pobla-
ción activa: efectivamente, poca gente declara ubicar el trabajo como eje funda-
mental de su vida. Muchas personas llegan incluso a desplazarlo de los primeros
rangos de sus prioridades existenciales y a reconocer, como las de la muestra
de Juliet Schor (1991), que vivirían mejor si trabajaran menos horas, y como
las de la de Putnam (2001), que se sentirían más felices si le dedicaran menos
tiempo a su trabajo.
A ello podríamos añadir el impacto cultural y el atractivo moral que generan,
especialmente entre jóvenes, ciertos protagonistas de cómics televisivos, como
Bart Simpson o su equivalente nipona Chibi Marukochan, que encarnan mode-
los de estudiantes mediocres y holgazanes, o el éxito de libros como el de Zelinski
(1997) El placer de no trabajar.