1 en el PRIMER SUBTERRÁNEO. LA EPIDERMIS O VIVIR PARA MORIR

He aquí la epidermis. epi- es un prefijo griego que significa «sobre». También dermis es una palabra griega, cuyo significado es «piel». La epidermis se corresponde con la capa superior cutánea. Es la capa que podemos ver y sentir. Normalmente, solo tiene entre 0,05 y 0,1 milímetros de espesor, y aun así es la única y heroica portadora del manto protector ácido que hace de barrera protectora. Sin embargo, bajo una intensa presión permanente, esta puede volverse más gruesa (como ocurre en la planta del pie) y formar durezas de más de 2 milímetros. Asume importantes funciones de protección de cara al exterior y al interior, nos defiende ante los productos químicos, las toxinas y los alérgenos, combate los ataques biológicos de toda clase de agentes patógenos y opone resistencia mecánica, actuando igual que una pantalla antirralladuras en un teléfono móvil.

Si observamos la epidermis con una lupa, distinguiremos unas líneas finas que discurren en numerosas direcciones formando diminutas celdillas semejantes a figuras geométricas; por ejemplo, rombos, trapecios y otros cuadriláteros. Este trazado de celdillas característico de la piel recuerda en cierto modo a un paisaje agrario con campos de cereales, prados y sembrados vistos desde las alturas.

Si contemplamos la epidermis en sección transversal, ciertamente veremos que la superficie cutánea no es un territorio liso, sino bastante ondulado. Alternan las altas mesetas con crestas escarpadas.

En los valles crecen pelos y en las crestas desembocan las glándulas sudoríparas. Asimismo, las glándulas sebáceas se localizan en toda la superficie cutánea, excepto en la zona plantar y las palmas de las manos. En la cara, su desembocadura se reconoce perfectamente: son los poros.

La estructura de celdillas se advierte muy bien en la espalda, en los nudillos de los dedos y en los codos. Solo las superficies palmoplantares presentan un dibujo diferente. Por la palma de la mano discurren numerosos y diminutos surcos paralelos entre sí, del mismo modo que en un campo acabado de segar. Estos poseen un relieve muy particular y diferente en cada ser humano. Esta peculiaridad resulta útil para identificar a las personas, a través de las huellas dactilares que todos conocemos.

Pero… ¿por qué la epidermis se toma el trabajo de dotar a manos y pies con una superficie diferenciada? Muy sencillo: la piel de la palma de la mano y la planta del pie es más estable que la del resto del cuerpo, lo que constituye una gran ventaja para correr, palpar y asir. Además, ambas carecen de pelos y glándulas sebáceas. En contrapartida, poseen más glándulas sudoríparas.

Antes de decir «¡puaj!, menuda lata que las manos y los pies suden», pensemos más bien que esto es cosa de la evolución y tiene una razón. Con el sudor, la piel se adhiere mejor, así que si acecha un oso las oportunidades de una huida exitosa aumentan con un pie sudoroso. Esto favorecía la supervivencia de nuestros antepasados. Y si, para colmo, había que subirse además a un árbol, una mano sudorosa ayudaba a trepar. La capacidad de adherencia al tronco mejora.

Aunque resulte extraño, lo cierto es que nuestro cuerpo y nuestra piel se sienten como si estuvieran aún en la ruda Edad de Piedra, con animales salvajes que eran una amenaza constante. ¡Que hayamos cambiado la estepa por la jungla de la gran ciudad ha sido una circunstancia arbitraria que no estaba prevista!

LADRILLO A LADRILLO: LA BARRERA CUTÁNEA

La tarea más importante de la epidermis tal vez sea defendernos de los intrusos del exterior. El modo de lograr esto es creando una consistente capa de protección que se conoce como barrera cutánea.

¿De qué consta este muro?

Observemos la estructura de la epidermis con un poco más de detenimiento. Se compone de cuatro capas de células distintas: una capa de células bebés (estrato basal germinativo), una capa celular adolescente y juvenil (estrato espinoso), una capa de células adultas (estrato granuloso) y por último una capa de células muertas (estrato córneo).

Todas las células de la epidermis empiezan siendo células germinales. En el transcurso de cuatro semanas, desarrollan los diferentes estadios celulares hasta llegar a la superficie, donde crean la verdadera barrera de protección en la parte superior. Por tanto, durante su trayectoria vital las células de la epidermis migran desde el interior al exterior.

Pero, según su ordenación específica, la capa que alberga el primer subterráneo (la epidermis) es una membrana estable ondulada. Aquí se encuentran las animadas células bebés formando una fila. En un primer estadio, maduran hasta convertirse en jóvenes adultas, a las que entonces llamamos células espinosas. Los primeros investigadores del tejido tegumentario que observaron estas células al microscopio siguieron la costumbre por entonces habitual de ponerlas en formol para estabilizar los tejidos. Como resultado de ello, se encogían y además colgaban adheridas entre sí de diminutas fibras rígidas. Esto les daba una apariencia espinosa, a medio camino entre la estrella de mar y el erizo.

Las células espinosas realizan una función de relativa importancia: producen sustancia córnea, es decir, la obstinada proteína queratina. De ahí que, en la jerga especializada, estas reciban el nombre de queratinocitos. La queratina no solo está presente en el cabello y las uñas, sino que —como enseguida veremos— también es importante para tener una barrera cutánea vigorosa.

Pero antes de llegar a este punto, las células siguen con su maduración y en el tercer estadio se convierten en células córneas que se incorporan a la vida laboral como adultas. En este momento las células de la epidermis alcanzan su productividad máxima y fabrican pequeños glóbulos repletos de grasa, queratina y otras proteínas. Y tras esta satisfactoria vida laboral, dan el paso decisivo para «construir el muro».

¿Y cómo lo hacen? Sencillamente, mueren. Pero no hay por qué lamentarse.

A medida que las células de la capa granulosa mueren, pasan a integrar la capa córnea, y de este modo constituyen la barrera protectora frente al mundo exterior. Las células muertas se reconocen porque han perdido el núcleo. Sin núcleo celular no pueden trabajar, ni metabolizarse ni continuar madurando, ya que es ahí donde está contenido el ADN del ser humano, el material genético, desde donde se controla la vida celular y la de nuestro organismo. Y en la capa córnea no hay ni rastro de núcleos, todo está muerto y bien muerto…

No obstante, al microscopio es posible reconocer que estas células tienen la apariencia de diminutos ladrillos. Sin duda son de tamaño mini, pero en cambio son muy resistentes, porque se componen de dura queratina (sustancia córnea). Estos minúsculos y estables corneocitos desprovistos de vida están intercalados en una sustancia parecida a una especie de cemento que no solo mantiene los ladrillos perfectamente unidos, sino que además se encarga de evitar que a través de posibles huecos penetren cuerpos extraños. En consecuencia, nosotros los dermatólogos designamos también el estrato córneo con el nombre de modelo de ladrillo y cemento.

Este cemento se compone del contenido globular de los corneocitos. Una vez muertos, cuando pasan a formar parte de la capa córnea, estos se desprenden de su herencia, que consiste en proteínas y ácidos grasos. Me refiero a las beneficiosas «ceramidas» de las que habrás oído hablar en la publicidad de cremas para cuidado cutáneo. Las cremas de estas características tratan de imitar la barrera grasa de nuestra piel. No obstante, antes de correr a la tienda de cosméticos, vaya por delante que, a pesar de lo que digan las firmas cosméticas, no sabemos de ningún investigador que haya conseguido reproducir el prodigio de la piel a la perfección.

Pero, ¿qué pasa cuando la barrera cutánea resulta dañada y presenta huecos? Pues entonces sucede que los intrusos se abren paso a través de las grietas en el muro y consiguen adentrarse hasta los profundos recovecos de nuestra piel: son las sustancias que desencadenan las alergias, los agentes patógenos y los productos químicos. Además, entonces el agua de los tejidos ya no puede ser retenida con normalidad y llega demasiado rápido y en grandes cantidades al medio exterior.

A consecuencia de esto, la piel se seca y presenta un aspecto quebradizo y rugoso. Allí donde la grasa y la humedad han desaparecido, la piel se vuelve áspera, arrugada y a menudo empieza a picar. Si además tenemos mala suerte, la excesiva sequedad y las grietas pueden derivar en un eczema craquelé, que será una pesadez; y si tenemos muy mala suerte, se extenderá sobre su superficie una intensa alergia de contacto. Así que ya ves, nuestra primera y absoluta prioridad debería ser mantener en buen estado la capa córnea formada por células muertas que constituye la barrera cutánea para que esta funcione correctamente; o al menos repararla cuando esté dañada. Más adelante explicaremos la mejor manera de hacerlo.

LA CASPA

¿Has oído hablar de los perros entrenados para encontrar personas? Son animales adiestrados especialmente para buscar a personas desaparecidas siguiendo su olor de referencia. ¿Y cómo consiguen seguir el rastro de una persona? Olisquean los olores impregnados en las descamaciones de la piel. Si yo estuviera ante ti y te preguntara: «¿Tengo caspa?», seguramente responderías a mi pregunta con una negativa porque en mi chaqueta negra no se ve ninguna partícula de piel muerta. Pero lo cierto es que a todos se nos desprenden constantemente diminutos corneocitos que han dejado de ser útiles. Así es como las células muertas dejan paso a la descendencia; en resumidas cuentas, cualquier persona llega a perder unas cuarenta mil escamas cutáneas. ¡Cada minuto! En total, esto da un resultado de hasta 10 gramos al día, por lo menos.

¿Qué sucede exactamente aquí?

Pues bien, nuestros corneocitos han tenido una vida satisfactoria. De entrada han madurado durante cuatro semanas y, después de morir con éxito, se han mantenido adheridos cierto tiempo aún a nuestro cuerpo, protegidos por nuestra barrera cutánea, en forma de diminutos ladrillos, y a continuación se han desprendido uno tras otro. Cuando todo va bien, caen suave y silenciosamente, por lo que pasan inadvertidos al ojo humano.

Pero, alerta. ¡Hay un momento en que la descamación se vuelve visible! Esto nos causa una desagradable impresión; no nos parece en absoluto atractivo, sino un detalle antiestético. Una nuca y unos hombros cubiertos de caspa es señal de que algo no va bien. A veces se debe solo a una producción celular excesiva y acelerada.

Con tanto barullo de células que crecen y mueren a la vez, en algún momento puede pasar que las células del estrato espinoso se salten la fase queratinocítica y migren directamente a la capa córnea. Esto es comparable a saltarse la pubertad, una fase que sirve para madurar y para desapegarse de los padres. Si los queratinocitos no han tenido tiempo para madurar, no aprenden nunca a despedirse de la casa de sus mayores pero, como son independientes, se desprenden en forma de caspa. Y esto es perjudicial para la barrera de protección cutánea, pues las células con núcleo no son apropiadas como ladrillos. Además, todavía no se ha producido cemento; ni siquiera han tenido tiempo de morir en paz y aún están firmemente adheridas a sus acompañantes. Por eso tampoco pueden escabullirse tan tranquilas y sin llamar la atención, sino que caen apelmazadas entre sí, llevándose por delante a sus compañeras, tanto si quieren como si no. Y así se despliegan ante nuestros ojos mil corneocitos en forma de caspa.

La caspa se debe sobre todo a inflamaciones de la epidermis, denominadas eczemas. Cualquier leve inflamación de la superficie cutánea desencadena un desprendimiento acelerado de las células, dado que el cuerpo desea soltar algo, una irritación, un alérgeno, un germen o la sequedad. Y la piel cree que, al acelerar la renovación celular, soltará más deprisa ese lastre: en los eczemas y la psoriasis, el viaje de las células a través de la epidermis es de solo unos cinco días en vez de cuatro semanas. Así que, cuando vemos caspa, estamos ante un estado a medio camino de una afección que o bien sanará en algún momento por sí misma o bien requerirá tratamiento médico.

Junto a los eczemas secos, alérgicos e irritativos, hay asimismo un eczema graso que provoca caspa grasa: cuando fluye demasiado sebo, las levaduras pueden multiplicarse en exceso en los poros, puesto que les encanta el sebo y se lo comen. Los productos de desecho de estas levaduras irritan la piel y, como siempre, esta reacciona con toda naturalidad desprendiendo caspa.

Afortunadamente, el hongo no es contagioso, vive en los poros de cualquier persona y solo se vuelve agresivo cuando se alimenta de demasiado sebo. Y eso que tiene un nombre encantador, casi de dragón de cuento: Malassezia furfur. Para poder domeñarlo, en primer lugar los dermatólogos deben comprobar si la caspa es seca o grasa. Para ello comparan su color y su comportamiento: blanca y deslizante significa «caspa seca», amarillenta y pegajosa «caspa grasa». Esta última deja entre los dedos una película oleosa cuando se aprieta.

Los hombres, en particular, padecen los efectos del eczema graso. Cuando acuden a la consulta y les digo: «No es un eczema seco, todo lo contrario, es graso», a menudo se muestran obstinados: «Que no, doctora, de verdad, que yo tengo la piel muy seca. Tengo descamaciones en la nariz, en la frente, en la cabeza y en las cejas, y a veces hasta en las orejas».

«¿Y qué hace para ponerle remedio?»

«Bueno, echo mano del cestito de cremas de mi mujer. Ya sabe, “el surtido de cuidado de noche para la piel a partir de los cuarenta”. Me pongo crema en las zonas secas ¡y al día siguiente todas las descamaciones han desaparecido!»

Sin embargo, yo añado para mis adentros: «… pero las rojeces siguen ahí», puesto que la causa (el excesivo flujo de sebo) no se ha eliminado. El eczema seborreico o graso aparece allí donde las glándulas sebáceas son grandes y por tanto también la producción de grasa es elevada: en la cabeza, orejas y la zona T, es decir en la frente, las cejas y la región de la nariz. Del mismo modo que la palabra diarrea alude a la excesiva producción de heces, seborrea designa la excesiva producción de sebo. Sebum significa «sebo» y la terminación -rea «fluir». Quien combate la piel escamosa con una crema grasa, la ablanda y sobrecarga los poros con más grasa todavía. Malassezia se encuentra así como en su casa, la inflamación cutánea empeora, aun cuando debido a la crema la descamación desaparezca durante un par de horas. En este caso, aplicar una crema grasa es un error porque, como ya he señalado, no toda descamación es seca. En este caso, un dermatólogo aconsejaría una terapia antiinflamatoria y antifúngica, con champús y geles bajos en sustancias grasas o no grasos, y en los casos más extremos frenaría la producción de grasa con pastillas.

EL MANTO PROTECTOR ÁCIDO Y EL MICROBIOMA

Una mujer guapa, con una apariencia muy limpia y fresca, extiende una capa de crema con sus dedos sobre su piel radiante y jugosa. Luego, una seductora voz en off nos habla de un jabón que respeta el manto ácido natural de «su piel». ¿Un jabón es capaz de conseguir algo así? ¿Y qué se supone que es el manto ácido de la piel?

Si en lugar de buscar respuestas en la publicidad, preguntamos a un ayudante de laboratorio, este nos explicará que una solución ácida tiene un valor de pH muy bajo, entre 1 y 2, mientras que la de una alcalina oscila entre 11 y 14. Un pH neutro es un índice 7, como el del agua, por ejemplo.

Para que te resulte más fácil hacerte una idea: el ácido sulfúrico, que es terriblemente cáustico además de peligroso en extremo, posee un pH inferior a 1. A todo esto, es interesante señalar que los ácidos gástricos siguen inmediatamente después, con un pH entre 1 y 1,5. De forma prodigiosa, nuestro estómago se mantiene a salvo de unas propiedades tan corrosivas porque puede protegerse del ataque ácido con una capa de mucosa y la producción de una solución alcalina. El pH del zumo de limón se sitúa en 2,4; le sigue el vinagre con 2,5. Los valores de la vagina oscilan entre 3,8 y 4,5. La piel de cualquier persona posee un pH de entre 4,7 y 5,5.

La saliva humana (con un pH que oscila entre 6,5 y 7,4) es ya un poco alcalina; una solución jabonosa alcanza un pH entre 9 y 11, y «la madre de todos los ácidos», el bicarbonato sódico, tiene un pH de 14 aproximadamente.

Nuestra piel, pues, no es corrosiva pero sí bastante ácida. Muchos de los ácidos que llegan a la superficie cutánea son productos finales del metabolismo, corneocitos residuales, desechos del sebo de la piel y del sudor. Este contiene ácido láctico y otros «ácidos de frutas», de modo parecido a esas cremas que prometen un «ligero peeling ácido» que conocemos por la industria cosmética. Los ácidos se depositan en el estrato córneo, nuestro muro de cemento, y una vez allí no solo reducen el índice de pH, sino que de una manera natural retienen agua y almacenan así humedad para la superficie cutánea. Por eso se les llama también «natural moisturizing factors», es decir, factores naturales que mantienen la humedad. Una cosa más que la industria cosmética intenta imitar con ahínco cuando ofrece «cremas para mantener la humedad».

La importancia que el índice pH tiene para la piel está relacionada con los numerosos organismos que viven en esta. Nuestra piel es un medio duro. Aquí no se está para carantoñas, ni para fiestas ni besuqueos, aquí domina la guerrilla urbana. Clanes y bandas de virus, levaduras, ácaros y varios cientos y hasta miles de bacterias diferentes se azuzan a todas horas y se tienen unos a otros en jaque. Estamos hablando del microbioma. En el transcurso de su evolución a lo largo de millones de años, el microbioma humano siempre ha constituido el conjunto de gérmenes patógenos en su totalidad y está presente tanto fuera como en el interior de nuestro organismo: en la piel, la boca, la región genital y anal, así como en el intestino. Solo una de cada cuatro células de nuestro cuerpo es humana; el resto, es decir, un 75 por ciento de células, son huéspedes que ocupan la superficie corporal externa e interna. En cada individuo habita una gigantesca cantidad de bacterias, aproximadamente equivalente a una milésima parte de la población humana mundial.

Los microorganismos del intestino están ya muy bien estudiados, pero los científicos reconocen de forma cada vez más abierta que, en relación con el intestino, la piel puede darnos aún alguna sorpresa. Normalmente los huéspedes del microbioma cutáneo no suelen provocar disturbios porque los clanes se controlan entre sí, evitando el exceso de poder unilateral. La piel le sirve al microbioma de huésped, y los ácidos que hay en su superficie proporcionan un clima adecuado y una buena calidad del suelo.

Cada centímetro cuadrado de la superficie cutánea acoge hasta varios millones de invitados a corto y largo plazo. En agradecimiento, el microbioma ejerce de portero, puesto que si no fuera así se colarían muchos más indeseables de los que nos gustaría. El microbioma produce armamento de defensa contra los intrusos que son perjudiciales, una clase de antibióticos determinados. En estrecha colaboración con otras sustancias, desempeña un papel activo en la defensa del organismo e incluso opera como instructor del sistema inmunitario. Hay que pensar que sin el microbioma seríamos un montón de células apáticas muchas veces carentes de defensa. Además, los clanes de agentes patógenos velan para que el sistema inmune luche solo contra los intrusos villanos y no contra alguno de los honestos clanes residentes con derecho a quedarse en calidad de huésped.

Por tanto, está visto que necesitamos el microbioma. Y un manto protector ácido intacto propicia el sustrato idóneo para estos invitados bienintencionados. Con tantas medidas de higiene, cuidados corporales, medicamentos, prendas de vestir, vacunas, desinfectantes, antibióticos, productos alimenticios, rayos UVA y muchas otras cosas, estamos alterando neciamente un día sí y el otro también la base existencial del microbioma. El resultado es que cuando nos lavamos las manos caen importantes agentes patógenos por daños colaterales. Por lo demás, también un nacimiento por cesárea supone un trastorno en el desarrollo de un microbioma sano en la piel del niño, ya que faltan muchas y valiosas bacterias de la vagina materna, el primer regalo de mamá para tener un sistema inmunitario vigoroso. Los logros de nuestro tiempo, por beneficiosos que sean y aunque a menudo ayuden a salvar vidas, también dejan entrar enfermedades en casa por la puerta de atrás…

PLIEGUES CUTÁNEOS

La piel recubre también todos los pliegues del cuerpo. Son zonas muy especiales para la epidermis, ya que en estos recovecos oscuros y poco aireados se asientan numerosos gérmenes cutáneos. En las axilas, en los pliegues del trasero, en las ingles, debajo de los senos y a veces, según la cantidad de grasa, en los pliegues del abdomen o incluso de la espalda se dan unas condiciones favorables para cualquier agente patógeno: hay humedad, calor, poca luz. En este medio acogedor, muy adecuado para hacer el compost, los agentes patógenos viven y se multiplican a sus anchas.

¿Cómo sucede esto?

Veamos. El contacto piel con piel dificulta que llegue suficiente aire a estas regiones del cuerpo, y por si fuera poco, el agua nunca se evapora por completo de la superficie cutánea. Es como si estuviera cubierta por un envoltorio de plástico. El agua se estanca y empapa la barrera cutánea, igual que con un pañal. La humedad que desprende nuestro cuerpo y el sudor acumulado se perpetúan en los pliegues cutáneos y servirán de irritante casero. Levaduras como la Candida albicans, causante de la conocida infección fúngica «candidiasis», y las bacterias leales a los pliegues cutáneos encuentran aquí un perfecto caldo de cultivo.

Y ahora viene lo peor: las numerosas glándulas odoríferas, sobre todo las de la región de las axilas, el pompis y los genitales, van a modificar el pH de la piel —normalmente ácido (con un índice de pH alrededor de 5)—, con efectos alcalinos. Las glándulas odoríferas son unas glándulas sudoríparas muy especiales, además de nuestro frasco de perfume personal. Desembocan en los folículos pilosos y exhalan al medio ambiente feromonas, unas sustancias que influyen sobre la atracción sexual.

Estas glándulas se desarrollan durante el cambio hormonal propio de la pubertad. Su secreción es un poco viscosa, lechosa y ligeramente alcalina. Estas glándulas trabajan a troche y moche acuciadas por la parte dinámica de nuestro sistema nervioso simpático, y que media en la respuesta frente al estrés. La persona que se atemoriza ante un perro y sucumbe al estrés en cuanto lo ve, inconscientemente estimula estas glándulas y llamará su atención por el olor que emite. Que los perros olisqueen indecorosamente a las personas entre las piernas en cuanto llegan, también es cosa de estas glándulas, pues ahí el olor es muy intenso.

El contacto piel con piel conduce a otro aspecto que hace atractivo el pliegue corporal para muchos agentes patógenos, bacterias y hongos: la fricción entre zonas de piel que se solapan. Es fácil que aquí se desarrolle el llamado intertrigo, es decir, un desgaste mecánico de la barrera cutánea ya reblandecida de todos modos. Como es lógico, esto solo se dará en casos de un sobrepeso severo, con amplias superficies de rozamiento y pliegues profundos; no obstante, también el abundante sudor favorece las irritaciones y las infecciones en los pliegues cutáneos.

El uso excesivo de jabones alcalinos en las zonas afectadas exacerba mucho más el pH, que puede situarse entre 8 y 9. Y entonces las indeseables colonias de bacterias que se nutren gustosamente de las secreciones de las glándulas sudoríparas y odoríferas se multiplicarán a sus anchas. A esto se suma un efecto secundario: un olor corporal desagradable y dulzón.

Un pliegue que subestimamos es el de detrás de las orejas. Durante mi formación como especialista, tuve a un médico jefe que en los momentos de máxima concentración, abismado en sus pensamientos, se frotaba detrás de las orejas, luego se arrancaba las hojuelas de piel pegajosa y las amasaba con los dedos para al final olerlas con deleite. Aquello me distraía de lo que estuviera contando y era casi imposible concentrarse en sus palabras, porque yo no dejaba de oler los dulzones cultivos de levaduras. Al término de nuestras conversaciones de trabajo, siempre me estrechaba la mano; muy cordialmente, además. Con los dedos aún pringosos de aquella mezcla de sebo cutáneo y sudor…

Al margen de cuál fuese la película que se me pasaba a mí por la mente, esta anécdota es un inequívoco ejemplo de cómo funciona el placer humano en relación con excreciones, secreciones y olores propios. Todo lo que puede resultarnos asqueroso y repulsivo de los demás, si se trata de uno mismo, nos parece una acción positiva, agradablemente relajante o, como dicen los psicoanalistas, «estimulante para el erotismo del yo». En efecto, es un placer de «autorrecreación» añadido quizás a un ápice de orgullo ante el fascinante producto que ha salido de nuestro cuerpo.

Desde un punto de vista psicoanalítico, el placer que generan las secreciones propias, así como los olores o incluso el hedor, se explica como un vestigio de la fase anal en el desarrollo sexual infantil, cuando nos sentíamos orgullosos de haber hecho nuestras cositas.

Viva la diva o… el culo no siempre da alegrías

El gran pliegue del trasero es una auténtica diva, porque cuando se habla del pliegue anal cada uno empieza a hacerse su particular asociación de ideas, cosa que no ocurre con ningún otro pliegue cutáneo: unos piensan enseguida en una deposición y otros en higiene o en el ano como órgano sexual. La piel que lo rodea es suave y sensible, con numerosas fibras nerviosas, y esto lo convierte en una zona erógena.

La abundante flora bacteriana, el gran número de glándulas odoríferas y sudoríparas, la fricción del movimiento en el contacto piel con piel, todo ello sumado a la higiene habitual en esta región, propicia que el pliegue anal sea un lugar muy sensible, propenso a causar molestias.

Difícilmente encontraremos una parte del cuerpo donde los contrarios estén más cerca: un culo bonito es el centro de todas las miradas, tanto para las mujeres como para los hombres, y un posible desencadenante del deseo sexual. Lo relacionamos con el erotismo, asociamos el culo apretado de un hombre con el vigor sexual, y el de una mujer, con curvas muy femeninas y anchas caderas para dar a luz. Pero hay un aspecto del trasero del que a nadie le gusta hablar. Y es cuando despide un olor desagradable o cuando pica.

El mal olor suele tener una función de alarma. Cuando en alguna parte apesta, nos ponemos a cubierto. El hedor indica que un peligro acecha a la persona y a la especie. Allí donde hay algún tufo existe un riesgo potencial de enfermedad. Por su pasado arcaico, el ser humano activa enseguida el modo de autoprotección, respira superficialmente, retiene el aire o incluso tiende a la huida. Las ventosidades que cualquier desconocido ha dejado en un ascensor son una auténtica pesadilla para nuestros órganos olfativos, pero es curioso que con nuestras propias marcas olorosas hagan una excepción.

Como ya he señalado, la estética y la erótica del culo contrastan de forma flagrante con todo lo demás que asociamos con él. Casi cualquier persona tiene picores en el pompis al menos una vez en la vida, pero de eso apenas nadie habla: un tema tabú en un pliegue tabú. Las causas del picor anal son numerosas. Este pliegue cutáneo tan susceptible manifiesta una reacción desproporcionada. La piel anal es tan suave que ya sea la menor fisura causada por una fricción excesiva en el aseo, un rasguño durante la práctica del sexo, cualquier rozadura al hacer deporte por causa del sudor o la presencia de pelos pueden provocar la aparición de picor.

El desencadenante más frecuente no es, como se suele suponer, una mala higiene, sino todo lo contrario: un culo sometido a un exceso de jabón y por tanto gravemente maltratado. Y cuando pica ahí, la persona piensa que es preciso lavar bien a fondo el pliegue «porque seguro que está sucio». Así pues, sigue martirizando aún más la piel ya de por sí castigada con un jabón casi siempre alcalino. El desconcierto es notorio cuando se advierte que, a pesar de todos los peelings y jabones, todavía persiste un ligero olorcillo. Así que vuelta a enjabonarse como es debido para quizás terminar, inútilmente, con una toallita perfumada.

¡Porque el olor particular del ano no lo eliminará con ningún producto de higiene! No es debido a la suciedad ni a restos fecales, sino que tiene su origen en sus propias glándulas odoríferas. Por tanto, debería aceptarlo tal como es por naturaleza. Algo parecido vale decir también del olor propio de la región genital.

El drástico enjabonado de esta zona ocasiona picor precisamente porque los restos de jabón se acumulan con facilidad en el esfínter, el músculo exterior del ano (los alemanes lo llaman roseta, por los plieguecillos parecidos a los de una rosa en flor). En estos minúsculos pliegues, que constituyen el espacio de paso hacia la mucosa anal, pueden acumularse residuos de todas clases, como por ejemplo restos de jabón, que en este lugar tan sensible causarán un efecto tóxico. Con estos antecedentes el eczema está servido. El círculo vicioso generado por una excesiva higiene y un prurito cada vez más intenso pasa a la siguiente ronda.

No obstante, en el caso del prurito anal es preciso indagar acerca de otras posibles causas, pues junto a ciertas enfermedades como la psoriasis y la dermatitis, también las hemorroides pueden perturbar sensiblemente la paz. Estas son varices en el ano que se localizan en la parte posterior del esfínter. Una de cada tres personas las padece. Su verdadera función consiste en impermeabilizar el orificio anal, como si fuera una junta hinchable, e impedir así la continua secreción de desechos o jugos de la mucosa. Sin embargo, cuando estas venas se deforman y adquieren la apariencia de una manguera abultada, el mecanismo de cierre deja escapar cantidades mínimas de líquido que se acumula alrededor del orificio anal y en los pliegues, de modo que la piel se irrita y puede provocar un eczema anal con prurito.

Un vívido picor. Cuando algo bulle por dentro

Y ahora, de nuevo otra pregunta íntima: ¿has tenido alguna vez lombrices? También estas pueden afectar a los pliegues del ano. Una contingencia que causa increíbles picores. Estos parásitos suelen contraerse en las guarderías. Las lombrices blancas solo tienen 1 milímetro de grosor y no tienen más de 1 centímetro de longitud. Llegan al organismo a través de la piel, alimentos contaminados o la ropa, pero también al inspirar partículas de polvo con huevos adheridos. Ese polvillo se ha desprendido antes del ano de una persona afectada, a continuación ha llegado a sus dedos y de ahí se dispersa en el aire. Los huevos son infecciosos durante tres semanas completas. Por este motivo la recomendación habitual de lavarse las manos después de ir al retrete que se hace a los niños (y a los adultos) es absolutamente sensata, ya que los huevos de las lombrices se adhieren a los dedos al limpiarse. Una vez se nos han colado dentro pueden tardar hasta cuatro semanas en desarrollarse y convertirse en magníficos ejemplares. Por la noche las hembras migran desde el intestino hasta el ano y allí depositan de una sola vez hasta quince mil huevos. Se advierte vívidamente cómo se deslizan y ¡pica como el demonio! Pero pobre de aquel a quien se le ocurra rascarse el ano, porque los huevos se le meterán debajo de las uñas, en el pijama, en la ropa de la cama, en el colchón… Y se cae en un círculo infernal.

Sin embargo, no siempre los afectados padecen prurito en la zona anal. En el caso de las niñas, a veces deriva solo en una infección intestinal con inflamación y descomposición; en general, tanto los niños como las niñas que contraen estos parásitos solo acusan irritabilidad, náuseas, falta de apetito, pérdida de peso, poca concentración, malestar y palidez. No todos los casos de déficit de atención equivalen al TDA, sino que pueden ser consecuencia de tener lombrices. Si desea comprobar si este es el caso, hay «un experimento pedagógico» muy eficaz que puede realizar en el círculo familiar después de levantarse y antes de pasar por el retrete: corte un pedazo de cinta adhesiva, adhiérala al ano del sospechoso y luego tire despacio. En el «caso ideal» habrá huevos, y si hay suerte, incluso lombrices. Acto seguido, ponga la cinta de celo bajo el microscopio de los niños y antes del desayuno habremos dictaminado el terrorífico ataque.

Protección natural para los pliegues corporales

Para tener «pliegues corporales sanos», aquí van algunos consejos importantes:

Use sustancias jabonosas ácidas (no alcalinas) y de elaboración sintética. A diferencia de lo que ocurre con los jabones clásicos, en el proceso de fabricación es posible conseguir un pH neutro de 5,5, como el de la piel.

Además, resulta efectivo mantener bien secas las zonas de contacto piel con piel con prendas de algodón, de respiración activa, que se adaptan bien a las nalgas y aun así dejan pasar el aire. Por el contrario, los tangas aún irritarían más la piel. En caso de senos voluptuosos, un sujetador con lados altos y de respiración activa contribuirá a evitar que los pechos se caigan; otra alternativa consiste en poner compresas estériles en los pliegues. Se debería evitar la lencería sintética que estimula el sudor y ni siquiera puede lavarse con agua caliente.

Las prendas de ropa sintética desprenden enseguida olor a sudor porque los tejidos artificiales no se liberan de forma drástica de las contumaces bacterias cuando el lavado se hace a baja temperatura. Incluso después de haber pasado por la tintorería, el traje de noche no tarda en oler en cuanto bailamos de nuevo. Los residuos olorosos traen entonces el recuerdo de otras noches de ritmo. Esto vale también para la ropa funcional de deporte que tantos elogios recibe. Con respecto a la ropa interior, solo se puede decir una cosa: hay que descartar de plano las camisetas y bóxers de poliéster. Lo mejor son las prendas de algodón con estructura reforzada…

Una recomendación probada del dermatólogo consiste en tratar los pliegues corporales propensos a las afecciones con pasta (blanca) de zinc blanda. Algunos preparados contienen además un antifúngico, lo que contrarrestará el aumento de las fastidiosas levaduras. Las partículas de zinc existentes en la pasta tienen una acción antiinflamatoria y absorben el exceso de humedad. La mejor pasta de zinc es aquella que no se absorbe de inmediato sino que su color blanco persiste incluso algunas horas después de su aplicación.

Y entre todos, el consejo más difícil de seguir —lo sé— cuando los pliegues corporales se han convertido en un grueso tejido de grasa dérmica visiblemente profundo: eliminar grasa.

LOS COLORES DE LA PIEL

¿Te has preguntado alguna vez por qué tu piel es de un color distinto al de las demás personas de este planeta? ¿Cuál es la causa de que la piel sea rojiza, marrón, amarillenta, anaranjada, blanca o rosada? Y ¿qué tiene esto que ver con los lunares y las manchas del sol?

Las respuestas a estas preguntas las encontramos, por un lado, en la epidermis; aquí se localizan las células pigmentarias que nos dan nuestro toque personal, de claro a oscuro. Y, por el otro, el color de la piel está expuesto a la influencia de factores como el riego sanguíneo que se produce en el segundo subterráneo, es decir, en la dermis. Piensa en ese breve y repentino acceso de rubor o en el acaloramiento propio del deporte, en las mejillas encendidas que da la fiebre o el sexo, o en un enrojecimiento permanente cuando se han extendido un sinfín de venitas minúsculas en la piel.

Mucha gente cree que dicho enrojecimiento permanente se debe a venitas «desplazadas». Y así es, en efecto. Las fibras elásticas de la pared del tejido tegumentario se han dado de sí y ya no son capaces de contraer de nuevo el capilar, por lo que se vuelve visible como si fuese la funda de un cable. A su vez, la palidez puede obedecer a una circulación sanguínea deficiente o también al hecho de que el organismo esté fabricando muy poca cantidad de hemoglobina.

Pero la piel todavía tiene en el programa mucha información más, en lo que respecta a la variedad de tonos cutáneos, y donde se pueden leer muchas cosas. Incluso el azul es parte de nuestro espectro de colores cutáneos. Este tono nos habla del frío, que va acompañado de una disminución de la circulación sanguínea en la piel. El color también puede indicar una falta de oxígeno en la sangre, como ocurre en las enfermedades pulmonares graves o en una trombosis, cuando la sangre escasamente oxigenada forma un coágulo y no puede ser transportada de vuelta al corazón tan deprisa como debiera. La sangre pobre en oxígeno suele encontrarse en las venas, de ahí su color azulado, y por ellas circula la sangre que pasa por el corazón para ser reciclada en los pulmones. Cuando adquiere una enfermiza coloración azulada, los médicos hablan de cianosis, un término que deriva del griego cian y significa «azul». Si la piel se torna de un color negruzco significa que hay sangre estancada o, en el peor de los casos, tejido muerto. A este suceso mórbido, los médicos lo llaman necrosis.

La ictericia se debe a una enfermedad del hígado: un colorante amarillento de la bilis es descompuesto por ese órgano y almacenado en los tejidos del cuerpo, sobre todo en la piel y los ojos.

Por el contrario, el tono anaranjado del caroteno es un color saludable que aparece cuando se bebe abundante zumo de zanahorias, que contiene el colorante natural betacaroteno. El organismo necesita entre 2 y 4 miligramos diarios para cubrir sus necesidades básicas. Ahora bien, la persona que absorba 30 miligramos diarios durante tres semanas, adquiere un tono de piel ligeramente anaranjado. Este resultado se puede conseguir consumiendo medio kilo de zanahorias crudas (también en forma de zumo recién hecho) al día o mediante cápsulas de la farmacia. Esta leve coloración mejora la respuesta defensiva de la piel frente a los rayos solares; quien padezca una alergia solar puede contrarrestarla con un tratamiento terapéutico de betacaroteno antes de las próximas vacaciones. Y si te gusta atraer todas las miradas en la playa, con este tono de piel tendrás las mejores cartas: a los participantes en un estudio se les repartieron fotos de caras para que decidieran qué tono de piel les resultaba más atractivo. En efecto, los rostros que revelaban la presencia anaranjada del betacaroteno despertaron más interés que otros con un intenso bronceado.

El tono moreno de las zanahorias incluso nos permite tomar el sol el doble o el triple de tiempo. En lugar de diez a veinte minutos sin crema solar, esta coloración cutánea puede permitirte tomar el sol sin protección durante una hora. A pesar de todo, la precaución es necesaria, como veremos en el capítulo dedicado a las quemaduras solares.

Otro efecto secundario aún más maravilloso: el betacaroteno constituye la fase previa más importante de la vitamina A en los productos alimenticios (por eso se le llama también provitamina A) y es sintetizada como tal en nuestro organismo. La vitamina A es muy beneficiosa para los ojos y para la vista; en caso de una deficiencia, por ejemplo, se corre el riesgo de padecer ceguera nocturna. También es necesaria para la piel y las mucosas, ya que estimula el crecimiento celular, actúa como preventivo o repara y mejora los mecanismos de defensa cutáneos. Para estar suficientemente abastecidos de vitamina A desde el punto de vista médico, basta entre una y dos zanahorias al día. Y con unas gotas de aceite para las comidas, mejora su absorción a través del intestino.

El betacaroteno no solo está presente en las zanahorias, lo encontramos asimismo en muchas otras variedades de hortalizas y frutas, como en las espinacas, la col verde, el pimiento, los boniatos y la remolacha; y también en las frutas de colores anaranjados, como el kaki, los albaricoques, el espino falso, las nectarinas y el mango. Existe un compuesto bioactivo aún más potente, se trata de otro carotinoide llamado licopeno. Está considerado una sustancia excelente para combatir los radicales libres, mantiene joven y protege contra el cáncer. Por esta razón los farmacéuticos recomiendan tomar cápsulas de licopeno como suplemento alimentario. Aunque son más caras que el tomate de lata, la concentración de licopeno es más alta.

Una pantalla solar endógena

La pigmentación de la piel nos ofrece cierta información acerca de nuestro origen genético y geográfico. Nos indica en qué latitudes nos las componemos mejor con nuestra piel, dónde tal vez esto represente incluso una ventaja o una desventaja para sobrevivir.

Del color de nuestra piel es responsable una clase de células que se aloja en la epidermis: las células pigmentarias llamadas melanocitos. Son células disidentes del tejido nervioso embrionario —la cresta neural— pero del que se despidieron ya en el transcurso del desarrollo germinal. Mientras sus colegas, las otras células, se asimilaban a las del sistema nervioso, estas inconformistas migraban en dirección a la piel.

Los melanocitos parecen unos guantes asentados sobre la membrana basal y entre cuyos dedos se entremezclan un mar de células bebé, el suelo del primer subterráneo.

Los melanocitos pueden acumularse bajo la membrana basal y anidar juntos, convirtiéndose así en un lunar. En recuerdo de su periodo migratorio temprano, permanecen muy activos toda la vida. A veces, los melanocitos degeneran en un melanoma maligno, el cáncer de piel negro que, por desgracia, causa metástasis con rapidez y puede asentarse más cerca o más lejos. Precisamente, una cualidad funesta de las células cancerígenas es que migran muy deprisa.

Entre cada diez y doce células germinales aparece entremezclado un melanocito. En cifras, esto significa entre unos novecientos y mil quinientos melanocitos por milímetro cuadrado. En la cara la cifra puede llegar a ser hasta de dos mil, en la zona genital hasta dos mil cuatrocientos por milímetro cuadrado; sin embargo, en las superficies palmoplantares solo hay entre cien y doscientos. El melanocito lleva con sus dedos diminutos glóbulos con melanina hasta la epidermis. Un solo melanocito con pigmento puede alimentar a entre treinta y cuarenta queratinocitos. En cuanto sale el sol, ponen en marcha la producción y tiñen nuestra piel de un tono más intenso.

Las personas de piel oscura y negra poseen el mismo número de melanocitos que las de piel clara. No obstante, producen hasta seiscientos glóbulos pigmentarios por melanocito, lo que supone un número mucho mayor comparado con los melanocitos de la piel blanca, con solo dos a doce glóbulos. Además, las personas de piel oscura tienen a su disposición glóbulos pigmentarios de mayor tamaño. Que tengamos una piel más bien clara u oscura también depende de la proporción que exista en nuestra piel de sustancias con melanina. Se distinguen dos tipos: la eumelanina, que es marrón oscuro, y la feomelanina, de color rojizo amarillento. Según prevalezca un tipo u otro, variarán también las tonalidades cutáneas de cada persona, así como el color del cabello y de los ojos.

La melanina es como la crema solar más completa, ya que puede absorber la luz de cualquier longitud de onda. En este sentido, la eumelanina es un pigmento de lujo y protege muy bien frente a los rayos ultravioleta; la feomelanina, en cambio, da muestra de mayor debilidad, así que cumple con su función más mal que bien. Aquellos que tienen la piel muy clara y los pelirrojos están provistos predominantemente de feomelanina, de ahí que sean muy sensibles al sol. En las regiones nórdicas, donde hay menos horas de sol, esta cantidad suplementaria de feomelanina constituye una ventaja absoluta para la supervivencia. De esta manera, la piel es más permeable para captar los pocos rayos ultravioleta que hay en las latitudes nórdicas. Porque solo así se garantiza que el organismo sintetice suficiente vitamina D. Es evidente que en los países meridionales esto se convierte en una desventaja, pues la protección contra las altas dosis de rayos UVA resulta insuficiente en las personas de piel clara, más vulnerables al cáncer de piel y a las arrugas.

Además, la piel oscura protege de modo efectivo frente a la degradación del ácido fólico, del complejo de vitaminas B, inducido por los rayos ultravioleta con el intenso sol ecuatorial. Cuando no hay suficiente ácido fólico, el número de espermatozoides disminuye, lo que a su vez aumenta el riesgo de malformaciones en el feto. Un color de la piel acorde con el índice de radiación ultravioleta asegura la supervivencia de la especie. La melanina protege también de la radiación de infrarrojos, un componente de la luz solar de emisión térmica y larga longitud de onda. En consecuencia, el organismo de una persona de piel oscura no se sobrecalentará tan deprisa como el de otra de piel clara por la acción del sol. Por eso, el tipo de piel blanca-rosada acusa de un modo tan intenso el calor y el sudor con un sol ardiente. Y de ahí que muchos eviten los baños de sol de forma intuitiva.

Pigmentaciones. Manchas en la cara y en la zona genital

Debido al embarazo y a anticonceptivos como la píldora o los dispositivos hormonales intrauterinos, durante el verano a muchas mujeres les salen en el rostro grandes manchas de color marrón. Esto se debe a que los melanocitos son sensibles a las hormonas. El aumento de las hormonas femeninas asociado a la luz solar es el responsable de la hiperpigmentación, conocida también como «melasma». En este caso, lo único que funciona es una crema solar de alta protección, dejar la píldora, los tratamientos hormonales o esperar el parto. Si las manchas son muy intensas se puede recurrir a productos para combatir la pigmentación anormal en forma de cremas o a los tratamientos con láser.

Como los melanocitos son sensibles a las hormonas, también la piel de la zona genital y anal es claramente más oscura que en cualquier otra parte. Esto se debe a que los melanocitos son estimulados por las hormonas sexuales, y por eso no aparecen hasta la pubertad. El blanqueamiento de las regiones genital y anal, una moda que no solo es exclusiva de la industria pornográfica, consigue que esta zona adquiera un aspecto infantil, donde todo es aún absolutamente rosado. Si se tiene conciencia de ello, es ya otra cuestión. La auténtica masculinidad y feminidad tiene tonos. Y a medida que se cumplen años, más tonalidades luce la piel.

A menudo acuden a mi consulta pacientes con manchas oscuras en el rostro que les resultan antiestéticas. Son lo que popularmente se conoce como manchas de la edad. En una ocasión, mi suegra abandonó muy enfadada una consulta después de que el médico le dijera que tenía manchas de la edad, y eso que, por entonces, no hacía ya mucho que había cumplido los cuarenta. Como médico, hay que aprender de los errores de los colegas. Por eso yo suelo llamarlas manchas solares, pues en realidad son solo el resultado de la radiación solar a lo largo de años y de algunas quemaduras. Las manchas de la edad son reacciones de protesta de la piel y ponen de manifiesto que el límite de absorción de los rayos ultravioleta hace tiempo que se ha rebasado con creces.

Mientras que, una vez que aparecen, las manchas de la edad, ya no cambian de color, hay unos puntitos que en verano se vuelven más oscuros y en invierno más claros. Como ya puedes suponer, me refiero a las pecas. Están condicionadas por herencia genética y adornan el rostro, los brazos o el cuerpo entero de los tipos de piel pelirroja, más bien sensible al sol, como la de Pipi Langstrumpf o la de Boris Becker. No obstante, también hay personas de tez oscura con pecas.

La melanina no solo se encarga de teñir la piel y broncearla, sino que además actúa como una especie de pantalla solar endógena para que la radiación no dañe la información genética contenida en las células. A veces la melanina colorea también a nódulos benignos, como, por ejemplo, la queratosis seborreica, conocidas popularmente como «verrugas seniles». Un dermatólogo benevolente tendrá la cortesía de evitar este término y, en su lugar, empleará «nódulo queratinoso». Al igual que las manchas de la edad, las verrugas seniles pueden aparecer ya a partir de los treinta y cinco años. Con el paso de los años y las décadas, estas suelen aumentar. Algunas personas tienen buena parte del cuerpo repleto de ellas. Estos nódulos se desfiguran al utilizar la toalla después de la ducha y adquieren un aspecto atemorizador cada dos por tres. Aun así, a diferencia de los lunares, nunca degeneran.

A veces nuestro fondo de melanina gotea a consecuencia de inflamaciones, heridas, quemaduras o después de presionar un grano desde la epidermis al estrato inmediatamente inferior, la dermis. También el perfume, en contacto con el sol, puede dar lugar a la aparición de manchas de color parduzco, sobre todo en el cuello, dado que algunos aromatizantes pueden producir inflamaciones dermatológicas fototóxicas; es decir, una especie de quemadura solar desmesurada con su coloración oscura característica.

Esta hiperpigmentación posinflamatoria es responsable de que una mancha oscura y penetrante mantenga con insistencia durante meses el aspecto de un grano sanado mucho tiempo atrás. Esto se debe a que el pigmento ha sido desplazado hacia el fondo y tarda su tiempo en volver a aflorar. Los trabajos de limpieza avanzan con mucha lentitud. Y con esto habríamos llegado a los sucesos que se desarrollan entre una y otra planta de nuestro edificio cutáneo.