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CON PERMISO DE MIS 50: INTRODUCCIÓN

Mira que no quería caer en los tópicos en los que indefectiblemente acabamos cayendo los músicos (dejarse el pelo largo, componer una canción a tu hija, pintar un cuadro, escribir un libro…). Además, ¿cómo puede un disléxico atreverse a escribir un libro?

Tampoco sabría decir por qué lo estoy haciendo. ¿Será la crisis de los 50? No la tengo. ¿La menopausia? Que yo sepa, tampoco. ¿El cáncer que acabo de pasar? ¿O simplemente que ahora tengo el tiempo y las ganas de hacerlo?

Faltas de ortografía aparte, y superado el trauma que supone ser un músico con todos los tópicos, me he decidido a escribir este pequeño ensayo sin ánimo de destacar, simplemente porque cumplo 50 años y porque la diferencia que existe entre el verso y la prosa es que esta última es menos exigente a la hora de sintetizar.

Como iréis comprobando, este libro es una recopilación de pensamientos caóticamente ordenados, por lo que no es necesario que sigan un orden de lectura. Id a los episodios que más os interesen sin ningún pudor, porque, aunque todos salen de la misma cabeza, lo han hecho de forma anárquica y desordenada. He de comentaros que todo lo que aparece en esta obra es exactamente tal y como lo pienso, digo y escribo. Aquí no hay intermediarios, por lo que también aclaro que en ningún momento pretendo aleccionar a nadie con mis doctrinas, y mucho menos ofender. El proselitismo no es mi fuerte, como tampoco lo es la falta de respeto.

Ahora bien, pelos en la lengua tengo pocos, y de igual manera os digo que nunca escribo con el «encefalograma plano». Es decir, siempre lo hago desde la euforia o la melancolía, por lo que a la hora de leerme conviene tener en cuenta que estos «palos» fueron escritos en contextos emocionalmente alterados, así que, si en algún momento encontráis alguna declaración fuerte o fuera de tono no os preocupéis, seguramente la escribí en un momento de notable estado de excitación (que no exitación).

Así que, con vuestro permiso y con el ánimo de entreteneros, me dispongo a compartir una serie de vivencias, ideas y pensamientos que posiblemente ya os habré adelantado antes en forma de canción, pero que ahora, con 50 palos, me apetece comentaros de forma más extensa.

Señoras y señores, en el culo tengo flores.

Disfruten de la lectura.

1.
LA VIDA DE PAU DONÉS EN POCAS PALABRAS

Muy lejos de pretender escribir una biografía, pues las biografías suelen oler a muerto y yo todavía no, os hago un breve repaso de cómo he pasado por la vida desde que el 11 de octubre de 1966, en la clínica El Pilar de Barcelona, me asomara al mundo por primera vez (que yo sepa) hasta este momento.

LA NIÑEZ

Como apuntaba, nací en Barcelona un 11 de octubre de 1966. Ese día no sucedieron grandes acontecimientos en el planeta, aunque cabe destacar que en la Ciudad Condal comenzaba el V Congreso Mundial sobre la Protección de Animales al tiempo que en Salamanca se inauguraba un monumento al toro de lidia. Qué contradicción, ¿no? ¡Increíble pero cierto!: protejamos a los animales y a la vez matémoslos sádicamente, aunque en la España de los años sesenta no era tan increíble y, bien pensado, tampoco lo seguiría siendo ahora.

En fin, antes de nada, quiero dar las gracias a mis padres, Amado y Núria, por haberme dado la oportunidad de vivir, y también por todo el amor que recibí a pesar de haber sido un trasto de mucho cuidado.

No tengo un claro recuerdo, pero la salida del vientre de madre por el conducto vaginal debió de ser, seguro, muy dolorosa para ella (siempre he sido muy cabezón), y bastante traumática para mí (por cómo contaba ella que me movía dentro de su barriga, se ve que pocas ganas tendría de salir). Por aquel entonces corría la teoría de que el dolor y el sufrimiento en el parto fortalecían el vínculo madre/hijo y de que así los niños salían más fuertes y preparados para la vida. ¡Increíble pero cierto (parte 2)!

Lo que sí se sabe es que tardé un buen rato en soltar el primer llanto y que, cuando lo hice, una cosa quedó clara: el primogénito de la familia Donés Cirera venía con una clara vocación, la de músico, lo cual confirmaría el devenir de mi vida.

En mis primeros años, a pesar de apuntar maneras, mis padres enseguida se dieron cuenta de que no era normal: no sabía leer y me pasaba el día dando saltos o colgado bocabajo de la lámpara del comedor.

En ese momento alguien decidió que el niño era tonto y muy movido (hoy en día me diagnosticarían como disléxico e hiperactivo), lo que trajo muchos dolores de cabeza a mi madre, que sin embargo pronto, y de forma casual, encontró la fórmula para calmarme: la música. Recuerdo perfectamente el tocadiscos de maleta marca Philips, con el que pasaba tardes enteras escuchando discos: de canciones y cuentos infantiles, de música latina, de Elvis, de jazz, de chistes de Gila… Sí, he dicho Gila. A madre le encantaban y yo los escuchaba atentamente, aunque sin entender muy bien los chistes e historias que tanto me hicieron reír años después y que aún guardo como oro en paño.

Dislexia e hiperactividad, vaya cuadro.

Después de mí vinieron dos churumbeles más y finalmente una niña, la princesa del castillo. Madre, viendo el zoológico que tenía en casa, compró una colchoneta de kárate y en ella aprendimos unos cuantos trucos de los que Bruce Lee hacía en sus películas, solo que de forma autodidacta. Yo le daba cera a mi hermano Marc, y Marc a Bernat, y así dale que te pego hasta que uno salía llorando o sangrando. Entonces madre sacaba la zapatilla y ahí empezaban las clases de artes marciales de verdad. Cuando crecimos tiró por fin la colchoneta y compró otro tocadiscos. Buena decisión. En casa la hiperactividad se trataba a base de música, pero ahora a los hiperactivos les dan anfetaminas. ¡Socorro!

En cuanto al colegio, pasé por siete escuelas y otros tantos psicólogos, y aunque sacaba buenas notas me aburría mucho en clase. Nunca entendí qué cojones hacíamos sentados siete horas diarias en una silla, con lo bien que se estaba en el patio jugando al baloncesto, y sigo sin entenderlo ahora.

En general tengo muy buenos recuerdos de la niñez. Aunque era un chaval bastante conflictivo en esa época fui razonablemente feliz. Crecí en una familia estupenda y tuve buenos amigos, algunos de los cuales todavía conservo. Hice muchas gamberradas y tuve la gran suerte de poder satisfacer la mayoría de las veces la tremenda curiosidad que sentía por las cosas que me rodeaban gracias a que nuestros padres nos dieron bastante libertad de movimiento, lo cual creo que fue fundamental para el desarrollo de la parte más creativa de mi cerebro.

LA ADOLESCENCIA

En mi caso no duró mucho. En plena crisis de identidad (típica en esa edad) madre murió. Se suicidó justo una semana después de que yo cumpliera dieciséis años.

Cuando llegas a los dieciséis te sientes mayor, sabio, independiente, te conviertes en el dueño del mundo. Te puedes sacar el permiso de conducir motocicletas, salir de noche hasta tarde, beber cerveza, entrar en las discotecas… A los dieciséis eres el tío más chulo y molón del mundo, pero también el más mamón, no hay quien te haga sombra, y mucho menos tus padres. A los dieciséis lo que básicamente eres es un gilipollas.

A la semana de mi decimosexto cumpleaños yo pasé de sentirme mayor a serlo. En un segundo pasé de ser un idiota adolescente a un adulto menor de edad.

La muerte de una madre… ¡Menudo palo! La lección fue severa pero definitiva: el sentido de la vida cobró la importancia que en realidad tenía y que yo, hasta el momento, no le había sabido dar. Sufrí un dolor insoportable, un miedo atroz e infinito. ¿Cómo se podía vivir sin madre? ¡Joder, qué puta mierda! Pero a la vez aprendí que la vida era lo mejor que tenía, y que no la iba a dejar pasar. Nunca nadie me ha dado una lección tan poderosa, y si soy lo que soy es gracias a la fortaleza que madre me transmitió de forma tan dura y fulminante. ¡Gracias, mami!

También fue en esta etapa cuando hice un par de descubrimientos importantes. El primero, la música moderna: pasé de escuchar discos de villancicos a vinilos de Bob Marley, los Beatles, Lou Reed, David Bowie, los Rolling Stones… ¡Qué emoción! Escuchaba música a todas horas e imitaba a esos artistas alucinantes bailando en mi habitación con una vieja escoba tuneada a modo de guitarra. Me puse un pendiente en la oreja izquierda, empecé a peinarme con estilo y me compré una chupa tejana que no me sacaba ni para dormir. Era increíble e incontrolable.

Antes de morir, madre me compró una guitarra eléctrica y ahí descubrí mi verdadera vocación. La música fue mi aliada, mi compañera en el duelo y mi compañera de viaje, y sin duda me ayudó a continuar. Más que una válvula de escape fue como la fuente de energía que me empujaba hacia delante y aliviaba esa profunda y enorme pena que sentía. En la vida yo iba a ser músico. Lo supe entonces y a por ello fui.

Durante esta época formé mi primer grupo musical, llamado Jay & Company Band, junto a mi hermano Marc, y unos años después montamos otra banda a la que bautizamos como Dentaduras Postizas.

Mi segundo descubrimiento, el sexo: perdí la virginidad a los diecisiete años con una mujer estupenda en el más excelso de los sentidos. Descubrí el sexo gracias al amor (aunque con el tiempo acabara sucumbiendo al hechizo de hacerlo por puro placer). De hecho, ella fue el primer gran amor de mi vida. Vivir ese momento ha sido una de las cosas más bonitas que me han sucedido. La primera vez fue un desastre completo (obviaré los detalles) pero maravilloso: un coche (un viejo Seat Ronda 1.6 de mi padre), unas estupendas vistas al Mediterráneo, una primavera deliciosa, Bob Marley de fondo y a mi lado la reina de mis sueños. ¿Qué más se puede pedir? La sigo queriendo mucho y después de más de treinta años continuamos compartiendo una muy buena relación.

En la vida he tenido mucha suerte con las mujeres que me han acompañado; en la familia, en el trabajo, en el amor… Aparte de sentirme tremendamente querido, de ellas he aprendido casi todo. Me hicieron hombre y, sobre todo, persona.

Pero de este asunto hablaremos más adelante…

DE LOS 20 A LOS 30

De esta etapa no destacaría nada en particular, sino en general las ganas de destacar. Si en la adolescencia te crees sabio, a partir de los veinte te crees Dios: empiezas a trabajar, te vas de casa, te compras la primera moto (en mi caso una Vespa T3 75 con motor trucado Autisa), comienzas a tener algún pase VIP de discoteca y te crees que las chicas (que ya son mujeres) te hacen caso por lo guaperas y chuleta que eres. ¡Qué paciencia!, pero también qué divertido.

Lo tonto que era a los veinte, pero qué bien me lo pasé. El mundo se me abrió de par en par y yo lo aproveché, ya te digo si lo aproveché, a veces pienso que incluso demasiado. Empecé a tomarme lo de la música en serio, y salía por las noches de miércoles a domingo. Con el rollito de la música ligaba bastante y, al tiempo que estudiaba, hacía anuncios de publicidad (tenía pinta de simpático), con lo que trabajando poco me ganaba una buena lana. Para qué contar más: veinte años, lana en el bolsillo, moto, pandilla de amigos golfos, grupo de música y chicas. ¡Un puto dios!

A falta de madre me tocó a mí hacer en parte su papel. Lo hice fatal. Fui una madre/hermano mayor pésimo, aunque le puse buena intención. Tuve la suerte de tener unos hermanos mucho más listos e inteligentes que yo, que supieron capear el temporal con gran destreza y valentía y que se las apañaron muy bien para tirar pa’lante, aun teniendo un coñazo de hermano mayor dándoles la brasa a todas horas.

A pesar de mi dislexia me gradué en la universidad previa presentación de un certificado médico que daba fe de mi «enfermedad» (me suspendían por las faltas de ortografía, ¡en serio!). «Pau Donés Cirera, Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona.»

Me licencié, aunque, mientras estudiaba, la pregunta terminó por surgir: ¿qué cojones hacía un músico estudiando para ser empresario, contable o auditor de cuentas? Me lo pregunté una vez y no más: estudié, me saqué la licenciatura, hice feliz al jefe (mi padre) y al terminar quemé todos los libros, me hice feliz a mí, y todos contentos. No digo que todo ese conocimiento no me haya servido. De hecho, en un negocio tan agresivo como el de la música me vino muy bien tener una cierta formación empresarial, tanto a nivel de bolsillo como de imagen: nunca permití que nos vendieran por algo que no éramos y, señores, «la pela es la pela».

Tras terminar la carrera, y pese al empeño de mi padre por disuadirme de mi vocación musical, emprendí la aventura y, por cabezón, algo de talento y mucha vocación, aquí estoy. Pocas cosas tengo claras, pero hay una que sí: lo mío, desde el principio, ha sido y es la música.

Por no olvidar el asunto del amor os comentaré que en esta etapa ya empecé a apuntar maneras: las maneras de un novio desastre. Era un novio pésimo, un bandarra, un «chico malo», uno de esos que tanto gustan a las chicas pero solo un rato. Como amante, pues según el día (creo que me puse el condón más veces al revés que correctamente), pero aunque en general fui una malísima pareja sí me porté como un buen compañero y amigo. Prueba de ello es que conservo buena relación con casi todas mis «ex».

DE LOS 30 A LOS 40

En el devenir de mi vida, y en plena eclosión de la estupidez propia de un treintañero que se cree adulto, pero que no tiene ni puta idea de lo que va la vida, me ocurrieron dos grandes hechos. Grandes no, grandísimos: me convertí en músico y fui padre por primera vez.

SER MÚSICO. El sueño se hizo realidad: por fin alguien quería grabarme un disco. Iba a dedicarme a lo que más me gustaba en el mundo.

No albergaba grandes expectativas, el solo hecho de saberme músico era más que suficiente. Era lo mejor que me había pasado hasta aquel momento. La música, por fin, iba a cambiar mi vida. ¿Cómo? Ni puta idea, me daba igual. A partir de entonces, cuando alguien me preguntara lo que hacía, le diría lo que ponía en mi DNI: «músico», lo cual me hacía sentir muy orgulloso. Estaba feliz, y con el tiempo la realidad superó con creces la ficción, pero os aseguro que mi ambición quedaba totalmente saciada con la grabación de ese primer disco.

En 1996 nace La Flaca y, con La Flaca, Jarabe de Palo. ¡Yujuuuuuu!

SER PADRE. Lo mejor que me ha pasado en la vida. ¡Y estuve a punto de perdérmelo! ¿Por qué? Porque yo no quería ser padre: ¿traer a alguien a este mundo de mierda? ¿Cómo iba a cuidar de mi hija si estaba siempre viajando? ¿Tan joven y ya con hijos? ¡Qué responsabilidad!

Lo que os decía, era un idiota de treinta años haciéndose preguntas idiotas, preguntas que tenían una facilísima respuesta: sí a todo.

¿Os he hablado alguna vez de mi amigo el Ilustre Quimi Portet (componente del grupo musical El Último de la Fila)? Digo «ilustre» porque este adjetivo es lo más alto en la escala de la sabiduría, mucho más que un maestro o un doctor. Pues estando con el Ilustre Portet en un restaurante digno merecedor de los más altos galardones (Cal Gran, en Lladó, Girona), compartiendo unas suculentas gambas de Palamós, le comenté que no tenía nada claro lo de ser padre. Entonces él, casi sin inmutarse, me aleccionó con una de sus magistrales teorías, la del Homo useless:

—Mira, Pau, hay algo que los hombres deberíamos aceptar desde el primer momento, y es que, aparte de para la perpetuación de la especie (hasta donde yo sé, el óvulo necesita de un espermatozoide para crear vida), los hombres no servimos para nada. Somos useless, es decir, inútiles. El mundo es mundo gracias a las mujeres, a su fuerza, a su coraje, a su valentía y a su inteligencia, mientras el hombre se pasa el día inventando chorradas que no sirven para nada con el fin de hacerse valer. Así que déjate de hostias, porque al fin vas a cumplir con tu cometido, que no es otro (porque así lo ha dictado la madre naturaleza) que ayudar a la gestación de un nuevo ser humano.

¡Excelso, sublime como siempre! Lo que yo no sabía es que ese hecho me iba a hacer el hombre más feliz del universo, porque mi hija Sara cambió mi vida. Y tanto que la cambió, pero para bien: esa renacuaja me giró la cabeza. Descubrí un amor que nunca antes había conocido, me volví cariñoso, amoroso, incluso pegajoso, nunca antes le había dicho tantas veces a alguien lo mucho que la quería: Sara guapa, Guapa Sara… Gracias a ella ahora soy más grande, más fuerte, más persona y mucho más feliz.

En la introducción de este libro ya os he comentado que como músico cumplo todos los tópicos. Aquí va otro: escribirle una canción a tu hija, a lo cual me había resistido durante muchos años. Os la dejo porque creo que es un buen reflejo de lo que con su presencia me ha hecho sentir, como seguro que a muchos de vosotros vuestros respectivos hijos.

barras.tif Niña Sara

Sara vino al mundo como tú y como yo,

un pan bajo el brazo y no preguntó,

llegó y sin permiso me robó el corazón.

Sara lloraba, yo no la entendía,

pero su sonrisa me daba la vida.

Sara lloraba y a mí me llenaba de amor.

Bienvenida niña,

niña guapa, Sara.

Te di la vida

y ahora tú

me la das a mí.

Le imaginé un mundo diferente,

algo distinto, algo más decente,

un lugar mejor al que yo le podía ofrecer.

Un mundo más limpio, humano y transparente,

un sitio agradable, feliz e inteligente,

algo mejor al mundo que ella iba a tener.

Cada mañana cuando me levanto

me digo a mí mismo que tengo que hacer algo

para darle a Sara una vida en un mundo mejor.

Cada mañana me hago una promesa:

ser mejor persona, respetar esta Tierra,

para que los niños vivan en un mundo mejor.

Bienvenida niña,

niña guapa, Sara.

Te di la vida

y ahora tú

me la das a mí.

DE LOS 40 A LOS 50

La mejor de las etapas, sin duda los mejores años de mi vida. Si de los 20 a los 30 lo pasé de lujo, mucho mejor de los 40 a los 50.

En el pasado vivía la vida a toda velocidad, casi siempre en modo futuro, porque iba tan deprisa que era consciente de mi presente un tiempo después de que hubiera sucedido. Me daba la sensación de que llegaba tarde a todo en el sentido de que, cuando quería darme cuenta de lo que me había pasado, ya estaba en otra cosa. Y así sucesivamente. Es como si viviera el presente desde el futuro. ¡Qué rabia me daba!

Como escuché de alguien una vez: «El presente es el tiempo que perdemos pensando en el futuro». Pues más o menos así era yo, un cohete de reacción al que nunca se le acababa el combustible.

—¿Pero adónde vas, cohete?

—Y yo qué sé, pa’lante, pero a todo gas.

—¿Y por qué vas tan deprisa?

—Por si acaso se acaba el mundo, a tope que voy.

barras.tif Como peces en el agua

Iba tan deprisa que no te vi pasar,

tan deprisa que no veía nada,

tan deprisa que me perdí el paisaje

y la belleza que me rodeaba.

Iba tan deprisa que no me di ni cuenta,

tan deprisa que la vida se escapaba,

tan deprisa que el presente era pasado

a cada paso que daba.

Quería parar a disfrutar de los olores,

del suave vaivén del juego de los amantes,

quería parar y recrearme en la locura

cuando dos cuerpos se juntan.

Quería parar a disfrutar de los momentos,

del suave vaivén de los peces en el agua,

quería parar, pero iba tan deprisa

que se me escapó la vida.

Iba tan deprisa

que no caí en la cuenta

que corría y corría

y que no tenía prisa.

Iba tan deprisa

que no caí en la cuenta

que corría y corría

sin saber a dónde iba.

A PARTIR DE LOS 40 el asunto cambia radicalmente. Empiezo a vivir la vida con gran intensidad, pero desde el presente, siendo muy consciente de cada momento, disfrutando del tiempo como nunca antes. No digo que apretara el freno, pero dejé de mirar al cuentakilómetros para comenzar a deleitarme con el paisaje que me acompañaba en este delicioso viaje que es la vida.

En lo personal he vivido momentos estupendos. Incluso he tenido instantes de gran felicidad (cosa que no es fácil, ¿eh?). Y en lo profesional, pues le he vuelto a coger el gusto a esto de ser músico. No es que lo hubiera perdido, pero después de veinte años en la carretera, para qué nos vamos a engañar, las ganas no siempre son las mismas. Y fíjate tú, casi a los cincuenta volví a retomar el pulso. ¡Volvemos a la carretera! Empezamos de nuevo, pero esta vez en Estados Unidos, en donde inventaron esto del rock’n’ roll. Compramos un backline (instrumentos musicales), alquilamos una furgoneta y a tirar millas: 36 conciertos en 45 días. Visitamos ciudades míticas y salas de conciertos supermíticas donde habían tocado bandas más míticas aún, y ahora también nosotros. Recorrimos un país alucinante como lo hacían antes los grandes. Subidón total.

Y entonces… En las postrimerías de la década, a apenas dos meses de cumplir los 49, me diagnostican un cáncer. Un cáncer tan potente como la vida que he llevado, en mi caso no podía ser de otra manera, ¡todo a lo grande, a lo bestia! Un cáncer que seguramente me acompañará toda la vida.

Pero no me quejo, al contrario. Aun a sabiendas de que el «cangrejo» puede matarme en cualquier momento, también me ha dado una perspectiva única que me hace mucho más consciente de la vida que llevo y del tiempo que tengo. Y eso para mí es muy importante. Por contradictorio que parezca, el cáncer me ha dado momentos gloriosos, de una clarividencia brutal, de una emoción como nunca antes había sentido.

A raíz de lo del cáncer, René, el «Residente» del grupo musical portorriqueño Calle 13, me envió un mensaje que lo expone perfectamente:

Querido Pau, eres afortunado. Ahora tienes el don de ver la vida desde un lugar desde donde solo algunos privilegiados la pueden ver.

Pues es verdad, René.

DE LOS 50 EN ADELANTE… Ojalá fueran cincuenta más, pero con veinte me conformo. Hace precisamente dos décadas, con motivo de la edición de nuestro primer disco, La Flaca (1996), escribí un pequeño texto en el que hablaba de lo importante que era para mí vivir en el mundo de los sueños, un mundo paralelo que solía visitar con bastante asiduidad. Puede ser que en los últimos tiempos lo tuviera algo descuidado, pero felizmente me he vuelto a reencontrar con él.

Vivir soñando, eso es lo que voy a hacer en lo que venga por delante. Voy a dedicarme solo a cosas que considere que valen la pena, a cosas que me gusten. Paso de perder el tiempo, de malgastar la vida en gilipolleces. Carpe diem power! Pero además de verdad. Por eso, si un día me cruzo en el metro contigo y no te saludo, no pasa nada, es que ando ensimismado en mis pensamientos.

2.
ABRAZOS CONTRA EL DOLOR AJENO

Una de las campañas publicitarias más brillantes que recuerdo fue una propuesta por la ONG Médicos sin Fronteras llamada «Pastillas contra el dolor ajeno». Creo que ganó un montón de premios, no me extraña. Se trataba de ir a la farmacia y comprar por 1 euro una cajita de pastillas de caramelo. Ese importe iba destinado íntegramente a comprar medicamentos para curar a personas que padeciesen graves enfermedades en el tercer mundo. Las pastillas que comprabas para ti servían para curar a los demás. ¡Estupendo!

Recuerdo un día en que andando por la calle veo que se me acerca una señora mayor. Me fijé en ella porque iba muy bien arreglada, con su pelo teñido de rubio, sus gafas de sol y sus labios pintados de rojo. Se paró delante de mí, muy cerca, me sonrió y sin mediar palabra me tiró del moflete, me dio un par de cachetes y por último me abrazó. Acto seguido se me acercó a la oreja y llorando me susurró que hacía cinco años que le habían diagnosticado un cáncer, pero que intentó que nadie lo supiera, lo escondió a sus hijos, a sus hermanos y a sus amigas. No quería entristecerles ni que se preocuparan por ella, y eso la había hecho sufrir mucho. Hasta que un día vio en los noticiarios de televisión cómo yo había hecho público mi caso y entonces se decidió a comunicarlo a los suyos, y desde ese día se sintió mucho mejor: al compartirlo con sus seres queridos se había quitado un enorme peso de encima.

Ella no lo sabía, pero con ese tirón de moflete y su abrazo de abuelita yeyé me estaba curando a mí. El suyo fue uno de los mejores abrazos contra el dolor ajeno que me han dado, porque puede parecer que muchas enfermedades las curan los medicamentos, pero la mejor medicina para combatirlas es el cariño. Una caricia, un beso, una mirada, un abrazo sostenido son los mejores y más implacables remedios contra el dolor, en este caso, de los demás.

Algo parecido me sucedió durante una de las sesiones de quimio que me dieron (doce en total, una cada quince días durante seis meses, siempre los miércoles). Solíamos ser cuatro en la sala del hospital, y ese día delante de mí había siempre un chaval joven, que no llegaría a los treinta. Era un tipo alto, corpulento, moreno de piel y con muchos tatuajes. Como yo, estaba escuchando música (además de enchufado a la máquina). Y en una de estas se quitó los auriculares y me dijo que había visto un vídeo mío en la nieve: yo estaba subiendo una montaña con la tabla de snowboard a la espalda y con el «walkman» enchufado (lo que conocemos como walkman es una bomba de infusión de un tamaño similar al de este aparato de música que durante cuarenta y ocho horas te va insuflando la medicación), así que pensó que, si yo podía, él también, por lo que al siguiente fin de semana cambió el sofá por el asiento del coche, cargó su tabla en el maletero y se fue a surfear con sus colegas. Al terminar su historia se levantó y me dijo: «¿Te puedo dar un abrazo?». ¡Joder, sí que puedes, claro que sí, y de los fuertes!

Abrazos contra el dolor ajeno los que me dio la abuelita. Abrazos contra el dolor ajeno los que me dio el chavalote surfer. Los que he recibido de tanta y tanta gente, sea en directo o teletransportados. Los abrazos contra el dolor ajeno son los que me han empujado, los que me han ayudado a tirar pa’lante, pero sobre todo los que han conseguido que los daños colaterales de todo este proceso hayan sido mucho más leves y llevaderos, porque me acuerdo muy poco de las diferentes operaciones, de los efectos secundarios de la quimioterapia y, en cambio, recuerdo mucho las muestras de apoyo que recibí de tantísima gente que, de una u otra forma, estuvo a mi lado durante todo este lío.

A todos, muchas gracias por vuestros abrazos, vuestro cariño e inolvidables muestras de afecto. No os podéis imaginar lo bien que me han ido.

3.
CAGARLA TAMPOCO ESTÁ TAN MAL: EL FRACASO

¡Menudo fiasco de vida la mía! Mi vida es de esas que nunca presentarías a un concurso de biografías porque básicamente se ha escrito a base de cagadas. Sería otro fracaso que añadirle, porque seguro que quedaría la última y no vendería ni un ejemplar. Aunque, a decir verdad, hubiera sido un fiasco en la piel de otro, porque a mí, hasta el momento, me ha gustado mucho. Hasta la actualidad, más que una vida he tenido un vidón.

Qué queréis que os diga, me gusta fracasar. De hecho, soy especialista en fracasos. Fracaso escolar (muy típico de los disléxicos e hiperactivos), fracaso laboral (antes que de músico he trabajado en muchas cosas por dinero, lo cual, salvo en alguna ocasión, es para mí un auténtico fracaso), fracaso amoroso (ya tendremos tiempo de comentarlo en otro capítulo), etc. En la culata de mi revólver seguro que tengo muchas más muescas por fracasos que por éxitos, entendiendo que en el éxito, además, todo es muy relativo.

Pero en una sociedad tan competitiva como la nuestra, en donde éxito equivale a ser el mejor, ¿cómo va a tener éxito alguien como yo? Si es que no hago carreras ni con los caracoles. Nunca he sido el número uno en nada, no le encuentro la gracia, no me interesa. Si algún éxito tengo en la vida (entendido el éxito como algo que te hace feliz) ha sido por cosas que he hecho por mí mismo, porque en competencia siempre he sido de los últimos. Un paquete, vamos. Aunque se vive bien de paquete, porque los paquetes no perdemos el tiempo en demostrar que somos los mejores (ni lo somos ni lo queremos ser). No tenemos la presión de demostrar nada, de ser los primeros, de estar siempre en guardia por si acaso llega uno que nos pueda superar (que siempre lo hay). Yo soy de los paquetes que me conformo con lo que tengo, con lo que soy, y dedico mi tiempo y mi esfuerzo no a ganar, sino a enredar con cosas que me interesen, que me gusten, que hagan que me sienta bien. Y de vez en cuando resulta que hay alguna que gusta también a los demás, ¡eureka! Pero lo fundamental es que primero me guste a mí.

Imaginaos en el mundo de la música, ahí sí que lo mío es de un fracaso estrepitoso: no tenemos ningún tema en el Top 5 de ningún sitio, no sonamos en las radiofórmulas chupilerendis, no hemos salido nunca en la portada del ¡Hola!, no hemos participado en Operación Triunfo ni en el programa de María Teresa Campos, no tenemos jet privado ni una mansión en Beverly Hills, tampoco estrella en el Paseo de la Fama, ni Lamborghinis ni megayates donde hacer megafiestas con superchurris. ¡Qué desastre! Queridos, ¡nos hubiéramos dedicado a otra cosa!

Rebuscando en el cajón también he encontrado una escueta lista de éxitos. Os parecerán pequeños, pero para mí son enormes. Por destacar algunos: que hago lo que me gusta, que es ser músico; que hay gente a la que le gusta lo que hago…, hacemos, ¡perdón!; que llevamos veinte años y seguimos estando ahí; y, muy importante, haciendo las cosas con gusto y a nuestra manera; que hemos grabado discos, tocado en mil escenarios, viajado por medio mundo, conocido a personas increíbles… Los músicos (a los de vocación, me refiero) somos muy afortunados, porque poder vivir en permanente contacto con lo que más nos gusta es un gran triunfo, y si además te da para pagar el alquiler, ¡éxito total!

Decía que me gustan los fracasos porque mi vida se ha forjado a base de ellos. De los errores siempre he aprendido algo, y lo que aprendes de las cagadas te queda para siempre.

Pero en un mundo exitista como el nuestro, en el que parece que lo más importante es por encima de todo el éxito, lo del fracaso no está nada bien visto, incluso puede llegar a producir tremenda frustración. Lo que pasa es que en la vida, para avanzar, para tirar pa’lante, hay que tomar decisiones, y el decidir implica que puedes acertar o cagarla. Ante eso hay dos opciones: aceptar la posibilidad de éxito y fracaso (para lo cual antes hay que tomar decisiones), o resignarse a no decidir y dejar que otros lo hagan por ti.

Si no decides estás muerto. Vivir la vida a merced de lo que otros decidan, mal asunto. Si escoges la alternativa de tomar tus propias decisiones, entonces entran en juego las probabilidades. Estudiar bien las opciones y asegurar las probabilidades de éxito es un camino; otro sería dejarse llevar por el instinto, por la intuición.

Yo pertenezco a este segundo grupo. Decido según lo que me late, lo cual reduce en gran medida las probabilidades de acertar, pero ya he dicho antes que no me importa mucho si la cago, porque la frustración que me pueda generar es infinitamente menor a la frustración que me produciría, en caso de no haber tomado una decisión, el pensar qué hubiera sucedido si hubiera hecho esto o lo otro.

Así que con vuestro permiso voy a seguir escribiendo, porque tengo la intuición de que escribir este libro me va a venir muy bien. Y si la cago, pues… no pasa nada. A otra cosa, mariposa.

barras.tif Hice mal algunas cosas

Hice mal algunas cosas,

bien que lo sé.

Si en otra vida fui perla,

fui la negra.

Seré bueno aunque no sepa,

me portaré bien,

aunque no tenga problemas

con mi forma de ser.

Dejo de cantar, de beber.

Dejo de joder con mis ideas.

Dejo de ser un calavera.

Dejo de vivir a mi manera.

Me busco un trabajo decente

de lunes a viernes.

Deshago por fin las maletas

para siempre.

No quiero ser el amante

de ninguna mujer.

Dejo de ser un problema,

un puto desastre.

Dejo de cantar, de beber.

Dejo de joder con mis ideas.

Dejo de ser un calavera.

Dejo de vivir a mi manera.

Voy a dejarlo para mañana,

el caso es que hoy no tengo ganas.

Lo dejo todo para mañana,

lo que no, que no quiero ser hoy.

Porque hice mal algunas cosas…

Porque hice mal algunas cosas…

Porque hice mal algunas cosas…

Porque hice mal algunas cosas…

Hice mal algunas cosas,

bien que lo sé.

Si en otra vida fui perla,

fui la negra.

4.
BÉSAME, PERO BÉSAME MUCHO

(Para leer esto os recomiendo como banda sonora una canción de los Sixpence None the Richer, Kiss me.)

Yo soy de los que besan. Fuerte, sonoro. Y así me gusta que me besen a mí. Nada de poner el moflete y ya está. Y si no, no beso. ¡Cuán importantes son los besos en la vida! ¡Cuán importante es besarse!

En mi casa siempre nos hemos besado mucho; para darnos los buenos días y las buenas noches, cuando ibas al colegio, cuando llegabas a la hora de comer… Ya de mayores los besos de buenos días le servían a mi padre para detectar cómo te había ido la noche anterior: «Ayer qué borrachera, ¿no? Y de las buenas, porque te huele el aliento a whisky… ¡y a tabaco!».

¿Qué mejor manera hay de demostrar cariño que besándose? Cariño, afecto, amor, respeto. Me gusta besar a mis amigos, raramente les doy la mano. Me gusta que sepan que los quiero mucho, y por eso los beso. Había alguno que al principio no entendía el gesto:

—¿Pero qué haces, mariquita?

—Pues si lo fuera, pedazo de cenutrio, no pasaría nada, pero con lo guaperas que eres te besaría en la boca.

Esa reacción es porque en su casa no se besaban, las demostraciones de afecto no eran el fuerte de esa familia. Aunque, bien pensado, eso suele ocurrir. Los españoles, especialmente los hombres, somos poco cariñosos entre nosotros, nada que ver con los argentinos o los italianos.

El mundo iría mucho mejor si nos besáramos más. Besos y abrazos que no falten, pero de verdad. Qué grima me da cuando me presentan a alguien y me pone la mejilla, es como el que te da la mano y no aprieta. Si no quieres saludarme, no me saludes, con un hola tengo bastante, pero en ese primer contacto para mí es importante saber cuáles son tus sentimientos. Y ahí es donde entran los besos amorosos. Para no confundirlos les llamaré «besos sexuales».

El primer beso sexual lo di en una fiesta a los once años con mi novieta de turno, porque de niños la novia te tocaba por turno (el mes pasado fuiste novia de Javi, pues este mes me toca a mí), y viceversa con las chicas. Hacíamos fiestas, las de cumpleaños: bocatas de Nocilla, refrescos, un par de películas en el Cinexín y el baile. Improvisábamos una discoteca en cualquier habitación y a bailar. Al rato llegaba el momento de las canciones lentas, se apagaban las luces y a bailar agarrao. «¿Y a ti quién te toca? Pues con este… ¿Con este? Pero si para esta fiesta tú eras mi novia… Ah, vale.» En el segundo lento nos besábamos, había que ir por faena. Nos besábamos como hacían en las películas, morro con morro, con los labios bien cerrados y apretados. Eran besos «bigote» (bigote contra bigote), hasta que alguien dijo un día que no se hacía así, que su hermano mayor le había dicho que había que meterse la lengua. ¿La lengua? ¡Qué asco! Con la baba, la otra lengua que parecía un gusano, lame que te lame. ¡Ejjjj, qué marranada! Cómo cambia el cuento cuando te haces mayor, ¿eh? ¡Los besos sexuales con lengua y hasta la campanilla!

Los besos en el sexo, ¡cuán importantes son también! Si dieran clases de besarse yo me apuntaría. ¡Qué bajón cuando te besas con alguien y no te gusta! Ya puede ser la princesa más bacana del mundo, que te deja indiferente. Los besos en la boca son lo más. Ya lo decía Julia Roberts en Pretty Woman en su papel de puta (la palabra «prostituta» me parece muy fea): «Yo no beso en la boca». Claro que no, porque cuando besas en la boca lo haces por amor. El beso en la boca es un gesto mucho más íntimo, placentero y sensual que muchas de las otras prácticas sexuales. Un buen beso suele augurar un buen desenlace, en cambio uno mal dado…

Por un beso de la Flaca daría lo que fuera, por un beso de ella, aunque solo uno fuera… ¿Os suena? Con eso lo digo todo. Hay besos para todos los gustos y momentos. Pero sí os puedo recomendar algo: hacedlo lo más a menudo que podáis. Besad a vuestros hermanos, a vuestros amigos, a vuestros hijos, a vuestras novias... Ahora bien, señoras y señores, cuando besen, besen de verdad.

P. D. Otras sugerencias musicales para acompañar la lectura de este capítulo: Bésame mucho, versión de Antonio Machín; y Kiss, de Prince.

5.
TRISTEZA, DIVINO TESORO

Es tremendo. Resulta que vivimos en un mundo tan feliz que no se puede estar triste, hay que estar siempre contento. «Pruebe Denticlor, sonría, por favor, ja, ja, ja…» Qué chorrada de jingle, ¿no? Pero resume bien lo que pretendo explicar, y es que básicamente en esta sociedad en la que vivimos hay que estar siempre alegre, pase lo que pase, te sientas como te sientas. O sea, que aunque estés jodido tienes que aparentar que estás feliz.

Pero razones para estar contento, con el estilo de vida que llevamos, tampoco hay tantas, solo hace falta levantar un poco la cabeza para comprobar que no está el patio como para andar todo el día con una sonrisa de oreja a oreja.

Es difícil ver un anuncio de televisión donde la gente no esté de contenta a muy contenta, como lo es ver a un político en campaña electoral sin sonreír permanentemente. Cuando nos hacemos un selfie siempre esgrimimos la mejor de nuestras sonrisas, al igual que cuando nos presentan a alguien, aunque más que de sonreír, de lo que realmente tengamos ganas es de llorar. Estar triste no mola, no está de moda, no es cool.

¿Cómo que no? Lo que no mola nada es este rollo del mundo feliz sintético e impostado en el que hay que ir todo el día con la boca estirada p’arriba, en modo smiling. Claro que mola estar contento, y cuanto más contento mejor, pero tanto como estar triste. Siempre me ha dado mucha rabia la gente que sonríe por sonreír, porque eso crea un hábito terrible, y es que cuando alguien te está contando algo que no te interesa, pues vas y sonríes, lo cual puede provocar situaciones muy embarazosas. Haced la prueba, cuando estéis contando algo a alguien y notéis que sonríe en exceso, soltadle un «gilipollas». Si sigue sonriendo es que no está haciendo ni puto caso, y si deja de sonreír, pues entonces… sonríe tú, con lo que le parecerá que te ha entendido mal.

Bromas aparte, parece que estar triste es como estar enfermo. La gente te compadece, los amigos se preocupan, todo el mundo quiere animarte, cuando a lo mejor tú estás fenomenal con tu tristonería y lo único que quieres es que te dejen en paz. Por eso, cuando tengo días tristes, procuro pasarlos solo. Porque de vez en cuando me gusta estar triste, disfrutar de ese momento en que la melancolía se apodera de tu emotividad. En mi caso, la tristeza potencia la sensibilidad y aprovecho para recogerme y reflexionar sobre las pequeñas cosas por las que he pasado sin pensar, para quitar el pie del acelerador y concentrarme en las que, de la mano de la tristeza, me hacen sentir bien.

Por otro lado, creo que hay que diferenciar bien entre la tristeza y la pena. La pena no mola. La pena es terrible, brutal, demoledora. Muy peligrosa. Muy chunga. Sentir pena es de las peores cosas que te pueden pasar en la vida, porque de repente te vacías, te parece que no hay nada dentro de ti y la sensación de desamparo es total. La pena ataca directamente el alma y arrasa con todo, aniquila las ganas de ser, de estar, de vivir, y eso sí que es espantoso. Por culpa de la pena he vivido uno de los peores episodios de mi vida, que espero que nunca se vuelva a repetir.

Volviendo al asunto, hoy estoy triste, sí, ¿y qué pasa? Si no te sonrío, si no estoy hablador, si no te río las gracias o simplemente me ves alicaído, pues no te preocupes. Eso quiere decir que tengo un día triste como lo puede tener cualquiera. Ya se me pasará, la tristeza es un derecho que ostentamos por el solo hecho de ser humanos y tener sentimientos. Por lo tanto, debe ser respetado.

Tristeza, ¡divino tesoro!

6.
LOVE IS IN THE AIR

Además de declararme un completo desastre en el tema, reconozco que cuando pienso en el amor me siento totalmente perdido, confundido, incluso a veces desamparado. Es un tema que me supera: amor, cariño, pareja, amistad, fidelidad, lealtad, felicidad, deseo… Madre, ¡qué lío!

Trataré aquí del amor entre dos personas, sean del mismo sexo o no. Del amor de las películas de amor, del que hace llorar, de la gente que se besa en los labios, y dejaré para otros capítulos el amor fraternal o el que se siente por los hijos.

Sobre el amor, historias para ilustraros tendría muchas que contar, tantas como fracasos amorosos. Os contaré una que es, de todas, con la que me quedo.

Era verano y estando de gira fuimos a tocar a la ciudad donde residía una buena amiga mía. Habíamos sido también amantes, pero en esos tiempos ella tenía un novio, mucho más joven y guapo que yo, del que estaba totalmente enamorada. Esa noche tocamos en la plaza Mayor y luego nos fuimos de copas. Ella vino con unas amigas y lo pasamos en grande, como siempre. Hablamos de nuestras cosas, reímos, bailamos… Luego llegó la hora de irse y mi amiga me acompañó al hotel. La abracé y al darle un beso de despedida me dijo que no me despidiera, que subía conmigo a la habitación. ¡Qué poco sé de mujeres! ¿Cómo le iba a decir que no? Aclaro que en el colegio nunca fui a la clase donde enseñaban las palabras «no» y «pequeño». Por eso, en mi vida todo ha sido «sí» y «a lo grande». Bien, pues subimos al cuarto e hicimos el amor. Al terminar, y por la confianza que le tengo, le pregunté que por qué, teniendo novio y queriéndole como le quería, se había acostado conmigo. Ella me contestó que porque yo era un angelito, y los angelitos no cuentan. A un angelito le quieres tanto que es imposible olvidarte de él, tan imposible como llegar a tenerlo para siempre, porque entonces deberías cortarle las alas, y dejaría de ser tu angelito. A un angelito lo quieres para siempre porque sabes que nunca te va a hacer daño, que siempre que estés con él serás feliz.

Me encantó la historia de los angelitos, porque era una historia que hablaba de amor y amistad. Y es que es así: entre los angelitos no hay marrones, ni malos rollos, ni discusiones por la cara, ni celos. Entre los angelitos hay amor, cariño, respeto, amistad y alegría. Los angelitos no se poseen, no se gritan, no se reprochan. Tampoco se enfadan porque no se dan motivos para ello. Solo se ven cuando los dos quieren, y si uno no quiere no pasa nada. Y cuando uno está de mala leche, pues se la guarda para soltarla contra una pared, pero nunca contra otro angelito. Los angelitos solo se quieren. Se quieren de verdad.

En el amor me gusta ser un angelito. Y compartir mi amor con angelitos como yo. Bueno, mi amor y mi vida. No sé si es el mejor sistema, pero a mí me funciona. Hace mucho que no me cabreo con una mujer ni ellas se enfadan conmigo. Porque no hay motivos, porque nos sobran las razones para estar contentos, porque por un angelito yo hago lo que sea, lo que me pida, porque entre nosotros solo hay un vínculo fortísimo, indestructible: el amor.

No sé qué es mejor, si esto o lo otro, pero de lo que estoy seguro es de que el amor tiene que ser tan intenso como verdadero. En la verdad está el secreto. Creo que es ahí donde se genera la confianza necesaria para querer, en el sentido más bello, potente y amplio de la palabra. Amor sin tapujos, sin secretos, sin entresijos ni tabúes. Como el amor que se profieren los ángeles, que según yo lo veo es de los más puros.

El amor me ha hecho tan feliz como desgraciado, me ha hecho sufrir a la vez que gozar como un loco. Por amor he hecho grandes locuras, aunque también he dejado de hacer cosas y conocer a personas que hubieran merecido la pena. El amor ha inspirado canciones que han dado vida a Jarabe de Palo, canciones que ahora compartimos y que tan afortunado me hacen. Aquí os dejo una a la que le tengo especial cariño. Nunca fue un single, ni siquiera popular, pero creo que expresa bien cuál es mi punto de vista acerca de este sentimiento tan maravilloso al que llamamos amor.

barras.tif Siempre, nunca, nada

Siempre tú.

Siempre sí.

Siempre lo mejor de mí.

Lo mejor de cómo soy

siempre y solo para ti.

Siempre bien.

Siempre a cien.

Siempre tuyo.

Siempre fiel.

Siempre a fondo.

Dando todo.

Siempre en ON mi corazón.

Nunca nada.

Nunca no.

Nunca a menos

ni a peor.

Nunca solo.

Nunca adiós.

Nunca en OFF mi corazón.

Nunca mal.

Nunca igual.

Nunca a menos

ni hacia atrás.

Nunca nadie.

Nunca STOP.

Siempre en ON mi corazón.

Siempre, nunca, nada es bastante.

Siempre, nunca, nada al instante.

Siempre, nunca, nada es lo que eres para mí.

Siempre, nunca, nada hasta el fin.

Siempre en ON mi corazón, siempre en ON mi corazón.

Siempre tú.

Siempre sí.

Siempre juntos.

Siempre así.

Lo mejor de cómo eres

siempre y solo para mí.

Siempre acción,

atracción.

Siempre todo

por amor.

Siempre dos en movimiento.

Siempre en ON tu corazón.

Nunca nada.

Nunca no.

Nunca a medias

ni a traición.

Nunca sexo sin quererlo.

Nunca en OFF tu corazón.

Nunca cero.

Nunca error.

Nunca sexo por favor.

Nunca hacerlo por hacerlo.

Siempre en ON tu corazón.

Siempre, nunca, nada es bastante.

Siempre, nunca, nada al instante.

Siempre, nunca, nada eres todo para mí.

Siempre, nunca, nada hasta el fin.

Siempre tú, siempre sí.

Siempre juntos, siempre así.

7.
ESCRIBIR UNA CANCIÓN QUE TE PARTA EL CORAZÓN

Llevo un rato dando vueltas por la casa buscando cualquier excusa para no enfrentarme a la bestia. Nada más levantarme ya me iba a poner por la labor, pero he pensado que mejor primero salía a dar una vuelta con los perretes. Al volver he desayunado y me iba a sentar a componer, pero me he acordado de que no me había duchado. Duchita, desodorante, un poquito de colonia y para el estudio. Ya en la puerta me he dado cuenta de que tenía una lavadora por poner, así que ropa de color, detergente, programa corto a 40º y pa’lante. Bueno, ahora sí. Son las 10:00 a. m. y me tengo que enfrentar a la bestia, sea como sea. De camino al estudio por segunda vez he pasado por la cocina y he visto el ordenador. He pensado que, como hacía días que no escribía nada para el libro, sería bueno redactar un nuevo capítulo, y como muchas veces me han preguntado que cómo lo hago, pues me ha parecido que el asunto de la composición podría ser un buen tema. Así que he pospuesto lo de la composición para más tarde y aquí estoy, escribiendo un poquito para contaros cómo compongo las canciones.

¡Todo excusas! Todo pantomima para no enfrentarme al momento de agarrar una hoja de papel y, sobre una idea, ponerme a escribir un texto que algún día puede que se convierta en una canción. Cobardía pura, lo reconozco. Esa pelea me da pánico.

La bestia es pues mi próxima canción. Es como cuando el caballero se enfrenta al dragón, el torero al toro o Foreman a Mohamed Ali. Es como una primera cita. Mira que le tienes ganas a la chica, pero… ¿Le voy a gustar? ¿Qué le voy a decir? ¿Me pongo camisa y corbata, o camiseta y vaqueros? ¿Y la colonia, cuál será la más adecuada? Cuando te enfrentas a una canción ocurre lo mismo, porque te da miedo que al final no quede como te la habías imaginado.

El proceso de la composición es el que más me gusta. Creo que si no escribiera canciones ya me hubieran echado de la banda, porque como cantante y artista soy más bien del montón. Siempre busco mil excusas para no ponerme a componer, y mira que sé que una vez escuche la canción terminada voy a ser el tipo más feliz del mundo, pero, queridos, ponerse a escribir canciones es siempre como un parto. En ocasiones acabo hasta enfadándome conmigo mismo: «¡Venga, joder, deja ya de darte largas, agarra la guitarra y tira p’al estudio!».

¿Primero la letra o la música? Da igual. Lo que sea. Puedes escribir letras estupendas por un lado y músicas maravillosas por otro, pero eso no quiere decir nada, porque a la hora de juntarlas igual resulta una mala canción. Lo mejor es hacer las dos cosas a la vez, pero yo no sé. Como decía, cuesta encender la mecha, pero una vez en marcha el proceso es una fantasía constante. No hay horas, ni día ni noche ni hambre ni sed. Ni teléfonos, ni duchas, ni lavadoras que poner. La composición es un proceso muy adictivo y placentero al cual me abandono vehementemente, porque tampoco sucede tantas veces. Suerte tengo de las llamadas de mi hermano Bernat (al único al que le cojo el teléfono cuando estoy en el estudio): son para recordarme que hay un mundo ahí afuera. Que coma, que duerma, que me afeite, que me peine… ¿Que me peine? Pero si no voy a salir a la calle para nada. En fin, gracias, hermano, por arrancarme de las garras de la bestia de vez en cuando. Porque las cosas como son; excepto en contadísimas ocasiones, a las ideas hay que meterles horas. Creo haberlo comentado ya: la inspiración no cae del cielo, la inspiración viene a base de darle a la cabeza.

Recuerdo otra ocasión en que estaba con el Ilustre Quimi Portet sentado en la terraza de un bar. Acababa el verano en Formentera y pasábamos unos días juntos, se nos acercó alguien y nos saludó. Era una actriz, una actriz que me gustaba muchísimo y que en ese momento estaba muy de moda por haber participado en una película del director Julio Medem. Ella venía con Graciela, una buena amiga mía, por lo que las invitamos a sentarse con nosotros. Pedimos unos refrescos o algo así e iniciamos una conversación acerca de la música y el cine. En un momento determinado alguien dijo que un actor es como un músico: te dan un papel y tú tienes que interpretar. El Ilustre Portet se quedó pensativo y muy educado, como es él, se limitó a aclarar que sí era verdad que en los dos casos trabajábamos sobre un papel, pero a diferencia de que en el de los músicos este estaba en blanco. Y así es, cuando te pones a componer empiezas de cero, y ese es un detalle a tener en cuenta. El comentario debió de ofender a la susodicha actriz, porque sin acabar el refresco se levantó y se largó. Qué pena, porque la tarde prometía.

Las canciones son como un laberinto con muchas salidas, pero también con muchos pasillos. Entras por un lado y, aunque te la imaginas, nunca sabes por dónde vas a ir ni por dónde vas a salir, aunque intuyes que el camino que vas a recorrer va a resultar fascinante. Son como rompecabezas con millones de fichas que tienes que ir colocando. Según como lo hagas, la canción saldrá de una manera o de otra. Insisto, lo que importa es que al final el resultado se parezca a lo que habías imaginado, e incluso mejor si lo supera. Por eso esa terrible sensación de ansiedad que tienes al empezar, porque no siempre lo consigues.

Creo que es importante no meterse mucha presión y dejarse llevar. Las ideas preconcebidas, vale, pero hay que investigar. En este proceso el camino a recorrer cobra una importancia muy relevante a la hora del resultado, me lo han enseñado los músicos, compañeros de viaje y fatigas que, dicho sea de paso, han tenido que soportarme con inquebrantable paciencia: hay que dejar brotar las ideas, darles tiempo y recorrido. Cualquier opción puede ser buena, cada idea puede desembocar en una mejor que te acabe dando la clave. Gracias a los músicos de Jarabe ahora escribo canciones mucho mejores. Ellos me han enseñado casi todo lo que sé.

Solemos grabar un disco cuando tengo maquetados al menos veinte temas nuevos. De esos veinte, que han pasado un filtro muy pero que muy severo, elegimos unos doce que serán los que conformarán finalmente el disco. En los proyectos de Jarabe nunca hay canciones malas, porque sí que las escribo, pero jamás pasan la selección. Los discos de Jarabe siempre incluyen temazos, porque no hay canciones mejores o peores, hay canciones que gustan más y otras que gustan menos. Y para gustos, los colores (por suerte). ¿Por qué La Flaca fue un éxito? ¿Por qué De vuelta y vuelta no funcionó? ¿Por qué Agua gustó tanto y en cambio Estamos prohibidos (una de mis favoritas) pasó desapercibida? Nadie lo sabe, pero son todos buenos temas, os lo aseguro, porque pongo mucho empeño en que lo sean y, de otra cosa no, pero de escribir canciones un poquito sí que sé.

Mierda, me he puesto a escribir estas líneas para escaquearme del estudio otra vez, pero ya se me ha acabado el tema. ¡Se acabó la excusa! Vuelvo a la mazmorra, a ver en qué pasillo del laberinto me pierdo hoy. Huy, ¡pero si es la una del mediodía!: hora de comer. Pues hala, hasta la tarde. ;)

8.
GOODFELLAS: LA AMISTAD

Me gusta presumir de amigos. A mi padre lo tenía frito porque mis amigos siempre fueron los más pintones, los más golfos, los más gamberros del barrio. «Dime con quién andas y te diré quién eres», me solía decir. Quizá por eso estaba tan disgustado, porque en el fondo yo era igual que ellos. Tengo unos amigos impresionantes. No muchos, pero requetebuenos.

Eso de que los grandes amigos son los que haces de niño, pues mira, depende. Sí es verdad que algunos me han acompañado toda la vida, pero también he conocido a gente estupenda en el devenir de los años, personas con las que comparto muchas afinidades, especialmente en el asunto de los valores, que para mí es lo importante. Gente buena, generosa, cariñosa, con buena vibra, que entienden bien qué significa ser amigo de sus amigos. Gente que no pide nada a cambio de su amistad o, en todo caso, amistad de vuelta.

Cuando era joven era más jodido para eso. Mis amigos eran mis amigos. Tenían que ser de puta madre y ganarse permanentemente el puesto. Estábamos obligados a cumplir de forma constante con las reglas, que entre nosotros mismos nos imponíamos, para demostrar que éramos los mejores amigos, uno para todos y todos para uno. Pero, al final, ¿qué pasa? Que después de cientos de mosqueos de juventud acabas aceptando que cada uno es como es, y que la amistad está por encima de todo. Si un día un amigo te putea, pues te aguantas. Si otro te falla, pues te jodes, como dijo Herodes. Porque sabes positivamente que ese tipo con el que de repente estás cabreado se partiría la cara por ti si hiciera falta, y que te quiere como si fueras su hermano. Y un hermano te puede cabrear, pero nunca te va a joder.

La amistad es cosa seria, vamos. Para mí un tesoro de valor incalculable. Y es que ya no estoy para rollos. O molas o no molas. Y si no molas, pues andate via, o sea: a tomar viento. Esta cosa del paripé no la soporto, como para aguantar a babosos que se relacionan contigo por mero interés y que lo único que buscan es chuparte la energía. De esa chusma también hay a patadas, es fácil detectarla. No sé si será por esta profesión que tengo, pero yo los diviso a la legua. Como decía la abuela Isabel: «¡Lo malo, fuera!».

Cuando saltó la noticia de mi cáncer, recuerdo especialmente una llamada:

—Hola, Pau, soy Xavi.

—Hey, qué pasa, colega. ¿Cómo estás?

—Pues, la verdad, jodido. Me acabo de enterar de lo tuyo.

—Sí, bueno, no te preocupes. Ya me han operado y todo ha ido muy bien.

Xavi no contestó. De repente se hizo el silencio y pegué la oreja al auricular por si oía algo, hasta que escuché a mi amigo sollozar.

—¡Epa! Que te he dicho que no te preocupes, joder, que está todo en orden. En una semana nos estamos tomando unas cañas y aquí no ha pasado nada.

Se hizo el silencio otra vez y entonces Xavi me dijo con la voz entrecortada.

—¡Te quiero mucho, Pau! No te mueras, ¿vale? No me hagas esa putada…

Y colgó.

«Te quiero mucho.»

Ahora las lágrimas me caían a mí. Que un amigo te diga eso es de las cosas más grandes que te pueden ocurrir. Porque significa que hay alguien por ahí que te aprecia, que te tiene en cuenta, que piensa en ti. Porque significa que formas parte de la vida de otra persona, y que no estás solo en el mundo. Tienes a alguien que se preocupa por ti, que te echa de menos cuando hace tiempo que no le ves, que se alegra de que te vayan bien las cosas, que se siente orgulloso de tenerte como amigo y tú de serlo de él. Que te quiere y te respeta.

Xavi y yo nos vimos al cabo de un tiempo. Parecía que hubiera pasado media vida, como si nos reencontráramos después de mucho tiempo. Nos dimos un abrazo de los que se dan los amigos de verdad, seguramente uno de los más emocionantes de mi vida. Y ahí estaba yo, con un gran amigo mío, con un tipo que seguro hubiera dado lo que fuera para que no me muriera.

Y por amistad, no me morí.

barras.tif Grita

Hace días que te observo

y he contado con los dedos

cuántas veces te has reído,

una mano me ha valido.

Hace días que me fijo

no sé qué guardas ahí dentro,

a juzgar por lo que veo,

nada bueno, nada bueno.

De qué tienes miedo

a reír y a llorar luego,

a romper el hielo

que recubre tu silencio.

Suéltate ya y cuéntame,

que aquí estamos para eso,

pa lo bueno y pa lo malo,

llora ahora y ríe luego.

Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello,

y si no te escucho, ¡grita!

Te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo,

y si quieres más pues, ¡grita!

Hace tiempo alguien me dijo

cuál era el mejor remedio

cuando sin motivo alguno

se te iba el mundo al suelo.

Y si quieres yo te explico

en qué consiste el misterio,

que no hay cielo, mar ni tierra,

que la vida es un sueño.

Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello,

y si no te escucho, ¡grita!

Te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo,

y si quieres más pues, ¡grita!

9.
EL PRECIO DE LA FAMA

¡Qué brasa esto de la fama! ¡Menudo coñazo! Y lo peor es que no entiendo por qué para algunos es tan fascinante. Bueno, quizá porque no la han vivido nunca. Los que somos populares (algunos, que no todos) no queremos serlo, y los que no lo son se disfrazan de famosos para parecerlo. Después están esos a los que lo único que les importa es ser famosos al precio que sea, los famosos de profesión, tan estúpidamente llamados «celebrities» (a los que mejor sería llamarles «cerebrities», en la mayoría de los casos por su falta de cerebro).

No quiero ser antipático, pero para que me entendáis, el asunto de la fama no lo llevo bien. Es más, lo llevo fatal. Diría que casi estoy de psiquiatra con este tema.

Voy a intentar, con toda la buena intención del mundo, explicaros lo que se siente cuando vives de forma popular.

¿Recordáis el día de vuestra boda? Hace mucha ilusión, sobre todo antes de empezar con los preparativos. Pero a medida que se acerca el día…, la cosa va cambiando, ¿no? Que si el vestido, que si las croquetas del aperitivo, que si las flores de los centros, que si esta iglesia o la otra, el discurso del cura, las invitaciones, el banquete, la orquesta… Hasta aquí, aunque cansino, todo en orden, aunque un poquito famoso ya has empezado a ser: tus colegas te han montado una despedida de soltero, mucha gente te llama para pedir detalles de la boda, etc.

Por fin llega el día en que te casas. Aparte de los nervios, al evento ya llegas como bastante cansado (por no decir reventao). Pues bien, desde que te levantas hasta que despides al último invitado eres el protagonista, el centro de atención, el famoso más famoso de todos. Si te has casado sabrás perfectamente de qué te hablo, si no, habrás ido a alguna boda y visto el careto de los novios a última hora.

La llegada a la iglesia, la misa, las primeras fotos en el jardín, el vídeo, la mesa nupcial, el banquete, el primer baile, el baile con los hermanos, con las tías, con las amigas de la madre, con tus amigos o amigas… Empiezan las copas y la gente se pone cariñosa. Y tú, que ya empiezas a estar cansado de atender a todo el mundo con una de tus mejores sonrisas, pues a aguantar lo que te caiga: la tía-abuela por parte de papá que no para de tirarte del moflete para recordarte lo mal que te portabas de pequeño, tu madre que dice que no te quites la corbata, el amigo bolinga que está en fase de exaltación de la amistad y no te deja ni pa’trás, tu suegra que quiere que te hagas un selfie con todas sus amigas. Y tú, con un dolor de pies de aquí te espero, Baldomero, con tremendas ganas de quitarte el traje y llegar a la habitación para estar con tu mujer, pues aguantando estoicamente el temporal, porque resulta que aún te quedan siete horas de boda… siendo el fa-mo-so, ¡la celebrity!

Pues la fama es lo mismo, pero cada día. Te levantas con la legaña, sales al jardín y hay un paparazzi colgado de un árbol esperando para hacer una mierda de foto que después publicarán en una mierda de revista. Vas a comprar el pan en bicicleta y te pasa un coche al lado y el mamón del conductor empieza a hablar contigo sin darse cuenta de que le viene un coche de cara. Llegas a la panadería y alguien quiere hacerse una foto contigo ¡a las nueve de la mañana! ¿Pero es que no ves la cara que llevas, reina? Si cuelgas esta foto en el feisbuc vas a perder a todos tus amigos. Vuelves a casa, desayunas (en la cocina, escondido del paparazzi del árbol) y te vas a la playa, como todo quisqui. Es verano y hace calor. Empieza el espectáculo: el tío que hace ver que llama con el móvil en realidad te está filmando, el que no es paparazzi pero lleva cámara semi-pro porque se pone palote espiando con su superteleobjetivo a las chicas que hacen topless, el pesao que mientras estás tomando el sol se pone justo delante de ti para darte la chapa mientras te hace sombra…

¿Sabes qué?, vamos a comer al chiringuito. ¿Comer en el chiringuito? Otra aventura. Te estás metiendo la primera cucharada de paella en la boca y que si una foto por aquí, si un autógrafo por allá, que si conozco a tu prima de Málaga (yo no tengo primas en Málaga), que si pásate por nuestra mesa después para que te invitemos a un gin tonic. Y no se te ocurra decir aquello de «si no te sabe mal, termino de comer y después te firmo lo que sea», porque entonces resulta que eres un antipático y un gilipollas. ¿Os imagináis pasar por esa movida cada día a la hora de comer? Pues nada, a comer a casa. Ni paella en el chiringuito ni hostias. Y así hasta que te metes en la cama. No sigo porque creo que a estas alturas ya tendréis una idea de lo que significa ser famoso.

La fama no mola. Los músicos, los pintores, los escritores… lo que queremos es hacer canciones, pintar cuadros, escribir libros. Hacer lo nuestro y compartirlo con los demás. Y a partir de ahí, vivir tranquilos. Y poder tomar un café en una terraza concurrida, y poder ir al cine un domingo por la tarde, y pillar el metro, o el autobús. En fin, hacer la vida como la haría cualquiera.

El arte en general implica llevar una vida bastante caótica y desordenada, por eso es tan importante (por lo menos para mí) poder hacer una vida lo más normal posible, incluso rutinaria, cuando me bajo del escenario. Pero la fama no ayuda, más bien todo lo contrario.

¿El precio de la fama? Pues no sé muy bien de qué va eso, pero en todo caso por ahí no paso. Que lo pague otro, porque yo no quiero ser famoso.

P. D. Son las cinco de la madrugada. Hace cuatro horas que terminó la boda y has intentado entrar en la habitación con tu novia en brazos, pero estabas tan cansado que no has podido. Te diste una ducha e irrumpiste en el dormitorio de la suite del hotel dispuesto a hacerle el amor a tu ahora mujer como nunca antes, pero estaba tan derrotada que se había quedado dormida con el vestido puesto.

De repente suenan unos golpes en la puerta. ¿Quién será a estas horas? ¡Nooooo! Tus amigos con una bolinga considerable, que, exaltados más todavía por la amistad, han venido a cantarte una canción de despedida: Amigoooss para siempre means you’ll always be my friend, amics per sempre means a love that will never end…

Qué le vamos a hacer, el precio de la fama.

Lo dicho, ser famoso no mola.

10.
LOS 20 MANDAMIENTOS

A los cincuenta años ya poca tontería te queda, pero si además te diagnostican un cáncer, pues todavía menos. Una de las cosas que tiene el no saber qué es lo que va a pasar con tu vida es que inmediatamente estableces un orden de prioridades con respecto a las cosas que realmente son importantes para ti, y también en qué cosas vas a emplear tu tiempo a partir de ese momento.

Prioridades y tiempo. Empezar a vivir según tus prioridades de la noche a la mañana no es tarea fácil, porque el entorno te condiciona. En teoría, los cambios radicales pueden poner en peligro ciertos pilares sobre los que se sustenta tu existencia. Pero el fin justifica los medios: me refiero a que, si hay que mandarlo todo a la mierda, pues se manda. Por muchos principios que tengamos, por muy claras que veamos las cosas, el día a día nos mete en un bucle en el que es fácil perder de vista tus convicciones, tus creencias más férreas, por lo que cuando te pasa algo fuerte hay que aprovechar y replantearse seriamente el asunto. A saco. Sin miedo. Lo que es bueno para ti también lo será para los demás, especialmente para los que te quieren.

Recupero una carta que publiqué en La maleta (www.jarabedepalo.com/la_maleta) en la que proclamaba una serie de anhelos que me vinieron a la cabeza cuando comencé a pasearme por los límites entre lo divino y lo humano.

Aprovecho la ocasión para volver a enumerarlos a modo de mandamientos, que a partir de ahora paso a cumplir a rajatabla cada vez que me tiemblen las manos, que dicho sea de paso últimamente me han temblado bastante:

  1. 1.Que sepamos vivir el presente.
  2. 2.Que no perdamos el tiempo pensando en el futuro.
  3. 3.Que dejemos de creer en la suerte y creamos en nosotros mismos.
  4. 4.Que dejemos de hacer montañas de granitos de arena.
  5. 5.Que la tristeza nos dé ganas de reír. Que nos riamos mucho.
  6. 6.Que cantemos en la ducha, en los bares, en las bodas, en las cenas con los amigos o donde nos apetezca cuando nos venga en gana.
  7. 7.Que aprendamos a decirnos «te quiero» sin que nos dé vergüenza.
  8. 8.Que nos besemos, nos toquemos y nos achuchemos mucho.
  9. 9.Que nos escuchemos tanto como sepamos compartirnos en silencio.
  10. 10.Que nos queramos, a los demás y sobre todo a nosotros mismos.
  11. 11.Que nos peleemos lo menos posible. Estar enfadado es una gran y estúpida pérdida de tiempo. ¡A la mierda el ego y el orgullo!
  12. 12.Que nos dejemos de rollos, de chorradas, de hacer ver lo que no somos, que eso no sirve pa’ ná.
  13. 13.Que le perdamos el miedo a la muerte, pero también le perdamos el miedo a vivir.
  14. 14.Que decidamos por nosotros mismos. Que nunca dejemos que los demás decidan por nosotros.
  15. 15.Que cuando la vida nos cierre una ventana sea cuando más abramos las alas para romper el cristal y salir volando.
  16. 16.Que las cosas nos lleven adonde sea, pero que nos vayan bien.
  17. 17.Que los cerebros de zafios, hipócritas, memos, mamelucos, corruptos, pesaos, estúpidos, tocapelotas, mentirosos, gilipollas… se reprogramen y entiendan que en la vida no hace falta ser así, que la vida va de otra cosa.
  18. 18.Que a las penas, puñaladas y al mal tiempo, buena cara. O mala, que tampoco pasa nada.
  19. 19.Que la vida sea siempre un sueño.
  20. 20.Y, en fin, que a la vida le demos calidad, porque belleza sobra.

barras.tif Tiempo

Tiempo es una palabra

que empieza y que se acaba,

que se bebe y se termina,

que corre despacio y que pasa deprisa.

Tiempo es una palabra

que se enciende y que se apaga,

ni se tiene ni se atrapa,

no se gira ni se para.

El tiempo no se detiene,

ni se compra ni se vende,

no se coge ni se agarra,

se le odia y se le quiere.

Al tiempo no se le habla,

ni se escucha ni se calla,

pasa y nunca se repite,

ni se duerme y nunca engaña.

Tiempo para entender, para jugar, para querer.

Tiempo para aprender, para pensar, para saber.

Tiempo para entender, para jugar, para querer.

Tiempo para aprender, para pensar, para saber.

Un beso dura lo que dura un beso,

un sueño dura lo que dura un sueño,

el tiempo dura lo que dura el tiempo,

curioso elemento el tiempo.

El tiempo sopla cuando sopla el viento,

el tiempo ladra cuando ladra el perro,

el tiempo ríe si tú estás riendo,

curioso elemento el tiempo.

11.
HOY TENGO UN DÍA DE «NO ME QUIERO MORIR»: LA VIDA Y LA MUERTE

Esto de estar vivo es un chollo, y lo de morirse una putada, la verdad. A la muerte nunca le he prestado mucha atención, como que la idea de morirme nunca me ha impresionado. Pasó muy cerca de mí cuando era joven, cuando madre se fue a la velocidad de un suspiro. Ahí enseñó los dientes, pero no me asustó, y ahora que la llevo dentro de vez en cuando me da por pensar en ella. Ahora ya no me ronda cerca, sino que me acompaña allá a donde vaya, por lo que hay días en que sí que la tengo en cuenta, y me asusto. Suelen ser de esos días en los que no me quiero morir.

Hoy estoy enamorado, así que como comprenderéis morirse sería una putada de las grandes. Además, tengo ganas de volver a casa, de darle un beso a mi hija, de hacer la maleta y llevármela de vacaciones. Tengo un libro y un disco entre manos que me gustaría terminar, porque en estos últimos meses me han venido muchas ideas a la cabeza y quiero aprovechar que estoy vivo para contarlas. La semana pasada estuvimos ensayando, y después de casi un año vuelvo a cantar y a tocar la guitarra. ¡Qué lujo! Sigo con mis clases de batería y percusión, y dentro de unos días empiezo las de baile. La profesora, además de una bailarina increíble, es vedette en El Molino (mítico cabaret de Barcelona). Hace unas semanas me examiné del PER para conseguir el título de patrón de embarcaciones de recreo, y aprobé, con lo cual tengo la idea de subirme a un velerito y salir a navegar todo lo que pueda o más. Como aquel que dice, después de veinte años me he tomado unas vacaciones largas, y claro, ¿cómo me voy a morir ahora que estoy de vacaciones?

¡Viva la vida, alegre y divertida! Si no es alegre y divertida, también. Porque no creo que haya nada como estar vivo. Estamos tan acostumbrados a que nos lata el corazón que no le damos mucha importancia, pero cuando la cosa no está clara, entonces aprendes a valorar lo que significa. En serio. Cuando estás vivo te mueves, piensas, te emocionas, sientes, comes, quieres, ríes, duermes, amas, sueñas, te alegras, te caes, te levantas, enredas, te cabreas… Cuando te mueres de todo eso nada, se acabó el chollo. Te mueres y punto. Hay quien dice que te vas al paraíso, un lugar mucho mejor que este en el que ahora vivimos. O que te reencarnas en un animal, o en una planta. O que incluso te puedes ir al Cielo o al Infierno. Cielo e Infierno, vaya dos sitios más extraños para ir.

No me fío. Prefiero aprovechar lo que me pasa ahora, en este paraíso en el que vivo actualmente, porque ahora soy consciente. Vivir el momento. Vivir. Y punto. Porque la vida es un regalazo. Otra cosa es que nos la compliquemos, que nos guste pensar que las cosas nos van mal, que todo es una mierda, en lo desgraciados que somos. Todo eso es hasta cierto punto aceptable y en algunos casos incluso razonable, pero cuando ves la muerte de cerca o, como en mi caso, la llevas puesta, entonces el punto de vista cambia. Se te quita la tontería rápido.

Cuando la vida te sonríe estás contento, alegre, de buen rollo. Cuando no te sonríe, pues por lo menos estás vivo, lo cual es siempre mucho mejor que los marrones que te tengas que comer. Además, los problemas siempre son relativos. Problemas tenemos. Muchos. La cuestión es cómo llevarlos, hasta qué punto son importantes, que pocas veces lo son.

A mí la vida me pone. Tengo muchas y poderosas razones para seguir aquí.

Tengo cosas por hacer. Voy sobrado de ilusión y de ganas, aunque podría ser que no tan sobrado de tiempo y de salud. Así que, de momento, querida y temida muerte, mejor «no me mueras», porque hoy tengo uno de esos días en que no me quiero morir.

Muérete tú, muerte, que a mí ahora no me va bien.

12.
LAS 10 PEORES PREGUNTAS QUE ME HAN HECHO: LOS PERIODISTAS MUSICALES

Lo de los periodistas musicales no tiene desperdicio. Los hay buenos, incluso muy buenos, son los que acabas la entrevista y dices: «Joder, qué lujo de charla». Son los que hacen que me sienta con ese buen cuerpo que se te queda cuando has pasado con un colega una tarde de sábado para charlar y luego te vas a casa pensando en el buen rato que has vivido. Son los que, para empezar, saben de lo que hablan; después, se han interesado por conocer tu música antes de entrevistarte. Les gustarás más o menos, pero se lo han preparado, y eso es muy de agradecer (cuestión de respeto, porque yo también me he preparado para ellos). Suelen tener la entrevista esbozada, pero lo suyo es la improvisación, cosa que me encanta, porque solo improvisan bien los que saben lo que hacen. En definitiva, que te hagan una buena entrevista es muy molón y, como decía, muy de agradecer si durante la promo de un disco o de una gira te cascas de quince a veinte entrevistas diarias. Para mí una buena entrevista tiene que ser lo más parecido a pasar un buen rato charlando.

Pero después están los otros.

Empecemos por los DIVOS: suelen trabajar en medios importantes, por eso van de divos. Ellos deciden dónde hacen la entrevista y les da igual si llevan de culo a la discográfica. Llegan tarde, enseguida te dejan saber lo importantes que son y la suerte que tienes de que te estén entrevistando. Sus entrevistas son cortas, llenas de silencios, porque en realidad les importa un pimiento lo que les vayas a contar, porque ya la tienen hecha antes de venir. Después, cuando lo publican, escriben lo que les sale de los huevos, nunca lo que has dicho tú. Eso sí, lo ponen en tu boca, y cuando acabas de leerlo es como si no hubieras leído nada, porque sus artículos son del tipo «donde dije digo, digo Diego, pero al revés. ¿Entiendes lo que te digo?».

Una vez coincidimos con uno en Madrid. Se inauguraba la Cubierta de Leganés, una plaza de toros enorme que se cubría apretando un botón, en la que tocaba Sabina y de teloneros, nosotros. Estando en el camerino aparece el crítico, sin pedir permiso ni saludar, y le pide al mánager (de Joaquín y también nuestro) un repertorio con los temas que cantará el Maestro. Cuando nosotros regresamos al camerino tras tocar, Sabina sale a continuación al escenario para empezar su concierto, y aquí es cuando nos percatamos de que el elemento en cuestión sigue de palique con el mánager, vaso de whisky y pitillo en mano, y se pasa todo el concierto dándole a la lengua, entre whiskies y viajes al baño del camerino. Cuando Sabina finaliza el concierto, el tipo va y se pira, sin despedirse siquiera, como si nosotros no hubiéramos estado allí presentes. Por supuesto, al día siguiente apareció en El País una página entera con la crónica y la crítica del concierto escrita de su puño y letra. ¡Patético!

Por suerte estos cada vez son menos.

Luego están los PERIODISTAS-ARTISTAS: que son mucho más artistas que tú; de hecho, les importa una mierda quién eres y lo que haces. Ellos nacieron para artistas, pero nadie les entendió, nadie tuvo la sensibilidad de valorar su creatividad, por eso ahora hacen de críticos musicales. Lo cuento de otra manera: aspirantes a músico sin ningún talento que, a falta de escenario, se dedican a cargarse cualquier proyecto artístico que despunte. Suelen ser entrevistas en las que tú hablas poco y solo hablan ellos. Les gusta escucharse y hacerse los guays. Enseguida te dejan claro que saben muchísimo del tema, que son amigos de los artistas más importantes del planeta y que ellos les han entrevistado, y que tú eres un mierdecilla que simplemente has tenido suerte en la vida. Son muy pesados y cuando publican sus entrevistas siempre hay un claro protagonista: ellos.

También están los PERIODISTAS-EXAMINADORES: vas a la entrevista como si fueras a un examen de fin de curso. Tienen una batería de preguntas que hacerte impresionante, muchas y muy precisas: «En agosto de 1997 tocasteis en el campo de fútbol de Lepe, ¿recuerdas de qué color eran los bancos de los camerinos?». Dentro de este tipo hay de dos clases: los que se lo han currado, con preguntas tipo test pero especiales para tu entrevista, y los que se presentan con un modelo ya preestablecido (ahí lo importante es fijarse desde el principio en si el periodista se ha traído el «modelo músico» o el «modelo futbolista»).

Otros son los BUSCATITULARES: se pasan toda la entrevista erre que erre buscando un titular. Estos se equivocaron de departamento. Son rebuscados, tramposos, sus estrategias para conseguir el titular que anhelan son ilimitadamente enrevesadas, y eso es porque el lugar donde deberían estar es en las secciones de sucesos o en las de sociedad, en las que poder saciar su sed de titulares con mayores posibilidades de éxito. Es impresionante ver la cara que se les pone cuando se lo das (el titular, digo). Son yonquis de la escandalera, del lío… El asunto es darles lo que buscan lo más tarde posible, para que por lo menos escriban algo sobre el disco que estás presentando.

En fin. En todos estos años de entrevistas, de carrera artística, el que se lleva la palma de oro fue un periodista de La Razón. Recuerdo que era verano y en la redacción debían de estar de vacaciones, así que llegó a la discográfica el «periodista», un chaval joven con cara de simpático, repeinao pa’trás a lo Mario Conde, que se sentó delante de mí muy callado.

—Hola —le digo.

—Hola, buenos días —me responde.

—¿Empezamos?

—Estoy esperando a Pau Donés, el cantante de Jarabe de Palo —estábamos uno frente al otro, máximo a un metro de distancia.

—Pues soy yo.

—¡Ahhhhh! ¿Tú eres Pau? El cantante del grupo español Jarabe de Palo, ¿no?

—Efectivamente.

—¡Me gusta ese grupo! Son los de La Flaca, ¿verdad que sí?

—Eso es, ¿comenzamos?

—Espera, que me he traído las preguntas, a ver… ¿Dónde las habré puesto?

Obviamente, nunca las encontró. Como os podéis imaginar, a partir de ahí todo fue un despropósito. «La Flaca…, qué interesante… ¿Era guapa la Flaca? De Cuba, ¿no? Cuba, qué buen sitio, con sus playas y sus palmeras con cocos…» Yo no daba crédito, pensé que se trataba de una broma. La típica cámara oculta. Pero no, ¡era real! «Jarabe de Palo, ¿pero, por qué os llamáis así? A mí me hubiera gustado más otro nombre.» Im-pre-sio-nan-te. Reconozco que pasé por un momento de crisis, pero después me lo pasé de lujo. Qué hartón de reír, no lo pude evitar. A cada pregunta más y mejor. «Por un beso de la Flaca daría lo que fuera… ¿Y no sería mejor “lo que fuese daría” a “daría lo que fuera”? Le queda mejor, ¿no?»

¡Madre mía, qué disparate! A la vez que patética la entrevista fue muy divertida, y, para rematar, antes de despedirnos me soltó una última perla:

—Perdona por la brevedad de la entrevista, pero es que me tengo que ir a Marbella a pasar el finde y voy un poco tarde.

Como el tema tiene su enjundia y da para mucho, a continuación voy a enumerar algunas de las peores preguntas que me han hecho en estos 20 palos:

«¿QME CUENTAS?»

¿Qué me cuentas? ¿Y a ti te pagan en el periódico? Qué me cuentas tú. Típica pregunta de periodista que no se ha preparado nada. Cuando las entrevistas empiezan así acostumbro a contestar con una breve explicación de lo que he desayunado. Suele funcionar. Entonces el interlocutor se pone las pilas y la entrevista se puede llegar a salvar. Si el periodista insiste en que tú le hagas la entrevista sin él pegar ni sello, entonces en cinco minutos estamos. Él no sabe qué preguntar y yo respondo con monosílabos. ¡Pim, pam, pim, pam! Mejor para todos, no perdamos el tiempo. En www.jarabedepalo.com tienes toda la información.

—«¿QUIÉN ES LA FLACA?»

¡Socorrooooooo! No es que sea una mala pregunta, pero después de veinte años… ¡Joder, como para venir a la entrevista con los deberes hechos! ¡Wikipedia, please! Cuando una entrevista empieza con esta pregunta, mal vamos. La respondo sin problema, pero, querido/a, si te lo curras un poco hacemos una entrevista de puta madre y además lo pasamos bien. Con la de preguntas que hay por hacer y las ganas que tengo de responderlas. Porque, eso sí, me encanta responder a las entrevistas, pero, ¡hostias!, vamos a darle un poco a la cabeza. Por si las moscas hay algún periodista despistao leyendo este capítulo, la Flaca es Alsoris Guzmán Morales.

—«¿POR QUÉ JARABE DE PALO?»

Otra de esas que si te la meten al principio de la entrevista te dejan KO. Es que la he respondido millones de veces. De hecho, tengo cuatro o cinco respuestas distintas. Una de verdad y las otras inventadas. Sin maldad, ¿eh? Hay que ser creativo. Según quién tenga delante digo una u otra cosa, pero vamos, ¿por qué Jarabe de Palo? Porque hoy es miércoles, porque es verano y calienta el sol, porque el abuelo fuma, porque a mi novia le gustan las chicas, porque me duele la cabeza y la música está muy alta… La que más os guste, pero lo que está claro es que a los grupos hay que ponerles nombre.

—«¿PARA CUÁNDO EL PRÓXIMO DISCO?» (Durante la presentación de un disco.)

¡Ja, ja, ja, ja! Pero lo fuerte es que no me la han hecho ni una, ni dos, ni tres veces. Mil por lo menos. ¿Por qué la harán? ¿Qué extraña curiosidad esconde esta pregunta? Estamos justo presentando un disco nuevo, canciones nuevas, gira nueva… Carpe diem, estimado periodista. No sé ni lo que voy a hacer mañana, como para hablarte de un nuevo proyecto. Hablemos del presente, que es lo que nos ocupa.

—«¿Y CÓMO DICES QUE SE LLAMA TU GRUPO?»

¿Que no os lo creéis? Y tanto que me lo han preguntado. ¡Y al final de la entrevista! Ahora me río, pero es para agarrar un cabreo de los fuertes. ¿Pero tú a qué has venido? Si me preguntas esto es: 1) que estás en la sección musical desde hace muy poco, 2) que no te has leído el dossier de prensa que te mandamos desde Tronco Records, 3) que no te has escuchado el disco, y 4) que no tienes ningún interés por tu interlocutor. En tal caso, ¿qué estamos haciendo? Cuando esto sucede lo conveniente es remitirle (una vez más) a tu página web, aunque de antemano sabes positivamente que no te va a hacer ni puto caso.

A colación de lo que cuento, aprovecho para relatar una breve anécdota que me sucedió una vez estando en la estación del AVE de Lleida. De repente se para un pedazo de coche negro delante del mío y baja un chófer perfectamente uniformado, con gorra incluida, se va a la parte de atrás del vehículo y abre la puerta trasera, y de ahí baja una señora mayor muy guapa y elegante.

—Oiga, joven —me increpa—, usted es un cantante famoso, ¿verdad?

—Bueno, conocido, diría yo.

—¿Me podría firmar un autógrafo para mis nietas? Es que su grupo les gusta mucho.

—Por supuesto, señora —el chófer me da papel y boli, le pido el nombre de las chicas, dedico y firmo.

—Muchas gracias, joven. Y le felicito por su trabajo, porque no se crea, ¿eh?, a mí también me gusta mucho Estopa.

Pues lo dicho, ¿que cómo dices que se llama tu grupo?: «Pues Estopa».

—«¿ME PUEDES CONTAR ALGUNA ANÉCDOTA DIVERTIDA DE LA GIRA?»

Esta no es que sea una mala pregunta, pero es de las que me cuestan, porque anécdotas durante una gira suceden muchas, pero o no se pueden contar («lo que pasa en la gira se queda en la gira», rollo Las Vegas) o se me olvidan. Nunca sé qué contestar. Ahí pido disculpas por la poca originalidad de mis respuestas.

—«¿A QUÉ SABE PAU DONÉS?»

No haré muchos comentarios al respecto, porque es una pregunta que cuando me la hicieron por primera vez no supe entender. Supongo que mi nivel intelectual estaba muy por debajo del de la periodista del corazón que me la planteó. Lo que sí diré es que finalmente la pude responder: me fui a cenar con ella y acabamos en la cama, con lo que la duda quedó resuelta y, dicho sea de paso, de forma extensa.

—«¿QUÉ TE LLEVARÍAS A UNA ISLA DESIERTA

¿Otra vez? Pero si es que de las veces que la he respondido he llevado tantas cosas a la isla que podría montar un hotel de cinco estrellas Gran Lujo. No sé la de cosas que me llevaría, pero después de ver El lago azul me encantaría llegar a la isla desierta y que estuviera Brooke Shields esperándome. Sinceramente, y sin ninguna intención de meterme donde no me llaman, esa pregunta deberían retirarla definitivamente de las entrevistas musicales, porque los músicos ya solemos vivir en islas desiertas, me refiero a nuestro «universo particular», y tampoco creo que al lector esa información le aporte nada especialmente interesante a su vida. El lago azul le ha hecho mucho daño a esta pregunta, la verdad.

Pero bueno, para satisfacer vuestra curiosidad, a una isla desierta me llevaría: un cortacésped, una báscula, un bote de Réflex, seis percheros, comida para perros, hilo dental, una Vaporetta, una tarjeta de autobús nueva, un cortaúñas marca ACME, unos zapatos de tacón, la tarjeta de crédito, un paraguas automático, una jamonera por si acaso hay cerdos salvajes en la isla, la suscripción a Netflix, unos parches y pegamento para los pinchazos, un tubo de gomina, un peine, un bote de desodorante, maquinillas de afeitar y un frasco de pachulí por si acaso llegara a la isla alguna polizona con ganas de isla desierta, una máquina de pinball, mi colección de discos, un albornoz para después de la ducha, una caja de preservativos también marca ACME, un traje de agua por si llueve, una peineta, una brújula y un yate de ochenta metros y veinte camarotes por si algún día me quiero marchar. Creo que no me he dejado nada.

—«¿CUÁL ES TU CANCIÓN PREFERIDA DE JARABE DE PALO?»

¡Bufff! ¡Qué pereza! ¿Y qué más da? Lo importante es cuál es tu canción preferida, no la mía. Ningún músico o compositor tiene una canción preferida. De otros artistas sí, pero de uno mismo… ¡Pues yo qué sé! Cualquiera. O todas. La que más rabia te dé. Nunca he respondido a esta pregunta, porque no me sé la respuesta. Lo sabría si solo hubiera escrito una canción, pero no es el caso. O si hubiera escrito Heroes, pero tampoco es el caso, porque la compuso David Bowie.

—«¿QUIÉN ES EL MODISTO QUE TE VISTE?» (En la alfombra roja de los Premios Grammy.)

Al oír la pregunta miré hacia los lados, para cerciorarme de que me la estaban haciendo a mí. Entonces le dije a quien me la hizo: «Pero estos son unos premios musicales, ¿no te habrás equivocado de evento?». De lo que seguro que se equivocó fue de artista. Preguntarme a mí, el tipo peor vestido y despeinado de la alfombra roja, quién me vestía… Pregúntame de música y te contesto, pero si quieres saber de trapitos búscate algún loro que, como tú, creen que lo de la música va de famoseo y mamoneo. Aquí el personal se dedica a hacer o interpretar canciones. Y el que no, como tú, se ha equivocado de sitio.

Pero, ojo, no todo son preguntas malas o absurdas, también las hay buenas. La mejor que me han hecho en estos veinte años ha sido:

—«¿TIENES PLAN PARA CENAR ESTA NOCHE?»

Estábamos en Atlanta y acudimos a la cadena CNN para que me entrevistasen en uno de los programas más importantes de televisión de Estados Unidos, y la periodista, Melany, las cosas como son, estaba de muy buen ver. De muy buen ver no, estaba tremenda. La cosa fue muy bien y enseguida conectamos, así que cuando terminó la entrevista, y ya fuera de micro, me pregunta:

—¿Vas a estar muchos días en Atlanta, Pau?

—Pues por desgracia no, mañana por la mañana nos vamos.

—¿Y tienes plan para cenar esta noche?

—De momento no. ¿Se te ocurre algo?

—Que te invito a cenar, y así conoces un poco la ciudad.

—Tú invitas y yo pago.

Fuimos a cenar al mejor restaurante de Atlanta, y después me llevó a los clubs más divertidos de la ciudad. Lo pasamos en grande: reímos, bailamos… y a última hora me invitó a su casa, un lujoso apartamento en el edificio más alto del downtown. No os cuento más, pero no faltó de nada. ¡Qué noche, qué fiesta, qué entrevista!

¡Bip-bip-bip-bip…! Joder, son las nueve, me he vuelto a quedar dormido. Vaya sueño que he tenido, soñaba que hacía una entrevista en la CNN con una presentadora. ¡Menudo bombón! Me hacía la pregunta soñada, esa que nunca nadie me ha hecho, luego me invitaba a cenar, nos íbamos de marcha y, para finalizar, acabábamos en su casa y hacíamos el amor. ¡Ufff, qué pasada de sueño! No recuerdo cómo se llamaba ella… ¿Melany puede ser?

13.
UNO ES COMO ES Y NO HAY MÁS DE LO QUE VES

Tengo poderosos motivos para haber sido un chaval con muy poca autoestima. La dislexia y la hiperactividad provocaban en mis compañeros un cierto sentimiento de rechazo que yo combatía a base de mamporrazos. También notaba ese rechazo entre los profesores (entre los cuales nunca repartí ninguna torta, faltaría más), pero especialmente en uno. El muy cabrón me amargó la existencia durante tres años, de los 10 a los 13. Llegaba al colegio y solo el percibir el olor de su colonia (Vetiver, de Puig) ya me ponía malo. Ahorraré los detalles, pero cuando alcancé el momento de cambiar del colegio al instituto, aparte de recordar a mis padres que me cambiaran de centro, él me dijo lo siguiente: «Donés, eres un cero a la izquierda, en la vida no servirás para nada, como para nada sirves ahora». Fuerte, ¿no? Decirle eso a un chaval de trece años, que ya tiene suficientes problemas para leer, escribir y relacionarse, no es de cabrón, es de hijo de puta. Como para arruinarle la vida a ese joven para siempre.

Pero no me la arruinó, sino todo lo contrario: «¿Que no voy a servir para nada? Pues mira, voy a tirar pa’lante, mamón, solo para joderte».

Pasaron los años. Grabamos un disco y nos nominaron a un Premio Ondas, galardón muy prestigioso que la Cadena Ser de Barcelona entrega en esa ciudad. Entre las actividades programadas había una visita al Palau de la Generalitat, y en estas que me presentan al president Jordi Pujol. Mientras estoy conversando con él veo que se acerca alguien, como gesticulando con los brazos, se dirige a mí y me dice: «¡Hombre, Donés! ¡Qué alegría, qué contento estoy de verte!». Habían pasado veinte años, pero no me había olvidado ni de su cara ni de su voz, ni mucho menos de su puta colonia. Era ese «pedagogo» que tanto me había despreciado cuando yo era un chiquillo. Me ofreció la mano, la cual rechacé, y delante del president le contesté: «Pues ya lo ves, aquí estoy, a pesar de ti. Este es el resultado del maltrato que me dispensaste cuando era niño. Hoy recojo un Ondas, que no voy a compartir contigo. Y perdona, pero a esta conversación no estás invitado». «Contento de verte», me respondió él. Pues yo no. El daño que podría hacerme si en ese momento yo no hubiera sido fuerte… Quiso destrozar mi autoestima, pero no me dejé.

Los premios se entregaban por la tarde, así que en un rato libre que había entre la comida y el evento me fui a visitar a un amigo. Un tipo extraordinario, con un talento enorme. Buena persona, buen amigo y gran librepensador. Hacía mucho que no lo veía y me alegré mucho del encuentro. Me recibió en su casa, nos abrazamos, nos besamos y nos sentamos a conversar. Teníamos mucho que contarnos, pero enseguida me di cuenta de que en las muñecas tenía dos cicatrices. Le pregunté si le había pasado algo, aunque estaba claro el qué: había intentado suicidarse cortándose las venas. ¿Por qué? Un tipo tan estupendo, tan listo, tan genial… Muy fácil. No se quería, tenía la autoestima por los suelos. ¡Joder!

Tener autoestima en los tiempos que corren no es fácil. Cuando eres niño has de ser el mejor jugando al fútbol, el que saque las mejores notas, el que tenga más novietas. En la adolescencia el más alto, el más guapo, el más enrollao, el más simpático, el que mejor viste, el mejor hijo. En el trabajo el más pelota, el más competitivo, el más agresivo, el que obtenga mejores resultados. Y en casa el mejor padre, el mejor marido, el mejor amante, el que tenga el mejor coche y la mejor casa. Menuda presión, porque el mejor en todo no se puede ser. Además, si no lo eres, ¿cuál es el problema? En realidad no pasa nada. Todos tenemos cosas buenas y cosas no tan buenas. El éxito y el fracaso son muy relativos, y tan necesarios son el uno como el otro. Después están los parásitos, que son toda esa chusma de gente que te chupan la energía para sentirse mejor. Son los ladrones de autoestima ajena. Ojo con esa raza, que aunque son pocos haberla hayla.

En fin, queridos, querámonos un poquito, pero a nosotros mismos. No nos exijamos tanto porque tampoco hace falta. No hay que gustar a todo el mundo, ni ser el más listo, ni el más guay, las comparaciones nunca fueron buenas. Con ser como somos es suficiente, porque todos valemos mucho.

Y al que no le guste, que no mire.

barras.tif Tú mandas

Hay la teoría que demuestra

que la vida es una apuesta

que ganamos al nacer,

que de nada sirve acojonarse

cuando todo es un desastre

y la suerte te abandona.

Hay el argumento que sostiene

que la vida es el presente,

que no hay nada que perder,

que de nada sirve arrugarse

cuando todo lo que haces

no sucede como esperas.

Tú, tú mandas,

si sigues o te plantas,

tú eliges,

las reglas las decides

tú, tú mandas,

tu historia la decides tú.

, tú mandas,

si esperas o te lanzas,

tú eliges,

los límites los pones

tú, tú mandas,

tu vida la decides tú.

Hay la teoría que demuestra

que la vida es una fiesta

que no te puedes perder,

que cualquier momento es buen momento

para empezar de nuevo

cuando todo es una mierda.

Hay el argumento que sostiene

que no hay vida tras la muerte,

que hay que ver para creer,

que la libertad te da la vida

y el amor la energía

para que nada te detenga.

Tú, tú mandas,

si sigues o te plantas,

tú eliges,

las reglas las decides

tú, tú mandas,

tu historia la decides tú.

, tú mandas,

si esperas o te lanzas,

tú eliges,

los límites los pones

tú, tú mandas,

tu vida la decides tú.

Hay la teoría que demuestra

que la vida no es perfecta,

que cualquier momento es buen momento

para empezar de nuevo,

que tu vida la decides tú.

14.
LA TEORÍA DE LA CREATIVIDAD

Me causa sorpresa cuando alguien me dice que los artistas tenemos un don especial. Me sorprende porque, una de dos, o todos somos especiales o en el asunto de la creatividad todos somos normales. Y es que cualquiera de nosotros tiene una parte creativa, solo es cuestión de saber cuál es y desarrollarla.

A mí me ha tocado la música. De pequeño mi madre se dio cuenta de que, si ponía música, el mono (o sea, yo) que tenía en casa se calmaba. Bajaba del armario de la cocina, me acercaba al tocadiscos y me quedaba horas escuchando los sonidos que salían del aparato. Mi hermano Marc, por ejemplo, dibuja muy bien. Ya desde enano tenía un increíble sentido del espacio, una gran capacidad de reproducir con el lápiz todo lo que veía: las formas, los colores… Lo hacía muy bien. En cambio, yo para el dibujo siempre he sido un absoluto negado. ¿Es que no soy creativo? Sí, lo soy, pero en lo mío.

Digamos que la creatividad tiene que ver con tres cosas: las aptitudes naturales, el talento y la inspiración. Para ser músico necesitas poseer un cierto sentido del tempo (llamémosle ritmo) y de la afinación, o sea, aptitudes naturales. El talento tiene que ver con la facilidad que posees para tocar instrumentos, para aprender. Hay quien aprende deprisa, hay quien lo hace más despacio y hay quien simplemente no aprende. No pasa nada, la profesión de músico también tiene sus inconvenientes. Marc, que dibuja como los ángeles, no afina ni a tiros. Y por último, llegamos al asunto de la inspiración, y aquí está el quid de la cuestión. Le preguntaron a Picasso (de nombre Pablo, por cierto) cuándo le venía la inspiración, y contestó rápido y contundente: «La inspiración no sé bien cuándo me viene, pero cuándo lo haga que me pille en el estudio pintando». El mensaje está clarísimo: ¿que la inspiración, tan necesaria para pintar o escribir canciones, en mi caso, viene cuando estás colgado de la parra? Falso. ¿Que hay gente que está tocada por el duende y que por eso son tan buenos músicos? Falso (que le hubieran preguntado al maestro Paco de Lucía, que pasó gran parte de su infancia encerrado en una habitación escala p’arriba, escala p’abajo, diez horas al día, o a Michael Jackson, o a Prince…). La inspiración surge del trabajo, de las horas que pasas en el estudio dándole vueltas a la cabeza.

Insisto: todo el mundo tiene su parte creativa, sus cualidades, su talento. Lo único que hace falta es buscar la inspiración, que no se encuentra de otra manera sino metiéndole horas al asunto. Pero imaginaos qué lujo, ¿no? Meterle horas a algo que te gusta.

Por otro lado, la creatividad no solo se manifiesta a través de expresiones artísticas. Digamos que el arte es una parte, pero hay muchísimas otras formas: en los negocios, en la cocina, en la investigación, en el deporte y en tantas y tantas facetas de la vida donde haya que usar un mínimo la cabeza.

Con todo esto quiero decir que, si querías ser restaurador de muebles, ¿qué cojones haces trabajando en un banco? A mí que nadie me venga con el cuento ese de que los músicos estamos tocados por una varita. Como todos. Y el que te venda esa idea es que seguramente no tiene ningún tipo de talento para lo que hace. En nuestro mundo ocurre, no hay muchos, pero de vez en cuando te encuentras con el típico papanatas que va de músico molón pero que, como no tiene ni puta idea, se ha montado ese personaje excéntrico-bohemio-raro para dar el pego. Suele ser gente bastante impresentable, desagradable, en la onda de los divos, y lo tienen que hacer para disimular su falta de talento.

También ocurre bastante en el mundo del cine, en el de la pintura, en el de la publicidad… ¡Vaya fauna! En mi experiencia, y he conocido a bastante gente dentro del mundillo de la música, a los talentosos no les hace falta todo este paripé. Son personas muy normales que escriben, tocan, cantan muy bien, pero no porque nacieran con un don, sino porque le han metido muchas horas a lo suyo, y por eso son tan buenos y no necesitan justificarse ante nadie.

Así que ese cuento de que solo unos elegidos tienen el don de ser creativos, ná de ná. ¡Creatividad al poder! El mundo es de las buenas ideas…, pero cuando venga la inspiración, que me pille en el estudio tocando.

15.
LOVE & HATE: LA PAREJA

¿Vosotros creéis en la pareja? Porque yo no. Cuando una pareja de amigos se casa siempre compro dos trajes y dos regalos; uno es para cuando se casan y el otro para cuando se separan. Creo que he asistido a tantas bodas como divorcios. Con permiso de aquellos que vieron muchas películas de Disney, y sabiendo que esta es una afirmación que va a provocar cierta polémica, os digo que la pareja es el cementerio del amor.

«¿Hola, qué tal? Mira, te presento a mi pareja. Pau, Julián; Julián, te presento a Pau.» ¡Malas cartas!, tantas como en una partida de póker tener un jardín. Desde mi punto de vista es erróneo pensar que pareja es sinónimo de amor. O mejor al revés, que para estar enamorado hay que tener pareja. O, dicho de otro modo, que la pareja es la plataforma indispensable para vivir enamorado. Error.

En mi caso nunca ha funcionado. Puedo haber sido un buen amigo, un buen compañero, incluso algunos días hasta un buen amante, pero como pareja he sido un desastre total y absoluto.

Será que nunca he entendido las reglas, pero es que cuando al amor se le ponen reglas, mal asunto. Supongamos por ejemplo que conoces a una chica y te enamoras platónicamente de ella. Esa mujer a la que nunca le habías prestado una atención especial se convierte, en un abrir y cerrar de ojos, en tu musa, tu amor, tu vida, tu diosa. No hay nada más importante en el mundo que su presencia. No puedes vivir sin ella, no puedes pensar sino en ella. Te la llevarías al trabajo, al fútbol, al barbero, de fiesta con los colegas… Vamos, que no te despegarías de ella ni para ir al baño, es un decir. Resulta que ella siente lo mismo por ti, con lo que inicias una relación en la que todo es perfecto. ¡Ojalá el tiempo no pasara! ¡Ojalá este amor no se acabara nunca!

Pero se acaba. Llega ese horroroso y fatídico día en que tu heroína, que a tus ojos se ha convertido en bruja, te dice: «Tenemos que hablar». Y tú, que has pasado de príncipe azul a patán insoportable, agachas la cabeza porque sabes que vienen malas cartas, y respondes: «Pero… ¿por qué? ¿Qué es lo que ocurre?». Porque si solo te sucede una vez, pues mira, pero es que ya has tenido veinte musas y con todas has acabado igual de mal.

En las parejas hay algo que no funciona, y diría que el asunto reside en una serie de vínculos extraños, de obligaciones supuestas, de intereses ocultos. En general no sabemos convivir. Vamos a lo nuestro, pensamos solo en nosotros. Queremos las cosas a nuestro gusto sin pensar en que a lo mejor el otro las ve de otra manera. Queremos cambiar a nuestra pareja sin importarnos cómo es realmente. Mi príncipe azul sí, pero del azul que a mí me gusta. Es como que de repente pasas de ser un ídolo a un objeto. Un objeto que antes gustaba mucho, pero al que poco a poco, con la convivencia, le han ido saliendo defectos que inexorablemente con el tiempo tu pareja va a intentar corregir, pero a su manera.

Ahí empiezan los problemas. Yo, que por ser tu pareja te poseo, voy a cambiar todas las cosas que no me gustan de ti, que por cierto cada vez son más: posesión, exclusividad, celos, desconfianza, enfados, cabreos, castigo, incomunicación, sexo escaso y, al final, aburrimiento. De ser compañeros pasáis a ser enemigos y no te has dado ni cuenta.

Porque parejas aburridas he conocido muchas: del amor se pasa a los pactos de convivencia, después a la falta de comunicación y, finalmente, al tedio, a consecuencia del cual la pareja se rompe, y el que paga el pato es el amor. Cuando la cosa va de matrimonio entonces el descalabro acostumbra a ser todavía peor, porque ahí entra en juego el dinero y algo más escabroso si cabe: el qué dirán.

¿Por qué se casará la gente? Hay parejas que viven juntas pero duermen en camas separadas, incluso en habitaciones separadas; hay personas estupendas que antes eran los mejores amigos pero que ahora no se aguantan ni se hablan, incluso se odian. Los hijos, la familia, el círculo social, las apariencias, el dinero, el patético mundo de los engaños y las relaciones extramatrimoniales (los amantes, vamos). ¿Cómo se puede vivir con esa presión, con ese mal rollo, con esa infelicidad? No digo que siempre sea así, pero sí que son muchos los casos.

Y digo yo que, viendo lo visto, ¿tenemos claro lo de la pareja? ¿Será que el rol de las mujeres y los hombres en el siglo XXI ha cambiado y sin embargo no lo ha hecho la figura de la pareja tal y como mandan los cánones que la sociedad establece como correctos?

Mi abuela Isabel vivió siendo uña y carne con mi abuelo Ramón hasta el día que ella falleció. Cuando la yaya se fue, el abuelo decidió que sin ella ya no quería vivir, y a los tres años también nos abandonó. Nunca los vi discutir. Mi abuela gobernaba el barco y Ramón, solo cuando era estrictamente necesario, intervenía. Un día le pregunté al yayo que cómo lo había hecho para querer tanto a la abuela, y me respondió lo siguiente: «Antes, cuando se nos estropeaba el carro de las mulas, bajábamos al herrero y hacíamos lo imposible para arreglarlo. Ahora, cuando se estropea el tractor, vas y lo cambias por otro». ¡Error!

barras.tif Fin

Me has parado el corazón,

borrado la sonrisa

que a tu antojo

dibujaste en mi cara.

Arrasaste con mi vida,

te olvidaste de quién era

justo el día en que me diste

la boca.

Fin, fin, fin…

Se ha esfumado de mi coco tu presencia,

borrado el tatuaje

que a fuego te recordaba en mi pecho…

Borrado para siempre.

Te he tachado de mi vida y de mi agenda,

quemado la bandera

que en mi cama ondeaba tu nombre.

Fin, fin, fin… Olvídate de mí.

Se acabó, por fin llegó el momento,

los «lo siento», los «te quiero»,

sin sentirlo ni quererlo

acabaron mal.

Brindemos por ti y los viejos tiempos.

Ya te escribí una canción,

ya me pediste perdón,

qué más queda en la chistera de tu amor a cara perro.

Fotos sin color,

palabras sin aliento,

miradas sin amor,

quererse sin quererlo…

Fin, fin, fin…

16.
CON OCHO BASTA: LA FAMILIA

Con ocho basta era una serie que emitían cuando en España solo había dos canales de televisión (TVE1 y TVE2). La trama era la historia de una familia made in USA con ocho hijos: imaginaos la de líos que se formaban, aunque como buena serie americana que era, al final del capítulo siempre eran felices y comían perdices (en su caso hamburguesas con patatas fritas y kétchup).

La madre de mi hija y yo nos separamos cuando la niña tenía apenas dos años. No es fácil mantener una relación con un tipo que pasa una media de ocho meses al año fuera de casa y que, cuando está, ocupa la mayor parte del día pensando en las musarañas; «¿Aquí qué le va bien, un Do# o un La7?». Finalmente renunciamos a nuestra relación amorosa, no a la familiar, porque, aunque como pareja el asunto no funcionase (la pareja es el cementerio del amor), no significaba que tuviéramos que renunciar a la familia, con lo que nos había costado forjarla y la de cosas buenas que habíamos construido (una hija, por ejemplo).

Con el tiempo fuimos recomponiendo el tema hasta llegar a organizarnos bastante bien, pero con Sara, mi hija, fue diferente. Durante dos años pagué un precio muy alto por la separación: cuando volvía de mis viajes lo primero que hacía era ir a buscarla al colegio, y para mí era como la primera cita con la novia que más quieres en el mundo. Después de dos meses sin verla lo único que quería era recoger a mi princesa a la salida del cole, abrazarla y besarla fortísimo, para después ir a la pastelería a atiborrarnos de chocolate. Ella salía muy contenta, jugando con sus amigas, pero cuando me veía se ponía superseria y no quería venir conmigo: «Quiero ir a casa de la mama». Entonces, cuando llegábamos a mi casa, se tumbaba bocabajo en el sofá y era capaz de pasar dos horas sin decirme ni pío.

Con cuatro años, bajando un día del colegio para casa, Sara va y me dice: «Papi, ¿sabes por qué cuando venías a buscarme después de tus viajes siempre estaba enfadada? Porque pensaba que nos habías abandonado». ¿Fuerte, no? Tan pequeña y con ese sentimiento. Lo que no sabía es que eso, en mi caso, es imposible que suceda porque, para mí, la familia es lo más importante, el núcleo de mi vida, lo que me da seguridad y me hace ser valiente en los momentos difíciles. Abandonar a uno de los míos, ¡nunca!

Cuando vivíamos todos en casa de padre, los fines de semana esta se llenaba de amigos. Un día le pregunté a uno de ellos, que cada sábado tenía por costumbre presentarse después de comer y quedarse hasta el domingo, por qué nunca pasaba los sábados por la tarde en su casa, y me contestó que porque en la nuestra se sentía en familia, no como en la suya.

Hay muchas formas de organizar una familia. Estamos en el siglo XXI y los roles, tanto de la mujer como del hombre, han cambiado mucho. La mujer ya no es la que espera a que el hombre llegue a casa con la paga, y los hombres tienen otras aspiraciones más allá de trabajar de sol a sol para mantener a la parentela. Lo importante es que corra el amor a raudales. Lo importante es la calidad, no la cantidad.

Mi familia es mi hija, su madre, mis hermanos, mis tíos, mis amigos. En definitiva, la gente a la que quiero de verdad. Personas a las que nunca abandonaría por nada del mundo, como sé que ellas no me abandonarían a mí.

Aunque nací en una familia cristiana, y a pesar de haber chupado catequesis durante muchos años, hubo un hecho que hizo que el castillo de naipes de la doctrina familiar católica se desmoronara en un instante.

Era un sábado de verano y hacía una noche estupenda, con una tremenda luna en el cielo. Tendría yo unos veinte o veintiún años y por aquel entonces solíamos acabar las juergas de fin de semana bebiendo unas cervezas en el rompeolas de Barcelona, un destino muy concurrido por las parejas de amantes que gustaban de quererse mirando al mar a coste cero (vamos, las que no utilizan «muebles» para sus pesquisas amatorias). Estábamos con mi hermano Marc sentados en una roca cuando de un coche vemos salir a una pareja. Pues cuál fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que el hombre era un conocido de nuestros padres, uno de esos del grupo de amigos católicos con los que los domingos íbamos a misa (de hecho, uno de sus hijos hacía catequesis conmigo). ¡Qué fuerte! Porque, como os podréis imaginar, la chica no tenía nada que ver con su mujer, sino todo lo contrario: parecía por lo menos treinta años más joven que él y, en fin, para qué dar más detalles.

La familia cristiana: el padre, la madre, los hijos. Un wonderworld bendecido por Dios todopoderoso que en un segundo se había desmoronado por completo. Qué hipocresía, una de las familias más felices (en apariencia) de la comunidad y el padre se follaba a su joven amante en el rompeolas mientras los domingos en misa le daba la paz a su mujer mirándola a los ojos con cara de papa frita.

En mi familia no hay mentiras. El amor y el respeto son lo principal. Y claro que hay cabreos y desavenencias, pero nos queremos mucho. Y quién sabe si con los años, cuando en el futuro nos juntemos para Navidad, yo habré tenido tres hijos con otra mujer, y mi hermana se habrá vuelto lesbiana y vendrá con su esposa y los dos hijos de ella, y mi hija se habrá separado tres veces y tenga hijos de los dos primeros matrimonios y se presente con los de su compañero del momento y uno de los ex anteriores. ¡Yo qué sé! Lo que sí sé es que todos serán bienvenidos, y seremos felices y comeremos perdices (que no hamburguesas con papas fritas y kétchup), porque entre nosotros nos querremos mucho.

¿Familia? Sí, gracias. Y cuanta más, mejor.

17.
HOY TENGO UN MAL DÍA

Hoy tengo un día de mierda. Me he despertado con el pie izquierdo, aunque bien pensado tengo mis razones para estar así. Hoy no salgo de casa, me voy a quedar en la cama. No, en la cama no, que me gusta, voy a sentarme en la silla que tengo al lado de la ventana, y me dedicaré a observar el día oscuro y gris que este frío mes de marzo me tenía preparado. Me acordaré de los seres queridos que ahora me faltan, pensaré en aquel día en que Polette me abandonó por otro. ¿Por qué? ¿Qué no funcionó? ¿Qué hicimos mal? Bueno, qué hicimos mal no, ¿qué hice mal? Con lo bien que estábamos juntos, con la de planes que habíamos hecho, con lo felices que habríamos sido si no se hubiera enamorado de ese cabrón del Ferrari rojo que tan vilmente me la robó. Hoy no pienso quitarme el pijama. Ni me lavaré los dientes ni me ducharé. Tampoco contestaré al teléfono, porque estoy de mal humor y no quiero hablar con nadie.

Hoy tampoco quiero ser músico, ni novio, ni poeta, ni amante. Bajaré al estudio y escribiré la canción más cortavenas que te puedas imaginar. Y cuando acabe pondré el DVD de una de mis películas tristes favoritas, De óxido y hueso, donde sale una de mis actrices también favoritas, Marion Cotillard, con quien me habría casado si en algún momento la hubiera conocido, cosa que desgraciadamente nunca sucedió. Pienso estar dos horas llorando a lágrima viva. Al acabar pondré algo de música, triste, claro está, por ejemplo, algo de John Mayer, Gravity o Slow Dancing in a Burning Room, o algo de Citizen Cope, Sideways. ¡Tristísima! Luego volveré a la habitación y me sentaré de nuevo en la butaca, continuaré mirando por la ventana y alimentando el bajonazo que llevo.

Me he quedado dormido. Son las tres de la tarde y ni he visto la película, ni he escuchado a Citizen Cope ni he escrito la canción. ¡Qué burro soy! Creo que voy a comer algo, una ensalada o algo así. Pero sin tomate, ni rabanitos, ni zanahorias, ni ninguna hortaliza de colores que me pueda alegrar el día. Miro el móvil por si me ha escrito o llamado alguien. ¡Joder!, me gustaría que estuviera a tope de llamadas perdidas, porque eso querría decir que hay mucha gente que se acuerda de mí y entonces aún me sentiría más desgraciado. Pero ni una llamada, ni un mensaje… Vaya mierda.

Sigue lloviendo. Me voy al estudio. Creo tener un buen mood para escribir algo en la onda melancólica. Lo haré con el piano, porque aparte de que no tengo ni puta idea de cómo se toca, ese tipo de canciones me suelen quedar bien así. ¿El tema? El desamor, para acabar de hundirme en la miseria. Con acordarme de Polette y el gilipollas del Ferrari tengo bastante.

Llevo un par de horas en el estudio y no he escrito nada, solo cuatro frases bastante malas. No creo que nunca lleguen a canción:

Busco un refugio, en el camino,

donde a solas pasen las horas y tenga sentido.

Ven a mi cama, duerme conmigo,

entra en mis sueños porque hace tiempo que te he perdido.

Está claro que hoy tampoco sirvo para compositor. Me he quedado colgado delante de la cristalera del estudio viendo cómo llueve. Había un pajarito mojándose en la rama de un árbol. Por un momento he pensado que era yo. De repente ha llegado otro pajarito, o sería pajarita, porque le ha dado un par de piquitos y los dos se han ido volando, cantando bajo la lluvia. Mierda, qué dichosos se los veía. Me he acordado de Marion Cotillard y de la película y me he puesto a llorar otra vez, tanto que parecía el pajarito empapado del árbol. Tanto he llorado que se ha mojado el piano y se ha estropeado. Qué desastre. Pensando en Marion me han entrado unas ganas tremendas de llamar a Polette, que también es francesa, para pedirle perdón por todo. A lo mejor se lo piensa y vuelve conmigo. ¡La voy a llamar! ¡Con un par de cojones!

Ruuuup-ruuuup-ruuuup…

Allo, comment ça va, mon chéri?

Allo, Polette, je suis Pa

Je suis le répondeur automatique du Polette Truffó. Laissez votre message après le bip.

¡Joder, el puto contestador!

En fin, desisto. Mejor me voy a la cama que mañana será otro día. Lo bueno es que seguro que será mejor que hoy. Todo lo que baja, sube.

Por si hay alguien escuchando a este pobre desgraciado, buenas noches.

P. D. ¡Me cago en la leche, lo que me faltaba! Koldo (el gato de la casa) se ha vuelto a mear en mi cama. Tendré que dormir en la butaca de delante de la ventana. Está claro que hoy no es mi día.

18.
¿ALGUIEN SABE CÓMO SE PARA ESTO?: LA VASECTOMÍA CEREBRAL

El otro día estuve comiendo con un amigo más joven que yo, que tiene tres hijos con dos mujeres distintas. Mira que se lo dijimos los colegas: «No te vuelvas a casar. Te acabas de comer un marrón de mil pares de cojones y te vas a liar con un bicho que te va a volver loco», pero el amor es ciego y mi amigo muy enamoradizo, qué le vamos a hacer. Total, que se casó con el bicho y se comió el marrón de la separación por segunda vez, después de lo cual decidió hacerse la vasectomía. Pues entre el segundo plato y el postre me dice que está superenamorado otra vez. ¡Cagada! Y que se está planteando seriamente hacerse una vasovasostomía, es decir, deshacer la vasectomía.

Dicen que a partir de los cincuenta hay que hacerse una vasectomía por si acaso, no sé, pregúntenselo a mi amigo. Lo que tengo claro es que a mí me iría muy bien una, pero vasectomía cerebral. O que me sobreviniera la menopausia masculina, a ver si por fin empiezo a pensar y a comportarme de manera razonable.

Sí, ya sé que en el cerebro lo que tenemos son neuronas, pero es que a veces me va tan deprisa que tengo la sensación de que por mi cabeza lo que corren son espermatozoides, que se deslizan veloces llevando y trayendo información del tálamo al hipotálamo, pasando por el cerebelo y mandándola a toda velocidad a mi cuerpo a través de la médula espinal. Y lo de los espermatozoides no lo digo porque esté todo el día pensando en el sexo (me refiero a lo de los espermatozoides cerebrales), es porque estoy todo el tiempo pensando, pero en millones de cosas. Mi cerebro solo se desocupa cuando voy al cine o a un concierto, o cuando como pipas, pero es que creo que ni durmiendo paro de maquinar. Hay días en los que me levanto mucho más cansado de lo que me fui a la cama. He dormido bien, pero, chico, no hay manera de aflojar el ritmo neuronal.

Por poner un ejemplo, esta semana me he fabricado un invernadero. Empecé pensando en montar un chamizo sencillito y cubrirlo con un plástico transparente, como suele hacerse, pero enseguida comencé a darle a la cabeza. Si lo hacía en forma de tienda de campaña desaguaría mejor; en vez de plástico transparente mejor anaranjado, así a las plantas les parecería que la luz es primaveral y crecerían más rápido; para ventilar le haría un par de ventanas, pero entonces igual el viento se lo llevaba, con que mejor anclarlo bien al suelo con un sistema de piquetas con gancho de seguridad que me inventé; para regar lo mejor es el agua de lluvia, así que diseñé un aparejo que se activaba por infrarrojos al detectar el agua en el exterior y que cuando llovía abría el techo del invernadero para que pudiera entrar el agua de lluvia; para cuando no lloviera alimentaría las plantas con el sistema tradicional, por riego; aunque bien pensado, unos tubos de riego automático serían más eficientes; pero en el invernadero no hay agua donde conectar los tubos, ¡no hay problema!, haría una zanja en el jardín y así llevaría las tuberías de agua desde casa hasta el lugar, y de paso unos tubos con corriente eléctrica, porque dicen que a las plantas les gusta la música clásica; además así también podría instalar un sistema de seguridad y una alarma perimetral por si viniesen los conejos a comerse las kalanchoes; pero antes que todo habría que preparar la tierra: el abono mejor traerlo de Perú, porque dicen que las cacas de las llamas son el mejor abono; y tendría que arar la tierra: un tractor motocultor sería lo mejor, pero ¿cómo meterlo dentro?, ¡ya está, con un dron!, abriendo el techo con el sistema de apertura especial para lluvia e introduciendo el tractor por arriba; y respecto a la decoración, porque molaría darle un toque hippioso, con colores extravagantes, y a lo mejor ponerle una butaca molona, para ir de vez en cuando a hacerles compañía a las plantitas y de paso tocarles una canción.

Menos mal que finalmente me calmé y aflojé el ritmo, porque si no más que un invernadero hubiera parecido una nave de la NASA. Y lo peor es que todo esto lo pensé en menos de treinta segundos. Ya os lo decía yo, en el cerebro debo de tener espermatozoides en vez de neuronas, porque, salvo que algún neurólogo diga lo contrario, esto no es normal.

Tengo que parar de pensar. La última vez que fui a un psiquiatra lo volví loco. No puede ser que vea una mosca y me entren las ganas de diseñar unas alas para ponerme a volar. Llevo cincuenta años con las revoluciones a tope y ya va siendo hora de que esto se pare, ¿no? Porque además el cuerpo no tiene la culpa de albergar un cabezón como este. A lo mejor le gustaría dormir más horas, hacerse una siestita después de comer, levantarse por la mañana sin salir disparado de la cama… Hace como unos quince años escribí una canción, que nunca terminé, en la que ya levantaba la mano para pedirle un respiro a mi cerebro. Empezaba así:

Hoy dejo de pensar

y me dejo llevar por lo que me pida el cuerpo.

Me olvidaré de lo que pienso,

me regalaré a los sueños.

Mmm, no quiero pensar más.

Hacia delante, hacia atrás me dejo llevar.

Uhhh, me pongo a cero.

Uhhh, desconecto.

¿Os cuento cómo hice la otra noche el pastel de cumpleaños de mi hija? Mejor no, pero sí os digo que al final, más que de cumpleaños, parecía un pastel de boda. Cuatro pisos de tarta con merengue a cascoporro y un belén en la tercera planta.

Lo dicho, necesito una vasectomía cerebral.

19.
«¡DONÉS, FUERA DE CLASE!»: LA MALA EDUCACIÓN

«¡Donés, fuera de clase!» De mi paso por la escuela creo que esa fue la frase que mejor aprendí. En el colegio lo pasé bastante mal. Bueno, en los colegios, porque contando deprisa me salen siete desde parvulario hasta 1.º de BUP (el actual 3.º de ESO).

«¡Donés, baja de la nube!» ¿Que me baje de la nube? ¿Por qué? Me encantaba mirar por la ventana y ver cómo eran y hacia dónde se dirigían las nubes. Si se cruzaban, si se juntaban, si subían, si bajaban, si hacían guerras entre ellas… ¿Y las formas que tenían? De ballena, de máquina de tren, de barco pirata. Era mucho más divertido que repasar en la pizarra los ríos de España, os lo aseguro. ¿No hubiera sido mejor preguntarme qué era lo que veía en las nubes? A lo mejor hubiera sido más provechoso. ¿O es que todos los niños somos iguales?

«¡Donés, deja de hacer dibujitos y atiende!» Si hago dibujitos y no atiendo es porque no me interesa lo que me estás contando, ni a mí ni a la mayoría. Entonces, una de dos: o es que me lo estás contando mal (con los niños hay que tener fantasía), o es que a lo mejor me tendrías que contar otra cosa que despertara mi curiosidad y, por tanto, mi atención. Pero no, los niños a pasar por el tubo, porque los planes de Educación están para cumplirlos, aunque sean de la era del Jurásico. ¿Alguien sabe quién elabora los planes de Educación? Y cuando se hacen, ¿hay niños en el consejo de sabios? Porque si no los hay, deberían estar. Al fin y al cabo, esos planes se diseñan para ellos, ¿no?

En fin, el sistema educativo: ¿cómo se puede tener a un niño de diez años sentado ocho horas en una silla? A esa edad estamos diseñados para jugar, para correr, para gritar, para empezar a descubrir el mundo y a nosotros mismos. No para estudiar Matemáticas, no para memorizar los ríos de España, y mucho menos para saber que las mitocondrias sirven a las plantas para alimentarse. Mucho mejor saber, por ejemplo, cómo huelen, los colores que las caracterizan, las formas que muestran e incluso sus propiedades medicinales si las tienen.

Y otra cosa: ¿hay alguna madre o padre que a las siete de la mañana de un martes, por poner un ejemplo, se haya encontrado a su niño despierto-duchado-peinado-vestido y a punto para ir al colegio con una sonrisa de oreja a oreja? Seguro que no. Los niños, por naturaleza, a las siete de la mañana tienen sueño y duermen, en general a esa hora profundamente. Pues ¿por qué los despertamos? ¿Por qué no les dejamos dormir, tal y como marcan las leyes naturales con las que han sido diseñados?

Cuán importantes son los profesores y cuántas vocaciones han arruinado. Recuerdo en quinto de carrera la asignatura de Teoría de los Conjuntos Borrosos, que venía a decir, más o menos, que los números no son exactos, sino una aproximación triangular entre su anterior y su posterior. ¿Me siguen? No, ¿verdad? ¿A quién le puede interesar semejante chorrada? ¡Un auténtico peñazo! Nos daba la asignatura un joven profesor que ya tenía suficiente trabajo para entender esa cafrada como para hacer que la entendiéramos nosotros. Pero no pasaba nada, porque el problema del examen era uno idéntico a los que figuraban en el libro de texto, y este, el original, sí podías tenerlo durante el examen, así que lo copiabas y aprobabas. La trampa era que esos libros había que comprarlos (costaban casi tanto como la matrícula de la asignatura) y, mira tú por dónde: ¿quién los había escrito? El catedrático de la asignatura. ¡Vaya huevos! Por supuesto, desde que salí de la universidad esa teoría no me ha servido para nada, ni a mí ni al 99 % de los alumnos que la sufrimos, por no decir el 100 %.

Otra cosa bien distinta es el caso del profesor Lorenzo o el del profesor Sistach.

Lorenzo era el profe de gimnasia que tuve de los diez a los trece años. Un crack. No sé si os podéis hacer a la idea de lo que es tener en clase de gimnasia a cuarenta niños que vienen de estar cinco días sentados en una silla. Aquello no eran niños, ¡eran gremlins! Imposible apaciguar a esas bestias. Pues él lo hacía, y con facilidad. Por eso, de los cuarenta niños que éramos en clase no había ni uno que no le quisiera, desde el más gamberro hasta el menos deportista. En su clase éramos felices y le hacíamos mucho caso. Era un profe muy simpático, muy agradable, muy cariñoso y, a la vez, exigente. Y no digo que de cuando en cuando no nos soltara un calvote, ¿eh? Pero incluso eso era divertido. Nunca echó a nadie del gimnasio, porque como perderse una de sus clases no molaba nada, nos portábamos bien. Era un buen profesor, y con él nos sentíamos queridos. Hacía que su asignatura fuera divertida y por tanto una de las preferidas por todos.

Con los años nos volvimos a encontrar: tenía un gimnasio donde entrenaba a deportistas para las pruebas de acceso a la Facultad de Educación Física (INEF), en la que finalmente no entré (por causas totalmente ajenas al profesor Lorenzo), pero a él incluso ahora lo sigo teniendo muy presente.

En el caso del profesor Sistach, lo suyo sí que tiene mérito. Por aquel entonces yo tenía dieciséis años, era disléxico y un rebelde de mucho cuidado. Mi madre había fallecido hacía poco y os podéis imaginar la bomba de relojería que tenía el pobre profesor entre manos. Pues Jordi Sistach, director del instituto y profesor de Literatura y Letras, fue el que motivó a servidor para la escritura, y gracias a él hoy escribo las canciones que escucháis. ¿Que cómo se las ingenió? Pues a base de hacer bien su trabajo. Era profesor de vocación y sabía perfectamente a quién tenía delante y también cuáles eran sus propósitos, que no eran otros que seducirnos con sus hipnóticas clases de Literatura. Recursos los tenía todos, porque era un buen profesor, y así consiguió lo que consiguió.

Los niños de hoy son los adultos de mañana. El mundo dependerá de ellos, por lo que lo de la educación no es ninguna tontería. Si a toda esta panda de corruptos e impresentables que nos gobiernan les hubieran inculcado otra serie de valores, otro gallo cantaría en España en este momento. Los niños son el futuro, y su educación también. Tengámoslo en cuenta.

P. D. Por cierto, tiro una piedra sobre mi tejado, reconozco que me gustaban mucho las Matemáticas.

20.
MÁS VALE SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO

«La soledad es un paso firme que nunca he podido obligarme a dar.» ¡Qué pedazo de frase! La escribió con tan solo veintidós años una buena amiga, la cantante mexicana Ximena Sariñana, como parte de una espléndida canción, «Normal», publicada en su álbum Mediocre. A partir de ese momento me enamoré de ella y de su música.

La soledad. Esa sensación maravillosa. Siempre me ha gustado estar solo, conmigo mismo, suelo estar muy a gusto porque este tipo, el Pau Donés, me cae, en general, bastante bien, y siempre está maquinando alguna cosa para entretenerme. La soledad me ha proporcionado momentos gloriosos, tanto a favor como en contra. En soledad es cuando afloran los sentimientos más íntimos, los más puros, es cuando más libre de ser yo mismo me he sentido. Estando solo nadie te juzga, nadie te impone, nadie te molesta. Es también en soledad cuando los secretos salen de su escondite para dejar de serlo. Bueno, sin ir más lejos, todas las canciones de Jarabe las he escrito estando solo, porque para estar solo tampoco es necesario que no haya nadie. De hecho, se puede estar solo incluso en medio de un aeropuerto el día de la vuelta de vacaciones. En eso soy un auténtico especialista.

Otra cosa bien distinta es sentirse solo, para lo cual creo no estar preparado. El solo hecho de pensarlo me da un mal rollo tremendo, aunque sé positivamente que los que me quieren nunca van a dejar que me sienta así. Otra canción me viene a la mente con una frase colosal: «Because we are your friends, you will never be alone again…». Por favor, no dejen nunca que nadie se sienta solo. Eso es como el pasar hambre, pero en el terreno de las emociones. ¡Terrible! El sentimiento de soledad es lo más parecido a la pena. Y la pena, como ya comento en otro capítulo, no mola. Nada.

Reconozco que después de separarme pensé en lo difícil que iba a resultar vivir en casa sin las chicas (mi ex y mi hija), pero llegó el momento. A la vuelta de una gira por México regresé a casa y, haciendo de tripas corazón, metí la llave en la cerradura y entré… ¡Joder, qué buena sensación tuve! La casa estaba ordenada, limpia y había mucho silencio pero, qué curioso, era un silencio muy agradable. Las chicas no estaban, pero sí muchas de sus cosas, o de las cosas que compartíamos, así que tampoco las añoré tanto. En realidad, experimenté la impresión como de que no se hubieran ido. Dejé las bolsas en el suelo, las guitarras, me tiré en el sofá y sentí cómo la soledad volvía a visitarme, pero esta vez en casa, en el sitio de mi recreo. Me sentí muy a gusto, tranquilo, en paz. Hay quien a eso pudiera llamarle egoísmo, yo le llamo libertad. Claro que lo que más me hubiera gustado habría sido llegar y que mi hija me saltara al cuello, pero tampoco estaba mal así. Y esa sensación tan agradable era debida sin duda a que me gusta la soledad.

La soledad asusta. A raíz de la separación mis amigas pijas me increpaban: «¡Pero qué tarugo eres! ¿Cómo te lo vas a hacer cuando te hagas mayor? ¿Quién te va a cuidar? Acabarás en un asilo más solo que la una». ¡Madre mía, cuánta confusión! La pregunta es al revés, queridas: ¿Vais a aguantar toda la vida a este cenutrio de marido que tenéis para no quedaros solas cuando lleguéis a viejas? ¡Pero es que es muy posible que ya estéis solas ahora! Y, por otro lado, vale, sí, perfecto, voy a llegar a viejo solo, pero no os equivoquéis, muy bien acompañado: por mis amigos, por mi familia, por la gente a la que quiero, que me quieren ahora y me seguirán queriendo cuando sea mayor. Y no tengo ningún problema en ir a un asilo al que, con el panorama que tienes en casa, probablemente también irás tú, seguro que allí encontraré a mucha gente maravillosa con la que compartir el final de mis días.

Así que, si algún día me veis andando por la Gran Vía y no os saludo, no os preocupéis, es que en ese momento estoy solo.

Porque fijaos lo que os digo: más vale estar solo que mal acompañado.

barras.tif1 m2 (Un metro cuadrado)

1 m2 para sentirme bien,

1 m2, solo o bien acompañado.

Donde poderse perder,

donde nada haya que hacer,

sin leyes ni presidentes,

donde todo pueda ser.

1 m2 para sentirse bien.

1 m2, un hombre y una mujer,

1 m2 para dejarse querer.

Estaré aquí sentado

esperando por si acaso

apareces por sorpresa

y te sientas a mi lado.

1 m2 para sentirse bien.

Estaré aquí sentado

esperando por si acaso

se te gira la cabeza

y se te ocurre aparecer.

1 m2 para sentirse bien.

1 m2 donde me guste vivir,

1 m2, solo o bien acompañado.

1 m2 para ser libre,

1 m2 para estar enamorado, de ti…

Hay un sitio para ti,

para estar cerca de mí,

para volver a quererte,

para hacerte sonreír,

1 m2 para ti y para mí.

Hay un sitio para ti,

para estar cerca de mí,

100 cm por lado

para hacerte muy feliz,

1 m2 para ti y para mí.

1 m2, no me muevo por si acaso.

21.
DE ILUSIÓN TAMBIÉN SE VIVE

¿Cómo que de ilusión también se vive? Al revés. ¿Qué sería de la vida sin ilusión? Es más, yo vivo solo por ilusión.

La ilusión es muy potente. Es un sentimiento acojonante, imprescindible. Si algo no me ilusiona soy incapaz de hacerlo. En cambio, por ilusión puedo conseguir lo que me proponga, cualquier cosa. Creo que muchas de las aventuras en las que me he embarcado las he conseguido gracias a la ilusión que me hacía emprenderlas. La ilusión me ha ayudado a convencer a muchos sobre proyectos que en condiciones normales me hubieran tumbado a la primera.

Las mejores notas en el colegio las saqué por la ilusión que me hacía que mi madre me regalara una guitarra eléctrica si las sacaba buenas; me hacía tanta ilusión tener una moto que trabajé dos veranos en un banco hasta conseguir el dinero para comprarla; creo que mi padre me dio permiso por la cara de ilusión que puse cuando le dije que ya tenía la pasta y el carnet para llevarla; a mi primera gran novia también la conquisté así, me hacía tanta ilusión salir con ella que creo que me dijo que sí por no borrar esa cara de iluso que tenía cuando le pedí la primera cita.

Porque las caras que expresan ilusión son irresistibles, arrolladoras. Cada vez que veo una me da un subidón porque sé que detrás hay alguien que está ilusionado por algo. Cuando alguien hace algo con ilusión, entonces no hay quien lo pare. El resultado seguro que será bueno, porque con ilusión somos capaces de llegar a cualquier parte, aunque a veces no sea el destino más adecuado (por ilusión también nos equivocamos).

Recuerdo mis primeros pasos en la música. Nunca me habían dicho tantas veces que no, que las canciones no eran buenas, que el estilo no era el adecuado, que los arreglos esto, que las melodías lo otro… Pero me hacía tanta ilusión grabar un disco que no paré hasta convencer a alguien de que Jarabe de Palo era la hostia y las canciones mejores aún. Y aquí estamos, después de tantos años y con la misma ilusión que cuando empezamos. Y si hay ilusión hay ganas, y si hay ganas, pues esto no hay quien lo pare.

En uno de nuestros múltiples viajes a Madrid quedamos con Morgan, nuestro humilde y queridísimo mánager, para comer en La Puñalada, un restaurante mexicano en el cual era socio un tal Joaquín Sabina y donde se comían unas quesadillas de lo más sabrosas. Nos atendía una camarera joven, muy delgada, con pinta de bailarina y muy amable, a la vez que discreta. A la hora de los cafés…, bueno, de los mezcales, se me acercó y me dijo que había leído en un periódico de Canarias (ella era de Las Palmas) una entrevista mía en la que precisamente hablaba de la ilusión que le había metido a mi sueño de ser músico, y que gracias a eso ahora podía vivir de la música. Ella me contó que después de leer eso se fue a casa, hizo la maleta y pa Madrid que se vino, porque era bailarina de clásico y su gran ilusión era bailar un día en la Compañía Nacional de Danza. Después de ese día no volví a verla más, pero estoy seguro de que ahora es su bailarina principal, y si no, una de las principales de esa compañía o de la que sea.

La ilusión lo puede todo. Yo estoy vivo por ilusión. Soy músico por ilusión. Estoy limpio por ilusión (del cáncer, me refiero), de esto último por ilusión propia y también gracias a la ilusión de los demás.

Cuando acabé la primera fase de la quimioterapia me hicieron un TAC (escáner) para ver cómo estaba el asunto. Normalmente te dan los resultados a los cuatro o cinco días; pues bien, a los veinte minutos ya me estaba llamando la doctora Élez, mi oncóloga, para decirme que estaba limpio. Se la veía muy contenta. A los cinco minutos de colgar, me llamó el doctor Serres, radiólogo, para informarme de que el TAC había salido muy bien. También lo noté muy contento, casi diría que sospechosamente ilusionado. Colgué y al rato me llamó el doctor Ramón Charco, el cirujano hepático que me operó del hígado, y lo mismo, que estaba limpio y que estaba muy contento del resultado. Ahí no pude más, y le pregunté si había alguna razón para que todos estuvieran tan contentos. Ramón me dijo que el diagnóstico de mi BRAF mutado (tumor de colon) era muy malo, y que las posibilidades de que el cáncer se hubiera reproducido eran altas. Al ver los resultados les hizo mucha ilusión, y de ahí la algarabía. Esa ilusión que ellos pusieron en mí es la que me ha «curado», como la de tanta gente que también se ilusionó al saber la noticia. ¡Seguro!

Me he recuperado por la ilusión que me hace vivir y por la ilusión que he percibido y recibido de los demás. Mucha gente me la transmitió y con ella fui invencible.

Esta mañana me he levantado de bajón. Sin embargo, al poco he recibido un mensajito de Antonia y Kati, mis dos amigas berlinesas, que me dicen que en dos semanas vienen a visitarme. No veas la ilusión que me ha hecho, tanta que me han alegrado el día.

¡Que vivan los ilusos!

22.
LA FLACA: LA VERDADERA HISTORIA

Las grandes canciones no se escriben porque sí, suele haber detrás motivos poderosos. Las historias que describen los grandes clásicos de la música casi nunca son inventadas, el autor ha tenido que experimentarlas, que sufrirlas en carne propia. Dejando aparte que en mi caso casi todas las canciones que he escrito tienen tinte autobiográfico, hay algunas que destacan porque surgieron de historias potentes que sucedieron en momentos también potentes de mi vida.

Con vuestro permiso me dispongo a relataros cómo escribí La Flaca. Para ello me aprovecho de un texto que escribí para la ocasión en nuestro disco-libro Orquesta reciclando (2009), una de las joyitas de la discografía jarabesca y que podréis encontrar en nuestra página web. Ahí desvelé el secreto de uno de los romances más cortos e intensos que he vivido, así como otras muchas historias que me llevaron a componer algunas de las canciones más populares de Jarabe de Palo.

Corría el año 1995 y un grupo de amigos nos dispusimos a viajar a Cuba. El director de cine Fernando de France había comprado ocho billetes baratos y nos invitó a viajar a la isla con un objetivo: rodar el videoclip de El lado oscuro, canción que en aquel entonces no estaba ni editada. Tres días antes de irnos nos encerramos en un estudio y grabamos una demo bastante bien arreglada, lo que serviría después para regrabar la canción como se conoce en la actualidad.

Llegamos a La Habana, dejamos las cosas en el hotel y con el subidón nos fuimos de fiesta a 1830, una discoteca al aire libre en El Malecón que allí todos conocen como La Tasca. Tomamos unos mojitos y cuando nos marchábamos entró en el local una mujer de belleza impresionante, con un vestido de gasa roja semitransparente, y en la cara dos soles que sin palabras hablaban. A la mañana siguiente había que ponerse a trabajar, no estaba la cosa para empezar a perder días por noches. Durante esa semana estuvimos buscando una modelo para el videoclip, vimos a muchas chicas estupendas, pero en la cabeza de todos había solo una, la chica del vestido rojo que encontramos el primer día en La Tasca. Y allí que fuimos cada noche hasta que por fin la encontramos. Una diosa, eso es lo que era. Nos acercamos y le contamos nuestros planes: necesitábamos una modelo para un videoclip y pensábamos que ella era la ideal. Y sin más prolegómenos, Alsoris aceptó.

Nos citó al día siguiente en su casa para recoger sus cosas y al mediodía ya estaba instalada en nuestro hotel, compartiendo habitación con Eva Nielsen, en aquellos momentos la ayudante de dirección. Llovió sin compasión toda la semana, por lo que no pudimos rodar ni un metro de película, aunque sí descubrir, de la mano de Alsoris, esa Cuba que no sale en los catálogos de las agencias de viajes.

También durante esa semana hubo cambios en la logística del equipo. Alsoris se mudó a mi habitación (no porque le gustase más yo, sino más bien todo lo contrario, porque resultó que Eva le gustó un poquito más de lo normal), y Fernando (el director) pilló una ameba que le tuvo en el hospital cuatro o cinco días. Durante esa semana pasaron muchas cosas, pero la que más me afectó a mí fue el enamorarme perdidamente de ese coral negro de La Habana, de esa tremenda mulatona.

En fin. Pasaron los días y llegó el momento de regresar a España. La noche antes del viaje salimos a celebrar, volvimos al hotel de madrugada y ya en la habitación Alsoris, como cada noche, me dio un beso en la mejilla y se metió en su cama. Fui al baño y al salir, viendo a ese ángel negro enfundada entre sábanas blancas, no me pude reprimir: «Flaca, no me puedo ir de la isla sin haberme acostado contigo». Ella sonrió, abrió los brazos y me dijo: «Ven, Pablito».

Me recosté en la cama, la abracé y el siguiente recuerdo que tengo es despertarme con el sol de la mañana dándome en la cara, abrazado a Alsoris, pero totalmente vestido. Fue tal la emoción que había sentido esos días que me había quedado dormido.

Me levanté, agarré un lápiz y una hoja de papel, y sentado en mi cama y mirando a la Flaca dormida escribí, en apenas diez minutos, una poesía corta que relataba lo que había sentido por esa mujer durante esas dos increíbles semanas en La Habana. Copié la poesía en otra hoja y la guardé en un sobre.

Al rato nos fuimos para el aeropuerto de Varadero, y la Flaca nos acompañó. Llegamos, la besé en la terminal de salidas y le entregué el sobre con la poesía: «Aquí te dejo un regalo, mi Flaca, en agradecimiento por estos días que nunca olvidaré. Solo te pido una cosa, que lo abras cuando me haya ido». Nos abrazamos y nos dijimos adiós. Una vez hube traspasado el control de pasaportes, no pude resistir la necesidad de verla por última vez. Me di la vuelta y al mirarla me di cuenta de que ya había abierto el sobre. Estaba llorando a la vez que leyendo esa corta poesía que con los años se convertiría en la canción que puso a Jarabe de Palo en el mapa. Me refiero, cómo no, a «La Flaca».

23.
GET UP SEX MACHINE: EL SEXO

La culpa de todo la tienen Disney y las películas porno.

Disney por los cuentos de príncipes azules y princesas encantadas: durante nuestra infancia crecemos viendo toda esa cursilería en forma de dibujos animados. Los príncipes azules los sacan de las agencias de modelos (¿habrá agencias de modelos para personajes de cómic?): guapos, altos, fuertes, amables, sensibles, enamoradizos… Hablan con dulzura, en un tono suave y sensual. Montan en esbeltos caballos preciosos y siempre salvan a la princesa de las garras del villano, que suele ser muy feo y muy malo. Las princesas, pues lo mismo: guapísimas, rollo Barbies de escaparate, rubias (bueno, menos Pocahontas), ojos grandes y azules, altas, más bien flacas, con bonitos vestidos, cursis y delicadas hasta la saciedad. No sé si os habéis fijado, pero ellas siempre esperan a que llegue su príncipe azul, solo piensan en él; son sumisas, obedientes, ultrafemeninas, les encantan los bebés y su principal objetivo es tener niños y vivir en el campo, felices y comiendo perdices, con su amado príncipe, que las protegerá de todo mal cual león a su manada.

Pues bien, el efecto que produce eso en las mentes de los niños que luego son adolescentes y al final adultos es devastador, porque nos acabamos creyendo que de eso va el amor y asumimos nuestros respectivos roles. Ningún chico quiere ser el malo y las chicas quieren ser todas princesas. La putada es que en la vida real la cosa no es así: los príncipes azules ni son azules ni llegan en caballos blancos, y las princesas, por suerte, tienen otras cosas mejores que hacer que esperar a un tontolaba que al besarlo deje de ser una rana. Y, por cierto, lo de «fueron felices y comieron perdices» que suele aparecer al final de las películas pues tampoco funciona.

En cuanto a las pelis porno… Queridos papis, aceptemos el hecho: en la adolescencia dejas (por suerte) de ver ese tipo de películas made in Disney y pasas a interesarte por otro tipo de géneros, entre los cuales se encuentran aquellos donde aparecen chicos y chicas desnudos jugando a médicos y enfermeras. Antes siempre había algún amigo que sabía cuál era el armario donde sus padres las escondían, únicamente hacía falta quedarse solo en casa para llamar a los colegas y organizar una sesión de tarde. Ahora, desafortunadamente, está todo en Internet, al alcance de cualquiera, tenga la edad que tenga.

Pues ya estamos otra vez. Sin entrar en detalle: chicos y chicas que se quieren sin quererse, siguiendo un ritual que siempre suele ser el mismo, mecánico, físico, rutinario… Él, de machoman, con actitud dominante. Ella, sumisa, a merced de lo que al semental se le ocurra, que siempre es lo mismo y en el orden establecido. Silicona, clembuterol, viagra y mucho movimiento. Una pena. Y digo una pena porque por desgracia nadie te enseña, cuando eres adolescente, de lo que va el asunto del sexo. Vivimos bajo el paraguas de la religión católica y de eso no se habla. Y claro, ¿dónde lo aprendes? Pues como siempre, en la tele, viendo pelis de acción, pero en este caso de acción sexual. ¿Y qué se aprende de esas pelis? Pues que el sexo es como ir al gimnasio: hay que darle fuerte, hay que seguir una rutina, hacer muchas repeticiones, no parar… Y a las máquinas darles caña: ahora la de bíceps, ahora la de tríceps, ahora las sentadillas. Y cuando acabas, una ducha y si te he visto no me acuerdo. Por si alguien no ha pillado el símil, lo expongo de la siguiente manera: toma-daca-daca-toma-uh-ah-uh-ah-yeah-yeah-yeah-yeah-pim-pam-pim-pam y… ¡chof! Se acabó el cuento.

Es triste, pero a mí me costó mucho tiempo darme cuenta de que el asunto del sexo no tenía nada que ver con la máquina para hacer bíceps. Que además de lo físico había otras cosas mucho más importantes. Por ejemplo, las ganas. Que no siempre había que quedar como un toro bravo. Que había momentos para follar y otros para hacer el amor. Que tan bueno era el durante como el después. Que se podía repetir al rato de haberlo hecho. Que si un día no apetecía no pasaba nada. Que si un día no funcionaba tampoco pasaba nada. Que en el sexo, en definitiva, no había obligaciones, y que siempre es mucho mejor si lo que había eran ganas de quererse y de besarse y, very important!, de amarse sin el compromiso ni la presión de tener que quedar como esos gimnastas del pornoworld. Con o sin amor, pero con cariño y con ganas. Nunca por compromiso. Nunca para quedar bien.

The end

barras.tif No te duermas (que no hemos acabado)

Ahora que te tengo para mí,

que el tiempo ya no pasa por aquí,

me acuerdo

cuántas veces te pedí hacerlo.

Ahora que estás a un centímetro de mí,

repaso tu cuerpo por si hay algo que no vi

y pienso

en lo que dijiste antes…

No te duermas que no hemos acabado.

Tengo ganas de hacerlo otra vez,

no duermo,

mejor me quedo esperando el momento

en que me pidas volver al juego.

Luego voy a besarte los pies,

los dedos y puede que la boca también,

imagino cómo lo vas a querer

y espero.

Espero a que me digas otra vez

esa frase que tanto me gusta,

no te duermas que no hemos acabado.

Espero a que me digas otra vez

esa frase que ya no me asusta,

no te duermas que a mí me falta un rato.

Lento se mueve tu corazón,

suave escucho tu respiración,

cuento cada segundo que paso contigo,

tu aliento, el momento, qué sueño tengo,

mejor despierto y espero.

Espero a que me digas otra vez

esa frase que tanto me gusta,

no te duermas que no hemos acabado.

Espero a que me digas otra vez

esa frase que ya no me asusta,

no te duermas que a mí me falta un rato.

Espero a que me digas otra vez

esa frase que tanto me gusta,

no te duermas que no hemos acabado.

Espero a que me digas otra vez

lo que nunca antes había escuchado,

no te duermas que a mí me falta un rato.

24.
¿Y TÚ DISEÑAS O PINTAS?

Malasaña ha sido de siempre un barrio muy canalla. Durante una época era nuestra segunda casa en Madrid. Los barrios canallas lo son porque están llenos de bares canallas con gente canalla, gamberra y con ganas de divertirse. Dicen que fue en Malasaña donde empezó la Movida madrileña, una de las corrientes culturales más importantes e influyentes de los últimos tiempos en España. Allí, en bares como La Vía Láctea, se reunían bandas como Nacha Pop, Radio Futura, Gabinete Caligari…, referencias míticas dentro del panorama musical español de los ochenta.

Con el tiempo, será por cosas de la edad, cambiamos de zona y nos desplazamos a La Latina. Este es un barrio mucho más in. Y los barrios in están llenos de gente in como pintores, ilustradores, diseñadores gráficos, publicistas, actores, escritores, fotógrafos, músicos, modistas (perdón, diseñadores de moda), modelos…, pero no nos confundamos, todos muy in, ¿eh?, nada que ver con el canallismo de Malasaña.

Recuerdo una reunión con el entonces director artístico de Virgin Records, Javier Liñán. Javier era, además de un excelente AR (director artístico en el mundo discográfico), un canalla de aquí te espero, pero con amigos muy trendies, de esos que en vacaciones se van a Londres o a Nueva York para después poder contarlo a su pandilla de eruditos. Javier y yo nos hicimos buenos amigos y de hecho lo seguimos siendo.

Después de la reunión nos fuimos a tomar algo precisamente a La Latina. Javier había quedado con un grupito de esos amigos, de los trendies, digo. Entramos en el bar, muy trendy también, y nos dirigimos a su mesa, saludó y me presentó. Eran sus amigos, así que los saludé afectuosamente, a lo cual fui correspondido con cierta frialdad; frialdad que suele atesorar ese tipo de gente que va de cool-in por la vida. Fijaos si me quedé cortado que me iba a pedir una caña, pero viendo al personal casi acabo pidiendo un gimlet, que es un cóctel muy cool con el que siempre quedas bien.

La conversación iba sobre cine, y en un momento determinado una de las chicas del grupo, que estaba mirando a ninguna parte, como perdida en su densísimo mundo interior, soltó:

—¿Alguien ha visto la última película de Lars von Trier? Me ha parecido tan especial, tan sublime, tan moderna… Lars es un transgresor, colosal, un genio.

Lo dijo con voz muy baja, hablando muy lentamente, como si con ella no fuera la cosa. Parecía que conocía a Lars de toda la vida. Varias de las personas del grupo asintieron con la cabeza, sin moverla mucho, para no despeinarse. ¿Alguno de vosotros, queridos music lovers, habéis visto alguna vez una película de Lars von Trier? ¡Joder, desde luego hay que estar mentalmente muy preparado para comerse semejante…!

Al rato, uno de los chicos, muy flaco, blanco como la leche, con aires de intelectual maldito, sugirió al resto que fueran sin falta a ver la última exposición de Yayoi Kusama, que era lo más del momento en pintura. No se acordaba de si era en el Reina Sofía o en El Prado, pero Kusama era un referente dentro de la pintura contemporánea, a la altura de Botero, o incluso de Picasso, por lo cual la expo nadie se la podía perder. En mi opinión le faltó decir que una hora antes de entrar al museo había que comerse un tripi, porque el pintor tiene su tela.

Todo aquello me estaba empezando a inquietar un poco, porque de lo que tenía ganas esa tarde era de salir con Liñán a tomar unas cañas y reírnos un rato, y esa reunión estaba siendo un peñazo de cojones. Lo que más me mosqueaba eran los silencios que se sucedían entre aportación y aportación. Todos volvían a su circunspecto y ultraculto mundo interior y, a mí, tanta sensibilidad estaba empezando a apabullarme. Era evidente que alguien sobraba en ese grupete de señoritis tan exquisitos y refinados, y ese alguien era yo. En una de estas, otro iluminado del grupo, con pinta de redactor de publicidad, mete baza:

—Pues yo cuando leo a Bukowski lloro. Pero lloro de verdad, no lo puedo evitar. Es tan rudo, tan decadente, tan urbano y tan sofisticado a la vez, que cuando lo leo me acuerdo de Nueva York y me pongo a llorar. Bukowski es divino, profético, maravilloso.

Y tal como lo dice, se gira hacia mí y me pregunta:

—¿Tú lees…? ¿Cómo te llamabas…, Pau?

Ahí estuvo fino, porque con esta pinta de garrulo que tengo era imposible que leyera a Bukowski. Y si no lees a Bukowski no eres nadie.

—Pues mira, no. Soy disléxico y nunca me ha dado por la lectura.

—Ya me parecía a mí.

El comentario vino acompañado de una sonrisa bastante cínica y de una mirada a todos los allí presentes, los cuales se la devolvieron también con cínica sonrisa, incluso en algún caso acompañada de un leve ruidito parecido a lo que sería una risilla. ¡Menudo gilipollas! ¡Y a mí qué cojones me importa si tú lees o fumas o comes chupa-chups cuando estás nervioso! ¡Vaya peña de cutre-snobs! En esa mesa había menos talento que en los tacones de Paris Hilton. «Como decía Sartre en su tratado sobre…», no puedo con la gente que se hace la culta. Porque los que realmente lo son, los que entienden de arte, o de literatura, o de música nunca harían nada por demostrar que saben, y mucho menos para dejarte en evidencia, básicamente porque no les hace falta. Ni la chica de mirada perdida tenía ni puta idea de quién era Lars von Trier ni el modernillo de aspecto enfermizo entendía nada de la pintura de Yayoi Kusama. Y qué decir del iluminado snob creador de eslóganes publicitarios para lavadoras. ¡Pobrecillo! Tener que lidiar con esa personalidad… ¿Por qué lo harán, para ocultar su tremendo complejo de inferioridad? ¿Para dárselas de importantes? Si es lo mismo saber de arte que no saber, lo que importa es que te guste, que tengas la inquietud, que sepas disfrutarlo. En la vida no se puede estar en todo. Y es que no puedo con la estupidez en general, pero especialmente con la de los culturetas del siglo XXI.

En fin, como vi que en ese grupillo también había un músico con pinta de hipster, y no estaba dispuesto a aguantar otra gilipollez (se me había acabado la paciencia), antes de que se me adelantara con cualquier chorrada le solté lo siguiente:

—Mira, tontolaba. Yo no leo a Chaikowski, o Bukowski, o como se llame el último de los escritores malditos de la literatura norteamericana. Pero lo que sí hago es escribir las canciones que hacen llorar a tu novia (lo digo porque su novia me lo había dicho justo al llegar).

Ahí se produjo otro gran silencio, incluso algún gesto de aspaviento. Aproveché el desconcierto para ir a la barra a pedir otra cañita, me la bebí charlando con la camarera y regresé a la mesa para despedirme. En ese momento Javi (Liñán) me preguntó si quería ir al concierto del músico con pinta de hipster, a lo cual asentí. Visto lo visto, tampoco era una idea entusiasmante, pero me había dado tal chapa el colega que se me había despertado la curiosidad. Pero eso ya es otra historia.

P. D. Cool se pronuncia cul, que en catalán significa «culo». Cool-in en castellano se pronuncia culín. Pues eso, culturetas y snobs de pacotilla, iros a tomar por el culo, o por el culín. Mejor haríais dedicando vuestro tiempo a algo más útil que aparentar ser lo que no sois. ¡Vaya coolo de personal!