“Lo que concebimos bien,
lo explicamos con claridad
y las palabras fluyen
con facilidad”
( Nicolás Boileau).
Quizás estemos de acuerdo en que aprender a escribir no bastan los conocimientos sobre la competencia comunicativa, ni sobre la producción-comprensión de discurso, ni siquiera haber aprendido las bases de la lectura y escritura. Se necesita esto y mucho más. Se hace necesaria una sólida reflexión y formación sobre el proceso mismo de la escritura y, por encima de todo, una intensa práctica.
El escribir es un proceso creador, algo así como una gran aventura de la mente8, en que recorrerá un camino, quizás no tan expedito pero sumamente gratificante, en pos de una meta: la producción de escritos bien logrados. En este proceso es posible distinguir tres subprocesos: a) la planeación y preparación, b) la composición y redacción, y c) la revisión y reelaboración. Sin embargo, estas acciones no necesariamente se dan en momentos separados; al contrario, se integran en un sólo proceso creador, según la pericia del escritor.
En este capítulo, el escritor empieza a recorrer el camino que conduce a la escritura de un texto. Para ello reflexiona sobre el proceso mismo de escribir y asume tareas para la planeación y preparación del escrito. Las preguntas que surgen a las cuales se buscará respuesta son: ¿qué implica escribir? ¿Qué condiciones se requieren? ¿Cómo recorrer el proceso creador de la escritura? ¿Cómo preparar la materia prima, o sea la información que pondrá por escrito? ¿Qué comprende el acto de escribir? ¿Qué es importante tomar en cuenta al momento de empezar a redactar?
Para acercarnos a la idea de escribir, podríamos empezar leyendo lo que dice un escritor y tratadista, Daniel Cassany (1999), quien precisamente con estas palabras comparte con nosotros sus primeras experiencias sobre la materia.
Confieso que me gusta escribir y que me la paso bien escribiendo. Me resisto a creer que nací con este don especial. Al contrario, me gusta creer que he aprendido a usar la escritura y divertirme escribiendo; que yo mismo he configurado mis gustos. La letra impresa ha sido un compañero de viaje que me ha seguido en circunstancias muy distintas. Poco a poco he cultivado mi sensibilidad escrita, desde que llevaba pañales, cuando veía a padres y hermanos jugando con letras, hasta la actualidad.
Cuando era un adolescente escribía poemas y cuentos para analizar mis sentimientos, sobre todo en momentos delicados. En la escuela y en la universidad, me harté de tomar apuntes, resumir y anotar lo que tenía que retener para repasar más tarde; también escribí para aprender (reseñas, comentarios, trabajos) y para demostrar que sabía (exámenes). Todavía hoy, cuando tengo que entender un texto o una tesis complejos, hago un esquema o un resumen escritos.
También escribí por trabajo: exámenes, informes, proyectos, artículos, cartas. Incluso en una ocasión recuerdo que aproveché la escritura con finalidades terapéuticas. Era muy joven e impartía mi primer curso de redacción en una empresa privada. Mis alumnos no sólo eran bastante mayores que yo, sino que había algunos que trabajaban en la empresa desde antes de que yo naciera. Me sentía tan inseguro que casi me daba miedo entrar en el aula cada día. Decidí llevar un diario de curso para reflexionar sobre la experiencia. Cuando finalizaba cada clase, me ponía a escribir todo lo que había pasado y lo que sentía. Proyectaba en el papel todo tipo de frustraciones, dudas e inseguridades. Era como si me tomara una aspirina: recobraba confianza y fuerza para volver a la clase el día siguiente.
Hay quienes creen que escribir es simplemente organizar frases y párrafos con buena ortografía y acordes con la gramática, cuidando el estilo y el vocabulario, así el contenido no esté sólida y claramente expresado. Para ellos son más importantes los aspectos formales o externos, el cómo se escribe, que los contenidos que se pretende comunicar, el qué o el significado.
Al contrario, otros piensan que lo único importante al escribir son las ideas, no interesa tanto de qué manera se expresen; centran la atención en lo que se dice y no en el cómo se dice. Esto pareciera plantear un dilema, con dos posiciones enfrentadas. No obstante, si se analiza el asunto con más detenimiento, fácilmente se infiere que no existe tal dilema, pues las ideas no se expresan solas, sin la mediación del lenguaje. Todo significado se comunica mediante signos, en este caso los signos del código de la lengua escrita. En el escribir, por consiguiente, cuenta tanto lo que se dice como la manera como se dice, ya que esto último lleva a lo primero.
Lo innegable sí es la estrecha e indisoluble vinculación de estas dos dimensiones del escrito. De acuerdo con las palabras de Boileau, citadas en el epígrafe, lo que no se expresa bien es porque está mal pensado o confuso; y lo confuso no admite ser bien expresado. Y al contrario, ideas bien claras buscan el cauce hacia el lenguaje más adecuado.
Hay quienes confunden escribir con redactar. No son iguales. Redactar es la operación de traducir al lenguaje escrito una información previamente determinada, elaborada por el mismo sujeto que escribe, o sugerida, impuesta o señalada por otra fuente diferente a la persona que redacta. Así, es posible que un jefe ordene a un subalterno redactar un documento, con base en las ideas que él le entrega. Entonces, el redactor lo que tiene hacer es arropar las ideas, darles forma, según la gramática y la ortografía, de acuerdo con las instrucciones. Ser redactor, por tanto, no implica necesariamente ser escritor, en el sentido de creador de un texto genuino y original.
Escribir es un proceso de creación, mucho más amplio y profundo, de concebir, pensar y ordenar las ideas, el cual desde luego implica redactar, en el momento de componer el texto escrito. En consecuencia, redactar es tan sólo una tarea del escribir, que se realiza en el momento de la composición (Cf. p.189).
Entonces, ¿qué se entiende por escribir? Según Cassany (1997) “escribir no es poner letras o signos en un papel blanco, sino elaborar un significado global y preciso sobre un tema y hacerlo comprensible para una audiencia, utilizando el código escrito”. Llama la atención el énfasis que pone en la “elaboración de un significado global y preciso para una audiencia”, restando importancia al hecho de dibujar “letras y signos”, aspecto material que permite la transmisión del texto.
Bien podríamos adoptar esta definición, pues involucra el significado, la comunicación y el uso de la lengua escrita. Pero Cassany, al menos en esta formulación, no hace resaltar la idea de un proceso cognitivo o mental, que él mismo defiende a lo largo de sus obras. En este sentido, cita a los investigadores Flower y Hayes, de quienes se lee: “el proceso de escribir se comprende mejor como un conjunto de diferentes procesos de pensamiento que el escritor regula y organiza durante el acto de composición” (Cassany, 1997).
Obsérvese que los autores citados no hablan de un proceso, sino de “un conjunto de diferentes procesos de pensamiento”, con lo cual ilustran el carácter complejo del escribir. Pues éste comprende varias tareas, como pueden ser la motivación y concepción del significado, la elaboración y organización de las ideas, composición, revisión y reelaboración.
Aún así, falta hacer más explícito el carácter creador del proceso de escribir. Pues, mediante el uso del código escrito, siempre es posible producir nuevos mensajes con nuevas ideas, nuevos significados. Entonces, permítasenos reformular la definición de la siguiente manera:
Escribir es un acto de creación mental en el que un sujeto escritor, con un propósito comunicativo, concibe y elabora un significado global, y lo comunica a un lector mediante la composición de un texto, valiéndose del código de la lengua escrita.
La anterior concepción involucra: el acto creador de un sujeto, el escritor, el propósito de comunicar una información con destino a un lector, la generación y procesamiento de la información, y composición mediante el uso del código de la lengua escrita, lo cual está de acuerdo con el proceso de configuración y emisión de discurso explicado en el capítulo segundo (Cf. p.56 y ss).
En consecuencia, escribir no es plasmar en un papel una cadena de palabras, ni siquiera intentar esbozar por escrito unas ideas, sin elaboración y sin la intención de comunicarlo. Serafini (1997) anota al respecto: “escribir no es la simple operación de transferencia en una hoja de papel, sino que nuestras ideas deben ser previamente organizadas y elaboradas”.
Ser “escritor” puede tomarse en dos sentidos: como autor y como autoridad consagrada. Como autor, el escritor es aquel que produce un texto original, con lo cual se gana el derecho al reconocimiento de su autoría intelectual, reconocida y respaldada por las leyes. Como autoridad consagrada, escritor es la persona que se ha ganado méritos en su calidad de autor por su prestigio, aceptación y valor en el género respectivo, por ejemplo, Gabriel García Márquez en el género narrativo.
Como se infiere, para ser escritor, hay que poseer la pericia de redactor, pero al mismo tiempo debe producir textos propios, genuinos, nuevos, personales, de tal manera que se considere autor de los mismos. Ahora bien, si resulta poco fácil llegar a ser autor, la capacidad más simple de redactar y componer un texto se puede desarrollar en toda persona normal a través de la educación, el estudio y la práctica.
En general, a un candidato a escritor se le atribuyen algunas condiciones que constituyen su perfil y definen, en gran parte, su competencia escrita. Son relevantes las siguientes:
Si se acepta que el escribir reposa en un saber personal, aunque socialmente compartido (saber escribir para alguien) y se manifiesta en actos concretos de escritura, entonces es posible hablar de una competencia escrita.
¿Qué implica esta competencia? Es decir, ¿qué debe saber el sujeto escritor de su lengua y del oficio de escribir para considerarse competente? Las condiciones personales a que nos hemos referido, obliga hablar del saber escribir y, por tanto, de la competencia escrita. “El escritor competente es el que ha adquirido satisfactoriamente el código (de la lengua escrita) y que, además, ha desarrollado procesos eficientes de composición del texto. Estos conocimientos y estrategias le permiten resolver con éxito las situaciones de comunicación escrita en que participa”. (Cassany, 1997).
Según esto, el conocimiento de la lengua escrita, aunque en sí es un dominio básico que se debe cuidar, no es suficiente. Pensar lo contrario equivaldría a validar los enfoques tradicionales de redacción que basan su metodología en el aprendizaje de aspectos gramaticales, léxicos y ortográficos.
De acuerdo con lo expuesto en el capítulo primero sobre competencias (Cf. p.23 y ss), la competencia escrita es lo mismo que saber escribir y leer, que tiene su realización en su uso, es decir, en los actos de lectura y escritura. En consecuencia, se supone que quien sabe escribir, sabe leer en el cabal sentido del término, y que quien sabe leer, también sabe escribir, en algún nivel de dominio, al menos en el de redacción.
La competencia escrita, a nuestro modo de entender, comprende cuatro dominios básicos (no son los únicos) por parte del sujeto escritor: un conjunto de conocimientos y una gama variada de habilidades, actitudes y valores. A su vez se inscribe en la competencia lingüística, comunicativa y cognitiva, como se ilustra en la tabla de la página siguiente. La competencia lingüística, se refiere a saber la lengua y su uso, como se dijo en ocasiones anteriores (Cf. p.26); la comunicativa alude a la capacidad semiótica de los humanos para interactuar por medio de los signos, verbales o no verbales; y la competencia cognitiva tiene que ver con los procesos mentales y culturales para la construcción del conocimiento. Obsérvese en la tabla cómo varían los dominios de lo general a lo específico, si se lee de izquierda a derecha; o de lo específico a lo general, si se ve la tabla de derecha a izquierda.
Competencias | Cognitiva | Comunicativa | Lingüística | Escrita |
Dominios | ||||
Conocimientos | - De sí, los demás y el mundo. | - Reconocimiento del destinatario. | - Dominio práctico de la lengua. | - Lectura. |
- Ortografía y puntuación. | ||||
- Propósitos. | ||||
- Conciencia sobre el escribir. | - Dominio de los códigos. | - Gramática interiorizada. | - Estructuras y tipología textuales. | |
- Dominio de los procesos discursivos. | - Dominio léxico y semántico. | |||
- Procesos de pensamiento. | - Cohesión y coherencia. | |||
- Conciencia de gramaticalidad. | ||||
- Memoria LD. | ||||
- Cultura. | ||||
Habilidades | - Investigar. | - Contextualizar. | - Componer oraciones, párrafos, texto. | - Documentarse. |
- Procesar información. | - Comunicarse. | - Elaborar esquemas. | ||
- Emitir y recibir. | ||||
- Organizar ideas. | - Adecuar mensajes. | - Aplicar la concordancia. | - Producir texto. | |
- Usar signos del código escrito. | ||||
- Memoria CP. | - Superar ruidos. | - Usar conectores. | ||
- Imaginar, crear. | - Revisar y reelaborar. | |||
- Corregir errores. | ||||
Actitudes. | - Opinión favorable a la escritura. | - Disposición para compartir. | - Gusto por usar bien el idioma. | - Agrado de leer y escribir. |
- Atención. | - Disposición para corregir. | - Aceptación del código escrito. | ||
- Experiencias gratas de lectura | - Respeto. | |||
- Receptividad. | - Motivación para leer / escribir. | |||
- Empatía con autor / lector | ||||
- Deseo de informar e informarse. | ||||
- Apertura mental. | ||||
Valores | - Autoconcepto equilibrado. | - Equidad y ética | - Aprecio por su idioma y la propia cultura. | - Disciplina y orden para leer y escribir. |
- Aprecio por la comunicación, por el diálogo. | ||||
- Orden intelectual. | ||||
- Constancia. | ||||
- Aprecio por la lógica. | - Paciencia para reajustar y corregir. | |||
- Amor a la vedad. |
Dominios de la competencia escrita
Tradicionalmente se señalaban dos pasos para la escritura: la planificación y la redacción. Con el tiempo se vio la necesidad de incorporar una tercera, la de revisión. Daniel Cassany (1997), en vez de etapas, habla de un modelo con tres subprocesos: planificar-redactar-examinar. A su vez, en el planificar incluye: generar ideas, organizarlas y formular objetivos. Examinar se entiende como evaluar y revisar. Para él los tres subprocesos son regulados por lo que llama un “monitor”, mecanismo que actúa desde la memoria a largo plazo (MLP), proporcionando el conocimiento del mundo y controlando, entre otros aspectos, el tiempo y dedicación a cada subproceso.
Si se considera el acto de escribir, no como un complejo de procesos o subprocesos, sino como un solo proceso de creación mental, al que en la realidad no se le podrían hacer cortes, no cabría considerar etapas propiamente. Escribir sería escribir, así simple y llanamente. Sin embargo, desde el punto de vista práctico y metodológico, es muy importante distinguir los tres subprocesos, pero no como etapas en el tiempo, sino más bien como grandes tareas, indisolublemente articuladas al acto de creación textual: la mente del escritor concibe, genera, elabora, organiza, compone, redacta, revisa y reelabora, sin divisiones tajantes en el tiempo. De acuerdo con la concepción de escribir adoptada en este capítulo, la práctica de la producción escrita y los subprocesos mencionados, se ilustran a continuación.
En la figura se observa cómo la escritura y lectura se hallan correlacionadas, necesariamente complementadas, pues siempre el sujeto escribe para que alguien le lea. Ahora bien, desde la perspectiva de la competencia escrita que se concreta en los actos de escribir, vemos que el sujeto primero se forma, debe leer mucho, estudiar y reflexionar sobre el proceso de escribir como lo estamos haciendo aquí. Y al practicar su saber en la creación textual, recorre los subprocesos de planeación y preparación, de composición textual y de la revisión del escrito. Una vez producido el texto, éste tiene una forma externa de presentación que, por algún medio (impreso, digital), le llegará finalmente al lector, su destinatario.
Subprocesos del acto de escribir
Los tres subprocesos de la creación escrita comprenden diversas actividades como las siguientes:
(1) Planeación y preparación: se trata de concebir el texto que se va a producir y elaborar el significado. Se extiende desde la motivación e inspiración por escribir, la fijación de los propósitos y el destinatario, la definición de un esquema textual que se adopta, la generación y organización de la información, en términos de lo que pensamos, opinamos, sentimos o queremos, la identificación de la estructura o esquema y diseño del plan global del escrito.
(2) Composición textual: busca comunicar el significado al lector por medio del texto. Se da cuando se transforma el significado en lenguaje escrito, de tal manera que sea entendible para el destinatario o lector. En este punto se sitúa la redacción, que equivale a dar forma a la prosa, de acuerdo con las reglas del código de la lengua escrita. Esta gran tarea comprende, partir de la planeación, aplicar los esquemas básicos textuales (descriptivo, narrativo, etcétera), construir cadenas sintácticas y párrafos con corrección, propiedad, cohesión, coherencia y adecuación; también abarca el uso efectivo de los diversos signos y señales del código escrito, la superación de dificultades gramaticales, y la producción de diversos géneros o tipos de escritos.
(3) Revisión y reelaboración del escrito: es una recreación basada en un examen y evaluación del texto escrito en sus partes, relaciones y en su totalidad, para quitar, añadir, cambiar, corregir o pulir, según el caso. Dicho examen se realiza releyendo los borradores y ajustándolos según la expectativa trazada en la planeación y preparación.
Agotada esta fase, se procede a la selección de los medios, materiales y estrategias requeridos para la presentación final del escrito, de acuerdo con las normas técnicas establecidas (Icontec). Según el propósito y el destinatario al que se dirige, se pasa a la edición, en que se oficializa la versión definitiva del texto ante los lectores.
Pensando en la complejidad de lo que sucede en la mente o lo que hay que hacer para escribir, cualquiera creería que es algo difícil, quizás un oficio para magos, expertos, especialistas o personas con dotes especiales. Pero no. Con la reflexión sobre el escribir no se ha querido dar una impresión semejante. Si se analizaran en detalle los procesos psicobiológicos que se suceden en el aprendiz a nadar, pocos intentarían lanzarse al agua. Pero en efecto, muchos aprenden a nadar combinando la instrucción con la práctica.
Escribir es un oficio intelectual quizás mucho más gratificante, para el cual sólo se requiere voluntad y constancia para aplicarse a leer, reflexionar y practicar. Hay personas que afirman que escribir se aprende leyendo, y es una gran verdad. O dicho de otra manera, no se aprende a escribir si no se lee. Pero no es suficiente. Como se trata de un proceso mental, es necesaria la reflexión y, por ser un oficio hay que acceder a la práctica constante. A escribir, se aprende escribiendo, como a nadar, se aprende nadando.
Por estas razones, apreciado lector, surge en este libro la estrategia L.E.E., la cual permitirá promover el saber escribir, o mejor, el aprender a escribir. L.E.E. es una sigla que significa: LEER – ESTUDIAR – ESCRIBIR. Como se sugiere en los términos, la estrategia se basa en tres acciones coordinadas o combinadas: leer mucho, de todos los géneros y especialmente aquello por lo que se tenga mayor gusto: piezas literarias, líricas, narrativas, teatro, ensayos; textos periodísticos, informativos, científicos o didácticos, que eventualmente apoyen u orienten nuestro aprendizaje y nuestra práctica; en fin, textos libres, de divulgación, culturales, sociales, recreativos, etcétera.
Además de leer, importa mucho también reflexionar, estudiar y analizar los aspectos más destacados del escribir. Conviene detectar las propias dudas o necesidades -por ejemplo, sobre el proceso de escritura, aspectos gramaticales o lingüísticos, código escrito, estilo, otros-, y adelantar las consultas que vengan al caso. En fin, sin más preludio ni misterio, debemos abordar la práctica de la producción escrita. Una práctica creativa, ojalá sistemática, asidua, y en las tres fases del proceso, como se sugiere en este libro. Con esto habremos aplicado la estrategia L.E.E.
Adentrarse en la experiencia de escribir exige ciertos preparativos: determinar un punto de partida, unos requisitos, unas metas, instrucciones y una ruta que recorrer. Pero igualmente el escritor se va a enfrentar a lo desconocido, se expone a las sorpresas y a lo inesperado, vive grandiosas experiencias, comparte y aprende mucho. “Para mí escribir es un viaje, una odisea, un descubrimiento, porque nunca estoy seguro de lo que voy a encontrar ha dicho Gabriel Fielding” (citado por Cassany, 1999). ¿Y por qué no poder estar seguros de lo que vamos a encontrar? Porque escribir es un proceso complejo de creación mental, personal y compartido, y en muchos aspectos es impredecible, dada esta naturaleza. Porque hay secretos como ciertos logros, dificultades, dudas, aprendizajes, satisfacciones y nuevos conocimientos, que sólo descubriremos cuando nos hayamos metido de lleno en la faena.
En la planeación y preparación no se trata únicamente de recoger la información requerida y diseñar un esquema, como a veces se entiende. La idea es ir más allá del diseño del plan. Es necesario despertar la inteligencia y darle alas para que indague en los recónditos pasillos del saber; suscitar el interés por escribir y resucitar apetencias de pensamiento que de pronto estaban inertes o escondidas, por el temor a la letra escrita, o por la creencia de que escribir es sólo para quienes gozan de dotes especiales, y sumergirse en un trabajo en el que se origina la creación, tan importante como la composición misma del texto. Para ello, el escritor empezará, por ejemplo, formulando interrogantes: ¿cómo animarnos a escribir? ¿En qué estado o disposición comenzar este proceso? ¿Qué buscamos al escribir? ¿Qué caminos recorrer, qué medios utilizar para generar, acopiar y organizar la información que se pondrá por escrito? ¿Sobre qué se puede escribir? ¿Cómo prever la estructura del texto?
Porque, cuando emprendemos una correría, así sea hacia lo desconocido, lo primero es tener muy claro de dónde arrancar, hacia dónde ir, tras de qué, en qué, con quién debemos contar, en qué dirección y qué tan largo es el camino. Es lo mínimo que nos permitirá elaborar bien el mapa o sea el plan. Veamos cuáles son estas tareas y cómo proceder en cada una de ellas.
Tener claro el tema sobre el cual se va a tratar es muy importante en la medida en que nos facilita saber de dónde, para dónde y por dónde orientar las actividades. A la vez, permitirá concretar más el mapa del recorrido y así evitar, en un futuro salirnos del camino, es decir, del tema.
De todo es posible hablar y escribir. Son temas de comunicación escrita desde las cosas que parecen insignificantes como una planta del jardín, una nube, las abejas, la sonrisa, un sueño, las recetas de cocina, hasta los problemas y asuntos más trascendentales que preocupan a los seres humanos, como sus orígenes, destino, organización, social, trabajo, salud, etcétera, así como los enigmas que inquietan a los humanos: qué es el hombre, la vida, la tierra, los planetas, la educación, el pensamiento.
Los temas hacen parte del saber que ha venido acumulando la humanidad a través de la historia, por ejemplo, conocimientos, aplicaciones tecnológicas, expresiones artísticas, comportamientos e intereses; son parte de las manifestaciones de la cultura. Los saberes se adquieren y desarrollan mediante acciones de comunicación, entre las cuales se cuenta la lectura, el aprendizaje proporcionado en la escuela y también las experiencias directas, que ofrece la vida en los distintos campos de desempeño: familiar, social, laboral, educativo, comercial y otros.
El saber humano acumulado históricamente por la humanidad corresponde a muchas ciencias y disciplinas, como podrían ser:
Cuando se piensa escoger un tema para elaborar un escrito, extenso o corto, es necesario primero situarlo claramente en el panorama general del saber humano y proceder a su delimitación. ¿Cómo se delimita? Precisándolo desde lo general a la particular, hasta lo deseado. Un campo del saber encierra varias disciplinas, estudios o ciencias; a su vez, cada una cubre muchos aspectos, y dentro de éstos pueden identificarse temas, según el texto que se pretende escribir. Por ejemplo, en el campo de las ciencias humanas, y dentro de él la psicología, existen la psicología general, evolutiva, del aprendizaje, etcétera; la evolutiva comprende aspectos como etapas del desarrollo del niño, lenguaje y conocimiento, el niño y su entorno y otros. Dentro las etapas del desarrollo, sería factible pensar en la inteligencia sensorio-motriz, la adquisición del lenguaje, la formación del símbolo. Aún habría que delimitar más, por ejemplo, para un ensayo: cómo se da la socialización al aprender el lenguaje, dificultades en el aprendizaje del lenguaje, qué es la afasia, la dislexia, en qué edad conviene el aprendizaje de la lecto-escritura, etcétera. Todo depende de lo que se desea y del campo en que el escritor se sitúe.
Por otro lado, es necesario tener en cuenta los propósitos, el tiempo disponible, el acceso a las fuentes de información y el tipo de lector a quien se dirige. También pensar en temas de actualidad, interesantes y que puedan ser beneficiosos, según sea el caso.
Nos guste o no, y aún sin nuestro consentimiento, es un hecho que para introducirnos en la cultura se nos colocó de cuatro patas en el mundo de las letras, en la escritura. En el salto del hogar a la escuela, cuando menos lo pensamos, con métodos anticuados o con didácticas de las que hace alarde la pedagogía moderna, se nos enseñó a “leer y escribir”, entendiendo este aprendizaje como las primeras letras. Pero quizás no se nos enseñó a leer y escribir como un acto de comunicación y pensamiento. Y de pronto se nos condujo a otros aprendizajes, desconociendo, muchas veces, que el conocimiento llega por el lenguaje y, en un altísimo porcentaje por el lenguaje escrito.
Si no se enseña a leer, menos aún a escribir. Sin embargo, en la vida son muchas las ocasiones en que tendremos que utilizar la escritura. Entonces, no sólo nos sentiremos bien si adquirimos alguna habilidad para poner por escrito una información, sino que daremos gracias a Dios por tener gusto por ese oficio. Y es mejor haber desarrollado ese gusto, y no tener que hacer el trabajo mal y con poco agrado.
No se sabe a ciencia cierta si el escritor nace o se hace. Si se escribe por vocación o por oficio, que cualquiera puede aprender. La duda existe, no tanto porque sea difícil aprender a escribir, sino tal vez por los métodos odiosos para el aprendizaje de las primeras letras, por las imposiciones de lectura en la escuela o simplemente porque no se logra despertar motivación o interés. De ahí que, para transmitir ideas, es muchas veces más placentero, expresarlas oralmente, llamar por teléfono, dibujar, hacer señas o por otro medio, menos mediante un escrito. Porque escribir puede ser ocasión de actos fallidos, de huidas y momentos de apuro o, lo más deseable, motivo de placer, gusto y satisfacción.
Pero no es el solo placer afectivo lo que lleva a una persona a escribir. Las más de las veces lo mueven razones de orden intelectual, social, cultural, estético, moral o argumentos prácticos, por los indiscutibles beneficios que se derivan: solaz o placer estético, instrucción, trabajo, aprendizaje, medio para ordenar o clarificar ideas, mnemotecnia y aun -como lo relataba Cassany- algún tipo de terapia.
A la gente no le llama la atención escribir -aún dentro del océano de letras en el cual vivimos-, porque desconoce estos beneficios. Para el aprendizaje por ejemplo, se cree que se puede llegar por otros medios o que basta con leer. Ignoran que, desde luego se aprende leyendo, pero también escribiendo. Escribiendo se despeja el pensamiento y se aclaran las ideas. Escribiendo se abren caminos y horizontes, surgen soluciones a los problemas, uno se encuentra consigo mismo, se proyecta espiritualmente a la posteridad, remonta países, se identifican respuestas, se comparte la cultura y nuestra personalidad, se enseña a otros y, lo que es más grato, se producen enormes satisfacciones personales y aún profesionales. Vale la pena ensayar, ¿verdad?
Para motivarse a escribir se necesita abrir la mente a posibilidades creativas y comunicativas. Pensar que -poco o mucho- tenemos algo personal para poner por escrito que a alguien interesará. Entonces sentiremos la proyección de nuestro ser espiritual a otros seres de nuestra especie.
En fin, para motivarnos hagamos un examen introspectivo y formulemos preguntas: ¿Me gusta escribir? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Cómo superar las dificultades? ¿Qué me puede aportar el escribir? ¿En qué me beneficiaré? ¿Cuál puede ser el lado positivo de aprender escribir? ¿Qué hacer para empezar?
Hablando de inspiración, es tradicional atribuirla a un agente externo. Antiguamente se creía que los poetas eran inspirados desde “fuera” por las musas, hijas de Zeus, diosas de las ciencias y las artes. No se puede negar que el mito griego alude, metafóricamente, a ciertos reflejos iluminadores, chispazos o ideas geniales. Pero realmente la verdadera inspiración, no procede de algo exterior al autor, sino de dentro del él mismo, de su pensamiento y su corazón, como una disposición o una apetencia que genera el deseo e intento de escribir. Surge en el espíritu como una espontánea claridad, cuando se tiene una mente abierta y motivada para escribir. Entonces, las cosas externas, como los agentes, la información recibida, la naturaleza, las obras escritas, las comunicaciones, las personas, se convierten en fuentes, estímulos, incitadores de dicha inspiración.
¿Cómo inspirarse? Ni para inspirarse, ni siquiera para escribir existen fórmulas, pero sí sugerencias. Por ejemplo, en un trance de escribir, sería procedente despertar en sí mismo la sensibilidad, la imaginación y la creatividad, para lo cual es útil observar, escuchar, leer y detenerse en las fuentes. Dejarse llevar por el espíritu. De pronto surge la idea buscada y deseada.
Si en mi búsqueda, quiero escribir un ensayo sobre problemas educativos, y de pronto mi hijo de cinco años me pregunta “¿por qué cinco naranjas y dos naranjas son siete naranjas?”, se me ocurre que podría escribir sobre algo sí como: “¿qué tratamiento dar a las preguntas de los niños de cinco años?”. Tal vez, como candidato a psicólogo o pedagogo, me meta en camisa de once varas, con un problema que ni Jean Piaget resolvió. Pero veo que la vida real me da motivos para inspirarme. Y si estoy en plan de escribir un poema a mi madre y sueño que ella se convierte en una pequeña estrella refulgente para alumbrarme cuando leo, entonces, ¿qué tal un poema sobre mi sueño? Y si pienso en un cuento, y pasa por mi lado un anciano, dejando volar mi imaginación, podría ocurrírseme un relato en el que las personas tienen un ciclo de vida al revés: nacen ancianas, pasan por ser adultas y mueren en la niñez.
Los propósitos se entienden como los logros por alcanzar durante el proceso de escritura del texto. Se señalan explícitamente en el correspondiente plan global. Por ejemplo, ¿qué busco con un ensayo que trate de “mis primeros escritos”? Seguramente dar a conocer una información, compartir experiencias, exponer mis opiniones o puntos de vista sobre un problema, sustentar una tesis o afirmación, convencer o persuadir a aceptar una propuesta, comentar el tema o simplemente que la imaginación, la fantasía y la sensibilidad estética se canalicen y expresen con ocasión del tema. ¿Qué se busca con un texto narrativo? Informar de un acontecimiento, relatar una crónica o, tal vez, canalizar la creatividad literaria y la fantasía, en una leyenda o cuento. ¿Y qué se busca con una carta? De pronto, según las circunstancias, informar sobre un asunto, responder, notificar, prometer, señalar acciones por realizar, expresar alegría, dolor, complacencia, pésame o quizás manifestar cariño, amor o simplemente extender una invitación.
En la persecución de los propósitos, el escritor se suele trazar metas. Se alcanzan gradualmente a medida que se avanza en el desarrollo del escrito. Son como paradas que es necesario realizar durante el recorrido. Equivalen a pequeñas tareas conducentes a activar, reactivar o avanzar en el proceso. Responden a la pregunta: ¿qué hay que hacer para obtener el escrito deseado? Por ejemplo, consultar fuentes, recoger información sobre el tema, buscar título, elaborar borradores, etcétera.
Si el escritor ya se encuentra motivado e inspirado, en una situación concreta de producción de un texto, quiere decir que ya está en plan de viajar mentalmente, de pronto ya subiendo al vehículo que proporciona la inteligencia. Pero es posible que no todo esté listo. Conviene ejecutar ciertas tareas previas, preparatorias, que den pie para la activación de las neuronas del cerebro, iniciar el proceso sin titubeos y poner así a rodar la máquina de la producción escrita.
No es fácil dar con un buen título. Éste por lo general se origina de la inspiración inicial, los propósitos, el tema o el mismo enfoque. Su función principal no reside necesariamente en indicar, representar o sugerir el tema, como pudiera pensarse. En efecto, muchas veces, el título nada o poco tiene que ver con el tema. Es más bien un símbolo representativo de la creación escrita tendiente a motivar al lector, llamar su atención, darle pistas sobre el contenido, enfoque o finalidad, expresar genialidad, promover un determinado efecto o sugestión, o sencillamente despertar la imaginación y la curiosidad.
De todas maneras, como cualquier proyecto humano, la producción de un escrito necesita un nombre, un título, así de pronto requiera alguna modificación durante el transcurso del trabajo. (Niño Rojas, 2006).
Se entiende por enfoque la mirada, perspectiva, posición o punto de vista desde la cual se trata el tema y se compone el texto. Es como el criterio que define prioridades de atención, imprimiéndole rasgos y personalidad propia. El enfoque facilitará dar coherencia con el campo de saber, la ciencia o disciplina donde se sitúa, los propósitos, nuestras creencias, principios, formación, intereses y convicciones, lo mismo que con las características textuales y contextuales.
¿Desde qué punto de vista abordaría usted un informe científico sobre una investigación? Si quiere destacar los logros científicos, seguramente lo haga desde la ciencia donde se sitúa el problema, o tal vez desde la metodología, si desea llamar la atención sobre el proceso seguido. ¿Qué enfoque dar a un cuento? En este caso tendría que considerar el tema, estilo y la estructura narrativa, entre otros elementos. ¿Desde dónde plantear un ensayo expositivo sobre el problema del empleo en las grandes ciudades? Sería factible hacerlo desde la política, la sociología, la economía o tal vez desde la justicia social; o de pronto desde la práctica, como algo a que se le puede dar solución.
En fin, dentro del enfoque es importante tomar en cuenta que todo escritor debe tomar una determinada posición frente al asunto: si defiende o ataca, si propone, está de acuerdo o en desacuerdo, si interpreta, propone o argumenta, en relación con el contenido central del escrito.
Es importante no perder de vista que nos hallamos en un proceso de comunicación: un autor o escritor comparte con un lector una información sobre algún aspecto del mundo, utilizando el medio escrito. De manera que el lector, se involucra en nuestro proceso de escribir como destinatario y, a la vez como compañero inseparable de viaje, así sólo lo tengamos en la mente o imaginación, como en efecto sucede. Porque, con excepción de unos pocos textos estrictamente personales (apuntes, diarios...), siempre escribimos para que otras personas nos lean.
Es mejor desde un comienzo aceptar a nuestro interlocutor. Por eso es necesario considerar al lector, en su perfil y las condiciones que le son propias: su nivel cultural o educativo, edad, sexo, intereses, conocimientos, afectos, preferencias, roles sociales, ocupación y otros, de acuerdo con el tipo escrito: ¿nos dirigimos a niños, niñas, jóvenes o adultos? ¿Escribimos para una población específica o para cualquier lector? ¿Qué sabrá el lector del tema? ¿Qué esperaría ver en el texto? ¿Qué preguntará? ¿Cómo le gustaría que fuera nuestro texto escrito? Tomar en cuenta al lector facilitará no sólo precisar el tema, los propósitos y finalidades, las acciones para generar y organizar la información, sino también orientar la composición.
Dentro de los preparativos para la aventura de escribir, también se requiere que el vehículo en que se viaja sea de las mejores calidades, de acuerdo con la manera y el modelo requerido. Es decir, el autor tiene que identificar de antemano el modelo de texto escrito que mejor se ajuste a sus propósitos, escogiendo de la variada gama de escritos de los de mayor ocurrencia que, se producen en los distintos campos de la actividad humana, de carácter familiar, laboral, educativo, científico, etcétera.
Para asumir con éxito esta responsabilidad, el escritor requiere disponer de una tipología textual, como la que encontrará en el capítulo séptimo de este libro (Cf. p.218). Para ello se sugiere, que analice: de acuerdo con el propósito de la comunicación, ¿qué tipo de texto ejecutará: informativo, expresivo, interactivo? ¿Qué género escoge, científico o técnico, literario, personal, etcétera? ¿Va a producir, informes, monografía, artículo periodístico, biografía, cuento, ensayo?
Como en otros aspectos de la creación textual, la extensión de un escrito la fijarán los propósitos, el género escogido y, principalmente, la capacidad y pericia del escritor, lo mismo que la disponibilidad de tiempo. Hay circunstancias en que un texto es requerido con urgencia, como es común en situaciones de trabajo. En tales casos, no es lógico pensar en textos de gran extensión.
En otras situaciones, si el autor goza de experiencia y de grandes dotes, capaz de producir páginas y páginas en corto tiempo, dependiendo de la naturaleza del tema, podrá salir adelante hasta con poca planeación, dentro del privilegio poco común de ir concibiendo las ideas al mismo ritmo de la composición del texto. Tal vez produzca a satisfacción escritos cortos y largos, según lo deseado.
Pero lo más natural es que el autor se tome su tiempo y lo distribuya sabiamente entre las actividades de preparación del escrito y las de composición para avanzar progresivamente hacia la meta de culminar el texto, debidamente revisado y con la extensión requerida.
Aunque cualquier momento es bueno para producir borradores, aun cuando se está en la planeación, no obstante todavía falta para que nos encontremos en condiciones plenas para la escritura, pues no se ha producido la información deseada para poner por escrito. “Antes de comenzar a escribir -dice Serafini (1997)-debemos recoger el material, las ideas, los hechos, las observaciones con las cuales construir nuestro texto”.
Tienen que ver con el proceso de producción y generación de las ideas que darán origen a un escrito. Incluye dos importantes actividades: suscitar ideas, y acrecentarlas. Es un trabajo que se complementará con el acopio de información externa mediante la documentación e investigación, como partes de la de la planeación y preparación. Se trata de producir el material, en términos de ideas, datos, conceptos, observaciones, opiniones, fechas, nombres y hasta las fantasías, imágenes o sensaciones, en fin, todo lo que puede pasar por nuestro espíritu, que sirva para determinar la información de nuestro texto. Son dos principalmente los mecanismos que ayudan a esta tarea: a) la generación de ideas propias, y b) la compilación de información externa.
Antes de ir a las fuentes externas, es natural que intentemos primero extraer material de nuestro propio cerebro. Esto es posible, gracias a las experiencias ya vividas y a que la educación por la que hemos pasado nos ha permitido afianzar estructuras cognoscitivas capaces de generar pensamiento. Todo ha acrecentado los almacenes de nuestra memoria a largo plazo (MLP). De manera que no sea sino estimular y activar la mente para que, de pronto salten las ideas, como semillas para ser sembradas. ¿Cómo acceder de manera productiva a esta tarea de creación? Enseguida se sugieren algunas técnicas: la lluvia de ideas, preguntas y respuestas, y la escritura espontánea.
La lluvia de ideas. También se llama torbellino de ideas o “brainstorming”. Es una técnica sencilla y elemental, al alcance de cualquiera, pero quizá la más productiva. Consiste en dejar que la cabeza trabaje libremente, sin reglas, y anotar en una hoja o en computador lo que se le ocurra, en el orden, o desorden, en que esto se da. Al respecto, son excelentes las recomendaciones de Cassany (1999) quien aconseja: “apúntalo todo, incluso lo que parezca obvio, absurdo o ridículo”. Es importante escribir como venga a la mente y como salga al papel, sin preocuparse si es lógico, o si tiene errores. La única condición es que uno llegue a entenderse.
¿Qué pasaría con una lluvia de ideas sobre el “aprendizaje”? Seguramente saltarían a la mente ideas como:
- Hacer tareas | - Resumir al leer |
- Estudiar inglés | - Atención en clase |
- Tomar apuntes | - Preparar un examen |
- Hacer los ejercicios en casa | - Leer mucho |
- Consultar en la biblioteca. | - Realizar actividades. |
Es posible realizar una lluvia de ideas menos libre, es decir, basada en una asociación de ideas referenciada. Esto se hace escribiendo en una hoja algunos temas o ideas posibles, a los cuales se les busca por asociación otras ideas. El resultado es un poco amorfo, pero puede ser material que brinde utilidad. El ejercicio facilita trabajar con aspectos posibles del tema, lo que daría más alas a la mente en la producción de ideas o descubrimiento de aspectos inesperados.
Preguntar y responder. La técnica de preguntas y respuestas da magníficos resultados, especialmente, si nos respalda alguna formación sobre el tema. Consiste en hacer pasar el asunto que nos ocupa por todas las preguntas clásicas: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Al mismo tiempo se pueden hacer llegar a la mente posibles respuestas, las cuales se irán anotando, a medida que se presenten. No se preocupe si no encuentra respuestas a todas las preguntas o si algunas no le satisfacen de momento.
La escritura libre. Es una técnica común para crear y registrar ideas y, al mismo tiempo, explorar posibilidades de componer el texto. Consiste simple y llanamente en proponer el tema, coger papel y lápiz, o ir al teclado y a la pantalla, y soltarse libremente en prosa, sin preocuparse por el orden lógico, los errores o la gramática. Es posible que resulte un trabajo sin orden, algo pobre o que, de pronto, brote texto a borbotones.
Así se tenga que desechar el texto en sí, seguramente mucho del contenido será aprovechado para la organización de las ideas que harán parte del escrito. Y es posible, que parte de este texto, al revisarlo y adaptarlo, sea rescatable para incorporarlo al texto definitivo.
Para ciertos escritos cortos de pronto es suficiente el material generado desde nuestros propios conocimientos y experiencias. Pero lo más probable es que tengamos que acudir a fuentes externas, y por consiguiente nos veamos en la necesidad de abordar un proceso de documentación o de investigación.
La documentación es la búsqueda del conocimiento que alguien descubrió y que se encuentra en las fuentes de registro de la información; la investigación va más allá, parte del saber ya elaborado para aplicar un método riguroso tendiente a indagar sobre respuestas nuevas a los interrogantes que plantean los problemas del conocimiento en las diversas áreas.
La documentación es necesaria para preparar cualquier actividad en donde se maneja información (exposición, conferencia, debate, foro, etcétera) y, desde luego, en la etapa de preparación de cualquier escrito, particularmente del discurso de tipo informativo. En este sentido, documentarse es aplicar acciones de consulta o de lectura (Cf. p.133 y ss), para la compilación de información, tomando como base las fuentes correspondientes.
Por otro lado, para obtener información el escritor puede realizar directamente una investigación, con todo lo que éste proceso implica, o ir a los escritos que dan cuenta de los resultados de diferentes investigaciones realizadas sobre el tema. Para ello acude a consultar artículos, monografías, informes y tesis de grado (Cf. p.233,234). Y para recoger información se pueden aprovechar las técnicas para registrar la información en la documentación: las tradicionales con base en cuadernos, hojas sueltas y fichas bibliográficas y documentales. En la actualidad existen el recurso de los medios audiovisuales que permiten grabar información, y el apoyo de los medios electrónicos como el computador. En todos los casos, es necesario saber realizar una buena lectura de documentación (Cf. p.133 y ss).
En este punto, el escritor seguramente ya se encuentra enriquecido con una abundante cosecha de ideas, propias o extraídas de fuentes externas. Parecería que todo estuviera listo para abordar la creación del texto y cubrir de letras las páginas en blanco. Pero, ¿ha procesado diligentemente dicha información? ¿La ha elaborado, analizado, organizado y pulido lo suficiente como para apropiársela al momento de componer texto? No basta que el almacén esté lleno si no se ha puesto el cuidado para que el contenido sea sólido y de acuerdo con nuestros propósitos, lo cual no constituye una tarea sencilla.
No se trata de pasar por alto la información recogida, sin trabajar en ella. No se puede pasar de la información en bruto a la escritura, sin que medie un proceso de elaboración, como lo advierte Serafini (1997): “es necesario convencerse de que escribir no es la simple operación de transferencia de algo que está presente en nuestro cerebro a una hoja de papel, sino que nuestras ideas deben ser progresivamente organizadas y elaboradas”.
Hasta el momento, la mente del escritor ha venido trabajando en el “qué” de la creación del texto: procuró suscitar ideas extrayéndolas del recuerdo y de la experiencia, se documentó, buscó, indagó, recogió y almacenó en el pensamiento, en el procesador o en el papel. Se supone que el sujeto ya se encuentra frente a un cúmulo de información por analizar, depurar, clasificar y ordenar
El reto que a partir de ahora asume el escritor es permitir que la mente siga haciendo expedito el camino hacia la composición del texto, por medio del procesamiento de la información compilada, para lo cual deberá relacionar, jerarquizar, completar y ordenar el producto que tiene a mano, mediante algunas técnicas de organización de las ideas, como las que se proponen a continuación.
La categorización de temas y subtemas de manera lineal nos lleva a pensar en los esquemas tradicionales los cuales se pueden presentar de muchas formas: esquemas nominales ordenados y categorizados con números decimales o con letras y números, sinopsis con llaves, sinopsis con círculos o cuadrados, flujos de ideas con flechas, ideogramas, etcétera. Destaquemos el esquema nominal y la sinopsis oracional.
Una primera revisión inteligente del material recogido tal vez nos conduzca, a simple vista, a algunas aproximaciones alrededor de núcleos temáticos, según la materia de que se trate. El camino más fácil es retomar las preguntas sobre un tema y ordenar las ideas en un esquema. Por ejemplo, si el tema fuera “la dinámica de grupos en la enseñanza”, sería posible una propuesta, alrededor de las preguntas, así:
Preguntas | Esquema |
¿Qué son las dinámicas de grupo? | 1. Definición |
¿Cómo son? | 2. Características |
¿Cómo se clasifican? | 3. Clasificación |
¿De dónde se originan? | 4. Orígenes, antecedentes |
¿Qué comprenden? | 5. Clasificación, desarrollo |
¿Cómo se realizan en la docencia? | 6. Aplicación a la docencia |
Enseguida usted puede detallar cada aspecto tratando de subcategorizar, por ejemplo, el subtema número 4. quedaría así:
4. Clasificación
4.1. Grupos menores
4.2. Grupos mayores
4.2.1 Foro
4.2.2 Seminario
5. Desarrollo
Un esquema basado en una sinopsis oracional, se vale de oraciones en vez de nombres. Así, si quisiera desglosar el punto 2. en forma de sinopsis oracionales procedería más o menos de la siguiente manera:
2. Características
2.1 Siempre buscan un propósito
2.2 Requieren un determinado número de personas
2.3 Se cumplen ciertas reglas
3. Tipos de reuniones, etcétera
Los mapas, además de categorizar elementos, introducen diversas relaciones y toman en cuenta la globalidad. Por esto son el medio ideal para la representación del plan global de un escrito.
Varios son los autores que han promovido la idea de mapas en el manejo de información (Novak, Cassany, Serafini, Buzan). Según parece, el mapa es en un paso intermedio entre el caos y la organización; hace posible avanzar de la simple lluvia de ideas, y de la categorización nominal vertical, como en los esquemas anteriores, a la presentación inicial en forma de estrella (Serafini la llamaría “agrupamiento asociativo”) y de ahí a una representación global mucho más compleja.
Existen muchas clases de mapas semánticos, entre los cuales nos permitimos destacar tres:
Los mapas conceptuales
Se vienen trabajando ya de tiempo atrás, como propuesta que surge dentro de algunas tendencias del constructivismo, aplicadas a la educación. Por tal razón, el uso de los mapas conceptuales ha estado más restringido al campo de la enseñanza, aprendizaje y evaluación. En un mapa conceptual se representa la estructura global de una información, mediante un árbol vertical en donde se relacionan y categorizan conceptos básicos conectados por enlaces. Estos enlaces pueden ser conectores (conjunciones, preposiciones) o frases verbales aseverativas, unidas por pequeñas líneas.
Su uso para la preparación de un escrito ha sido resaltada principalmente por Cassany (1999), mediante una red jerárquica de conceptos enlazados. Sin embargo, lo que él y muchos llaman “mapa conceptual”, es una combinación libre de estrategias visuales comunes en mapas de ideas y mapas mentales, como la unión y categorización de ideas y conceptos, valiéndose de flechas, líneas y recuadros.
Mapa de ideas
Esta es una técnica, sugerida por Serafini (1997). Se trata de un esquema gráfico en el cual se representan diversos elementos o componentes, según sus relaciones. Se escribe en el centro de la hoja el tema o idea nuclear y en la periferia se van ramificando las ideas, en las cuales se divide, como lo indica el ejemplo, precisamente sobre los mapas de ideas.
La ventaja de esta técnica es que permite un ordenamiento de las partes del tema desde el centro hacia la periferia, permitiendo cierta categorización. La idea ha sido retomada por los hermanos Buzan para los mapas mentales, como se explicará enseguida
Ejemplo de mapa de ideas, según Serafini (1997)
Los mapas mentales
Son la representación visual de lo que pasa por la mente. Ha sido desarrollado por los hermanos Tony y Barry Buzan (1996), quienes destacan así lo valioso y, a la vez, complejo de la técnica: “el mapa mental moviliza toda la gama de habilidades corticales, incluyendo palabra, imagen, número, lógica, ritmo, color y percepción especial, en una técnica única y especialmente poderosa. Y al hacerlo confiere la libertad de vagabundear a gusto por la infinita extensión del cerebro”.
El mapa mental es una versión más compleja del mapa de ideas de Serafini e introduce las imágenes y el color. Además es muy libre, mucho más flexible, no se ata a ningún tipo de categoría; así, puede representar conceptos, ideas, nociones,
Mapa mental sobre “cómo ayudar a la gente a que aprenda”, elaborado por la IBM,
en colaboración del gobierno británico (Reproducido de Buzan, 1996).
Mapa mental sin palabras de John Gessink, sobre el amor (Tomado de Buzan, 2006).
acciones, etcétera y mediante rasgos y símbolos más variados. Pues para escribir la mente no debe atarse, debe es ayudarse. Observemos los ejemplos anteriores, de los que proporcionan los hermanos Buzan.
En el primer mapa mental, se observa cómo se combinan imágenes con texto; en cambio en el segundo mapa, de manera bien original, sólo se usan imágenes y color, sin palabras. Es un mapa mudo.
Sin duda, el mapa mental es una poderosa y efectiva herramienta para el trabajo intelectual en la recuperación y comprensión de información, por ejemplo, en la lectura documental e investigación, en la toma de apuntes en conferencias, y también en la producción, por ejemplo, en la generación de información, preparación de actividades (clases, talleres, seminarios, conferencias), el planeamiento (proyectos, agendas), la solución de problemas personales, familiares y organizacionales, y, desde luego, la creación, organización y registro de las ideas para la elaboración de un escrito. ¿Y qué decir de los beneficios que brinda un buen mapa mental como clave para guardar información y subvencionar la memoria a largo plazo (MLP)?
Los principios básicos del mapa mental los resumen así los hermanos Buzan (1996):
Estos principios, bien aplicados, producen magníficos resultados. Sin embargo, también es importante tomar en cuenta la flexibilidad y la claridad, mediante la aplicación de la imaginación y la creatividad, según las necesidades de cada cual. Por tanto, es posible combinar muchas técnicas, tradicionales o no. Un ejemplo es el que se encuentra en la página 183 de este libro. Es un mapa mental en forma arbórea, que representa la macroestructura del texto “La vida en el mar” (texto reproducido en la página 198).
El plan general de un texto, objeto de creación del proceso de escribir, surge de manera natural, como resultado de las tareas realizadas durante la planeación y preparación. Allí deberán estar registrados de manera esquemática los datos e información obtenida conducentes a la creación del texto escrito, en el momento de la composición. Si el plan es completo, claro, viable y sólido será una excelente guía para el escritor, a quien le quedará fácil interpretarlo y ejecutarlo. Será como el mapa del recorrido mental que está emprendiendo.
El plan global de un escrito puede incluir, entre otros, los siguientes aspectos:
- Tema | - Lector destinatario |
- Propósito o propósitos | - Tipo de texto |
- Título | - Superestructura (orden externo) |
- Enfoque | - Macroestructura (secuencia del contenido) |
Además podrá llevar anexos: la información compilada, ordenada y organizada, fuentes bibliográficas, instrumentos y material de apoyo específico. Veamos cuál pudo haber sido el plan global que, de manera implícita o explícita, tuvo en mente el autor al escribir “La vida en el mar” (lectura transcrita en la página 198):
Plan global del texto “La vida en el mar”
Título
ENUNCIACIÓN DEL TEMA
DESARROLLO O CUERPO DEL ARTÍCULO:
Finalización
La macroestructura que representa el texto “La vida en el mar” (Cf. p.198) se expresa mediante un mapa mental arbóreo, tal como se observa en la siguiente figura. Como se ve, el tronco representa el tema central, “organismos vivientes del mar”; y las tres ramas representan los subtemas o ideas principales del texto. Las ramas menores y hojas indican ideas secundarias o de desarrollo.
Figura arbórea que representa la macroestructura del texto “La vida en el mar”
(Cf. p.198).
Para el caso escuchemos las palabras autorizadas de Gabriel García Márquez, quien nos instruye sobre cómo aprender a escribir en la práctica:
Nadie enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos con la aptitud y la vocación alertas. La experiencia de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir a los aprendices si éstos tienen todavía un mínimo de humildad para creer que alguien puede saber más que ellos. Para eso no haría falta una universidad, sino talleres prácticos y participativos, donde escritores artesanos discutan con los alumnos la carpintería del oficio: cómo se les ocurrieron los argumentos, cómo imaginaron sus personajes, cómo resolvieron sus problemas técnicos de estructura, de estilo, de tono, que es lo único concreto que a veces puede sacarse en limpio del gran misterio de la creación.
(Gabriel García Márquez )
¿Qué hacer? ¿Cómo empezar a escribir? Tomemos nuestro material, recordemos nuestras metas y démosle libertad a la mente para que accione. Sintámonos dueños del taller de la escritura. Algo escrito saldrá, por algo empezaremos y siempre tendremos oportunidad de corregir o cambiar. Simplemente escribamos ya. Si le parece, puede empezar por el siguiente ejercicio:
Seleccione una de estas situaciones:
Usted escucha una noticia que le alarma y quisiera relatarla. Sale de noche, observa el cielo estrellado y le dan ganas de expresarse. Le llama la atención el contenido de un párrafo de este libro y quiere escribir algo más. Observa su casa y quisiera describirla. Observa un tumulto en la calle y quisiera informar. Desea interpretar por escrito un dibujo. Le gustaría relatar algo que le aconteció. Querría compartir con los demás una película o un programa de televisión. Tal vez le dan ganas de escribir un cuento... o un ensayo. Le gustaría poner por escrito su opinión sobre un determinado asunto. Necesita escribir un informe…
¿Cómo le fue? ¿Escribió? ¿Y si no logró escribir nada? Esto pudo haber sucedido. Pues también hay escritores que se demoran mucho en algún punto del proceso, a veces patinan y hasta se desesperan porque las ideas y las palabras no les salen. Si persisten, de seguro saldrán adelante. Hay personas que, aún después de desarrollada satisfactoriamente la planeación, la de concebir y elaborar las ideas, no logran una línea. Titubean largo tiempo, rompen hojas, comienzan, paran y vuelven a comenzar. De repente, cuando menos lo piensan, arrancan y se desbordan en prosa, sin parar, logrando producir en poco tiempo lo que tal vez en días semanas, meses y tal vez años no habían logrado.
Veamos cómo describe Cassany (1999) una situación similar:
Pasan los minutos y no se te ocurre ninguna idea. Te sientes confundido. No ves por dónde empezar. Te comen los nervios. Tienes poco tiempo. No te sale nada. Vuelves a pensar en ello. La cabeza se te va de aquí para allá, y de allá para aquí. Falta concentración. Tienes que hacerlo ahora. Te gustaría tener páginas y páginas repletas de letra, aunque sólo fueran borradores. Sería un principio. Pero la página, en blanco. Blanca. Vacía. Llega la angustia. ¡Otra vez! Te da miedo esta situación. Terror. La página en blanco te produce terror.
Una estrategia es abordar el ejercicio de la escritura, respondiendo preguntas sobre los diferentes aspectos relacionados con el texto: ¿de qué se trata? ¿Qué busco? ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que decir? ¿En qué orden? Otra forma de lograr confianza, es escribir un diario sobre lo que a uno le acontece o sobre lo que se le ocurra: pensamientos, reflexiones, anécdotas. Esto será como un aperitivo para escribir algo más especifico.
En principio, hay que desechar toda preocupación por la calidad de los primeros borradores. Como es lógico, estos serán desorganizados, confusos, incompletos, con errores. Eso no importa. Son insumo para el proceso que se inicia. El escrito final con seguridad será muy distinto.
El escritor tiene que rodearse del ambiente, de las condiciones y de los elementos de apoyo indispensables para cumplir su tarea. En consecuencia, es de suponer que buscará la comodidad externa para escribir, con buena iluminación, sin ruidos perturbadores, y con su material y sus elementos de apoyo a la mano.
En el momento de escribir es necesario disponer de:
Emprendido el recorrido de la escritura, no dudemos que tendremos que afrontar dificultades y que encontraremos enormes obstáculos que pueden frenar el proceso, desviarnos de nuestro destino, distraernos y hacernos desistir. No olvidemos que el viaje de la escritura es complejo, lento, pero progresivo. Y como toda labor humana exige esfuerzo, dedicación y constancia. Pero es muy gratificante.
Para asegurar el éxito y lograr que el trabajo se adelante con agrado, es decir, para que nuestro viaje mental sea efectivo y grato, se proponen las siguientes recomendaciones, algunas inspiradas en las sabias lecciones de Cassany (1997):
Lluvia de ideas. | Agrupamientos asociativos. |
Preguntas y respuestas. | Documentación bibliográfica. |
Empleo de las plantas medicinales. | Lo que no es libertad y lo que sí es. |
La educación en los primeros grados. | ¿Será posible desterrar el egoísmo? |
Cómo preparar mejor un examen. | La explosión demográfica. |
Causas de la violencia política. | Conflictos entre padres e hijos. |
Necesidad de proteger las plantas. | Las señales de tránsito. |
El desempleo en Latinoamérica. | Necesidad del trabajo. |
8 El lector podrá consultar también mi libro: Niño Rojas, Víctor M. La aventura de escribir, del pensamiento a la palabra. Bogotá: Ecoe Ediciones, 2006. Allí se desarrolla con mayor detalle y amplitud la propuesta del escribir como un proceso creador.