“Me fascina la idea de que uno
pudiera usar el lenguaje para
maldecir o para bendecir”
(Humberto Maturana).
Tradicionalmente en los estudios del lenguaje se le daba prelación como unidad de análisis a la oración y dentro de ésta a sus partes. Se pensaba que era la mínima unidad del habla con sentido completo. Por los avances en las ciencias del lenguaje y, en especial de la pragmática, hoy día sabemos que la unidad más pequeña de comunicación no es la oración sino un acto de habla. Aún más, en la práctica tampoco nos comunicamos con un acto de habla sino con secuencias de actos de habla, lo cual constituye el discurso. Y éste surge cuando ponemos en uso la lengua para expresar el pensamiento en contextos reales de la vida familiar, laboral y científica.
Al hacer discurso producimos texto con significado para ser interpretado por un segundo interlocutor, en un proceso cíclico de comunicación. En consecuencia, el discurso se puede ver desde la perspectiva de quien lo produce y desde la mirada de quien lo interpreta y se beneficia de él. Acto de habla, texto, discurso, producción y comprensión constituyen, por tanto, los centros de atención cuando se trata de analizar la comunicación desde una mirada global. Entonces podríamos preguntarnos, con el propósito de buscar respuestas en este capítulo: ¿qué comprenden un acto de habla, texto y discurso? ¿Cómo es la macroestructura de un texto? ¿Qué fases se dan en la enunciación e interpretación del discurso? ¿Qué tipos de discurso existen?
Como desarrollo de la competencia comunicativa, a la cual se le dedicó el capítulo anterior, ahora se trata de analizar qué implicaciones tienen la competencia pragmática y la competencia textual, como la clave para entender la producción y comprensión de discurso en el proceso de comunicación.
En principio diremos que la pragmática “analiza los signos verbales en relación con el uso social que los hablantes hacen de ellos; las situaciones, los propósitos, las necesidades, los roles de los interlocutores, las presuposiciones, etcétera. La competencia pragmática es el conjunto de estos conocimientos no lingüísticos que tiene interiorizados el usuario ideal” (Cassany, 1999). Vale decir, la competencia pragmática tiene que ver con la capacidad de realizar actos de habla y producir discurso en contextos reales de la vida humana. Así, por ejemplo, un estudiante universitario aplica su competencia pragmática cuando mantiene una conversación con un amigo, cuando expone un tema en clase o cuando prepara y presenta un informe.
En cuanto a la competencia textual, ésta se deriva de la competencia pragmática y tiene como soporte la capacidad de producir texto en el discurso, es decir, asignar la macroestructura semántica y las relaciones de coherencia y cohesión, de las cuales se hablará más adelante (Cf. p.53-55). Está ligada a la esencia del texto, por eso Lozano (1982) la entiende como “una especie de mecanismo de generación de coherencia”. En la acción del discurso aplicamos igualmente la competencia textual, por ejemplo, cuando presentamos coherentemente por escrito un informe o cuando escribimos un ensayo.
Comprender el sentido de acto de habla permitirá entender también la concepción de discurso, pues éste es en realidad un acto de habla en grande, un macroacto de habla.
Se debe al filósofo Austin (1971) haber introducido la idea de acto de habla, entendido como una acción o actividad de uso del lenguaje que incluye: el acto de decir algo, el que tiene lugar al decir algo, y el que acaece por decir algo. Adoptaremos los términos de acto de habla locutivo, ilocutivo y perlocutivo, para referirnos a las tres subactividades de un acto de habla.
Desde el punto de vista de la función que cumplen en la comunicación, Austin considera que existen dos tipos de actos de habla: los actos constatativos y los actos performativos. Los actos constatativos son aquellos cuya función es esencialmente asertiva, es decir, exponer verdades o describir hechos. Los actos performativos, en cambio, tienen como finalidad cumplir una función social, es decir, hacer algo con el uso de la palabra.
En vez de actos de habla, Lyons (1995) preferiría hablar de “actos de lengua”, por cuanto no se refieren sólo a la realización oral de los enunciados sino también a la realización escrita. Así que en la realidad del uso de lengua, hay actos de habla cuya realización se da por el medio audio-oral, y actos de habla cuya realización se canaliza por medio de la lengua escrita. Sin embargo, aún teniendo razón Lyons, seguiremos empleando el término “acto de habla”, por estar ya generalizado en la literatura de la pragmática.
Por otro lado, un acto de habla se incorpora a lo que hemos denominado acto de comunicación o acto comunicativo (Cf. p. 2), pues no sólo nos comunicamos con el uso de la lengua sino con otros muchos medios. De esta manera el discurso se convierte en un proceso expresivo al que convergen diversos registros semióticos.
De manera general, se considera un acto de habla como la mínima unidad de acción en que se pone en uso la lengua, donde un agente personal emite un enunciado portador de una información con destino a un receptor, en un determinado contexto de la vida real. La esencia de este tipo de actos reside, pues, en una acción lingüística ejecutada de una manera real, por personas reales y en una situación real. En la práctica de la comunicación, a estos actos se les imprime una fuerza ilocutiva (actos ilocutivos), es decir, una intención comunicativa o propósito de manifestar y querer algo del interlocutor, con la respectiva acción. Para ilustrar los aspectos que estamos tratando nos valdremos de un texto corto y sencillo pero hermoso, la leyenda bíblica de Caín y Abel, en versión atribuida a Borges.
Caín y Abel
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaron silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
- ¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo, aquí estamos juntos como antes.
- Ahora sé que en verdad me has perdonado -dijo Caín-, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.
Abel dijo despacio: Así es. Mientras dura la culpa, dura el remordimiento.
(Jorge Luis Borges)
El acto de habla locutivo se da por el hecho de producir un enunciado oracional en el que se aplican las reglas de la gramática y en que se configura un significado proposicional, del cual hace parte el tema y la información que se refiere al tema: así el enunciado “¿Tú me has matado o yo te he matado?” incluye la proposición “alguien mató a otro”. Incorpora las propiedades de los enunciados constatativos y lo esencial es tener significado referencial. El acto de habla ilocutivo añade al hecho de decir algo, cierta fuerza de intención (fuerza ilocutiva), la cual se manifiesta mediante acciones del hablante y las condiciones de la emisión lingüística; esto permite ejecutar acciones comunicativas, como aseverar, preguntar, mandar, amenazar, responder, etcétera, como en la producción de los siguientes enunciados:
Aserción: “Mientras dura la culpa, dura el remordimiento”.
Deseo: “Ojalá me hayas perdonado”.
Advertencia: “Si no olvidas, sufrirás remordimiento”.
Amenaza: “¡Ay de ti si te atreves a tocarme!”
Promesa: “Yo trataré también de olvidar”.
Pregunta: “¿Tú me has matado o yo te he matado?”
Exhortación: “Por favor, perdóname”.
La fuerza ilocutiva imprime, por tanto, el carácter social a los actos del habla y les asigna una función o uso específico en el proceso comunicativo que media entre emisor y receptor. La fuerza ilocutiva la decide en primera instancia la configuración lingüística (entradas léxicas, estructuras oracionales, estructuras modales, entonación, puntuación), pero desde luego también la situación y el contexto en que se produce la emisión. Por ejemplo, la pregunta “¿a qué horas llega el vuelo de Madrid?” sólo se da como acto ilocutivo en la situación en que alguien, en un aeropuerto diferente al de Madrid, espera a una persona o pretende viajar en el avión que procede de allí.
Los actos perlocutivos son aquellos que se realizan como consecuencia de los actos ilocutivos, en la relación del hablante-oyente. Así, una cosa es amenazar (acto ilocutivo) y otra muy distinta, que el receptor se sienta alarmado, airado, se irrite o busque mecanismos de defensa (efectos perlocutivos). Por ejemplo, Abel pudo haber pedido un pan de manos de Caín (petición), y éste pudo dárselo, negárselo o entregarle sólo una parte (perlocutivo).
¿Cómo se relacionan los actos de habla con el discurso? La realidad del uso de la lengua lleva a pensar que la gente no se comunica con un acto de habla aislado, sino con secuencias, con cadenas de actos de habla debidamente conectados, es decir, con un macroacto de habla. Esto sitúa el problema en el discurso como “unidad observacional” que resulta de la puesta en práctica de la lengua, vista desde una globalidad. Igual que cualquier acto de habla, como macroacto, el discurso soporta una fuerza ilocutiva.
En el caso de la leyenda, al relatarla Luis Borges realizó un discurso que se vino a representar mediante un texto escrito, con la intención de compartir una versión original y sensibilizar hacia su moraleja. Como se ve, el autor puso en práctica la lengua para exteriorizar su pensamiento y comunicarlo a un oyente / lector, con un propósito específico, y dentro de un contexto particular.
Cuando las personas hablan de intenciones comunicativas (fuerza ilocutiva) se refieren a ciertas elecciones fugaces que realizan en la mente, en relación con el propósito y los contenidos significativos de un mensaje. Dichas elecciones casi siempre se dan en forma instantánea, empírica, intuitiva. Así concebida, una intención no se diferencia sino en grados de los propósitos de carácter involuntario. Es decir, en la práctica no hay una línea divisoria clara entre lo que es consciente o voluntario y entre lo que no lo es.
Frecuentemente en la comunicación interpersonal cotidiana, de nivel empírico, se participa en la emisión o recepción de mensajes sin darse plena cuenta, como en la lectura de un aviso al orientarse en la vía, o al conversar en el trabajo sobre cosas sin importancia. En un flujo de actos continuos alternan propósitos conscientes, inconscientes, o más o menos conscientes. Ésta es precisamente otra de las características del discurso lingüístico.
A veces se dicen o se escuchan preguntas como: “¿te das cuenta de lo que estás diciendo?”. Los grados de conciencia varían de emisor a receptor en un mismo acto comunicativo: el emisor se da cuenta de su propósito, y el receptor percibirá en forma igualmente consciente; el emisor enviará su mensaje en forma más o menos consciente y el receptor lo percibirá de manera inconsciente; o el emisor transmitirá su mensaje sin mayor conciencia y el receptor lo percibirá como tal, y de manera consciente; o, finalmente, tanto el emisor como el emisor se comunicarán de manera más o menos mecánica o inconsciente. Es de sospechar que la gente se comunica sin darse plena cuenta de lo que dice, o de lo que cree entender, más frecuentemente de lo que se piensa.
En el estudio del discurso confluyen hoy día muchas disciplinas (ejemplo, la filosofía del lenguaje, la psicolingüística y sociolingüística, la lingüística misma, la retórica, etcétera). Pero las ciencias que aportan más a la comprensión de lo que se llama discurso son la pragmática que estudia de cerca los actos de habla y la semiótica, que más allá de la simple teoría de los signos, analiza el proceso de significación y comunicación mediante los textos. Como diría Lozano (1982), “lo específico del hacer semiótico no es ya la aplicación de una teoría de los signos; sino el examen de la significación como proceso que se realiza en textos donde emergen e interactúan sujetos”.
La palabra discurso se deriva del latín “discurrere” que, según el Diccionario de la Real Academia, se asocia con las siguientes acepciones: inventar algo, inferir, conjeturar, andar, caminar por diversas partes y lugares, correr, reflexionar, hablar acerca de algo. Según la misma Academia, discurso se interpreta como “reflexión, raciocinio sobre algunos antecedentes o principios”, “serie de palabras y frases empleadas para manifestar lo que se piensa o siente”, “razonamiento o exposición sobre un algún tema que se lee o pronuncia en público”. Entonces vemos que la idea de discurso tiene que ver con un proceso que se genera en la inteligencia y se realiza mediante el uso de la palabra, oral o escrita.
Para el caso se entiende por discurso una cadena de actos de habla (un macroacto de habla) en los que se producen enunciados coherentemente relacionados para cumplir un propósito comunicativo, en un contexto real. El discurso así concebido, introduce al primero y segundo interlocutor como elementos significativos, lo mismo que el contexto que los rodea y cubre, el habla, la entonación, el acento, las estructuras sintácticas, los significados, la referencia y la fuerza ilocutiva.
Como unidad global portadora de significado, comprende diversos procesos semióticos y lingüísticos. Es decir, en la acción del discurso se teje el texto, sustentado en una red compleja e íntegra de relaciones de orden cognitivo y semántico (macroestructura), y también de tipo sintáctico, fonológico-fonético, sociológico, pragmático, entre otros. En consecuencia, para el análisis textual, es indispensable abordar distintas dimensiones o componentes.
Pero, ¿en qué difieren los conceptos de texto y discurso? En verdad, difieren muy poco. Aparentemente, los dos términos se refieren a lo mismo. Sin embargo, discurso tiene que ver con la acción pragmática en sí (es un macroacto de habla), o sea la acción en que el sujeto organiza y expresa su pensamiento con el uso de la lengua. Texto es el mensaje que se teje o construye con el discurso, sustentado en un esquema abstracto, la macroestructura, y con una secuencia, la superestructura que le da forma y orden (Cf. p. 55).
De manera paralela al concepto de texto y discurso, oración es un concepto abstracto de un modelo de estructura gramatical (una microestructura) que en el análisis se identifica en la mayoría de los enunciados emitidos en un discurso. Un enunciado es la emisión concreta, el producto de la enunciación, cuando se habla o escribe. Dicho de otra manera, lo que se produce en una emisión es un enunciado, el cual se puede analizar como una oración, desde el punto de vista teórico. “Las oraciones en el sentido más abstracto son construcciones teóricas, postuladas por el lingüista, para explicar la reconocida gramaticalidad de determinados enunciados posibles y la agramaticalidad de otros” (Lyons, 1995).
El texto puede estar constituido por palabras, una o varias oraciones en cadena, debidamente conectadas, por uno o varios párrafos o cláusulas (conjunto de oraciones que desarrollan un pensamiento), una conversación o diálogo, por segmentos de textos (como un capítulo) o textos completos, por ejemplo, un artículo, un ensayo, un cuento, un libro cualquiera, una intervención oral ante un público, una conversación completa, o por un relato corto, como el de Borges.
Texto no se asocia únicamente a lo escrito, ni discurso únicamente a la producción oral, como a veces se entiende. Y así como la acción del discurso se canaliza de manera oral o escrita, un texto se encuentra en piezas orales o en toda clase de escritos, y también en mensajes construidos con la ayuda de otro tipo de códigos, por ejemplo, un video.
Aunque para algunos un texto es una unidad lingüística mayor que la oración, no es tampoco la sucesión simple de oraciones, es algo más. El texto es de carácter semántico, es una red compleja de sentido, expresado mediante cadenas de oraciones.
En el diagrama de la página siguiente, se pretende representar las relaciones, implicaciones y los componentes del discurso como acción pragmática y del texto como resultado de dicha acción, lo mismo que las unidades, propiedades y estructuras globales allí implicadas.
Texto y discurso
Son dos las cualidades lingüísticas que hacen parte del acerbo de conocimientos de quienes producen o interpretan discurso. Se constituyen en puntos de referencia frente a los cuales se juzgan los usos, para afirmar si son o no admitidos en el seno de un grupo lingüístico.
Estas cualidades lingüísticas se definen desde dos puntos de vista complementarios: el criterio gramatical y el criterio semántico, como se explica a continuación.
Corrección gramatical. Desde el punto de vista de la gramática de la lengua, las oraciones de la secuencia textual se caracterizan por poseer gramaticalidad o corrección lingüística. Una oración es gramatical si se construye siguiendo las reglas establecidas por el código de la lengua y será agramatical si se sale de ellas. También se habla de usos correctos o incorrectos, según estén o no de acuerdo los usos aceptados como tales (así es incorrecto y agramatical “córrasen patrás”, lo que podrá corregirse por “córranse hacia atrás”. O de una manera más cortés, “por favor, córranse a atrás”). “Aquí habemos cinco personas” es incorrecto desde el punto de vista gramatical. Lo correcto es “aquí hay cinco personas”.
Son muchos los aspectos gramaticales en los que la gente suele cometer incorrecciones* y que, en consecuencia, deben cuidar quienes hacen discurso y producen texto (Cf. p.202 y ss). Es necesario que el hablante/escritor desarrolle una competencia lingüística tal que esté en condiciones de evitar errores en la formación del género y número en sustantivos, adjetivos, pronombres y artículos; en la conjugación y uso de los verbos regulares e irregulares; en la concordancia de sustantivos con el verbo y de los adjetivos con los sustantivos, la construcción de oraciones, uso de las preposiciones y adverbios, empleo del vocabulario, etcétera. Ejemplos:
Uso correcto | Uso incorrecto |
“Había muchos niños en el parque”. | “Habían muchos niños en el parque” |
“Se levantó temprano y se bañó rápido”. | ”Se levantó temprano bañándose rápido”. |
“Acaba de llegar mi amigo”. | “Recién llegó mi amigo”. |
“Les dijo a sus hermanos que esperaran”. | “Le dijo a sus hermanos que esperaran”. |
“Felicitaron a los campeones”. | “Se felicitaron a los campeones”. |
Interpretabilidad semántica. Desde el punto de vista semántico, los enunciados de la cadena pueden gozar o no de interpretabilidad. Se dice que los enunciados son interpretables semánticamente si tienen significado y si ese significado es el que el hablante / escritor ha querido comunicar y no otro. La interpretabilidad semántica se suele poner en juego en varias situaciones relacionadas con selección léxica o la construcción de oraciones. Mencionemos sólo tres casos de dificultad en la interpretación del significado: a) la impropiedad, b) la redundancia semántica, y c) la ambigüedad, léxica y sintáctica.
La propiedad semántica es una cualidad del vocabulario y de la frase que consiste en una adecuada relación entre la expresión empleada y el significado. Cuando no hay relación entre las palabras y el significado que se les atribuye, decimos que hay impropiedad.
Es decir, se consideran impropias todas aquellas las expresiones que se emplean con un significado que no les corresponde, y en consecuencia deben corregirse, como en los siguientes ejemplos:
Expresión impropia | Expresión propia |
“Les pido excusas”. | “Les presento excusas”. |
“No tiene actitud para el servicio militar”. | “No tiene aptitud para…” |
La redundancia semántica se da en expresiones en que se repite o recarga el significado. Además de la falta de economía, en discursos informativos suele crear dificultades de comprensión. Sin embargo, no siempre es un defecto reprochable pues en el lenguaje literario puede tener un sentido especial.
Algunas redundancias son tan comunes, que a veces pasan desapercibidas: “suba arriba”, “dibujen un círculo redondo”, “entren adentro”, “lo vi con mis propios ojos”. En otros casos, el error se produce cuando se repiten palabras o se usan palabras afines para reiterar la misma idea, ejemplos:
“Tengo el texto de la declaración textual”. | Tengo el texto de la declaración. |
“Es la elección para elegir representante”. | Es la elección de representante. |
Las construcciones ambiguas son aquellas en las cuales el significado, por no ser tan claro, se presta para dos o más interpretaciones. Esta dificultad semántica se debe al mal uso o combinación inadecuada de palabras, frases y oraciones en la secuencia del texto escrito. Por ejemplo, hay ambigüedad léxica en el enunciado “el cerdo estaba listo para comer”, pues si no se aclara por el contexto, se puede entender de dos amaneras: “el cerdo estaba listo para tomar su alimento” o “el cerdo estaba listo para comerlo”. Por otro lado, en la oración “Pedro llevó a María a su casa en su automóvil” hay una ambigüedad sintáctica: habría que aclarar a quién se refiere el posesivo “su”: ¿a qué casa la llevó, a la de él o la de ella? ¿Y en el vehículo de quién?
Son tres las propiedades básicas que se le atribuyen al texto, a saber: la coherencia, la cohesión y la adecuación. Veamos brevemente en qué consisten (Niño Rojas, 2006).
La coherencia
La coherencia tiene que ver con la selección de la información y con la lógica en que se apoya la organización de dicha información en el texto al ser comunicada. Es decir, permite establecer qué información es relevante y cuál no, su pertinencia, el tipo de lógica (interna y externa) y su estructura comunicativa.
A nivel interno del discurso es posible hablar de coherencia lineal (van Dijk, 1980) y coherencia global. La primera (también llamada coherencia local) se basa en las relaciones de adecuación lógica que deben guardar los enunciados de la secuencia textual. Se manifiesta en que la interpretación semántica de cada enunciado depende de la interpretación de los demás que le anteceden o siguen en la cadena. La coherencia global permite interpretar estructuralmente el discurso, estableciendo nexos lógicos, prioridades y núcleos temáticos, en una red jerárquica de ideas. En consecuencia, da sentido a los títulos, capítulos, partes, secciones y oraciones, bajo una mirada general de la mente. La representación que mejor se ajusta a un texto que goce de coherencia global es lo que se ha llamado justamente la macroestructura.
La coherencia externa se relaciona más bien con la adecuación lógica entre lo que dice el discurso y el referente (coherencia referencial) o con el contexto y la participación de los usuarios (coherencia pragmática). Así no sería coherente un texto que afirme “el agua corre hacia las alturas”, por no ajustarse a la lógica ni a la realidad; a no ser que se busque un efecto especial, o el contexto le dé algún sentido. Por ejemplo es posible creer que el agua corre hacia las alturas en un surtidor, y entonces el enunciado pasaría a tener coherencia externa.
La cohesión textual
Dado que el texto es una unidad de comunicación cuyo contenido se ofrece al lector organizado coherentemente, siguiendo una lógica propia, es necesario que así se exprese al oyente/lector por los medios y mecanismos que ofrece la lengua. Entendemos por cohesión la cualidad que permite organizar y conectar los diferentes elementos del mensaje (oral o escrito), siguiendo las reglas de la gramática de la lengua. Por tanto, tiene que ver con la articulación de las palabras y oraciones dentro de los párrafos y de unos párrafos con otros, dentro del texto.
La lengua proporciona numerosos mecanismos y recursos para dar cohesión al discurso y, en consecuencia, contribuir así a la coherencia en su parte semántica. Destaquemos enseguida tres de los más importantes mecanismos de cohesión: los elementos referenciales, los marcadores y conectores de frase, y las expresiones elípticas.
(1) Los elementos referenciales son expresiones propias de lengua que facilitan al escritor (y desde luego, al hablante) relacionar lo que se comunica, con aspectos anteriores o posteriores presentes en el texto, o también con el contexto situacional. Esto facilitará una comprensión inferencial por parte del lector (Cf. p.128).
Existen dos tipos de referencia: las referencias endofóricas y las exofóricas. Las primeras tienen que ver con las referencias internas, vale decir, con los elementos de la secuencia escrita, cuya finalidad más importante es asegurar la coherencia lineal.
Esta función la suelen cumplir, entre otros elementos gramaticales, los pronombres personales (“ayer fui a cine con mi amiga; a ella le gustó”), los pronombres relativos (“el profesor que te presenté se llama Pedro”), los sinónimos y ciertas formas sustitutivas o proformas, por ejemplo: “lo mismo, lo dicho, lo expuesto, dicha información, la primera parte”. Las referencias exofóricas son aquellas que se hacen del mundo externo al texto, como cuando mediante pronombres mencionamos a los interlocutores presentes (yo, tú) u objetos del entorno de la comunicación (ese libro, la luz que nos alumbra, aquí en este jardín).
(2) Los conectores y marcadores de frase (Cf. p.199,200) corresponden a ciertos elementos gramaticales de conexión, es decir, expresiones cuya función es ligar unidades textuales, como son oraciones, párrafos y diversos textos, para articularlos en la secuencia escrita, procurando la coherencia interna, lineal y global. Los conectores suelen coincidir con aquellas partes invariables de la oración que tradicionalmente se han denominado conjunciones (y, ni, pero, aunque, si, etcétera). Los marcadores de frase (así llamados por Cassany, 1999) comprenden no sólo conjunciones propiamente, sino otras muchas expresiones del lenguaje formadas con la combinación de preposiciones, adverbios y de otros elementos gramaticales (enseguida, a continuación, además, por otro lado, es decir, de donde, aún así, sin embargo, contrario de, etcétera).
(3) Expresiones elípticas son expresiones lingüísticas que permiten sobrentender o inferir una información que no está explícita, pero que se saca por el contexto verbal (el de la secuencia escrita) o por el contexto extraverbal (el que proporcionan los factores externos al texto, como las intencionalidades del sujeto escritor o lector, su cultura, factores circunstanciales, etcétera). Las elipsis contribuyen a la cohesión, evitando repeticiones y agilizando así la expresión del pensamiento, por ejemplo: “mi libro es viejo; el tuyo se ve nuevo” (es decir, tu libro).
La adecuación
Cuando se habla de adecuación nos referimos al ajuste de la cadena de enunciados con las condiciones de la situación comunicativa en que se produce el discurso. Dichas condiciones tienen que ver principalmente con dos aspectos relacionados con el uso de la lengua, oral o escrita: a) la selección de la modalidad y variedad de lengua, y b) los registros determinados por el propósito, el tema y la relación que se establece entre los interlocutores.
Existen dos modalidades de lengua: la que resulta de aplicar el código oral y la que se constituye con el uso del código escrito (Cf. p.30). Es obvio que si se trata de una conversación, la modalidad escogida será la lengua oral. Y si hay que escribir un ensayo, la selección es sobre el código escrito, con todas sus implicaciones y exigencias.
Las variedades lingüísticas se manifiestan en los niveles de uso de la lengua y las diferencias dialectales. Es un hecho que los miembros de una comunidad no hablan ni escriben igual una misma lengua. Es más, cada persona tiene su habla peculiar (idiolecto) y estilo propio a la hora de escribir. En el ámbito de una lengua común o general (lengua “estándar”), a la que se toma como referencia ideal, se registran diferencias dialectales (léxicas, fonéticas…) a nivel de nación, de región y de localidad.
La macroestructura textual (van Dijk,1980) corresponde a la estructura abstracta, la organización semántica de un texto, su estructura profunda, el plan global que tuvo en mente el autor. Lozano (1982) la entiende como “la representación semántica global que define el significado de un texto concebido como un todo único”. También se llama macroestructura semántica, por cuanto, es la representación del significado, la cual “expresa qué elementos textuales son más relevantes en la información semántica del discurso, considerado como un todo y a la vez precisa los elementos textuales más importantes” (Álvarez, 2000).
La macroestructura corresponde a la organización secuencial y estructural del contenido, desarrollado como una gran proposición (macroproposición). Comprende el tema y la red compleja semántica que lo desarrolla, establecida por la cadena de oraciones (microestructuras). La macroestructura se considera como el eje, el árbol o esquema semántico que sostiene el discurso, y requiere de una característica -ya explicada- que le otorga su esencia: la coherencia.
La superestructura es el esquema formal, que corresponde más al género o tipología textual, común a varios escritos (van Dijk, 1980). Por la superestructura sabemos si se trata de un texto periodístico, argumentativo, o si es un informe, una factura, una receta, o una pieza retórica política. Como se ve, es la organización externa del texto, pero se involucra semánticamente en él, porque le imprime un orden, una finalidad, una razón de ser. Un ejemplo es el texto narrativo de Borges, en que se distinguen la introducción, la complicación, resolución y finalización. Entre otras funciones, una superestructura definirá las partes, el orden y la secuencia.
Texto y contexto se complementan y exigen uno al otro. Contexto (lat. “cum” = con y texto = tejido) corresponde a los elementos y factores que acompañan y determinan el texto, como se ve en la tabla, resumida de la propuesta de van Dijk (Correa, 2001):
Dominio: define el ámbito social o institucional al cual pertenece el discurso (ejemplo, la filosofía, el derecho). | les, mesa, silla, etc.) y sociales o simbólicos (como la presencia de una bandera). |
Rol de participantes: existen roles en la comunicación, por ejemplo, del primer interlocutor, el lector, el oyente, etcétera. | |
Interacción global y tipo de evento comunicativo: permite categorizar ciertos géneros con propiedades formales y estilo propio (conversación, debate). | |
Rol profesional: se refiere al saber socialmente aceptado como profesión, ejemplo: ser maestro, juez, sacerdote. | |
Funciones: los géneros cumplen funciones en una secuencia específica de acción o dominio. Son de carácter social. | |
Rol social: es inherente a cualquier acto comunicativo, y consiste en la posibilidad de entablar comunicación con toda persona cualquiera sea su profesión o su papel en la comunicación. | |
Intención: todo acto comunicativo es intencional, es decir, constituye un modelo mental de lo que se quiere dar a entender al otro interlocutor. | |
Afiliación: ciertos roles exigen que la comunicación se haga en representación de un grupo o personas (ejemplo, la comunicación de un congresista). | |
Propósito: constituye un modelo mental mucho más amplio que la intención. | |
Fecha, tiempo: constituye el inicio (apertura), duración y finalización (o cierre). Se puede medir en horas, días, semanas, meses o años. Hay un tiempo real y un tiempo subjetivo. | |
Pertenencia: también puede darse la interlocución en representación de ciertos grupos o categorías sociales (ejemplo hablar a nombre de los niños). | |
Lugar: ciertos discursos se realizan en lugares específicos, otros pueden ocurrir en cualquier lugar. | Los otros sociales: quiere decir que la comunicación hace referencia a personas que habitualmente no están presentes en el acto. |
Circunstancia: ciertos actos comunicativos sólo pueden ejecutarse si se cumple una condición, por ejemplo, que sólo se hagan preguntas al final. | |
Representaciones sociales: se refiere a que los interlocutores no sólo comparten conocimientos, actitudes, ideologías de su grupo sino que tienen un conocimiento mutuo. | |
Soportes y objetos importantes: hay objetos materiales (como medios audiovisua- |
A continuación se aborda el análisis del proceso de producción y comprensión del discurso que constituyen un ciclo, el cual comienza con la determinación del propósito y tema por parte del emisor o primer interlocutor y se cierra cuando el segundo interlocutor, además de haber capturado y comprendido plenamente la información temática, identifica el propósito que tuvo en mente el primer interlocutor. Este ciclo de producción y comprensión tiene lugar tanto en la comunicación audio-oral como en la comunicación escrita (lectura y escritura). Dicho proceso se representa en el siguiente diagrama.
Es común considerar por separado las tareas o acciones que le corresponden al emisor y las del receptor, como lo hace Berlo (1977), quien atribuye separadamente las habilidades de hablar, escribir y pensar al emisor, y las de escuchar, leer y pensar al receptor. Lo mejor sería considerarlas conjuntamente. En realidad, escuchar, hablar, leer, escribir y pensar hacen parte de la competencia comunicativa de emisor-receptor, en la comunicación de tipo lingüístico.
¿Cómo se da la génesis de un mensaje? ¿Cómo surge, cómo se codifica y configura, cómo se produce? Nos situamos en el emisor o primer interlocutor, quien deberá poseer como requisito mínimo una competencia comunicativa, es decir, el conocimiento del código y las habilidades, que lo capacitan para emitir mensajes, y también el conocimiento del tema o información, lo mismo que la capacidad de representarla. Estas capacidades varían de individuo a individuo, según la cultura. Nótese, por ejemplo, el estilo típico, literario, bastante culto de Borges.
De acuerdo con esto, en la producción del mensaje es factible distinguir algunas tareas o subprocesos, que le incumben al primer interlocutor, a saber:
Tener un propósito es inherente a los actos humanos y de esto no sólo no se escapan los actos de habla, o mejor los macroactos de habla, sino que se constituye en su propiedad esencial. La gente hace discurso para algo y para alguien. Para informar, para expresar una actitud o estado afectivo, para solicitar u ordenar algo, para compartir puntos de vista, para interactuar. En la leyenda de Caín y Abel se capta el propósito de sensibilizar al lector hacia el perdón, con motivo del reencuentro de los dos hermanos.
En la producción de cualquier mensaje es esencial la concepción clara de la información que se desea transmitir, por parte del sujeto emisor o primer interlocutor. Digamos que es la tarea más importante y la que le da contenido a un discurso. En este punto son de considerar las siguientes tareas: el reconocimiento y selección de la información, el registro de la información, la asignación de relaciones externas, la asignación de relaciones internas y la organización de la información y planeamiento.
Reconocimiento y selección de información. Una de los primeros trabajos del emisor es la necesaria identificación del tema, asunto o tópico, sobre el cual versará su discurso. El tema se refiere a la globalidad del contenido. La información, requisito esencial de todo proceso comunicativo proporciona la materia prima para el proceso: lo que se quiere compartir o dar a entender. El sujeto origina esta acción en la observación y análisis de la realidad, fuente primaria de la información. Procede a la generación de ideas propias o a la búsqueda, consulta, investigación y acopio en fuentes externas. Se puede de disponer de un esquema o plan global que servirá de guía para el trabajo (Cf. p.180).
Dependiendo del tipo de discurso, el reconocimiento y selección de información se realiza de manera explícita o formal, o de modo espontáneo. Una conferencia científica, por ejemplo, requiere de un proceso formal de preparación, lo cual no se requiere en una conversación cotidiana.
En el ejemplo de la leyenda, considerada la genialidad de autor Jorge Luis Borges, y la extensión y características del escrito, no suponemos mucha preparación previa explícita, aunque se infiere seguramente una compilación y un cuidoso examen de las ideas, tal vez proporcionadas por su experiencia y su imaginación. Seguramente, si el autor hubiera sido un estudiante o un novato escritor, habría necesitado de algún tipo de planeación.
Registro de la información. Se trata de un proceso paulatino de compilación que, en principio y por naturaleza se da en la mente, en el ir y venir de la memoria a corto y largo plazo (MCP----MLP), pero puede ser apoyado externamente, en especial cuando se trata de un discurso de carácter formal, mediante técnicas de registro o acopio: ficheros, registro en el computador, grabaciones de audio, en video, etcétera.
Provisionalmente la información recopilada puede ordenarse según la estructura prevista para el discurso, de acuerdo con cada tipo o género. La mente parte de información específica y va a construir la información global. Borges para la escritura de su leyenda, seguramente tuvo en mente qué iba a tomar como introducción, qué iba a decir en la acción central, cuál sería la participación de los protagonistas, (se encontraron, prepararon comida...), cómo relacionarlos en el diálogo, el desenlace o conclusión, etcétera.
Asignación de relaciones externas. Sobre la base del material trabajado hasta el presente, el hablante / escritor trasciende a otro tipo de informaciones, diferentes al contenido del discurso propiamente. Igual que para la comprensión (Cf. p.66), el sujeto coteja su discurso con otras informaciones como las siguientes:
Lo anteriormente descrito le permite al hablante / escritor acceder a la asignación de las relaciones de coherencia externa, pragmática (Cf. p.53). Obsérvese, por ejemplo, cómo son de apropiados los enunciados del discurso de Borges, al ajustarlos, en el diálogo, a las motivaciones de Caín cuando éste le pidió a su hermano que lo perdonara, y en la secuencia de respuestas intercambiadas, para expresar una intención gratificante.
La coherencia referencial se basa en las relaciones lógicas con el mundo real y posible, lo cual implica también de alguna manera relaciones lógicas con el respectivo marco de conocimiento. En la leyenda de Caín y Abel se nota coherencia referencial en la medida en que el argumento se ajusta a la realidad bíblica que todos conocemos y a los patrones morales que de ella se esperarían. Y también se ve cierta lógica sobre detalles importantes como sentarse en el suelo y hacer fuego para preparar comida. No obstante, la intervención de Abel para indicar su olvido no es tan coherente desde la lógica ordinaria; sí lo es, en cambio, desde la ficción o la literatura.
Asignación de relaciones internas. Las relaciones internas se van tejiendo a medida que el sujeto hablante / escritor avanza en el discurso. Estas relaciones tienen que ver esencialmente con la configuración y consolidación de una macroestructura, de la cual se habló (Cf. p.55) y con su característica esencial, la coherencia global. Veamos cuáles son los elementos y relaciones de la macroestructura (esquema y relaciones del contenido global) que contiene el presente relato bíblico:
Secuencia macroestructural en la acción del relato sobre Caín y Abel
En realidad el concepto de coherencia global es inherente al de macroestructura, ésta no existe sin aquélla. “Sólo si nos es posible construir una macroestructura para un discurso, puede decirse que ese discurso es coherente globalmente” (van Dijk, 1980). La coherencia global le da sentido y razón de ser al texto. Como su nombre lo indica, permite conectar de manera global el contenido del discurso, siguiendo el hilo semántico conductor del tema, y estableciendo nexos entre las proposiciones y núcleos temáticos.
La coherencia global de la leyenda sobre Caín y Abel se refleja en la presentación del argumento hilado de manera magistral en el relato, desde que se encuentran los personajes hasta cuando concilian sus apreciaciones; la coherencia lineal se nota en el paso natural de una escena a otra. Obsérvese, por ejemplo, la relación lógica entre el hecho de que las llamas alumbren la frente de Abel y Caín se dé cuenta de la huella de la herida.
Organización de la información y planeamiento. El hablante / escritor, como culminación del proceso cognitivo anterior, estará en condiciones de tomar decisiones ulteriores relacionadas con la continuación del proceso. Seguramente se encontrará en condiciones de construir alguna representación del contenido del discurso, tal vez en la mente, como pudo haber sucedido en el texto de Borges; o tal vez con la ayuda de instrumentos como el registro escrito, diseño gráfico o algún tipo de grabación. Todo se traducirá en la intención generadora de un plan sobre la acción o el hacer del discurso mismo.
Existen muchas técnicas para ordenar, relacionar y organizar las ideas (Cf. p.174): esquemas temáticos tradicionales, dibujos, mapas conceptuales, mapas mentales, sinopsis oracionales, etcétera. De ahí se deriva el planeamiento, según el procedimiento o técnica adoptada. El planeamiento es propio de la acción del discurso, pues éste por esencia no es desorganización. Precisamente una de las funciones de un macroacto de habla es que “hace posible que el hablante haga un plan global pragmático para su discurso que determinará el tipo de acto de habla global que decida realizar, independientemente de los detalles locales de la conversación” (van Dijk, 1980).
Un plan debidamente concebido que sea proyección de la macroestrutrua textual y de la superestuctura, servirá de guía para la codificación y la emisión. Sin embargo, esto no basta. Un plan incluirá, entre otros, la macroestructura, la superestructura y otros elementos como el propósito, la situación de contexto, destinatarios, etcétera (Cf. p.181).
En este punto es necesario volver a lo que se dijo sobre los contextos en páginas anteriores y de manera especial, al cuadro sobre los elementos del modelo de contexto, señalado anteriormente (Cf. p.56). Aunque es una tarea de todo momento, es la oporunidad adecuada para que el hablante / escritor coteje su discurso con el contexto, para determinar el grado de adecuación de los actos de habla del discurso. Sobre la leyenda cabría preguntarnos: ¿Tuvo en cuenta Borges el contexto social, religiosos, histórico? ¿Adecuó su discurso, su estilo, su lenguaje al lector destinatario? ¿Logró lo que buscaba? Sin lugar a dudas. El hecho es que la moraleja llega a la mente y al corazón del lector.
Tanto en la codificación como en la descodificación, el sujeto realiza un proceso mental de reconocimiento y selección semiótica de signos y reglas de manera más o menos consciente, o de manera espontánea y hasta en forma inconsciente. Implica el dominio de los principios o reglas del código respectivo y de su uso o aplicación, por ejemplo, en el caso del idioma castellano, el dominio de la gramática evidenciado en su uso o práctica.
La codificación no se hace aparte del proceso descrito hasta el momento. Por eso supone una serie de elecciones: de los contenidos o tipo de información, el propósito o intención, contextos, el código y los elementos necesarios, y, finalmente, el tipo de canal.
Es de suponer que la codificación del mensaje, basada en el paso del contenido a la lengua oral, o a la lengua escrita, como en la leyenda bíblica, sólo es posible si el hablante / escritor pone mucho cuidado en la construcción del mensaje, con el cuidado que pondría quien construye su casa, al poner ladrillo por ladrillo y atender a todos los detalles. Kaplún (1998) afirma:
Codificar bien un mensaje supone, pues, encadenar, ligar, articular sus elementos componentes para facilitar su asociación. Ese encadenamiento es esencial en la codificación de todo mensaje y debemos prestarle la mayor atención. El buen artesano de la comunicación va construyendo a lo largo de su mensaje como puentes, como empalmes que eslabonen sus distintos elementos.
La producción culmina con la emisión del mensaje o sea la ejecución, para lo cual es necesaria una acción psicomotriz que transforma la estructura en vía de codificación, en una unidad perceptible, según el tipo de código y canal. La emisión de un mensaje se genera a partir de un proceso individual, como suele suceder en la comunicación interpersonal, o desde un proceso más complejo realizado en equipo, común en la comunicación social. Ésta puede producirse al escribir un texto, preparar material impreso, editar un video, organizar un programa radial, diseñar historietas, etcétera.
Lo importante es asegurar una ejecución eficiente y atractiva, según el canal o medio que se use. Pues es evidente que para que exista comunicación, el mensaje tiene que llegar a su destino, movilizando en el segundo interlocutor, su atención, su interés, su mente, su participación. De otra manera no sería exitosa la comunicación, es decir, no se daría. Es clásico el caso que cita Kaplún (1998) del periodista que solía decir: “miren, compañeros: podemos sacar un periódico. Más aún, podemos imponer su compra, presionar a los trabajadores para que lo compren. O hasta regalarlo. Pero a lo que no podemos es ‘obligarlo’ a que lo lean si no les interesa”.
De manera complementaria a la producción, si se considera el mensaje en relación con su destino, en la comprensión del mensaje, son de considerar varios subprocesos, que le corresponden al receptor:
La recepción parte de un proceso psicofisiólogico, la percepción, y culmina en otro proceso de carácter neuropsicolingüístico, mediante el cual se realiza la descodificación y culmina la comprensión.
Un mensaje llega a su destino en forma de señal, según el canal utilizado para ello. De esta manera es posible imaginar la recepción de señales visuales, auditivas, audiovisuales, táctiles, térmicas, gustativas y olfativas. Al ser percibidas dichas señales se convierten en imágenes en la mente, donde se asocia y construye el significado de que es portador el mensaje. En el caso de un mensaje oral, la señal llega en forma de ondas sonoras al oído del receptor, cuyo estímulo es transmitido al cerebro. Allí se convierten en imágenes acústicas las cuales son objeto de descodificación. Lo mismo pasa cuando el mensaje es escrito, como el caso de la leyenda bíblica. La señal llega a la vista en forma de imágenes visuales de una cadena de signos escritos, los cuales, al ser percibidos, pasan a la mente donde se procesarán en la descodificación e interpretación.
De manera inversa a la codificación, la descodificación es el proceso mediante el cual el interlocutor destinatario, sobre la base de que conoce el código común, como puede ser la lengua oral y escrita, coteja la señal recibida con el código, identifica y descifra los signos, con miras a reconocer los contenidos o información objeto de la emisión. En la descodificación de una emisión oral, el receptor reconoce las unidades fonológicas y su función dentro de las unidades significativas mayores, el léxico, las frases, oraciones y, en general, la secuencia del discurso, junto con la voz, el acento y la entonación, para asociar y construir el significado expresado por el emisor. En un escrito, como el de Borges, el lector reconoce los signos gráficos (letras, puntuación) para identificar las unidades léxicas, la secuencia de oraciones, los párrafos y todo el texto, dentro del proceso de comprensión del significado asociado a todos estos elementos.
Por ejemplo, si Caín le pide perdón a Abel (“¿Me perdonas?”), se supone que que este último personaje capta la cadena de sonidos (recibe y percibe la señal) y, como conoce el código de la lengua, accede a identificar el contenido semántico y la intención (le hace una solicitud).
Para la descodificación es obvio el dominio del código también por parte del segundo interlocutor. Pues, por ejemplo, ¿quién puede entender una lengua que no conoce? Naturalmente, dentro de dicho dominio hay grados: así, en relación con la lengua, siempre habrá quien la hable o escriba mejor, o quien la hable o escriba con dificultad.
Mas para una verdadera descodificación no basta el reconocimiento de signos y códigos, ni siquiera de las unidades microestructurales que se construyen (oraciones, frases, cláusulas, párrafos). Es necesario también un dominio semiótico de la globalidad de los mensajes. “No basta, pues, con percibir y comprender las palabras o los signos que componen un mensaje para descodificarlo. Esos signos no están aislados, adquieren significación en el conjunto, en la relación de unos con otros” (Kaplún, 1998).
Es esencial en la comprensión confrontar el mensaje recibido con la situación de contexto, que cubra tanto al sujeto hablante / escritor como al sujeto oyente / lector. Por tanto, es necesario cotejar el discurso con las diversas interacciones contextuales que pueden haberse dado en el momento de la emisión o que de alguna manera estén afectando, tales como la participación de sujetos, tiempo, lugar, modo, propósitos, motivaciones, interferencias, etcétera.
También es importante confrontar el mensaje recibido con el contexto en el que se encuentra el proceso mismo de comprensión: intereses y motivaciones del sujeto oyente / lector, su marco de conocimiento, sus propósitos, tiempo y lugar de su labor de interpretación, etcétera. Todo esto incide y define la interpretación del discurso.
Por ejemplo, en el caso de la solicitud de perdón a Abel por parte de Caín, se supone que éste como emisor, seguramente tuvo en cuenta, consciente o incoscientemente, las características del receptor (es su hermano, lo mató), el marco de referencia (existe el perdón), la situación (en horas de la comida en el desierto, después de su reencuentro y al descubrir la huella en la frente), etcétera.
Como en la producción, la central de procesamiento en la fase de comprensión reside en la inteligencia, directriz de toda acción, apoyada en la memoria su instrumento esencial, que puede ser a corto y largo plazo (MCP y MLP). Sin duda, uno de los papeles de la memoria es producir el recuerdo en el momento oportuno. Pero el recuerdo no es una simple reproducción de algo que se almacenó en la mente. Es mucho más estructural. Como afirma Álvarez (2000), “el recuerdo no es exclusivamente una acto reproductivo, sino de alguna manera implica el razonamiento y explicación”.
Pero, además, “la comprensión de la lengua y del discurso implica no sólo la comprensión del contenido semántico de emisiones, sino también la comprensión de su función pragmática, es decir, la función que los `actos de habla´ cumplen cuando se usa la emisión en un contexto particular de la comunicación” (van Dijk, 1980). Dicho de otra manera, la labor del oyente / lector en el procesamiento del texto producido en el discurso, es ante todo recuperar la información de que es portador el mensaje, pero también acceder a aquella otra información que aparece asociada o marginal en la emisión.
Enseguida nos referiremos a las tareas que le corresponden al receptor en el procesamiento cognitivo de la información, de manera complementaria a las que debió realizar el emisor.
Organización y reducción de la información. Lo primero que aparece como real y como tangible para el sujeto oyente / lector, es la señal percibida como una cadena de sonidos, como una cadena de signos escritos u otro tipo de señal (audiovisual, por ejemplo).
Allí se destacan elementos de información local en términos de datos, nociones, ideas, conceptos imágenes, sensaciones, connotaciones, etcétera. En la leyenda la información comprende acciones, descripción de personas y escenarios, expresión de actitudes y valores, entre otros.
Pero lo importante no es este reconocimiento. El sujeto entrará a la determinación de los hechos o núcleos temáticos, según el caso, para ir tras el contenido global, armarlo y darle sentido, al identificar la macroestructura. En este punto podrían aplicarse las macrorreglas de que habla van Dijk (1980), cuales son:
Supresión: o eliminación de elementos no relevantes.
Generalización: o derivación de un concepto que englobe varias proposiciones.
Construcción: o formulación sintética del concepto global.
En este proceso, el oyente / lector comienza provisionalmente a registrar y armar esquemas, como hipótesis sobre la globalidad contenido en cuya persecución se encuentra. Este material es insumo para próximas acciones como las del reconocimiento de relaciones internas y externas.
Reconocimiento de relaciones internas. Como la memoria es bien volátil, ella puede viajar fácilmente del estado de memoria de corto plazo (MCP) a memoria de largo plazo (MLP), y viceversa, y de un aspecto temático a otro, de una concreción a una generalización, de microestructuras a macroestructuras, y viceversa. Todo conducirá a reconocer, esclarecer, completar, corregir o afianzar la información que ya se ha recuperado, y a anticiparse en relación con lo que viene.
Todo llevará al objetivo de reconstruir la macroestructura y reconocer la superestructura de discurso, con la confirmación o negación de hipótesis de interpretación o esquemas provisionales que se reafirmarán más adelante. Estos esquemas se irán almacenando progresivamente en la memoria a largo plazo (MLP); si es necesario, se registrarán con la ayuda instrumental de lenguaje escrito o la ayuda de la tecnología. Entonces se puede acceder a la asignación de otras importantes relaciones internas, particularmente en cuanto a lo que se dijo sobre la coherencia global y lineal del texto.
Reconocimiento de relaciones externas. La información, en el proceso de recuperación y revisión interna, es necesario que sea relacionada debidamente con otras informaciones y elementos externos, como los que se mencionaron para la producción. De manera especial conviene tomar en cuenta las siguientes:
En el caso de la leyenda bíblica, al lector le caben interrogantes que le ayudan a descubrir el contenido: ¿tuvo Borges en su vida contacto con personas en quienes se propició el perdón? ¿Comentó con alguien sobre sus experiencias al respecto? ¿Por qué escribió esta corta pieza? Aunque no es fácil hallar respuesta, son pistas que facilitan la comprensión.
Igual a como se hizo en la producción, en el proceso de comprensión del mensaje es necesario establecer relaciones de coherencia externa (pragmática y referencial). En cuanto a la coherencia pragmática, habrá que buscar relaciones con el autor y con los aspectos del contexto específico: participación de los sujetos, lugar, tiempo, etcétera. En relación con la coherencia de tipo lo referencial, es conveniente confrontar la información del texto con aquellas realidades del mundo a las que se refiere y con los conocimientos, teorías y demás aspectos de que trata.
Almacenamiento de la información. Se parte del presupuesto de que la estructura de la información que se almacena corresponde de alguna manera a la que se le asigna al discurso y se espera que llegará a coincidir en alto porcentaje a la estructura original que tuvo en mente el hablante / escritor.
Como es obvio, la información que se va recuperando por medio de la MCP, se guarda en la MLP, para ponerla a disposición en cualquier momento en orden a su total recuperación y reproducción. Naturalmente el proceso va de las palabras, frases y oraciones, cláusulas o párrafos, a los apartados o subnúcleos temáticos y de éstos finalmente a las estructuras globales.
Si se trata de auxiliar a la mente, como se hizo para el acopio y registro de la información requerida en la producción, aquí el oyente / lector podrá disponer también de técnicas o estrategias como el registro escrito en esquemas o mapas semánticos (Cf. p.174), resúmenes oracionales, o el uso de la grabación en cinta magnetofónica, video-cinta, disquete, CD, etcétera.
Recuperación de la información y reproducción. Para culminar los procesos anteriores, el oyente / lector aborda una acción similar a la que realiza quien talla una obra de arte o una piedra preciosa: confronta, revisa, corrige, amplía, reubica, completa, suprime, valora y reelabora.
La recuperación se hace sobre la base de la identificación del tema y las distintas relaciones internas y externas del discurso expresadas en la macroestructura semántica, es decir, la red de relaciones que representan el contenido y la secuencia formal, según el tipo de discurso. Existen dos clases de recuperación (van Dijk, 1980): el recuerdo y el reconocimiento. La recuperación por el recuerdo es una labor directa de la memoria, que trabaja en un ir y venir de MCP y MLP, con operaciones mentales como la derivación o inferencia, la presuposición, el ordenamiento, etcétera.
La recuperación por reconocimiento (que desde luego también toma como instrumento la memoria) se realiza con base en pistas específicamente dadas de antemano a la memoria para este fin, como palabras claves, preguntas, etcétera. También es posible la aplicación de estrategias mnemotécnicas.
Además, para llegar a saber si recuperó realmente la información, existen indicadores (Cf. p.131) que pueden servir de termómetro, como el comentar, exponer oralmente, parafrasear, aplicar, resolver un problema y, principalmente, reproducir el discurso, tarea que en una práctica exitosa se convierte en producción, es decir en creación de un nuevo discurso sobre la base del original.
Aunque la comunicación es común-unión, el hecho es que nunca una información recuperada es igual a la que originalmente tuvo en mente el hablante/ escritor. No solamente las personas perciben de manera diferente, sino que la información comunicada ha pasado por muchas fases de un gran proceso y por otros filtros; por tanto, ha sido afectada y transformada en su trayecto de emisión/recepción.
Es de suponer, que el oyente / lector no sólo capturará y se apropiará del contenido sino que se dará cuenta de las intenciones, motivaciones, actitudes y demás elementos que acompañan dicho contenido. Se podría analizar si el discurso logró los efectos perlocutivos, si fue asimilado o modificó en algún sentido los conocimientos y el sistema de creencias y opiniones del oyente / lector, qué efectos se producen en el grupo o contorno social al que pertenece, etcétera.
Como parte final, el oyente / lector accederá a evaluar su proceso y concluir si identificó realmente lo que le quiso decir el hablante / escritor o no. Puede suceder que a pesar de su trabajo aún no sepa realmente cuál fue la intención inicial del primer interlocutor.
Son muchos los criterios que se pueden considerar para la clasificación del discurso: sus propósitos, usos, extensión, características semánticas, sintácticas o pragmáticas, estilo, participantes, códigos empleados, etcétera. Dichos criterios resultan de utilidad a la hora de analizar la producción o la interpretación (oral o escrita) de un discurso específico.
La clasificación que a continuación se propone, toma en consideración tres puntos de vista: las propiedades formales del discurso, los usos del lenguaje, la función predominante y género.
Estas propiedades formales pueden incidir en la significación, en las estructuras sintácticas y en la configuración del estilo, y dependen del contexto del discurso y de propósitos particulares, lo cual le exige un grado menor o mayor de formalización. De acuerdo con este punto de vista, los discursos pueden pertenecer a dos grandes grupos, que se distancian unos de otros solamente por grados:
Es indudable que cada persona desarrolla un discurso diferente, según sus propósitos y los contextos de cada situación. No es lo mismo participar en una conversación familiar, expresarse en una entrevista formal, componer un artículo científico o escribir un poema o un cuento. Parece evidente que el nivel de educación y las características demográficas de quienes eventualmente producen discurso, se reflejan en el tipo de lenguaje utilizado. Entonces aparecen los niveles de habla, o niveles de lenguaje, los cuales dan lugar a tres grupos de discurso: cotidiano, científico y literario.
En este caso el tipo de discurso está dado por el nivel de uso del lenguaje, como se indica a continuación:
De acuerdo con la tipología textual expuesta en el capítulo séptimo (Cf. p.218), los discursos se pueden aglutinar en tres, si tomamos en cuenta el criterio de la función predominante y también el género que los agrupa por características comunes. Según esto, los discursos se clasifican así:
Código legislativo. | Carta circular con órdenes e instrucciones. |
Cuentos literarios. | Conversación íntima. |
Pieza oratoria emotiva. | Argumentos y razones para realizar algo. |
Manual de física. | Descripción poética de un paisaje. |
Narración de la Batalla de Boyacá. | Noticia periodística. |
Una novela | Un ensayo |
Un informe técnico | Un artículo de revista |
* En el capítulo sexto del libro “La aventura de escribir, del pensamiento a la palabra” (Niño Rojas, 2006), el lector podrá encontrar un estudio más detallado tanto de las cualidades lingüísticas como de las propiedades textuales. Por otro lado, es abundante la bibliografía que existe actualmente sobre los aspectos gramaticales del español.