Capítulo VI

Los libros de entrevistas

Estados Unidos ha tenido el privilegio del «descubrimiento» de la entrevista, como hemos detallado en otro lugar (Cantavella 2002: 14-17), pero la implantación fue lenta: desde el primer diálogo de declaraciones (1836) hay que esperar veintitrés años para que podamos encontrarnos con uno de personalidad (1859). Consolidarla llevará, pues, su tiempo, lo que no tiene nada de extraño, puesto que es necesario que los lectores se acostumbren a encontrar en las páginas de los diarios conversaciones que aporten la frescura de los protagonistas de la información o la solidez de las opiniones recogidas en el lugar de los hechos o demoradas en amigable charla. También es necesario que los periodistas la acepten dentro de lo que podríamos llamar sus hábitos de trabajo (otros los llaman rutinas, pero es un término que no nos gusta): que sepan que pueden recurrir a los diálogos para ser reproducidos literalmente, con preguntas y respuestas, como una forma provechosa de que se acerquen los lectores a las fuentes informativas. Tardará en manifestarse de forma habitual esta presencia, pero cuando lo haga se quedará para siempre, a la vista de los beneficios que aporta.

Será décadas después cuando llegue a España, pero tal vez por el tiempo transcurrido resultará más rápida la aclimatación. Desde las primeras manifestaciones que nos encontramos en la década de los años ochenta del siglo XIXveremos cómo se extiende a todos los medios y cómo aparece con asiduidad en sus páginas: se convertirá en normal y frecuente en los contenidos que habitualmente se ofrecen. No tardará tampoco en presentarse de forma serializada, dándole continuidad y una cierta cohesión en cuanto al tema, el lugar de procedencia o la autoría1. Ello facilitará, además, la especialización de determinados periodistas en este género, como ocurre por los mismos tiempos con el reportaje o la crónica. Tal vez de forma más acusada en la entrevista, porque es más apreciada por parte de los lectores y más brillante si se realiza en las debidas condiciones.

Esta serialización es lo que va a facilitar el que se publiquen a continuación tales textos en forma de libro. Con una doble finalidad: atender a los lectores que supieron de algunas entregas y quieren conocerlas en su totalidad o conservarlas por el interés de que estaban dotadas, por una parte; por otra, darle permanencia como obra autónoma, al margen de la prensa, porque piensan que tienen valor por sí mismas, que es una aportación interesante por el tema del que se ocupan. La buena acogida que encuentra este tipo de libros (incrementada por la facilidad de la lectura) es lo que va a provocar que en adelante sean muchos los profesionales que opten por reunir tales materiales en un volumen.

Además, son conscientes de que el papel prensa es un producto efímero, que al cabo de poco tiempo es imposible tenerlo a su disposición y por ello hay que buscarle un soporte que tenga una mayor consistencia. El libro atiende a la recopilación de lo disperso y a la conservación de lo que corre el peligro de que desaparezca. La parte negativa es que se trata de textos que pueden tener un componente coyuntural elevado: como no sean entrevistas con personajes perdurables y con una calidad notable, su interés se diluye al cabo de poco tiempo. Claro que también puede ocurrir lo contrario: que el paso de los años les dote de consistencia, porque ha quedado registrado el paso de individuos poco apreciados al principio, pero que trascienden a su tiempo.

Uno de los primeros periodistas que muestra considerable inclinación por este género es Luis Morote, que para entonces es un profesional veterano, que ha destacado en la crónica de guerra y en otras parcelas. Apenas comenzado el siglo XXcaerá en la cuenta del interés de que está dotada la entrevista y comenzará a practicarla con asiduidad. En dos ocasiones lleva a cabo sendas series de conversaciones, desplazándose durante los meses vacacionales por la cornisa cantábrica para ir al encuentro de los políticos que veraneaban por la zona. Fruto de esta actividad son dos libros que reúnen los textos que se fueron publicando: Pasados por agua y El pulso de España, ambos de 1904.

En periodistas como Carmen de Burgos, José López Pinillos, El Caballero Audaz o César González-Ruano, cultivadores exquisitos y prolíficos de este género, no vamos a detenernos, porque creemos que sus aportaciones están suficientemente explicadas en nuestra Historia de la entrevista en la prensa. Todos ellos se hicieron presentes en los periódicos, pero la buena acogida les impulsó de forma casi inmediata a que reunieran aquellos textos dispersos para ofrecerlos de manera unitaria en un volumen o varios. Con gran aceptación por parte de los lectores, también en este formato.

Y, sin embargo, mientras la entrevista iba alcanzando un espléndido desarrollo, continuaban las pullas contra el género, como si llevara sobre sí pecados y defectos que lo hicieran inaceptable y grotesco. No encontramos que se manifestara la misma distancia respecto a otras modalidades informativas. Por aquel entonces estaba aterrizando y consolidándose en nuestros periódicos el reportaje, pero no recibía los mismos dardos ni descalificaciones, sin que acertemos a dar con una explicación convincente a semejante discriminación.

Solo hay que leer a Ricardo León, que hoy es un autor olvidado, pero que tuvo unas décadas de gloria, cuando sus novelas eran acogidas con entusiasmo por los lectores, que le llevaron finalmente a la Real Academia. Como tantos otros, tuvo unos comienzos ligados a la prensa y los trabajos de esta etapa los recogió en su libro La capa del estudiante(la primera edición es de los años veinte, pero no se consigna la fecha). En uno de los artículos allí coleccionados se dice, lisa y llanamente, que «esto de las interviús es un puro “camelo” de los muchos que se han inventado los chicos retozones de la Prensa para pasar el rato y hacérselo pasar a los lectores» (1944: 59).

La explicación que ofrece es que «se necesita ingenuidad y bobería para creer que la vida íntima, las costumbres, vanidades, humoradas y desahogos de esos personajes, sobre todo cuando se trata de políticos, puedan interesar ni instruir». Sobre estos últimos se lanza en picado, dedicándoles calificativos inmisericordes, pues a su juicio «un político, salvo las naturales excepciones, aunque habla mucho, no tiene nada que decir. Y si lo tiene, lo dice sin necesidad de preguntárselo». Nada hay de interés en sus palabras, y si la interviú lo tiene «pertenece al arte del periodista, que es un arte de pura imaginación como el de escribir novelas» (p. 61). ¿Para qué vamos a publicar entrevistas entonces?, se pregunta, pero mucho nos tememos que su desconfianza no se limita a este género, sino al periodismo en general, lo cual no deja de ser grave en quien está escribiendo para un medio impreso.

Hay algunos periodistas que entran en este juego, pero afortunadamente son muchos más los que muestran una rendida confianza en sus virtudes y beneficios. Y dentro del periodismo, en las posibilidades que ofrece la entrevista como técnica y exposición que nos permite asomarnos a la intimidad ajena, utilizadas con el fin de acercar a los lectores los pensamientos, acciones y experiencias de quienes tienen algo que contar (si hacemos las cosas bien y elegimos a las personas adecuadas). Es lo que se pone en evidencia a través del cultivo histórico de este género, según apreciamos al examinar la bibliografía existente. Sin ánimo alguno de exhaustividad, mencionaremos algunas muestras de tales recopilaciones, porque nos parece que constituyen una demostración de la temprana y sostenida inclinación que la entrevista ha despertado entre periodistas y lectores. No hay equivalencia con lo que ocurre con la mayoría de los otros géneros (tal vez con la excepción del artículo y, en algunos casos, de la crítica literaria)2.

Un libro sugestivo es Domadores del éxito del periodista aragonés Enrique González Fiol (firmaba con frecuencia como El Bachiller Corchuelo), que reúne una serie de diálogos mantenidos con celebridades de su tiempo (1915). Allí aparecen el dramaturgo Jacinto Benavente, el arzobispo y senador Antolín López Peláez, el novelista Vicente Blasco Ibáñez, el fundador del partido socialista Pablo Iglesias y unos cuantos individuos ilustres que atrajeron su atención. No se trata de entrevistas al uso, porque se nota que se prolongaron durante horas, incluso a través de varios encuentros, pero de allí resulta que se repasa la vida entera del personaje y se obtienen datos, recuerdos y opiniones que permiten formarse una idea muy completa de su personalidad. Claro está que para emprender este viaje hacia el interior de los elegidos es necesaria su colaboración, pero esa confianza hay que ganársela de entrada y no defraudar en las conversaciones sucesivas.

Una curiosidad podemos aportar aquí, a propósito de una de las entrevistas realizadas. La que mantuvo con monseñor López Peláez, que fue obispo de Jaca (Huesca) y uno de los promotores de la prensa católica, se inicia con una amplia referencia a los dementes (para la mentalidad de la época, poseídos por el demonio), que acudían a la procesión de Santa Orosia en aquella ciudad con el fin de verse libres de esta cruel atadura. El obispo se manifiesta incómodo ante la algarabía que se forma con este motivo y escéptico de que se trate de una posesión diabólica, sino más bien de dolencias psíquicas que deben buscar la sanación a través de la medicina. Pues bien, unos años después la periodista Carmen de Burgos, antes citada, escribió una novela, Los espirituados, cuya lectura nos hace pensar que halló su inspiración y la documentación adecuada en aquel capítulo del libro de González Fiol, ya que son muchas las coincidencias que se ponen de relieve, sin ser una copia ni mucho menos. Con tal recreación narrativa mostrará hábilmente las manifestaciones de unas enfermedades que pueden resultar muy inhabilitantes, y en cuya búsqueda de curación a través de esta santa intervienen componentes religiosos, esotéricos o supersticiosos, según se prefiera3. En forma de reportaje trató el tema el periodista valenciano Alario Prats Beltrán, que describe la romería que se llevaba a cabo hasta la montaña de la Balma, en Zorita del Maestrazgo (cerca de Morella, Castellón): como se ve eran tradiciones que se repetían en unas regiones y otras4.

1. Entre el reportaje y el juego

También Antonio Cases practicó con empeño la entrevista y reunió las que publicaba en Heraldo de Madrid para formar varios libros: El espejo ustorio (interviús), de 1920; Los amantes de la fama, de 1922 y Las estatuas de jardín, de 1924 (aquí nos ocuparemos solamente de este último). Nada sabemos de su trayectoria en el mundo de la prensa, pero sí que compuso numerosos ensayos y novelas: tanto unos como otras de una enorme variedad de temas y orientaciones, aunque la política (nacional e internacional) y la pedagogía parecen ser cuestiones gratas a su pluma.

Dichas entrevistas presentan una mayor diversificación todavía, pues aborda en ellas desde la reorganización de la justicia a la destrucción de casas insalubres, la ordenación ferroviaria o la limitación de armamentos. Otras se centran en determinadas personalidades que en aquellos años destacaban en la vida social y política. Nombres como el fotógrafo José Campúa, la princesa de Hohenlohe, el cirujano taurino Julián de la Villa, el pediatra Garrido Lestache, el escultor Vicente Aparicio o la escritora (después monja) Cristina de Arteaga desfilan por estas páginas para responder a las preguntas amables y a veces traviesas que va formulándoles el periodista.

Por lo general, se trata de entrevistas de declaraciones, aunque habría que precisar un poco más, puesto que en ese conjunto se aprecian algunos matices dignos de ser tenidos en cuenta: por una parte, aquellas que se presentan como entrevistas reportajeadas, ya que si bien el protagonismo lo asume una persona, se quiere mostrar una realidad (es el caso de la campaña a favor de las madres lactantes o la que realiza para levantar la Casa del Soldado); por otra, aquellas que adoptan un aire desenfadado, con preguntas agudas que buscan respuestas igualmente desenvueltas (perfectamente identificables con las de carácter lúdico, a las que hemos dedicado el capítulo tercero: una especie de antecedente, porque en los años veinte del siglo pasado no eran cultivadas con el ímpetu de nuestros días).

Por ejemplo, el torero Saleri es entrevistado cuando se encontraba reponiéndose de percances de salud. Un fragmento de la conversación nos dará idea del tono que emplean ambos:

«– A raíz de la boda decían si me retiraba o no me retiraba. ¡Pues no me retiro!

He tenido la mejor temporada de mi vida, y ahora me marcho a América. Eso ha dado de sí la boda.

– Se acabaron ya los amoríos.

– Sí, se acabaron para siempre, y figúrate: ¡voy a ser papá!

– Luego quéjate.

– No, si no me quejo. Lo que lamento es la enfermedad esta. Hubiera preferido haberme puesto de Tancredo delante de un toro, hasta que se hubiese cansado de cornearme.

– Hay gustos...

– Pues ya ves si me dan a elegir.

– ¿No tomas nada?

– Pero ya estoy bueno. ¡Si vieras lo que he cazado!

– Sí, hombre; ya lo has dicho: un cólico.

– No, si me refiero a que soy un buen cazador. Es decir, yo soy un matador de perdices bastante regular.

—¿De modo que cuando no matas toros, matas perdices?» (1924: 78).

Este tono de broma es el que emplea cuando la ocasión y el personaje se lo permiten.

En el terreno de las letras, del arte y de las ciencias, pero también en el de la política, se mueven las entrevistas que publicó Alfonso Camín en distintos medios y que terminaron formando parte de dos volúmenes sucesivos: Hombres de España (1923) y Los hombres y los días (1927). Es curioso que este periodista utilice los términos empleados en estos dos títulos para otros libros suyos (lo que puede llevar a la confusión), como Hombres de España y América (La Habana, 1925) o América y sus hombres (México, 1957), pero hay más todavía. No deben confundirse los primeros con los que acabamos de citar, porque aquellos contienen realmente entrevistas, mientras que los últimos se basan en textos biográficos de personajes de otras épocas.

Alfonso Camín Meana (1890-1982) desarrolló una vida muy intensa al servicio del periodismo, como redactor y director de un número elevado de diarios y revistas (algunas de carácter literario), desde El Imparcial a La Esfera. En diferentes épocas de su vida optó por trasladar su residencia a La Habana y a México y así saltó de un país a otro con una facilidad que no era muy habitual en su tiempo. Incluso debemos anotar que en 1915 vino a España para seguir la actualidad de la I Guerra Mundial para el cubano Diario de la Marina. Esos dos libros de entrevistas que hemos citado dan idea del interés que despertaba en él este género novedoso, pero ya bien implantado por entonces.

Por aquellos años se registra en Madrid otro libro de entrevistas que llamó mucho la atención (y todavía hoy, al producirse la reedición fue saludado con una mezcla de admiración y extrañeza). Nos referimos al titulado La linterna de Diógenes, del peruano Alberto Guillén, quien a sus veinte años se plantó en Madrid y comenzó una ronda de visitas a los escritores más célebres de su tiempo (Azorín, Baroja, Benavente, Cansinos Asséns, Ricardo León, Ramiro de Maeztu, Gabriel Miró, Eugenio Noel y así hasta 38 personajes). El contenido de las conversaciones se dirige a recoger las maledicencias que cada uno de los contactados lanza contra sus compañeros de oficio. Por lo que se ve no se andan con chiquitas, pero todo nos hace pensar que fue el arequipeño quien provocó estas salidas de tono o quien se dedicó a incitarles para que hablaran con entera libertad (probablemente prometiendo respetar después el off the record), para limitarse más tarde a recoger solo esta parte de las conversaciones. No hace falta decir que, cuando se publicó, el escándalo fue monumental.

Al repasar sus páginas podemos encontrarnos con juicios malévolos de todas las procedencias y que se lanzan en todas las direcciones. A Ramón Pérez de Ayala le hace decir que Benavente tiene «esa malevolencia morbosa y aguda que caracteriza a las mujeres». A Carmen de Burgos le atribuye el siguiente desprecio sobre Cansinos Asséns: «Nació fracasado, vive fracasado, es un fracasado. Todos lo sabemos y lo peor es que él también lo sabe. Tiene los tres sexos, pero es sucio y desharrapado. Mejor no hablemos de él, porque llegaríamos a sentir mal olor». Federico García Sanchiz exclama: «Sí, yo me baño. Soy una excepción de la regla. Los españoles no se bañan ni tienen mujer. Por eso andan con la piel tirante y padecen del hígado. Son biliosos. Ni Baroja ha resuelto el problema sexual [...]. ¿Belda? Es mi amigo; explota el apetito de los onanistas y de los viejos masoquistas, pero tiene mucho talento...». Todas estas afrentas llegan aderezadas por sus propios desaires. Véase lo que comenta a propósito de los hermanos Álvarez Quintero: «Hablan a dúo, como dos actores de zarzuela, y lo que uno comienza lo acaba el otro y viceversa. No se puede ni hablar con uno solo por descortesía. Cuando yo les vi, tuve que hablar y hasta sonreír en plural».

González-Ruano despacha a Guillén en breves líneas cuando anota lo que sigue en su libro de memorias, Mi medio siglo se confiesa a medias:«El peruano Alberto Guillén era un poeta esquinado y de un yoísmo un tanto ingenuo que publicó algunos libros de sentencias y uno de interviús llamado La linterna de Diogenes, donde se metía con todo el mundo y que produjo cierto escándalo». Fue una pena limitarse a recoger esta parte, sumamente insustancial, de unos escritores tan importantes, cuando las conversaciones que mantuvo hubieran podido dar mucho de sí. Tal vez era que solo se había propuesto poner de manifiesto los defectos y las miserias que la vida literaria lleva aparejados en multitud de ocasiones.

Ya que hablamos de un periodista hispano que vino a España y nos dejó su impronta en un libro de entrevistas, nos permitirán que desempolvemos el recuerdo de otro periodista de aquel continente que también visitó nuestro país a principios del siglo XXy preparó una obra en dos volúmenes con las conversaciones mantenidas con un elevado número de escritores. Nos referimos a José León Pagano (Argentina, 1875-1964), autor de A través de la España literaría. Por lo que conocemos de su biografía, su principal inclinación era el mundo del arte, pero también la literatura le atraía con fuerza, lo que puso de manifiesto en sus libros y en las colaboraciones mantenidas en el diario La Nación de Buenos Aires.

El primer tomo está prologado por Emilia Pardo Bazán y sus interlocutores fueron íntegramente autores catalanes, lo que no deja de llamar la atención. Allí se encuentran desde Jacinto Verdaguer a Víctor Català, Ángel Guimerà, Juan Maragall, Narcís Oller o Adrià Gual. El segundo se ocupa de personalidades de la talla de José Echegaray, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Palacio Valdés, Juan Valera, Gaspar Núñez de Arce, Benavente y Joaquín Dicenta. Su temprana edición (1904-1905) le convierte en uno de los primeros libros de entrevistas que se publicaron en España, prácticamente cuando se dieron a conocer los libros de Luis Morote (aunque en este caso pasaron antes por las páginas de un periódico).

2. Recopilaciones ajenas

Todos los autores citados reunieron en volúmenes, por su propia mano, las entrevistas que habían ido redactando para la prensa, pero en algunas ocasiones no ocurre de esta manera, sino que son sus deudos o discípulos los que han tomado sobre sí la tarea de recopilarlas, con el afán de mostrar la valía de tales textos y que no se pierdan para siempre (grave peligro para los papeles que enmohecen en los estantes de las hemerotecas). Nos vamos a referir a dos en concreto, Corpus Barga y Josefina Carabias, cuyas aportaciones periodísticas han sido recuperadas en buena medida. Por este medio han sido «descubiertos» por las generaciones posteriores, desconocedores en buena medida de lo que habían supuesto en su época.

El primero, Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (Madrid, 1887-Lima, 1975), se escudó siempre tras aquel seudónimo para sus escritos en la prensa, a la que se entregó con denuedo desde una temprana edad. Durante muchos años ejerció de corresponsal en París (1914-1930), con frecuentes viajes a países como Italia, Holanda y Alemania. Practicó la entrevista con personajes de renombre para revistas como España o los diarios El Sol, de Madrid y La Nación, de Buenos Aires (la mayoría entre 1916 y 1935). Si hemos tenido acceso a sus contenidos es porque Arturo Ramoneda las reunió en un volumen (1992), a través del cual es posible examinar su estilo, calidad y evolución que van siguiendo al compás de los años.

No son entrevistas convencionales, sino diálogos fructíferos que denotan la admiración que les profesaba, una relación que venía de lejos o encuentros repetidos que un día se transforman en una recolección sistemática de sus palabras. Así se acerca a ellos y acerca a los lectores las figuras del escultor Augusto Rodin, del filósofo Henri Bergson, el hispanista Alfred Morel-Fatio, su compatriota Picasso, el filósofo Benedetto Croce, el dictador Benito Mussolini... No son esas entrevistas tan convencionales a las que estamos acostumbrados en la actualidad, sino algo muy diferente. Parece que se trata más bien de esas visitas que se hacen a los viejos amigos, con los que se conversa sin prisas y a los que se pregunta sin la exigencia de una respuesta precisa y concluyente. Descripciones, anécdotas y recuerdos se mezclan con parsimonia, pues Barga está convencido de que lo importante no es el aluvión de palabras que se arrancan con la exigencia de un interrogatorio: lo importante es verse, conocerse, escucharse mutuamente. Al término de la lectura de tales textos uno tiene una idea muy precisa de quién es la persona que nos ha sido presentada, porque ya se encarga el periodista de ofrecernos trazos significativos de esa personalidad5.

En casi todos los encuentros se pone de manifiesto la amistad que les une o la curiosidad que impulsa a preguntar sobre sucesos o amigos de España. Croce le solicita un libro de Baroja, Rodin le pregunta por el pintor Zoloaga y el escultor Julio Antonio; de Bergson anota: «Me pregunta el filósofo francés por las Universidades de Madrid, de Salamanca, de Oviedo. Me habla de Ortega y Gasset y de Unamuno, a quienes conoce por sus trabajos...» (p. 45). La semblanza que traza del pintor Julio Romero de Torres se desarrolla a través de una larga visita que efectúa a su estudio y que se prolonga por calles y casas de Córdoba, por donde le acompaña amistosamente (lo que le permite conocer cómo desarrolla su vida y cómo concibe el arte). No parece haber prisas, por una parte o por otra, pero claro está que son los hábitos de vida de hace casi un siglo, que no coinciden exactamente con los nuestros: sin duda mucho más productivos a la hora de conseguir una buena entrevista.

Una recreación de los diálogos que Josefina Carabias (1908-1980) mantuvo con una serie de personajes importantes de su primera época conforma el contenido de Como yo los he visto, libro al que estaba dando las últimas puntadas cuando le sorprendió la muerte (fueron sus hijas las que terminaron de preparar el original para la imprenta). Aquí están las palabras que recogió de la boca de Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, Marañón, Pastora Imperio, Ramiro de Maeztu y Juan Belmonte en las múltiples entrevistas que fue publicando en los periódicos de su juventud Estampa, Ahora, La Voz), pero no solamente reproduce ese material, sino también sus recuerdos con las impresiones y anécdotas que resultan más reveladoras. A todos ellos los había tratado con asiduidad, pero en esta ocasión —pasadas varias décadas desde entonces— optó por engarzar momentos inolvidables y ofrecer una imagen completa y detallista de sus respectivas personalidades.

«Toda entrevista ha de ser necesariamente escueta y ha de reflejar la realidad de la conversación, por eso siempre acaban quedando fuera las situaciones que no entran en el reportaje y que constituyen el verdadero privilegio del periodista: no tanto reproducir sus palabras cuanto tener la oportunidad de observar libremente al ser humano que las pronuncia», es lo que escribe Victoria Prego en el prólogo (p. 10). No le falta razón y, sin embargo, no siempre son tenidas en cuenta estas ideas ni se hace el esfuerzo de recoger esas aportaciones que tanto aprecia el lector. Por ejemplo, cuando habla de Pío Baroja apunta lo siguiente: «Le gustaba que le contáramos chismes y, como siempre, se reía cuando algo le hacía gracia porque, contra lo que se cree en general, don Pío era muy risueño, sobre todo en la intimidad, y se le podía provocar la risa con cualquier bobada» (p. 25). Y de Valle-Inclán: «Desde los primeros días que le vi en el Ateneo y hablé con él, lo que más me sorprendió de don Ramón fue su sencillez, su llaneza [...]. Hasta a sus propios amigos había oído yo decir que don Ramón era hombre esquinado. Pero durante los años que le traté, no le vi pelearse con nadie ni decir ninguna de aquellas cosas horrendas que se contaban. Es cierto que se metía a fondo con algunas gentes, pero era siempre con los fatuos, con los engreídos, con los necios, con los que tienen éxito sin merecerlo y, sobre todo, con los pedantes» (p. 87). De Gregorio Marañón destaca su cordialidad y trato afectuoso, capaz de no manifestar prisa en la conversación con la periodista, a pesar de los muchos enfermos que esperaban ser atendidos en su consulta: «Amable y agradecido como si fuera yo la que le hubiera hecho el favor y no él a mí» (p. 116).

Esa cercanía con los más encumbrados personajes de las letras o de las artes (junto con la admiración en que era tenida a causa de la voluntariosa persecución de las palabras ajenas, algo raro entonces, porque en aquella época apenas había mujeres periodistas en actividad de reporteras) le llevaba a disponer de una familiaridad con ellos que no era nada corriente y que le permitía llevar al periódico el eco de sus opiniones cada vez que se presentaba la ocasión. Quizás ayudara también a la buena recepción el hecho de ser una chica joven, menuda y delicada, que se atrevía a plantear las cuestiones que correspondían en cada momento, aunque fueran difíciles o incómodas.

Mientras va trazando los retratos, basados en sus entrevistas, aprovecha las oportunidades que se le ofrecen para apuntar algunas cuestiones relacionadas con el género. Por ejemplo, alude a las dificultades que se presentan cuando no es posible hilvanar un diálogo lo suficientemente provechoso: «Los profanos que leen los periódicos pensarán quizá que una entrevista es precisamente eso, contar lisa y llanamente una conversación, puesto que eso es lo que simulamos los periodistas. Pero los que, como yo, han hecho muchas en su vida, saben muy bien que en la mayoría de los casos hay que darle muchas vueltas e inventar muchas cosas para que el artículo salga presentable. Si yo me hubiese limitado en los tiempos en que me dedicaba a esta clase de trabajo a contar toda la serie de vaciedades que me decían los personajes a los que tenía que entrevistar, en la mayoría de los casos nos hubiésemos puesto en ridículo ellos y yo».

¿Cuál tenía que ser su actitud en esos casos, cuando las palabras recogidas apenas tenían sustancia? «Era preciso siempre llevar el interrogatorio con habilidad a fin de lograr que el paciente dijese algo original y divertido y, si esto no era posible, conseguir al menos que me lo dejase decir a mí y que lo aprobase para poder ponerlo después en su boca. Más tarde, y ya frente a las cuartillas, había que dar cien vueltas a las cosas, arreglarlas, limarlas, cocinarlas, en fin, cuidadosamente echándoles sal y pimienta. A veces, aún así, resultaban una memez, buenas solamente para llenar una columna a falta de cosa mejor» (p. 151). Personajes hay de muchas clases: unos nos lo ponen fácil, mientras que otros nos hacen trabajar a fondo para que el resultado no defraude a los lectores.

Y, además, estos mediocres son los que más exigencias imponen, pues su engreimiento es inversamente proporcional a la valía. Por eso se siente conmovida por el hecho de que el doctor Marañón «se fiara de mí y no me pidiera que le enviase las galeradas antes de publicar el reportaje, como se atrevían a hacer con frecuencia algunos políticos de pega y algunos actores o actrices de mala muerte» (p. 116). A cualquier periodista, sobre todo si se siente seguro del empeño que pone en su trabajo, le enfadan las muestras de desconfianza.

3. Analista político

A otro periodista de la misma época debemos referirnos, puesto que también logró entrevistas notables, aunque manifestara una sentida inclinación por el reportaje. Se trata de Manuel Chaves Nogales (18971944), quien practicó el periodismo sobre todo en su Sevilla natal, en Madrid y en Londres, donde finalmente falleció. En la recopilación que se hizo de su Obra periodística aparecen una docena de grandes entrevistas, con notables políticos de la época (años veinte y treinta del pasado siglo): Manuel Azaña, Niceto Alcalá Zamora, Alejandro Lerroux, Marcelino Domingo, Francesc Macià, Fernando de los Ríos, Francisco Largo Caballero y hasta el asesino del presidente Eduardo Dato, el anarquista Ramón Casanellas, al que encontró en Moscú. A excepción de este último, casi todas ellas corresponden a las llamadas de declaraciones, porque en ellas lo importante no es proyectar una imagen global del personaje, sino sus palabras. La de Alcalá Zamora también podríamos incluirla en este apartado: tiene la originalidad de ser un relato lineal, en el que el propio presidente de la República habla de principio a fin en primera persona, pues en el texto no figura ni una sola pregunta (solo en algunas ocasiones el párrafo comienza como si él mismo se formulara alguna interrogación), pero está claro que se intuye el que respondan a la curiosidad del interlocutor.

Su editora, María Isabel Cintas, analiza estos textos y saca las siguientes conclusiones: «Aparte de la peculiar técnica empleada (obviar las preguntas), sirvieron estas entrevistas para dar al periodista rasgos peculiares en el análisis de las situaciones, que completaban la opinión obtenida de la calle y que hicieron de él un periodista lúcido y un analista político de primer orden [...]. Mediante ellas llegamos a conocer con detalle no ya las noticias, sino a los protagonistas de ellas. Indagador, paciente, conversador reposado, conocedor del ser humano y del mundo, amplio de experiencias vitales, experto en el acercamiento en las distancias cortas, supo sacar lo mejor de sus entrevistados. En lo que decían y en lo que callaban» (t. I: CLXXX). García Gordillo subraya los aspectos actuales de su forma de entrevistar, pero otras notas corresponden a épocas pasadas: «En lo formal: el largo de los titulares y el extenso batallón de subtítulos. En el contenido: la obsesión por justificar la publicación de ciertas opiniones, la defensa encendida de la libertad de expresión y la obsesión por la formación de la opinión pública que queda patente en las entradillas de los textos. En lo demás, lenguaje claro, sencillo, directo, informativo y asequible. Periodístico» (2009: 128).

Una de las entrevistas más curiosas es la que realiza al lugarteniente de Hitler y ministro de Propaganda de su Gobierno, Joseph Goebbels6. La solicitó por los conductos oficiales y las dificultades para obtenerla fueron arduas, puesto que Chaves no ocultaba su condición de periodista de izquierdas (como liberal se presenta él). Aceptaron que le formulara tres preguntas, pero estas y las consiguientes respuestas tenían que ser publicadas íntegramente, sin comentarios ni interpretaciones. Así lo hizo, pero en la introducción deja claro cuál es su pensamiento político y el juicio personal que le merecía aquel funesto personaje. Comienza con la siguiente descalificación: «Es un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida, se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales». De «enconado, duro, implacable» le calificará después, ya que «es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre, si se les pone por delante. En España no ha habido así más que algunos curas carlistas, hace ya muchos años» (p. 290). A continuación figura ese breve diálogo mantenido a distancia: toda una exclusiva7.

Cuando llegamos a los últimos años del franquismo hubo mayor libertad para la prensa, lo que hizo que también las entrevistas fueran más libres y creativas. Ya hemos presentado en otro lugar las dos docenas de nombres que destacaron en los años sesenta y setenta en este terreno: muchos son y algunos, de excepcional calidad, pero no vamos a repetirlos ahora. Todos ellos pasarán a la historia del género y los lectores o estudiosos que tengan interés por seguir sus aportaciones podrán hacerlo a través de los libros que nos han dejado (porque en ese tiempo ya se produce una masiva divulgación de esta oferta periodística). A continuación llegarán los que han florecido durante la transición política y en los años posteriores, que no son pocos. Para no incurrir en reiteraciones solo nos detendremos en Manuel Vicent, precisamente por el carácter diferente, poco convencional de sus colaboraciones.

No es periodista Vicent y por esa razón no se halla impelido hacia la pura actividad informativa: su condición de escritor le lleva a una acentuación de la creatividad y eso le sitúa en un escalón distinto, más libre, más original, distinto a lo que estamos acostumbrados a ver en los periódicos. Es una actitud que siempre funciona, porque sirve como contraste a lo conocido. El lector aprecia la variedad de los contenidos periodísticos, el que no siempre le lleven por los caminos trillados de la pregunta-respuesta (técnica que en nuestros días se ha generalizado tanto que parece que ya no sabemos salir de ahí).

Por eso se lee con gusto su Inventario de otoño, que más de treinta años después de la primera edición se podría reeditar y tendría sus admiradores. Ya no vive ninguno de los veinticinco personajes que componen este haz de entrevistas, que se presentan con gracia y descaro. Políticos y artistas forman una amalgama que recoge lo más granado (y los que más tenían que contar) en los tiempos de la transición. Entre los primeros, Dolores Ibárruri, Pasionaria, presidenta del Partido Comunista; el republicano Justino Azcárate y José Maldonado, último presidente de la República. Entre los segundos, una gran variedad de escritores, artistas plásticos, creadores... Al periodista Luis Calvo se le suman el filólogo y poeta Dámaso Alonso, el actor Luis Escobar, la cantante Concha Piquer, el historiador Ramón Carande, el poeta Rafael Alberti.

Muchos de ellos habían permanecido en la sombra; otros, tenían una notable presencia en la vida cultural, pero aquí se le da la vuelta a su biografía (se destaca tanto lo sobresaliente como lo anecdótico) y se les hace hablar con la naturalidad de quien tiene muchas cosas que contar y estaba esperando la oportunidad de poder hacerlo en libertad. O sea, estaban aguardando a ese entrevistador que les iba a sacar lo mejor de sí mismos. Mezclando unas cosas y otras, los comentarios de Vicent, atrevidos y cáusticos, pero bien expresados (pura literatura en ocasiones), ofrecen una imagen muy ajustada del personaje que tiene delante. Y tan interesante es lo que aportan aquellos como la sal y pimienta que añade este al relato de la conversación.

Tomemos como muestra (pero nos serviría cualquier de las restantes) el acercamiento que realiza hacia el periodista Luis Calvo, individuo que ha tenido una existencia compleja, con multitud de actividades profesionales y enormes intereses culturales, con una edad que le permite estar de vuelta de todo y que no se encuentra mediatizado por ningún tipo de miedos ni reproches. En la plática no se limita a contar lo conocido y esperable, sino que rebusca en su memoria para ofrecer detalles y chascarrillos, en línea con quien se pone el mundo por montera. Nada que ver con un diálogo convencional, porque allí igual se habla de las relaciones de Alfonso XIII con los intelectuales, de cuando le quisieron convertir en espía o de las prostitutas que conoció en su juventud. No hay cultas disquisiciones ni vanaglorias del pasado, sino asociaciones libres que le llevan por los caminos más impensados. Nunca se habría publicado un coloquio más directo y espontáneo que este, pero el resultado es un retrato muy fiel de lo que el personaje esconde.

Los comentarios de Vicent redondean la presentación y permiten formarnos una idea de cómo es el individuo: «Este Luis Calvo mítico, contradictorio, furibundo, angelical, perverso, tierno y ácrata, este maestro periodista de las taimadas alusiones contra Franco durante su época gloriosa de director de Abc, que por encima de cualquier convicción política está ante todo comprometido con la gloria de sus grandes amigos de antaño y con el talento de las generaciones nuevas sigue sentado detrás del escritorio con su melena de violinista o de sabio nuclear o de abuelito cascarrabias de Walt Disney. Tiene el cuerpo lleno de electricidad y eso le imprime resortes insospechados, grandes peroratas, malignas murmuraciones, encendidos ditirambos, anatemas brutales con descabello incluido. Hay que caerle bien. Es el secreto» (1984a: 17). El final del encuentro permite que el visitante lo cierre con su conclusión: «Con una procacidad inteligente, ese talante entre snob y chuleta, de erudito tronado y curiosidad de maletilla, Luis Calvo me mira con esos ojos extremadamente vivos, un poco empañados de tinta. Yo adoro a Luis Calvo» (Ibidem).

En otras ocasiones Manuel Vicent publicaba en las páginas del diario El País unas descripciones de los personajes que protagonizaban la actualidad (Adolfo Suárez, Alfonso Guerra, Miguel Boyer, Pascual Maragall, Tierno Galván o Blas Piñar), como esos retratos sepia que llamamos daguerrotipos y precisamente con ese título apareció un volumen que recogía el material resultante. Aunque algunos puedan confundirse, no tiene nada que ver con la entrevista, ni siquiera con esa subclase llamada semblanza, porque esta es informativa y recoge palabras textuales del personaje. Aquí, en cambio, nos hallamos ante un retrato o perfil, donde importa la imagen que se ha formado el autor sobre el conocimiento que tiene de su forma de ser y de sus actividades y que se nos transmite como opinión. No por ello carece de interés, pues se trata de textos inteligentes, muy bien escritos, que despiertan la atención de los lectores por tales valores.

 

1 Normalmente la entrevista se presenta en los periódicos de forma individualizada, pero muy pronto se ofrece como una serie de ellas que tienen un mismo tema en común (gentes dedicadas al toreo), lugar de encuentro (veraneando en la costa cantá¬brica) o autoría (la entrevista del día como sección encargada al mismo profesional).

2 No ocurre lo mismo con el reportaje. Claro que hay libros recopilatorios, pero en la primera mitad del siglo xx incomparablemente menos que de entrevistas. No se nos alcanzan las razones de esta diferencia. Tal vez habría que concluir que, a pesar de haber llegado el reportaje en fecha temprana a los periódicos españoles, no se asienta con la misma fuerza que la entrevista. Pero continúa en pie la falta de respuesta convincente al porqué.

3 Carmen de Burgos: Los espirituados. Madrid, Rivadeneyra, 1923.

4 Alario Prats Beltrán: Tres días con los endemoniados. La España desconocida y tenebrosa. Madrid: Cenit, 1929.

5 En algunas ocasiones los pequeños detalles que va deslizando a lo largo del texto resultan bien reveladores. La entrevista con Mussolini comienza con esta interpre¬tación: «Me saluda campechanamente como diciendo: “Usted es un periodista y no puede usted creer en la interviú. Usted comprenderá que yo creo mucho menos. Le recibo a usted para celebrar uno de estos ritos estúpidos en los que no creen los ofician¬tes. Pero, ya que estamos aquí, voy a aprovechar la ocasión de decir…” Concluye con esta significativa observación: «El Duce, al estrechar la mano, no la aprieta» (p. 341).

6 Manuel Chaves Nogales: «¿Habrá fascismo en España?», en el diario Ahora, 21 de mayo de 1933 (puede leerse en 2001: 289-292). Desde la fundación del diario y hasta que abandonó España en 1937, asqueado por tanta sangre como se derramaba inútilmente, ocupó la dirección.

7 También la obtuvo en 1941 otro periodista español, Alfredo Marqueríe, corres¬ponsal en Berlín del diario Informaciones. En las memorias de este se explaya sobre las circunstancias que le permitieron obtenerla y atribuye el éxito al cuestionario provocador que le hizo llegar y al hecho de representar a un periódico germanófilo (Cantavella 2002: 58-59).