Capítulo II
El control social
Violeta Núñez
1. Introducción
¿Por qué hablar de higienismo? Una de las razones fundamentales estriba en que, en estos momentos, registramos un retorno de este discurso de finales del siglo XVIII. En efecto, hoy las políticas públicas se enmarcan en el discurso del neohigienismo. A lo largo del módulo realizaremos los siguientes trayectos para dar cuenta del proceso y ver sus impactos en la actualidad:
1) una primera y breve aproximación a la emergencia de la higiene, como disciplina médica, desde una perspectiva histórica;
2) una presentación del pasaje de la higiene al higienismo, reseñando las categorías que emplea y algunos efectos que han producido;
3) también señalaremos las modalidades propias de este momento histórico en la configuración de los discursos científicos (las tecnociencias) y del poder (el tecnopoder);
4) luego, un recorrido por dos ejemplos en los que vemos concretados los discursos de control del higienismo y del neohigienismo, en dos momentos históricos, en el pasado y en la actualidad, en Cataluña;
5) para finalizar, realizaremos una recapitulación acerca de lo trabajado en el módulo y algunas reflexiones acerca de la educación, a fin de señalar las diferencias entre los modelos de acción socioeducativa y los modelos de control poblacional.
2. El higienismo: del siglo xix en la actualidad
2.1. Breve aproximación histórica
2.1.1. Cuestiones generales
En primer lugar cabe destacar que el vocablo higiene es de origen griego. Ha pasado a las distintas lenguas latinas desde el francés (lengua en la que se data su uso ya en 1550). Es admitido por la RAE en 1843, y desde entonces designa a la “concepción de la medicina que consiste en la conservación de la salud previniendo las enfermedades”.
En Europa, desde la publicación en 1790 de la obra del médico vienés J. P. Frank, titulada La miseria del pueblo, madre de enfermedades, la higiene, que entonces formaba parte junto con la medicina legal de la llamada medicina pública, fue objeto de legislación. Higienistas como Turner, Louis, Chaussier, Fodéré, Chadwick, Villermé o Virchow contribuyeron con sus estudios a refundar la higiene, como ciencia profiláctica y disciplina médica independiente de aquéllas, dotándola de un cuerpo doctrinario propio.
Así, la higiene abarcará todos los campos posibles de actuación en la relación entre la sociedad y las enfermedades, constituyéndose en una disciplina médico-social. Será situada en la primera línea de lucha por la erradicación de ciertas enfermedades que se desarrollaban con más frecuencia en el medio urbano (como la fiebre amarilla o el cólera morbo), y que afectaban a la mayor parte de la población, especialmente aquella conformada por las clases más bajas, trabajadores, obreros y sus familias, cuyas condiciones de vida y de trabajo eran míseras e insalubres.
La higiene es así una disciplina de la modernidad “sólida”. Surge en el pasaje del modo feudal al capitalista. Sus orígenes son contemporáneos a la Revolución Francesa. La bandera del Iluminismo “el saber os hará libres”, encuentra en este corpus académico y profesional una fórmula de lucha contra las tinieblas de la ignorancia y la miseria a través de la fórmula de la prevención.
Imbuida del espíritu ilustrado, la higiene buscará atrapar lo social (por definición inasible) en sus categorías de análisis, construyendo incansablemente los cuadros clasificatorios. Como ejemplo vamos a tomar una parte de la propuesta que plantea J. Courmont, a comienzos del siglo a comienzos del siglo XX, en su Manual de higiene (Barcelona: Espasa). El autor ejemplifica con diversas clasificaciones el contenido de la higiene, indicando que “cada uno de estos grupos y otros que puedan agregarse, es capaz de nuevas subdivisiones”. Courmont propone dos grandes subdivisiones que, a su vez, se ramifican en nuevas categorías y estas, a su vez, en otras nuevas y así incesantemente, según sea necesario. Vamos a señalar algunas:
Este ejercicio clasificatorio, propio de todo discurso que pretenda el control absoluto de la realidad a la que se refiere, muestra con la perspectiva del tiempo histórico transcurrido– la inoperancia del sistema. Así se desvela que se trata no de un enunciado científico, sino de una construcción analógica (consultar en el Glosario la entrada 37: “modelos analógicos”). Como toda construcción analógica, se sostiene en una determinada visión del mundo. Fue Jeremy Bentham (entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX ) quien dio estatuto pretendidamente filosófico-científico a esta manera de conceptualizar el mundo (consultar la entrada 4 del Glosario).
El escritor Jorge Luis Borges parodió esta afición dasificatoria en un célebre cuento titulado “El idioma analítico de John Wilkins” (publicado por primera vez en la colección Otras inquisiciones, en 1952):
“[...] Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula ‘Emporio celestial de conocimientos benévolos’. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.
2.1.2. La eugenesia y el concepto de prevención
La eugenesia (del griego eu y del latín genea: ‘de buena raza’, ‘bien nacido’), aparece como “el estudio de las razas humanas cuyos métodos se dirigen a perfeccionar las cualidades de los grupos y a reducir sus defectos. De allí que la eugenesia se inspire en una higiene apropiada para impedir los determinismos morbosos o atajarlos en sus manifestaciones”, según dejaba constancia el biólogo Jean Octave Perrier en su obra Eugenique et biologie, de 1921. Mott y Morselli, en el Congreso Internacional de Londres, de 1905, indicaban que la eugenesia es “la lucha contra el predominio de los caracteres morbosos, que ha de comenzar en los mismos que lo sufren, tratándolos debidamente y aislándolos, si conviene [...] Es la previsión del contagio familiar y la herencia morbosa”.
El primero en introducir el término, en 1869, fue el inglés Francis Galton (primo de Darwin), para designar la necesaria mejora de la especie humana, ya que la desigualdad psíquica y fisiológica de las personas condiciona el progreso social. En esa línea, los eugenistas de principios del siglo XX afirman que el progreso del hombre se ha interrumpido al desaparecer la selección natural: se difunde en todo el mundo la creencia en la decadencia de la humanidad por “bastardía” y “degeneración”.
La popularización del darwinismo social, junto a la fe en la naturaleza y en el progreso, conduce a la opinión de que sería posible “cultivar” la especie humana dejando reproducirse sólo a los seres humanos “sanos” y “socialmente valiosos”, mientras que se sugeriría a los humanos “degenerados” renunciar a la descendencia. Dado que la ignorancia ha contribuido en gran manera a la propagación de enfermedades degenerativas de la sociedad, ésta ha de some– terse a las inspecciones médicas, así como a las leyes que regulen los distintos niveles del saneamiento social.
La eugenesia, doctrina del “buen” patrimonio hereditario, es la rama de la higiene que realiza la operación de “arrastre” del concepto de prevención, desde la lógica del discurso médico al discurso social. El recurso a la prevención supone aducir razones instrumentales (prácticas y económicas) para justificar una intervención en nombre de la mejora o el progreso. Esto será posible justo en el punto en que el médico higienista deviene interventor social. Ese deslizamiento se verifica en la legislación. Esta pretende el ordenamiento permanente de lo social y lo denominará “higiene moral”.
Se trata, en efecto, del pasaje de la higiene a un higienismo revestido del prestigio de dos de las instituciones de la época, a saber: la ciencia médica y los dictados de la moral burguesa.
La clave del higienismo radica en una firme creencia: que es posible prevenir(con vistas a su erradicación, pues no hay que olvidar este matiz eugenésico) los comportamientos de las personas considerados moralmente malos o socialmente indeseables. Y ello es lícito y posible allí donde se considere que la salud o la vida, individual o colectiva, están en peligro.
Esto responde a las promesas que la noción misma de prevención parece encerrar:
– legitimar el intervencionismo social en nombre del bien, de la mejora del género humano, por un lado;
– por otro, brindar simpleza para elaborar hipótesis supuestamente explicativas o pretendidamente científicas.
El discurso higienista se aleja, señala Alcaide,1
“[...] de su espíritu inicial de libertad y dignidad, al promoverse –a partir de sus contenidos– un determinado modelo de comportamiento social, en el que se funden planificación y directrices destinadas a fabricar una sociedad libre de agitación social, sana por idiosincrasia [...]”.
La actividad legisladora incesante, sustentada en premisas profilácticas o preventivas, amparada en baremos estadísticos, y orientada según propuestas eugenésicas, resalta una peculiaridad del movimiento higienista: la continua búsqueda de categorías clasificatorias para cuadrar y regular lo social. Dos exponentes representativos de esta tendencia son Jeremy Bentham y Cesare Lombroso (este autor se presentará en el apartado 3.2.1).
Esta propuesta higienista reaparece en nuestra actualidad con gran fuerza. Se trata de proceder a la clasificación de lo social estableciendo divisiones y subdivisiones incesantes para atrapar, en cuadros y tablas (protocolización o estandarización), “todas” las modalidades posibles del elemento en cuestión, dando cuenta así de uno de los objetivos del higienismo: que nada escape al registro, pues un registro minucioso posibilita un control eficaz.
Otra marca fundacional del discurso higienista es la asociación entre pobreza y enfermedad o, más exactamente, entre pobreza y “degradación” o “degeneración”. Se entenderá a la primera como foco permanente de la segunda. De allí que el higienismo se despliegue como disciplina que pretende el control de las condiciones de vida de los sectores más pobres, entendiendo que allí anida el peligro de contagio y expansión de los males sociales: poblaciones de riesgo / en riesgo.
El higienismo sella la homologación entre clases laboriosas - clases peligrosas, según la afortunada expresión del historiador Louis Chevalier (1978), que ha devenido un clásico en este campo. Libro que será necesario releer hoy ante el avance de las premisas del neohigienismo y sus propuestas de tratamiento social de los prescindibles.
En efecto, hoy la base de sustentación de las políticas sociales y de las instituciones que las gestionan, son premisas preventivas, amparadas en baremos estadísticos, y que promueven procesos incesantes de informatización de datos.
2.2. El neohigienismo o la gestión de la fragmentación social
2.2.1. Cuestiones generales
El capitalismo industrial requería una mano de obra disciplinada, capaz tanto de contenerse en los ciclos de recesión como de reinsertarse con rapidez en los ciclos expansivos. Ahora bien, estos ciclos de ocupación - desocupación - ocupación, que afectaban a todos los trabajadores por igual, tendieron a desarrollar solidaridades de clase. Estas se expresarán en la creación de diversos organismos de previsión social gestionados por los propios trabajadores: obra social, atención a los afectados por accidentes, cuotas de previsión de viudez y orfandad, etc. Estas creaciones se sumaron a diversas conquistas obreras (fruto de grandes movilizaciones) por la dignificación de las condiciones de vida: horario de trabajo inferior a diez horas diarias, escolarización para la infancia, prohibición de trabajar para los menores de diez años, salubridad laboral, viviendas accesibles, vacaciones, etc. Se inscriben en el largo historial de lucha de las clases populares por remediar las lacerantes injusticias que imperaban.
Hacia finales del siglo XIX, con el Estado tutelar y posteriormente, a mediados del XX, con el Estado social del bienestar, se irán recogiendo las reivindicaciones y conquistas de las clases trabajadoras como derechos sociales de los ciudadanos.
Sin embargo, el pasaje del capitalismo industrial al informacional, iniciado en el último tercio del XX, comporta cambios significativos tanto en el concepto mismo de ciudadanía (emergente de las prácticas de solidaridades de clase) como en su carácter de tejido conectivo de lo social. A diferencia del ejercicio del poder en el modo de producción industrial, en esta nueva modalidad del capitalismo, el ejercicio del poder tiende a invisibilizarse ante la mirada del gran público: una suerte de licuefacción, tal como lo plantea Zygmunt Bauman.
Si antes el poder económico requería de instalaciones que dieran cuenta de su indudable presencia y potencia (la gran fábrica es aquí paradigmática); en la actualidad, esta suerte de economía “de casino” (como la señalan varios autores; cf. Castells; Castel; Bauman; Sennett), requiere una red tupida pero descentralizada, flexible, capaz de evadir los controles territoriales de lo político.
El pacto social que operaba a modo de garante de la posibilidad de promoción social y económica, si se trabajaba según las reglas de juego, se desactiva. En efecto, se plantea la aceptación de las reglas sin garantía alguna de “progreso”, en el sentido de la Ilustración.
La volatilización del poder económico, su globalización (esto es, la imposibilidad de su localización geográfica, su “invisibilidad”), produce efectos de fragmentación en los territorios, al sustraer del ámbito de sus leyes el actual núcleo duro (informacional) del modo de producción capitalista.
Quitado el que fuera el marco de la organización de lo social hasta el pasado siglo, es decir, el pacto social del capital y la fuerza de trabajo (Bauman, 2000), los sectores sociales quedan disgregados, atomizados. Esta fragmentación supone el quiebre de las antiguas solidaridades, el resquebrajamiento de la ciudada– nía, dejando a los sujetos librados a su suerte. Pero ello no significa des-control, sino nuevas modalidades de control, en torno a la nueva premisa de orden.
El discurso económico-político hegemónico tiene pretensiones de ordenar “todos” los aspectos de la vida considerados en términos de mercado. Así, la educación, la cultura, la salud, etc. pasan a ser mercancías cuya circulación y distribución responde a la ley de la oferta y la demanda. La premisa de invisibilidad del poder (una suerte de retorno literal de la metáfora de Adam Smith –ver la entrada 53 del Glosario- de “la mano invisible”) requiere funciones de control social a gran y a pequeña escala.
Podríamos plantear la siguiente paradoja: cómo lograr que, cuanto más se difuminan los lugares de ejercicio de poder económico en un territorio, más se capilaricen y extiendan los mecanismos de control de dicho territorio.
Es interesante subrayar que la solución a semejante aporía es de una simpleza excepcional, a saber: que cada cual vigile por sí mismo. En esta vigilancia posmoderna se encabalga el retorno del modelo higienista, reinscribiéndose en las nuevas coordenadas tecnológicas. Cada cual, entonces, deberá vigilar por su propio bienestar. En la medida del vaciamiento del pacto social decimonónico, esta es la premisa articuladora del actual orden del sistema: el otro próximo ya no es alguien susceptible de lazo social solidario, sino un rival de cuidado, o un enemigo.
Estas nuevas modalidades producen, en primer lugar, la redefinición de las instituciones sociales y, simultáneamente, de los profesionales que en ellas trabajan.
2.2.2. El neohigienismo en el marco de las tecnociencias y del tecnopoder
A partir de la Segunda Guerra Mundial se ha ido configurando y consolidando una nueva praxis científica (Echeverría, 2003) que se diferencia de la anterior en cuestiones centrales, de las que señalaremos sólo dos:
1) No se trata ya de definir, explicar, predecir mundo, sino de operar transformaciones en él (aun desconociendo los efectos o haciendo caso omiso de de los mismos). He aquí un rasgo clave en la convergencia de las tecnociencias sociales en la lógica del (neo) higienismo: la voluntad interventora.
2) La aparición de la tecnología informacional, que promueve un cambio radical en la estructura de la actividad científica. En el campo de las ciencias sociales, ello ha permitido que la temprana vocación higienista del positivismo (ver entrada 45 del Glosario) por las clasificaciones y sus registros estadísticos se oriente al procesamiento informacional de los datos poblacionales y de los protocolos estandarizados. Podemos señalar aquí uno de los rasgos prototípicos del neohigienismo.
En cuanto a las relaciones entre la tecnología y el ejercicio del poder, hay que referirse (como antecedente) a los estudios de Foucault (1981) acerca de lo que llamó sociedad disciplinaria.
Hoy, el ejercicio del poder del capitalismo informacional (tecnopoder), remite a la noción de sociedad del control. Es una definición que, a partir de los trabajos de Foucault, Negri realiza en 2002, en su libro Imperio. Las TIC devienen el mecanismo fundamental (y acaso único) de la estandarización que el discurso del poder hoy necesita: estandarización de formas, de representaciones, de lenguajes.
En los campos de las políticas sociales, la estandarización de formas y de flujos de información y de representaciones, la canalización que se ejerce desde los núcleos corporativos (estandarización de lenguajes, de interfaces), borran las subjetividades, diluyendo a los sujetos en flujos estadísticos de elementos idénticos. Esto supone un fuerte empuje para que las disciplinas sociales tiendan a configurarse como espacio facilitador de instrumentos eficaces para ese ejercicio del poder. En efecto, el discurso hegemónico vigente en las ciencias sociales promueve la colaboración de instancias académicas y profesionales con empresas públicas, privadas y/o del tercer sector, para elaborar y poner en práctica nuevos y más eficaces protocolos para gestionar a los llamados perfiles poblacionales.
2.2.3. La gestión poblacional y el neohigienismo
Conviene recordar que prevención es una voz polisémica, con diversas acepciones que van de los campos médicos a los sociales y a los políticos. Lo curioso es que cada uno puede reclamarla para su uso, sin necesidad siquiera de definirla, pues aparece como una obra a realizar por el bien de todos, para todo:
“De la seguridad en la ruta a la prevención de la delincuencia, de la prevención de las enfermedades a la de los incendios forestales, del maltrato infantil o, aún de manera más actual, de la pedofilia a la polución ambiental, la prevención parece ser la solución privilegiada, susceptible de tomar por objeto tanto las actividades humanas como los fenómenos naturales”. (Roche, 1997) [Trad. ppia.]
En efecto ¿cómo cuestionar una noción como la de prevención, que nos permite trabajar casi tocando la evidencia, que es capaz de reunir a todos los especialistas de todas las comisiones, de todas las disciplinas, suscitando un consenso amplio, indiscutido, “indiscutible”?
La prevención ha devenido un concepto clave, sobre todo por cuanto no se sabe exactamente qué significa, qué acota; es un término idóneo para sostener un pensamiento único... Es por eso por lo que realizamos una reflexión que, criticando esa noción, permita, a su vez, el cuestionamiento de nuestros propios dispositivos conceptuales y de las prácticas institucionales que de ellos se derivan.
Fue Robert Castel quien planteó el tema de la gestión social de las poblaciones2 desde la crítica a la idea de prevención. La pregunta es ¿se trata de prevenir los comportamientos de las personas o, más aún, sus inclinaciones? O bien, por el contrario, de lo que se trata es de la expansión de los derechos y deberes ciudadanos y culturales, particularmente en aquellos actores sociales excluidos de su ejercicio y beneficio y a los que tan prontamente se selecciona para los planes y proyectos de prevención e intervenciones derivadas. Conviene pensarlo, ya que la prevención convoca, tal y como ya se ha indicado, a intervenir en la vida de otro: allí donde se considera que puede representar un peligro para sí mismos y/o para la sociedad (tesitura que muestra la desigual película Minority Report (ver entrada 36 del Glosario). Las políticas preventivas no son ingenuas, aunque sí suelen serlo sus operadores, justamente por el vaciamiento formativo del que son objeto.
La política preventiva establece categorías diferenciales de individuos (personas, países, sectores sociales...). En una población dada, cualquier diferencia que se objetive como tal puede dar lugar a un perfil poblacional (delincuentes, toxicómanos, madres solteras, inmigrantes, desocupados...). Luego viene la gestión de los mismos, a través de procesos de distribución y circulación en circuitos especiales: recorridos sociales bien definidos para esos perfiles poblacionales. Esa gestión diferencial opera dotando a dichas poblaciones de un estatus especial, que les permite coexistir en la comunidad, pero en circuitos paralelos. La prevención llamada detección sistemática de necesidades, por ejemplo, organiza un fichero (de sujetos convenientemente clasificados), cuyo destino final desconocemos. Este fichero puede incluso llegar a definir las opciones que socialmente se les brindará a los sujetos incluidos en esas listas.3
Prevenir es ponerse en un lugar social para vigilar, para predecir la emergencia de acontecimientos “indeseables” en poblaciones estadísticamente definidas como portadoras de esos riesgos. El círculo predictivo se cierra y en su interior se agolpan los sujetos, despojados de sus particularidades, de su condición misma de sujetos, homogenizados según el rasgo que los representa socialmente.
Señala Touraine (2005) que vivimos el final de la representación “social” de las personas, es decir, de su consideración según el lugar que ocupan en la sociedad (estas cuestiones son objeto del Módulo 3). Afirmación en la que coincide Bauman (2008), en el sentido de que ya no hay sociedad que ofrezca lugares (¡habrá que hacérselos!).
Sin embargo, podemos postular que la excepción a este nuevo paradigma la constituyen las personas sujetas a control directo a través de los dispositivos de gestión poblacional, donde pierden su singularidad en aras de su representación social:
“...la representación de un personaje consiste en indicar la función “social” y el entorno “social” de ese personaje, y sus características personales se perciben tanto mejor cuando los marcos sociales de quien es representado están indicados de forma más clara”. (Touraine, 2005: 19)
En otra página escribe Touraine:
“Las ciencias sociales tienen un retraso particularmente grave que colmar. Demasiado a menudo hablan todavía de la realidad social en términos que ya no corresponden al modelo cultural en que vivimos [...]”.
Ahora bien, lo que en las ciencias sociales podemos considerar un retraso (ciertamente inexcusable), en políticas sociales deberíamos entender que funciona como justificación e incluso cobertura de las medidas y los dispositivos de control. Pues dichas políticas hacen, de las representaciones, certezas acerca de las personas y sus supuestos actos futuros. Y ese cúmulo de certezas habilita a las instituciones y a los profesionales para la gestión diferencial de esas personas, agrupadas en circuitos según la representación social que las define: inmigrantes, pobres, toxicómanos, delincuentes, etc.; aunque se pretenda que esas representaciones son categorías científicas llamadas “perfiles”. Lo cierto es que dichas representaciones operan desdibujando, vaciando, posponiendo las tareas de asistencia o de educación en aras de la “prevención”.
Podemos también afirmar que el neohigienismo es un punto de engarce entre una política de corte cada vez más totalitario (recorte de los derechos fundamentales del ciudadano; prácticas de censura y control social, precarización económica...) y las tecnociencias sociales en la gestión diferencial de ciertas poblaciones en dispositivos de “intervención”.
Así, el punto clave para el despliegue del higienismo, la formación de profesionales adecuados a la función que se les adjudica, lo es también para el neohi gienismo. En efecto, hay proyectos que pretenden homogenizar la formación de los profesionales sociales en Europa para su transformación en operadores neohigienistas del tecnopoder. Es decir, operadores de la lógica del capitalismo informacional en las tareas del control social. El discurso en el que se encabalgaba el higienismo decimonónico, como ya se ha dicho, era el de la moral burguesa. En estos momentos, se trata de un discurso claramente empresarial. De donde costes y beneficios, evaluación de calidad del servicio por parte de los clientes, eficiencia y control de procesos en términos de tiempos y resultados, por citar algunos ejemplos, son los significantes que puntúan el trabajo de los profesionales del campo social.
El profesional deviene un “operador”, y el sujeto un “usuario” o “cliente”, a quien por un lado hay que satisfacer en su demanda (rápido y bien). Por otro, señalar y remitir a nuevos circuitos, en caso de que no acepte la premisa de orden y sea renuente al estilo de vida que el protocolo define e impone.
2.2.4. Políticas neohigienistas: ejercicio “profesional” y propuestas formativas
Desde la perspectiva neohigienista, el trabajo del educador social queda cada vez más supeditado a la aplicación de protocolos que estandarizan tanto las tareas de gestión diferencial de las poblaciones como su evaluación, realimentando el procesamiento informático de los datos y relanzando el circuito. Dichos protocolos son producidos en las nuevas empresas tecnocientíficas del propio ámbito social y educativo: instancias universitarias y profesionales, empresas privadas, empresas del tercer sector, administraciones públicas. Estas compiten entre sí y se retroalimentan en la búsqueda de la eficacia en la intervención.
Según esa lógica empresarial, los nuevos operadores han de saber cumplimentar, sobre la base de orientaciones precisas, los protocolos que les son suministrados: los de observación; los formularios de solicitudes de diversa índole (para subvenciones, derivaciones, apoyos logísticos, etc.); informes de evaluación (entre los que se encuentra el SAVRY, que desarrollaremos más adelante); informes de seguimiento, etc. Son tareas de gestión, pero con efectos directos sobre los ciudadanos que atienden. Ocupan un volumen cada vez más considerable de sus horas de trabajo. De su “saber-hacer” en esas tareas depende la evaluación de su desempeño. Se dibuja entonces un cuadro de devaluación del ejercicio profesional de la educación social, que se combina con la precarización de sus puestos de trabajo.
Aquí, por tanto, estamos en condiciones de sustentar la hipótesis formulada por Hebe Tizio (1982): el protocolo posibilita a quien
“lo administra, de un solo movimiento, controlar al sujeto y controlarse a sí mismo. Este invento del control a dos bandas se ha transformado así en norma única que afecta tanto al profesional como al sujeto”.
Otro asunto central es la redefinición del recurso moralizador (“reformador” o “regeneracionista”: ver entradas 49 y 50 del Glosario) para los sectores “degenerados”. La primera pregunta es, por tanto, cómo se llaman hoy los “degenerados” de ayer... Lo sabemos. Reciben el nombre de prescindibles. Ya no es necesario mantener moralmente disponibles a todos los sectores desocupados, pues no serán reabsorbidos. El trabajo, por tanto, deja de tener el carácter de panacea universalmente válida. La modernidad líquida también produce aquí su impacto, haciendo estallar, fragmentando, ese universal de los siglos XIX y del XX.
Lo que se lleva en esta nueva sociedad del control es la propuesta de innumerables actividades: el ocio, la subvención con contraprestaciones, las ocupaciones precarias, los estudios devaluados a contención etaria, etc.
Nótese que la gestión más “progresista” del malestar social suele ser la que propone circuitos y actividades diversas; la más rancia, la que realiza propuestas exclusivas de “vías muertas”, es decir, inconducentes a la “actualidad de época” (ver Gramsci, apdo. 2.2, capítulo 1). Estas dos modalidades las veremos alternar en el ejemplo que presenta Hebe Tizio en este capítulo: el caso de la Casa de Caridad de Barcelona.
Casi podríamos poner en duda la existencia, en nuestra actualidad, de la política entendida como lucha contra las desigualdades. Al parecer ahora se entretiene en la gestión de las mismas: de allí la irrupción del neohigienismo como modelo.
La modalidad del trabajo social educativo que propone el neohigienismo consiste en, por un lado, la clasificación de nuevos perfiles poblacionales y, por otro y de manera simultánea, la intervención en la vida de los sujetos así definidos, insertándolos en los circuitos que correspondan, según las orientaciones resultantes de la aplicación de los protocolos. Las “clases peligrosas” acusan también recibo de la fragmentación social.
Estas concepciones inciden también en las propuestas de formación inicial de los agentes socioeducativos. En el ámbito de la formación de los educadores sociales, la propuesta neohigienista desliza hacia la preparación de operadores de la lógica empresarial. En consecuencia, las orientaciones para los futuros planes formativos propician el entrenamiento de los operadores sociales en las nuevas competencias, que sustituyen a la formación respecto a saberes disciplinares en sentido fuerte.
La introducción de las leyes del mercado en los dispositivos científicos y académicos ha ocasionado, también en el campo de las ciencias sociales, una verdadera transformación: tanto la producción de saberes en un sentido fuerte como la interrogación ética, histórica y epistémica acerca de los mismos, se ha vuelto superflua, incluso innecesaria, cuando no perniciosa. Tal vez ello explique el retraso del que habla Touraine. Lo cierto es que este proceso comienza a darse de manera fuertemente homogenizada en toda Europa. Las universidades han girado acompasando el cambio de las reglas de juego. En el Estado español ese giro busca legitimarse apelando a una particular lectura del tratado de Bolonia.
En las orientaciones para la elaboración de los nuevos planes de estudio en el campo educativo, se hace hincapié –por ejemplo– en las técnicas de releva– mientos institucionales y barriales para la “detección” de las llamadas “necesidades sociales”, prácticas que remiten a la gestión de perfiles poblacionales pero no a la realización de acción educativa en sentido estricto. Desde esas orientaciones, la formación propuesta en áreas culturales de relevancia para el trabajo social educativo es nula. Los discursos disciplinares no sólo no son rentables, sino que devienen un obstáculo para el despliegue del tecnopoder, pues plantean perspectivas críticas, propuestas y prácticas –sociales y educativas– que hacen estallar la perspectiva neohigienista del control.
3. La gestión poblacional en Cataluña
3.1. La Casa de la Caridad de Barcelona (Hebe Tizio)
3.1.1. Control social y efectos subjetivos
Lo que se llama control social hace referencia a los intentos de regulación de la diferencia que encarna cada sujeto, dado que cada uno se orienta por sus preferencias, por sus intereses, por la modalidad que tiene de obtener satisfacciones. La pluralidad implica que siempre se plantea qué hacer con ella, lo que ha dado lugar a diferentes maneras de definir el control social.
Basta recordar a Tomás Moro (1984), quien en 1516 escribió La mejor república y la isla de Utopía, en la que imaginaba la construcción de una sociedad armónica. También Rousseau, quien, con su Contrato social, abre el interrogante sobre cómo hacer un pacto social que permita
“Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y gracias a la cual cada uno, en unión de todos los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes”.
Freud encaró los efectos subjetivos del control social y planteó la antinomia sujeto-civilización, ya que la civilización postula una renuncia de goce adaptativa, necesaria para la convivencia. Este intento de solucionar el malestar genera uno nuevo, lo que ubica una encrucijada de la razón práctica. Freud en su momento habló de la exigencia que significaba el imperativo de renuncia pulsional puesto al servicio del trabajo y de los riegos que encerraba.
Al mismo tiempo, señaló que no todo puede ser regulado porque siempre hay un imposible en juego. Freud, en El malestar en la cultura, precisa que lo imposible es la causa del malestar estructural que produce síntomas en lo social y lo declina en tres puntos:
1) es imposible evitar la caducidad de nuestro cuerpo, más allá de los adelantos de la ciencia no se puede escapar a la muerte;
2) es imposible el dominio total de la naturaleza a pesar de los progresos tecnológicos;
3) es imposible, a pesar de los esfuerzos educativos y jurídicos, regular plenamente las relaciones de los hombres entre sí.
De este modo Freud plantea que el bienestar es un ideal y el malestar una cuestión de estructura que se expresa a través de formas cambiantes en cada momento histórico. Como ya se ha señalado, en la época de Freud la empresa cultural proponía la renuncia pulsional al servicio del imperativo laboral, hoy las consignas son otras.
Lacan ubicó la profunda división en la subjetividad entre el bien y el bienestar lo que hace que el ser humano trabaje contra sí mismo en la medida en que lo que considera como su bien no es obligadamente lo que le conviene.
Este es un punto importante para los educadores que muchas veces tienen serias dificultades para aceptar la división del sujeto, porque no se trata de un problema educativo sino de la modalidad de goce en juego.
La ilusión de que todo puede ser regulado se opone así al reconocimiento de que hay una diversidad de modalidades de goce que no pueden homogeneizarse (ver capítulo 3, apdo. 3.4). Por ello abrir un lugar para el sujeto quiere decir también enmarcarse en una ética de las consecuencias.
3.1.2. La llamada peligrosidad social
Tiene interés dar una cierta perspectiva histórica no para hacer mera cronología, sino para mostrar posiciones estructurales. Es decir, registrar las forma de entender el goce, los márgenes de satisfacción tolerados y lo que se considera “peligrosidad social”, es decir, las formas de goce resistentes a la presión adaptativa.
Castel señaló ya en 2003, en su libro L’insécurité sociale, que en la sociedad preindustrial la figura del vagabundo cobraba peso como desafiliado, fuera del trabajo y del territorio. El vagabundo era considerado en el siglo XIX como un peligro y por ende objeto de vigilancia por los poderes públicos porque en ese momento el domicilio era un atributo jurídico de identificación [Thomas, H. 1997]. El ciudadano se ubicaba en un lugar, con un nombre y un estado civil. Hoy la figura del “inmigrante” comienza a concentrar algunos de los ingredientes de la supuesta peligrosidad social en la medida en que la crisis social y económica se agrava.
Las políticas de protección social y lo que se legisla como delito son cambiantes. Se puede recordar que protección viene de tegere cubrir con un techo, el techo del Otro que da amparo -anteparere poner una defensa-, amparar los derechos.
Hoy las políticas neoliberales penalizan al ciudadano, y en la vida cotidiana aparecen fenómenos de desregulación y vaciamiento de las instituciones. Al mismo tiempo el control se practica de manera directa como “regulación forzada” y se dejan de lado los recursos habituales de cada profesión para centrarse en los protocolos estandarizadores. Los mismos son una forma de control tanto del sujeto como del profesional, ya que no funcionan como elementos orientadores sino que reducen la práctica a lo ya establecido. Las redes públicas tienden a desmontarse con los consecuentes efectos sobre las instituciones y se hacen presentes fenómenos de exclusión en el interior del sistema.4
La particularidad de este momento histórico se halla marcada por el capitalismo global: el mercado impone su ley sobre la regulación de la cultura, lo que conlleva la pérdida de las referencias que forman el nudo que sostiene a una comunidad. La regulación cultural no es universal, es la de cada sociedad con sus ideales, tradiciones e invenciones al servicio de la civilización, que dibuja por esta vía una modalidad de goce grupal. Por ejemplo, no es lo mismo el uso de una droga en los rituales regulada por la religión que por los imperativos del mercado.
En la actualidad se asiste a un cambio en la regulación centrada en los principios neoliberales, que sostienen que el mercado se autorregula. Esta crisis de regulación se ve no sólo en la locura del mercado financiero sino en los síntomas que aparecen en la actualidad marcados por la compulsión y la falta de límites, como son los síntomas adictivos, los trastornos alimentarios o los sujetos, sobre todo infantiles, librados a su capricho.
La globalización es efecto de una revolución tecnológica que ha cambiado las coordenadas espacio-temporales. El capital circula libre, y muchos son de carácter virtual, no es un capital que invierta en la producción, sino que son capitales financieros.
El ideal de la pasada época –el “para toda la vida”-, daba una confianza ilusoria. La pérdida de la responsabilidad del Estado hace recaer el peso en los niveles intermedios y en los ciudadanos. Este proceso se enmarca en relación con la caída de los ideales unificadores, y la pérdida de confianza en las distintas figuras que encarnaban los semblantes de autoridad: el médico, el maestro, el capellán, el padre. Por ello aparecen variadas modalidades de autoayuda y asociaciones de usuarios.
Zygmunt Barman –tal como ya se ha indicado– habla de modernidad sólida y de modernidad líquida para diferenciar dos momentos del capitalismo. La modernidad sólida se caracterizó por ligar el capital y el trabajo, lo que muchos han llamado capitalismo industrial. Los obreros dependían de la contratación para su subsistencia y el capital necesitaba para su reproducción y crecimiento de esa mano de obra. Los flujos y reflujos de la producción dejaban mano de obra desocupada pero que debía ser mantenida como “ejército industrial de reserva” para volver a ser reincorporados cuando así se necesitara. Lo que planteó en su momento qué hacer con estos trabajadores cuando estaban desocupados.
En Cataluña había en 1779 siete fábricas de paños que empleaban a 3.000 personas, en 1792 la textil catalana tenía 80.000 trabajadores. En este marco se crea la Casa de la Caridad de Barcelona como una forma de control social de los efectos de la industrialización (Tizio: 1982).
Los considerandos de su fundación son ilustrativos:
“Propuso el intento a S.M. del establecimiento de una Casa de Caridad adonde se ejercita esa virtud, con provecho del socorrido y con utilidad del Estado y Sociedad. Adonde el anciano, el impedido y el insuficiente a ganar lo que necesita para subsistir encuentra su alimento seguro ocupándose en el módico trabajo que le permitan sus fuerzas, trabajo con que al paso que ahuyente la ociosidad contribuya con lucro propio a sostener el Establecimiento. Adonde las personas de ambos sexos que familiarizados con el ocio que les produjo la guerra resistan ahora a sujetarse a la labor y prefieran vivir en la holgazanería, apelando, para mantenerse, unos a mendigar de noche con el título de vergonzantes, dictado con que no pocas veces se encubre el vicio y la prostitución, y otros a éstos, y robos y delitos con que trastornan la tranquilidad y la seguridad general; encuentra una coacción de abrazar vida laboriosa, la pena de permanecer reclusos y mortificados hasta que se consiga su enmienda. Caso, por fin, adonde los jóvenes de ambos sexos que por pobreza o incuria de sus padres o parientes andan hoy día divagando de día y de noche, desnudos o mal vestidos, y peor educados, sean recogidos y aprendan principios de religión, de moralidad y educación; reciban un oficio que les proporcione ganar su vida en la mayor edad y destierren la viciosa miseria que ahora los rodea. Hizo a S.M. patente la necesidad de este remedio, los medios y los arbitrios para conseguirlo, y para planificar el establecimiento, y acompañó el plan de industria en manufacturas y fábricas que aseguren su subsistencia, y el de su gobierno interior constitutivo y económico, entrega, bajo su inmediata protección y privativa dependencia, al cuidado de una Junta de celosos e industriosos naturales, elegidos con determinada alternativa y testación, entre los muchos apreciables en quienes abundan tales requisitos”.
3.1.3. Un ejemplo
La Casa de Caridad se dedicó a la atención de sectores sociales marginados y tuvo, en común con los asilos, la posibilidad de transformar el lugar de refugio en encierro. Sin embargo, se diferenció de los mismos en el peso que tuvo la productividad y la educación.
La Casa de Caridad fue un organismo de control social que intentó garantizar, en parte, el orden social existente sacando de circulación lo que no estaba inserto en la producción. Así, lo que había sido producto de la crisis industrial se transformó en “vicio” y “ocio”. Lo que es producto social pasa a ser así defecto moral y, por tanto, objeto de una corrección individual.
La preocupación por el ocio, por gestar “amor a la vida laboriosa”, guarda estrecha relación con el hecho de que la mano de obra no puede volverse inactiva, ya que luego sería imposible su reaprovechamiento. Debe seguir trabajando para mantenerse activa aun en depósito, a la espera de una nueva expansión de la industria. Es por ello por lo que la Institución funcionará con un plan industrial.
Cuando se habla de las instituciones se ubica su emplazamiento espacial, su historia y su funcionamiento. El ser humano vive en un mundo simbólico donde la producción y la transmisión del patrimonio cultural necesitan de la palabra y la letra para circular.
Lo que llamamos mundo simbólico se sostiene del discurso (ver Glosario) y va más allá de las necesidades biológicas y de la supuesta armonía del instinto y de lo social. Es un mundo habitado por sujetos que tienen diversas modalidades de obtener satisfacción, lo que trae aparejado el conflicto y el síntoma consecuente.
Pensar que el malestar es estructural implica tener en cuenta que las instituciones se asientan sobre un vacío constituido por la falta de respuesta preestablecida; de allí que remitan a la invención. Las instituciones están inmersas en la actualidad del momento histórico y social de una comunidad. Son necesarias pero sus formas son contingentes, por eso el aspecto cambiante, las nuevas definiciones y los modelos de funcionamiento que diseñan.
La institución no se confunde así con un espacio determinado en el que se cumple una función, sino que es un lugar abierto por un discurso. Por ello, se trata de poder ubicar algunas de sus coordenadas porque de ellas dependerá el futuro de la actividad que allí se realice.
Según el orden discursivo, cambian las formas de poner en juego los lugares simbólicos. Por ese motivo es interesante ver qué lugar dan al sujeto, cómo entienden su diferencia (su modo de goce) y qué tratamiento le dispensan.
La Casa de la Caridad de Barcelona ha sido una institución de gran importancia social, y la definición de ese espacio institucional, el modo de precisar quiénes podían albergarse en él y la forma de entender ese alojamiento, fue cambiando a lo largo del tiempo.
Como en toda institución encontramos aquí un elemento de permanencia, que gesta la continuidad institucional, y otro de cambio, que marca su relación con la historia. El elemento de permanencia está dado por el nombre, Casa de Caridad, que facilita el reconocimiento social y su función asistencialista (ver Glosario). Es la constante que permite a cualquier ciudadano ubicar su existencia. Esta denominación, que nunca es azarosa, hace referencia a la función que cumple dicha institución desde su origen. El elemento de cambio está dado por la adaptación de la institución a la realidad social para expresar las definiciones imperantes en cada momento histórico. La Casa de Caridad, dada su situación vincular con los gobiernos, expresó las realidades creadas desde distintos discursos políticos.
Esta perspectiva permite analizar cómo diferentes discursos políticos han definido la Casa de Caridad. Indudablemente que desde 1802, fecha de la fundación de la Casa, hasta 1957, año de creación de los Hogares Mundet, se sucedieron diferentes predominios políticos que permiten ver el cambio en las definiciones.
Las instituciones son realidades complejas que representan la pluralidad social, imposible de sintetizar. En ningún momento se intenta hacer un análisis institucional, ni totalizar en las conclusiones el funcionamiento de la institución. La institución real se desliza entre la necesidad social de orden, la legislación de un discurso que intenta normativizar la institución con sus razones y la heterogeneidad existente en ese momento histórico.
Valgan entonces unas pinceladas, a título de ejemplo, de las distintas formas de entender el control social tal como se refleja en las actas de la Casa de la Caridad.
El discurso político de la fundación es monárquico y se halla claramente influido por el pensamiento liberal. La referencia a “Estado y Sociedad” marca esa posición. Liberalismo e industrialización son dos términos estrechamente relacionados. Ambos determinarán el modelo institucional que se planifica y que incluye cuatro aspectos: médico, escolar, laboral y religioso. Es esta combinatoria la que evidencia su tendencia liberal.
La institución recibe de la Real Hacienda una renta de 10.994 reales mensuales. Sin embargo, su subsistencia no dependía exclusivamente de ella. Haciendas, donaciones, rifas, bailes, dineros procedentes de la producción de la Casa constituían otras vías de ingresos. Las definiciones de la economía variarán también con los tiempos.
Durante el Trienio liberal el discurso dominante en la Casa de la Caridad se caracteriza por su marcado tono de crítica social. El “pobre” es definido como alguien con derechos y la educación se ocupará de hacérselo saber. De ahí la importancia de la educación política, civil y cristiana. La religión tiene carácter de servicio espiritual, la misa y el rosario se suman a la enseñanza de la doctrina.
Este período aparece signado por los esfuerzos renovadores y por dificultades económicas gravísimas, que impedirán la concreción de muchos proyectos: el discurso constitucionalista no tiene posibilidad de instrumentar las definiciones de fondo que lo sostienen. Un ejemplo de ello es que, durante todo ese tiempo, la Real Hacienda no entrega los famosos 10.994 reales mensuales. El dinero sólo volverá a ser entregado a la Casa, junto con todo lo adeudado, cuando se restituya, con el Absolutismo, la Real Junta de Caridad.
El discurso absolutista define una institución básicamente preocupada por el control estricto de los albergados. Crea un dispositivo que tiene como ideal la total obediencia, la pasividad más completa.
Esto es así porque la definición de “pobre” es la de alguien que comete excesos en todos los aspectos. Es decir, representa una “naturaleza subversiva y peligrosa” y por tanto debe ser permanentemente vigilado.
Las relaciones entre los sexos son fuente de graves sanciones aun entre los matrimonios. La relación con el “afuera” es permanentemente cortada, a tal punto que una borrachera puede ser la causa invocada para un eterno encierro. Lo brutal del castigo se explica por cuanto busca el “escarmiento de los otros”.
“Con asistencia de los Sres. anotados al margen: Leída y aprobada el acta de la sesión anterior, el Sor. Marqués de Puertonuevo hizo presente a la Junta, que el día 8 del conte. en que SS.AA. el Sor. Infante Franco de Paula y su augusta esposa Da. Luisa Carlota debían venir, como en efecto vinieron a visitar este establecimiento, sucedió en el departamento de corrección llamado Casa Blanca lo que sigue: estando el hermano encargado de aquellos muchachos preparándolos pa. recibir a los serenísimos Infantes y enseñándoles cómo debían saludarles, diciendo: vivan sus Altezas, se oyó una voz que gritaba: viva la Constitución. Averiguado quién fue que profirió aquella expresión resultó ser un muchacho de 16 años llamado S. M., el que reconvenido porque se había pronunciado en tales términos, contestó que se le había escapado, pero no pudiendo escusarle [sic] ni su edad ni sus circunstancias, pues varias veces se han tenido quejas de él, se le pusieron grillos, entretanto enterada la junta de este suceso tan desagradable determine lo que mejor le parezca. Oída esta relación y atendida la gravedad de la materia se acordó dar parte al Excmo. Sor. Capitán Gral., para que se sirva tomar las provedencias [sic] oportunas”. (10.10.1829)
La idea de “derechos de ciudadano” desaparece, todas son obligaciones. Lo que durante el Trienio Liberal era el aspecto central: la Constitución, se transforma aquí en la “ominosa voz” que hay que silenciar.
La Casa de Corrección es un lugar donde se cumplen condenas con el objetivo de “enmienda”. Si esto no se logra, aparece la derivación directa a la jurisdicción militar. Los jóvenes serán incorporados al ejército:
“Últimamente deseando la Junta desprenderse de algunos muchachos detenidos en la casa de corrección que por ser tan malos no hay esperanza de que enmienden y colocarlos en los regimientos en clase de tambores conforme que ellos también desean, acordó se participe a sus respectivos Padres por el Sor. Director de turno para que de este modo pueda emprender esta especie de destino un oficio y ver si en lo sucesivo podrán ser más útiles a sí mismos y a sus semejantes”. (23.11.1829)
La religión se reintroduce como elemento privilegiado de coacción. Las religiosas son presentadas como jefas y superioras. La desobediencia a las mismas es considerada delito y como tal remite a la figura garante del orden: el capitán general.
Valga este breve ejemplo para hacer referencia a dos grandes formas estructurales del control social. Así podemos definir dos modos que alternan con sorprendente regularidad y que podemos sistematizar en torno al eje control social. Se trata del control social directo por la represión o del control social que cuenta con el consentimiento del sujeto por la vía de la educación. Mientras en uno se define al pobre por las carencias y la empresa se considera educativa, en el otro se trata de los excesos que hay que reprimir.
En los discursos de corte absolutista (totalitario) aparece la voluntad de transformarse en Único, y que esto se concrete en una persona que lo encarna: Fernando VII, Primo de Rivera, Franco.
Una cita de Fernando VII, el soberano absoluto, ilustra claramente al respecto:
“...con el fin de que desaparezca para siempre del suelo español hasta la más remota idea de que la soberanía reside en otro que mi real persona...”
El ideal de este tipo de discurso es fijar en un término a la oposición. Así la heterogeneidad social se reduce a dos posiciones: estar a favor o en contra.
Estos calificativos, transformados en categorías ontológicas, señalarán claramente quiénes podrán tener un lugar y quiénes no.
Es evidente que definiciones tan extremas sólo pueden ser sostenidas por la fuerza, de allí que el control social se lleve adelante con el predominio de la represión directa.
En discursos como los del Trienio Liberal y de la Segunda República, aparece el ordenamiento de derechos y deberes, una legalidad constitucional que gesta un consenso social mínimo. Este acuerdo toma forma de texto, la Constitución, y opera como tercer elemento al cual todos pueden referirse. Podemos decir que la garantía es la observancia de la convención, de allí la importancia que se le otorga a la educación como forma de lograr, por la Razón, la adhesión al pacto.
Los discursos de corte absolutista ponen en marcha un férreo dispositivo para asegurar el control social. Esto es así debido a la imposibilidad de hacer coincidir la pluralidad social con su ideal de unicidad. Y precisamente esta imposibilidad gestará la permanente vigilancia, el terror, las delaciones.
A esta idea del hombre como portador de lo irracional (el goce que no puede regularse) se opondrá la creencia en su racionalidad que evidencian los discursos “liberales”. De allí el recurso a la educación como forma de lograr el autocontrol. A tal punto esto es así que, para el discurso de comienzos del siglo XX, la idea de prevención va asociada a la idea de deberes y derechos. Se le atribuye a la educación una función transformadora y pacificadora.
Otra diferencia a señalar es la construcción de modelos institucionales cerrados, que no definen modos de articulación regulares con el contexto social, y modelos más abiertos, dependiendo de la definición de sujeto: como peligroso, o como un ciudadano más que debe integrarse (por lo que se borran los estigmas institucionales, por ejemplo, los uniformes).
En síntesis, del control externo basado en la represión al control internalizado gestado por la educación, encontramos dos modos diferentes de hablar sobre un mismo tema, el control social. El higienismo es un discurso que pretenderá el control social por la eliminación, el confinamiento o la estigmatización social de toda diferencia considerada “peligrosa”.
3.1.4. La posición de los profesionales
Es interesante registrar las modificaciones que sufren las instituciones. La Escuela que conocemos es producto de la modernidad sólida. Una escuela homogenizada por cursos para la transmisión curricular y que se inscribía en la relación capital/trabajo cumpliendo la promesa de que a mayores estudios se corresponderían mejores trabajos. Promesa realizada a través del saber, un saber valioso dado que aseguraba una cierta movilidad social. Una escuela hija de la Ilustración que ponía a la educación como derecho para todos los ciudadanos. Hoy, cuando la educación es para todos, aparece un fenómeno de vastos alcances, el llamado fracaso escolar y lo que se da en llamar violencia escolar.
Estos dos fenómenos hay que verlos como el fracaso de la función educativa. La función educativa es pacificadora pues mantiene a los sujetos interesados, activos. Si se degrada, la escuela se transforma en espacio de las peleas, los desafíos, las bandas, las agresiones. De fondo este síntoma social revela que los sujetos son desposeídos de su futuro.
Las políticas actuales llevan a un forzamiento cada vez mayor reintroduciendo dentro de la institución los elementos expulsados y difíciles, sin dotar de nuevos recursos, lo que lleva a la creación de lugares de exclusión dentro del mismo sistema. Las intervenciones de forzamiento no hacen más que agravar el problema, lo refuerzan.
Desde esta perspectiva estas formas de fracaso educativo son parte de las nuevas modalidades de desprotección. Los profesionales pueden ser agentes de exclusión social si no cumplen con su función. El discurso dominante pone en circulación significantes a los fines del control social y es responsabilidad de los profesionales interrogarlos y no aplicarlos sin crítica alguna, contribuyendo de este modo a producir marcas segregativas. Esta es una característica de los tiempos actuales, no hay tiempo de interrogar los significantes que circulan porque todo sucede vertiginosamente. Los significantes se producen y se destruyen con la misma rapidez, pero dejan huellas de efectos perdurables dado que pueden orientar el recorrido de los sujetos por circuitos de exclusión.
Visualizar y dar nombre a los estilos de vida es una de las formas de producción de los “usuarios” que el dispositivo social atenderá luego y que los profesionales no advertidos confunden con un dato primario. La utilización del término “usuario” obtura la dimensión subjetiva porque reduce el sujeto a su relación con un aparato institucional determinado. Es el objeto producido por ese discurso y la más de las veces nombrado por el goce que encarna y de esta manera se lo hace más resistente: “fracaso escolar”, “toxicómano”, “maltrato”, etc. La paradoja de estos dispositivos es que, al funcionar así, transforman al “usuario” en el objeto insoportable que colma la falla del agente, en lugar de que pueda interrogarse para producir algo nuevo.
Los profesionales tienen una responsabilidad concreta en relación con los casos que trabajan, responsabilidad en cómo lo formalizan, cómo lo interpretan, ya que hay que recordar que las definiciones que se dan determinan los cursos de acción.
3.2. SAVRY: Valoración estructurada de riesgo de violencia en jóvenes
3.2.1. Antecedentes
En la historia encontramos antecedentes remarcables en la consideración “preventiva” del delito. Tal vez el más renombrado sea Lombroso. Conocido como Cesare Lombroso,5 orientó su actividad médica hacia el campo disciplinar del cual fue fundador: la antropología criminológica. Es un positivista (entrada 45 del Glosario) y, por tanto, considera que la base del conocimiento es la observación empírica que permite la formulación de leyes invariables (universales: válidas en todo tiempo y lugar). Un aspecto particularmente difundido de la obra de Lombroso es la concepción del delito como resultado de tendencias innatas, de orden genético, pero observables en ciertos rasgos físicos o fisonómicos de los delincuentes habituales (asimetrías craneales, determinadas formas de mandíbula, orejas, arcos superciliares, miembros “desproporcionados”, entre otros).6 Sin embargo, en sus obras se mencionan también como factores criminógenos el clima, la orografía, el grado de civilización, la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la instrucción, la posición económica y hasta la religión.
Un rasgo llamativo en su obra es la crudeza con que expone algunas de sus conclusiones, característica compartida por los teóricos de la escuela positivista de la época, en el campo de los estudios sociales. Por ejemplo, refiriéndose a lo que él llama la “terapia del delito”, en su célebre obra El delito. Sus causas y remedio, dice:
“En realidad, para los criminales natos adultos no hay muchos remedios: es necesario o bien secuestrarlos para siempre, en los casos de los incorregibles, o suprimirlos, cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos”.
Otro rasgo característico de la obra de Lombroso es la precariedad de su método científico. Frecuentemente, de la observación empírica, a veces sobre la población carcelaria o manicomial, se derivan afirmaciones categóricas y relaciones de causalidad escasamente fundadas. Por ejemplo, de la comparación entre la temperatura anual media en las distintas provincias de Italia y el índice de homicidios en cada una de ellas concluye Lombroso que el calor favorece este tipo de delitos.
La posición según la cual los delitos son producto de estos diversos factores determinantes lleva lógicamente a bregar por un código penal que los prevea y ajuste las condenas a la existencia de esos mismos factores, dejando de lado que el derecho penal no se dirige a juzgar las intenciones (o “factores de riesgo para la comisión de delitos”), sino los actos que infringen la ley. Pero, para Lombroso, la pena tiene como objetivo la defensa social, entendida como neutralización del peligro que para la sociedad representan ciertos individuos que no pueden dominar sus tendencias criminales. Al mismo tiempo, tiene el fin de intentar una readaptación en los casos en que fuera posible. La concepción de Lombroso torna irrelevante el estudio de la imputabilidad del sujeto, puesto que según se deriva lógicamente de sus postulados todos los criminales (en tanto “productos”: de la alteración genética y/o del medio) son inimputables y, cuanto menor sea su responsabilidad, mayor es su peligrosidad.
3.2.2. SAVRY
El nombre consiste en la sigla de su nombre en inglés: Structured Assessment of Violence Risk in Youth (Valoración estructurada de riesgo de violencia en jóvenes).
Se trata de un protocolo cuya aplicación permite la “valoración de la peligrosidad y del riesgo de violencia en jóvenes”, y de un manual, que “es un complemento necesario al instrumento SAVRY, ya que facilita información básica en relación con la gestión del riesgo en jóvenes [...]”. Su traducción al castellano y al catalán fue realizada por Lola Vallès (responsable de Investigaciones y Formación Complementaria del Instituto de Seguridad Pública de Cataluña) y de Ed Hilterman, director técnico del Programa de Gestión del Riesgo (PGR), con jóvenes infractores en Cataluña y, asimismo, director de la Consultoría & Investigación Aplicada Justa Mesura. El PGR es una colaboración entre la Dirección General de Ejecución Penal en la Comunidad y de Justicia Juvenil (DGEPCJJ), el Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada (CEJFE) y Justa Mesura, Consultoría & Investigación Aplicada S.L.P.(que se encarga de la dirección técnica de dicho proyecto).
El instrumento principal que utilizan los profesionales de la DGEPCJJ, en el Proyecto de Gestión del Riesgo en Jóvenes Infractores, para llevar a cabo la valoración estructurada de los jóvenes, es el SAVRY.
3.2.2.1. Presentación del SAVRY
Hemos señalado los párrafos descriptivos del SAVRY con números romanos para facilitar su ubicación cuando se realice la lectura crítica en el próximo apartado. Comenzaremos presentando algunos párrafos extraídos de la ponencia por Ed Hilterman:
I) Los objetivos:
“El objetivo principal del Proyecto de Gestión del Riesgo en Jóvenes Infractores (PGR, en adelante) es la implementación de la valoración clínica estructurada del riesgo en el sector de la Justicia Juvenil. La valoración estructurada de menores y jóvenes implica que todos los profesionales del sistema fundamenten su valoración de los casos en los mismos factores de riesgo y de protección. Estos factores son aquellos que, actualmente, la literatura científica ha señalado como los más relevantes para evitar el comportamiento delictivo y la reincidencia.
[...] Al integrar la valoración de riesgo con la intervención se va hacia un sistema de gestión del riesgo, en el cual, las intervenciones aplicadas sirven para reducir el riesgo de cometer un delito y propiciar la reinserción. [...]
II) El SAVRY: instrumento principal del Proyecto
“Los factores a explorar que recoge el SAVRY [...] son factores básicos a trabajar para la reinserción de menores y jóvenes.
“El SAVRY es una guía que ayuda al profesional a explorar y valorar el riesgo de incidencia. Los 30 factores, o aspectos a valorar en cada joven, están agrupados en cuatro secciones:
• [Factores históricos (por ejemplo: Violencia previa; Inicio temprano de la violencia; Exposición a la violencia en el hogar; Seguimiento en el pasado/ Fracaso de intervenciones anteriores; Bajo rendimiento en la escuela,...)]
• [Factores sociales/contextuales (por ejemplo: Delincuencia en el grupo de iguales; Escasa habilidad para educar de los padres; Estrés experimentado e incapacidad para enfrentar dificultades; Entorno marginal,...)]
• [Factores individuales (por ejemplo: Actitudes negativas, Asunción de riesgos / impulsividad, Bajo nivel de empatía /remordimientos; Baja colaboración en las intervenciones; Bajo interés/ Compromiso escolar o laboral,...)]
• [Factores de protección (por ejemplo: Implicación prosocial, perseverancia como rasgo de personalidad; actitud positiva hacia las intervenciones y la autoridad,...)]
III) “Algunos de los factores del SAVRY son estáticos, es decir, no pueden ser modificados por el paso del tiempo o por la intervención profesional (por ejemplo: la edad del primer delito o una historia de malos tratos en la infancia). Otros factores son dinámicos y pueden ser modificados con el paso del tiempo y también permiten la actuación profesional (por ejemplo: el consumo de sustancias toxicas o la relación con un grupo de iguales disociales)”.
IV) “El SAVRY también está diseñado para ser utilizado en la planificación de las intervenciones y en el seguimiento de cambios. Considerando la capacidad de cambio en los jóvenes resulta recomendable realizar valoraciones periódicas para poder detectar posibles fluctuaciones y ajustar los objetivos de la intervención”.
V) “Considerando toda la información obtenida a partir de la valoración de los 30 factores de riesgo y protección contenidos en el SAVRY, así como otros aspectos que pueda incorporar el profesional, es necesario llegar a una estimación del riesgo de reincidencia, que también es codificada en una escala de tres valores: Alto, Moderado, Bajo”.
Esta descripción que realiza Ed Hilterman podemos cruzarla con algunas cuestiones planteadas en la ponencia de Manel Capdevila, que da cuenta de la investigación realizada en 2005, en el marco del PGR y sus actualizaciones posteriores:
VI) “Los extranjeros, como grupo específico de estudio: Los extranjeros reinciden antes y más veces. La razón está en la presencia de más factores de riesgo y menos presencia de factores de protección que explican la mayor tasa de reincidencia (36,6%). Cuando se aíslan estos factores los extranjeros son mucho menos reincidentes. Los magrebíes son, de largo, el colectivo en que estas variables de riesgo están más presentes y tienen como grupo un perfil penal y criminológico más duro.
“En cambio los jóvenes latinoamericanos presentan pocos factores de riesgo, pero son factores mucho más potentes para predecir posibles reincidencias: haber sufrido maltratos físicos por parte de la familia, mantener relaciones con grupos disociales o comenzar de más joven el contacto con la justicia son las variables que en nuestro estudio surgen como más potentes para predecir en este colectivo posibles reincidencias”.
VII) “Conclusiones sobre la manera de recoger los datos por parte de la Justicia juvenil: […] hemos detectado un buen diagnóstico inicial y un elevado acierto técnico a la hora de adjudicar una medida más controladora cuantos más factores de riesgo están presentes en el joven. Este hecho comporta que, dentro de cada programa, el joven presente perfiles muy homogéneos respecto a las variables estudiadas.
VIII) “Sin embargo, la base de menores que sustenta toda la información del menor de Justicia juvenil, presenta preocupantes vacíos de información en variables que toda la literatura científica considera claves como factores de riesgo o de protección para posibles reincidencias. Además, dependiendo de la formación académica inicial del técnico (sea psicólogo, pedagogo, trabajador social, educador social, etc.) la selección de la información relatada y detallada tendrá más importancia en una disciplina u otra según coincida con su formación académica inicial.
IX) “Por otro lado, también hemos observado en la lectura de todos los expedientes de menores que las variables de evolución tienden a convertirse en estáticas, de manera que, por poner algunos ejemplos, el apartado socio-familiar donde se recoge la situación de la familia, su problemática, las relaciones entre sus miembros o las actividades que realizan, se encuentran muy a menudo traspasadas de un informe anterior a otro posterior sin que consten actualizaciones, cambios o recogida de incidencias que puedan explicar o ayudar a entender el deterioro o la mejora de las conductas de los jóvenes. De la misma forma cuesta encontrar en el apartado personal del menor información sobre la evolución de la toxicomanía, de la formación reglada, de las amistades y pertenencia a grupos disociales, etc.”
“Todas estas carencias ya las detectamos en el estudio de 2005 y se han venido corroborando en las sucesivas actualizaciones de la tasa de reincidencia.”
X) “Apuntes sobre la implementación del Proyecto de Gestión de Riesgo:
[...] ideas clave:
1) La intervención de las instituciones destinadas a ejecutar medidas y penas tiene la doble finalidad de control y reinserción de los jóvenes penados que va directamente relacionada con el tema de evitar la reincidencia.
2) La investigación empírica nos permite determinar cuáles son los factores de la personalidad y de la historia de los sujetos que mejor predicen esta reincidencia.[…]
4) Es posible mejorar la intervención si se sigue un proceso estructurado de evaluación inicial de los individuos, de planificación y evaluación continua de la intervención centrada en modificar los aspectos claves. No es oportuno seleccionar objetivos de tratamiento que no conecten con el riesgo de reincidencia.
5) Esta información estructurada, además […] aporta información constante sobre la composición de necesidades del grupo de jóvenes sobre los que se interviene, [subr. propio] permitiendo a medio plazo orientar decisiones sobre los recursos disponibles y los necesarios”.
3.2.2.2. Un ejercicio de lectura crítica
Tal como señalamos, se trata de preguntamos acerca de lo que aparece como formulación indiscutible: el fundamento que organiza todo lo demás del protocolo SAVRY. En efecto, la lectura crítica consiste en detectar cuál es el punto que sostiene al conjunto del dispositivo y, una vez identificado, proceder a interrogarse sobre su por qué, su fundamentación, más allá de lo que enuncia en la propia formulación, en este caso, del SAVRY.
Para ello puede recurrirse a una metodología deconstructiva. En este ejercicio proponemos:
a) Ubicar, en primer lugar, cuándo (en qué momento histórico) hace su aparición la premisa en la que se funda, en este caso, el instrumento SAVRY, a saber: la prevención; sabiendo que ese fundamento nunca es evidente y que, por ello, requiere de un ejercicio crítico.
b) Desarmar las principales premisas del SAVRY, separándolas, confrontándolas con otras maneras de conceptualizar la realidad.
a. Ubicación del momento histórico en que aparecen las premisas de la “prevención”
La idea de prevención, heredera “de una concepción fisiologista que conectó con el movimiento europeo que dio lugar a las corrientes higienistas y a la antropología criminal que fueron hegemónicas en los últimos decenios del siglo XIX” 7 aparece históricamente, tal como señaláramos al comienzo del capítulo, en el discurso del higienismo. Recapitulando:
– la idea de prevención nace asociada a la necesidad de control de los pobres, quienes son la fuente de los problemas sociales: tejido tumoral que hay que extirpar para evitar su propagación (no hay que olvidar el matiz eugenésico de dicho concepto);
– consecuentemente, la política social y la legislación higienistas proceden a la clasificación de lo social (particularmente de aquellos sectores representados como “peligrosos”), estableciendo divisiones y subdivisiones incesantes, pues un registro minucioso posibilita un control eficaz.
– la pobreza como estigma de “peligrosidad” permite considerar a quien lo porta incapaz para la vida social y sus exigencias: requiere, pues, de un dispositivo social capaz de disciplinarle o controlarle.
La prevención vuelve legítima la lucha contra lo que se supone son las causas de las “degeneraciones” de poblaciones previamente focalizadas, articulando tres cuestiones básicas:
– Un discurso regeneracionista o reformador: La actividad interventora se justifica en nombre del BIEN de sujetos carentes de vínculos duraderos positivos, de actitud positiva o de implicación prosocial, en términos del SAVRY. Se trata de que el sujeto admita un estilo de vida no “peligroso”, exento de toda violencia. En caso contrario, hay que evitar que pueda convivir con otros en libertad. Lo curioso del caso es que si un sujeto tiene problemas con la violencia, en lugar de trabajar educativamente para encauzar estas cuestiones por canales culturales (el arte, por ejemplo, posibilita canalizar las transgresiones), se lo somete a un control exhaustivo despojado de accesos exitosos a la cultura plural. La excusa que se esgrime suele ser: “no están interesados”. Esto, que debería ser el inicio de la acción educativa (¿cómo promover el inter-est?), se convierte en su lápida. El sujeto o admite sin reservas el modelo de vida que se le suministra o queda fuera de circulación.
– La formación de profesionales adecuados: La gestión de los “perfiles” se efectúa desdibujando las tareas de asistencia o de educación, en nombre de la intervención. Una intervención que se pretende estandarizar para todos los profesionales de Justicia Juvenil. Incluso las formaciones iniciales, disciplinares, aparecen como obstáculo en el proceso de estandarización de las intervenciones. Los interventores se perfilan como operadores de las orientaciones que se derivan de la aplicación estandarizada del protocolo. Este permite establecer que “la labor de un evaluador [...] es determinar la naturaleza y el nivel de riesgo que un individuo determinado puede suponer para cierto tipo de conductas, según unas condiciones y contextos anticipados” (SAVRY: Manual., pp. 11-12).
– La ampliación de competencias en la intervención social: Sustentada en premisas preventivas, amparada en baremos estadísticos y orientada según propuestas eugenésicas, la intervención social avanza a partir de la ampliación continua (y la sistematización) de categorías clasificatorias de ciertas poblaciones. La prevención llamada detección de riesgo de violencia en jóvenes, los evalúa sobre supuestos riesgos que comportarían en el futuro (prever una supuesta peligrosidad futura). Pero es este supuesto lo que define las opciones que institucional y jurídicamente se brindará a esos jóvenes, al declararlos incapaces para la vida social y sus exigencias. Los profesionales sociales encuentran así la formulación de sus cometidos: la gestión de los posibles riesgos futuros de violencia.
b. Desarmar las principales premisas del SAVRY, separándolas y confrontándolas con otras maneras de conceptualizar la realidad:
Tal como explicamos en el apartado Presentación del SAVRY, los párrafos se han señalado con números romanos para que el lector pueda volver sobre ellos si lo considera oportuno.
I) El objetivo principal consiste en la estandarización de las valoraciones. Alienta este propósito un ideal de unicidad discursiva: obtener “la” valoración que pueda determinar las intervenciones para “evitar el comportamiento delictivo y la reincidencia”. Cabe señalar que no se trata de la valoración del riesgo de “menores y jóvenes”, pues se ha operado ya una selección: no son “menores y jóvenes” sino aquellos que ya están bajo medida penal. Lo que se busca es que no reincidan, es decir, se busca impedir que algo que se les imputa (aunque aún no ha pasado) exista. Más adelante explicaremos el teorema de Thomas, que es aplicable a esta situación: definiciones que terminan produciendo aquello a lo que se refieren (profecía autocumplida).
II) El carácter delincuencial de los jóvenes se presupone (al igual que lo hacía Lombroso) incorregible. De allí el imperativo interventor incidiendo en los factores de riesgo y de protección que el propio instrumento consagra. Se trata de verdaderas intervenciones8 u operaciones sociales. No orienta hacia la búsqueda de elementos significativos para, por ejemplo, realizar una acción educativa. Bien al contrario, la falta de adscripción disciplinar (los factores no responden a criterios de disciplinas pedagógicas) lleva, precisamente, a intervenciones de orden social. Por otro lado los factores revelan la perspectiva higienistas del SAVRY y se refieren a la demostración de la incapacidad de vivir en sociedad, sea de los jóvenes (fracaso escolar, incapacidad para enfrentar dificultades, actitudes negativas, etc.), de sus grupos de pares (disociales, marginales, delincuentes, etc.), de sus padres (escasa habilidad para educar, violentos, maltratadores, delincuentes, separados...), del entorno (marginal, etc.). En cuanto a la consideración de los jóvenes, sobre ellos se hace recaer también la ineficacia de los tratamientos, ya que el fracaso de otras intervenciones o la baja colaboración en las intervenciones puntúan entre los factores para decidir sobre su peligrosidad.
III) Que la percepción del tiempo y los relatos respecto a su transcurso cambian es algo que tampoco considera el SAVRY. Decía el historiador Marc Bloch que “nada cambia tan rápido como el inmutable pasado”, dado que la historia (y las historias personales) se reescriben incesantemente, pues cambia nuestra posición respecto a los relatos de los hechos. Los hechos en sí, esos que el positivista cree objetivar en sus relatos, no son sino relatos de los hechos: por eso pueden cambiarse. El relato tiene que ver con la perspectiva del tiempo, con nuestra posición ante el mundo y los otros.
Decía Isak Dinesen que “todas las penas pueden ser soportadas si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas”. Sin duda dar oportunidad al cambio tiene que ver con las posibilidades de encontrar/ construir nuevas narrativas acerca del mundo, de la posición del sujeto en el mundo y con relación a los otros. El no arrostrar “hechos” como tiempo inerte, sobre el que todo ya ha sido dicho, registrado, congelado.
El SAVRY plantea, como intervención del profesional, incidir sobre el consumo de tóxicos o en las relaciones con iguales disociales. Se trata de una intervención sobre el sujeto, de manera directa sobre lo que se suponen son “los hechos”. Esta perspectiva del control se aleja del concepto de educación como oferta cultural amplia, que posibilita al sujeto dejar caer su atención o dirigir sus intereses sobre objetos, producciones o productos, de la cultura plural. La insistencia SOBRE el sujeto (pues no hay elementos culturales de mediación) y en relación a hechos “incontestables” (el profesional sabe “la” verdad de los hechos) son características de los dispositivos de control. Las perspectivas educativas giran en torno a propuestas de apropiación cultural como vía de apertura del sujeto a otras maneras de entender y situarse en el mundo. Hablar de elementos culturales de mediación significa dar al sujeto la oportunidad de reescritura (esto es, de interpretación) de su propia historia. El cine, la literatura, el cómic favorecen, por un lado, una cierta distancia con esos “hechos” que el control social no está dispuesto a procesar ni a permitir que el sujeto pueda procesar. Por otro, los recursos culturales ofrecen al sujeto (¡y al profesional!) recursos de elaboración y reinterpretación de las historias: de volver sobre los viejos temas con nuevas perspectivas, de confrontar lo propio con el mundo amplio, de entender y explicar(se) con otros argumentos. He ahí la posibilidad de cambio: abrir(se) nuevas narrativas. El universo estrecho del discurso neohigienista permanentemente confronta a profesionales y sujetos de la intervención con los supuestos “hechos”, sin otra salida sino una suerte de eterno retorno. Este discurso produce, tal como señala Gaetano de Leo (1985), efectos de desocialización y de deculturalización.
IV) El SAVRY admite “posibles fluctuaciones”: vacilar, balancearse, oscilar. Según el diccionario de la RAE: “fluctuar (Del lat. fluctuare). Dicho de un cuerpo: Vacilar sobre las aguas por el movimiento agitado de ellas. [...] Vacilar o dudar en la resolución de algo. Oscilar (crecer y disminuir alternativamente)”. Es decir, la noción de transformación, que va anudada a la educación aquí no puede ser considerada. Para este protocolo que gestiona los riesgos de futuros delitos, no hay posibilidades de cambio: el sujeto, a los sumo, “fluctuará”. Podemos recomendar el texto La ética del chocolate, de Bernfeld (2005), quien (desde una posición pedagógica), aborda las posibilidades de cambio de los sujetos etiquetados en edades tempranas como delincuentes. El autor ilustra su teoría con ejemplos tomados de su práctica. Es este caso: el pasaje de una banda de ladrones a un grupo teatral de merecido éxito.
V) El objetivo más importante del SAVRY queda expuesto: la estimación del riesgo de reincidencia a la que es necesario llegar termina teniendo consecuencias directas en el otorgamiento, o no, de la medida de libertad vigilada para cada joven.
VI) El propio enunciado, extranjeros como grupo específico de estudio, evoca al texto de Borges citado en el apartado 2.1. Los jóvenes magrebíes ostentan más factores de riesgo que los jóvenes latinoamericanos, pero los que ostentan estos últimos son, se nos dice, mucho más potentes. Sin duda sorprende la mirada sesgada con la que se aborda el tema: los jóvenes magrebíes pertenecen a cinco países de ricas y variadas tradiciones del norte de África (Mauritania, Marruecos, Argelia, Libia, Túnez). Los jóvenes latinoamericanos incluso complican el cómputo: son veintiuno los países de El Caribe (entre ellos, República Dominicana y Cuba); uno, México, de América del Norte; siete los de América Central (entre ellos, El Salvador y Guatemala); trece de América del Sur. Es decir, cuarenta y dos países. Entre ellos, tres figuran entre los primeros países del mundo en cuanto a población y extensión. La diversidad de tradiciones culturales, historias, situaciones presentes, etc. es difícilmente abarcable incluso en cada uno de los países.
No obstante, se sostiene –contra toda evidencia– que jóvenes procedentes de esos 47 países constituyen un grupo “específico” de estudio que, por cierto, reinciden antes y más veces. Sabemos que el discurso neohigienista, cuando habla de poblaciones, en realidad oculta la operación previamente realizada: el recorte y focalización de cierta población. Pero este caso muestra cómo el prejuicio puede ser elevado a categoría de análisis.
VII) Lo primero que aparece en una lectura de este párrafo es la circularidad del razonamiento. Cabe destacar que las operaciones neohigienistas promueven (tal como se ha expuesto a lo largo del capítulo) una homologación de las poblaciones a fin de optimizar los dispositivos de control. La simplificación (que suele alcanzar niveles preocupantes, como la señalada en el párrafo anterior) es condición para la operación de homogenización de los sujetos-objeto de las intervenciones.
VIII) Pero ello no basta aún. Es necesario borrar también las diferencias provenientes de las formaciones iniciales de los profesionales, pues hacen obstáculo a la aplicación uniforme, unívoca, del protocolo. Queda en evidencia que la formación inicial de los profesionales no sirve sino para obstaculizar la aplicación homogénea del protocolo, que es la única voz autorizada.
IX) Se registran también vacíos e ítems que se copian de un año a otro en ese baremar9 incesante que representa la aplicación exhaustiva del protocolo. Debemos recordar que, desde que Max Weber (1984) lo estudiara, se sabe que toda actividad administrativa institucionalizada deviene burocrática. Por ejemplo, la aplicación sistemática de protocolos de gestión (en este caso, de gestión del riesgo).
X) Los cinco puntos de este apartado pueden ser leídos desde las aportaciones de William Thomas, quien en su libro de 1928 (pp. 571-572) formula lo que, desde entonces, se conoce como:
Teorema de Thomas: “...if men define situations as real, they are real in their consequences” [Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias].
Thomas evidenció la capacidad de un grupo para convertir en reales sus suposiciones sobre situaciones sociales, al adecuar su conducta a esa suposición. El resultando es una profecía autocumplida. En particular, Thomas enunció su teorema en el contexto de sus estudios sobre la desviación y la condena social. El autor estableció que las definiciones cotidianas de la realidad implican “gradualmente a la vida y a la personalidad del individuo mismo”. No es extraño por tanto que Thomas haya investigado los problemas sociales relacionados con la intimidad, la familia, la educación, analizando “las impresiones subjetivas que pueden ser proyectadas en la realidad, y que de tal modo llegan a ser verdaderas para quienes las proyectan”.
El riesgo social está en el neohigienismo:
Tal como ya se ha indicado, la base de sustentación del neohigienismo son premisas preventivas, amparadas en baremos estadísticos y procesos de informatización de datos, que otorgan apariencia de cientificidad.
El SAVRY comparte los supuestos higienistas y positivistas de Lombroso:
– la observación empírica como fuente del conocimiento (ver SAVRY: Manual.);
– la idea de que la delincuencia es “producto” de la combinatoria de diversos “factores” (innatos y/o ambientales, situacionales o contextuales);
– la observación se ciñe a una población preseleccionada y las estadísticas obtenidas sobre esa población, devienen “pruebas” que completan la circularidad del razonamiento.
En el caso del SAVRY, la valoración de los 30 factores de riesgo, codificados en una escala de niveles (alto / moderado / bajo), da pie a una imputación de comportamientos futuros a cada uno de los sujetos evaluados. Ello vulnera derechos fundamentales de todo ciudadano de un Estado democrático: la presunción de inocencia, la salvaguarda del honor, el derecho a la propia imagen, recogidos en los artículos 18.1, 24.2 y 25 de la Constitución Española.
No obstante, desde una lectura crítica de carácter pedagógico, orientada a revisar los modelos de acción socioeducativa, también hemos de subrayar que el neohigienismo hace imposible dicha acción.
La educación requiere partir de la consideración del otro como un sujeto cuyo destino es imprevisible pues está abierto a la contingencia, a los encuentros, a nuevas formas de tramitar los malestares subjetivos, a la invención de nuevas narrativas, teniendo en la cultura plural las posibilidades de cambio (éste no gira en el vacío, requiere de nuevas vías de acceso, de tránsito, de oportunidades de apropiación).
El higienismo (y sus versiones actuales) pone el acento en el control poblacional, en la uniformización de intervenciones y dispositivos de control, en la marcación de sujetos peligrosos, en la “defensa social” Ello redunda en la imposición de un modelo único para definir “el bien social”, respecto al cual se valora la peligrosidad de quienes no se adecuan al modelo.
Sin embargo, esas valoraciones se aplican a aquellos de los cuales ya “se sabe” que son peligrosos: no se espera ningún cambio y, por lo tanto, se considera ocioso trabajar en pro del mismo. En todo caso, el único cambio esperable es que renuncien a su peligrosidad abrazando un único modelo de vida válido: el que les corresponde (según la época se enfatiza su carácter religioso, moral, de valores –este último es el que prima hoy).
En el discurso (neo)higienista, las poblaciones están predeterminadas (en incesante segmentación en sectores): presos, drogadictos, menores y jóvenes infractores, inmigrantes, niños hiperactivos, madres adolescentes y/o solteras, parados de larga duración, etc. Pertenecen a los sectores sociales pobres. No es lo mismo, en la consideración de los equipos sociales, una madre soltera con rentas propias que una joven pobre que pueda requerir una ayuda que, por otra parte, la Constitución le otorga (capítulo 3, artículo 39). La primera no es, en principio, “sospechosa” de mal ejercicio de la función materna; la segunda lo es desde el mismo nacimiento de su criatura, e incluso antes: deberá “demostrar” que puede y quiere ejercer de madre. En este momento histórico, se agrega como dificultad aterradora que los protocolos que se le aplicarán ya prevén que es incapaz. La circularidad del razonamiento a que dan lugar cierra el proceso, tal como hemos visto en la aplicación del protocolo SAVRY.
4. ¿Educación versus control social?
Pregunta inicial: ¿es posible una educación que no ejerza el control? Vamos a avanzar una respuesta bastante rotunda: no.
En todas las relaciones e instituciones humanas está presente la cuestión del control. La familia ejerce control (tal vez el más próximo y abarcador), la pareja, las instituciones diversas de la vida cultural, los amigos, los medios de comunicación, los transportes públicos, la policía...
La cuestión radica en discernir qué diferencia a las instituciones: distinguir la función (social, cultural, represiva, educativa, económica, religiosa...) que cada cual realiza.
La educación (social) claro que realiza control (institucional, personal, de los tiempos, de los espacios, etc.). Pero toda práctica social ejerce control. Por lo tanto, lo que diferencia a la educación de las restantes prácticas es lo que tiene de específico, no en común con todas ellas. Es decir, un plus específico que la recorta y define en la trama de las relaciones e instituciones humanas, a saber: el acceso de los sujetos a patrimonios culturales plurales, patrimonios para ser apropiados, transformados. Si este plus específico de la acción educativa no se verifica, la acción deviene una mera intervención, centrada en el control puro y duro, sin beneficio cultural alguno para los sujetos sobre los que se aplica.
Tal como se señalaba en el capítulo 1 (apdo. 4), la acción educativa ya “previene”, pues transforma a los individuos en sujetos culturales, sociales: da herramientas para que cada cual construya sus maneras de entablar y sostener la relación con los demás.
En el caso de niños, adolescentes y jóvenes, de lo que se trata es de perseverar en la acción educativa. Otros dispositivos (psiquiátricos o carcelarios) no pueden ser objeto de políticas sociales, pues no es lícito prescribirlos como tratamiento de poblaciones. Hay que arbitrar el caso por caso y no las políticas eugenésicas.
4.1. Recapitulando acerca del control, la prevención, la eugenesia...
Michel Foucault, en su ya clásico libro titulado El nacimiento de la clínica, señalaba las postrimerías del siglo XVIII como el momento en que, debido a un cambio de perspectivas y de estructuras, nacían las organizaciones modernas encargadas de la prevención. Dice el autor:
“Los años que preceden y siguen inmediatamente a la Revolución, vieron nacer dos grandes mitos [...]; el mito de una profesión médica nacionalizada, organizada sobre el modelo eclesial e investida, en el nivel de la salud y del cuerpo, con poderes semejantes a aquéllos que los ejercen sobre las almas; y el mito de una desaparición total de la enfermedad en una sociedad sin problemas ni pasiones, resituada en su salud de origen”.
Se establece una nueva mirada sobre el cuerpo y sobre la enfermedad, que hace posible su referencia a normas, cada vez más precisas. Estas servirán de soporte a un nuevo discurso social. Este justificará la intervención política en ciertos sectores y clases sociales, bajo la forma de la autoridad pública en el ámbito sanitario. Este proceso desembocará, un siglo después, en el concepto de salud pública, en el que se asocian las nociones de higiene y progreso social: nace el discurso higienista.
Hacia finales del siglo XIX, la cuestión va a quedar sometida a la lógica económica: la idea de prevención se asocia a la de previsión,10 esto es, la protección de los trabajadores ante ciertos riesgos. Deviene así un asunto político y económico de primer orden.
Las nociones del discurso higienista atraviesan el siglo XX. Entre ellas destacan: prevención de causas, eugenesia, control de factores de riesgo, poblaciones en riesgo, intervención para prevenir riesgos, etc.
Quizá la idea de eugenesia sea la de más triste recuerdo. Sin embargo, si bien tenemos presente el mito eugenésico del Tercer Reich, solemos olvidar que esta aplicación de medidas preventivas se realizó en los Estados Unidos desde 1907 hasta 1973. En Suecia se esterilizaron 62.000 personas, diagnosticadas como deficientes mentales, desde 1935 hasta 1976. Prácticas que saltaron a la primera página de los diarios hacia comienzos de 1998, por denuncias de algunos de los sobrevivientes.
Es una muestra del horror que, a veces, se gestiona en nombre de “el bien público”. Todo este cúmulo de cuestiones nos ha de volver sumamente cuidadosos a la hora de reclamar políticas públicas que afecten a sujetos encasillados en categorías o sectores sociales determinados, pues la deriva a políticas eugenésicas no se hace esperar.
Por ejemplo, hemos de discernir las prácticas de esterilización sistemática de un grupo poblacional (como orientación política para el tratamiento social de determinados sujetos) de, supongamos, las prácticas de padres o instituciones confrontados a la sexualidad de los enfermos y/o discapacitados mentales graves, caso a caso.
Los modelos neohigienistas (o modelos de control poblacional) reducen al sujeto a elemento de un conjunto (sector poblacional) que le conferirá un estatuto o identidad (hemos visto, por ejemplo: extranjeros como grupo específico). De ahí en más, el elemento es tratado como tal, esto es, se le aplica el plan o programa establecido para el conjunto en el cual ha sido inscrito.
Esta es la pasión entomológica (ver entrada 20 del Glosario): catalogar un conjunto, fijar en él a cada elemento y homogenizar un “tratamiento” común para todos: INTERVENIR.
4.2. ¿Es posible prevenir?
¿Es factible, hoy, en un mundo tan complejo y diverso, encontrar un nexo inequívoco entre un efecto, que aparece como indeseable, y una/s causa/s, sobre la cual es necesario actuar para prevenir el efecto en cuestión?
El problema teórico que esto introduce está en relación con los efectos de la simplificación exagerada, necesaria para sostener el principio de eficacia. Esos efectos suelen ser un bajo coste de inversión pública y costes altísimos para cada una de las personas afectadas.
Otro problema es la prudencia en el momento de establecer qué fenómenos son susceptibles de prevención. Y pensar si es posible prevenir los comportamientos de las personas considerados moralmente malos... ya que la noción de prevención se nutre, tal como hemos visto, de una vocación intervencionista. Convoca a intervenir en la vida de otras personas (siempre son OTROS): allí donde se considera que su salud o su vida están en peligro o, más habitualmente, pone en riesgo a los demás (“NOSOTROS”). La lucha que las intervenciones preventivas llevan a cabo no es sólo de carácter técnico, sino que reenvían a enfrentamientos y resistencias de tipo ideológico, político e incluso corporativo. Un constructo (ver entrada 12 del Glosario) teórico no es sólo teórico, ya que es a la vez social y, por tanto, ideológico y político.
Si nos preguntamos qué tipo de sociedad se pretende a partir de la prevención, podríamos responder que se trata de una sociedad sana. Es decir, saneada por la erradicación de lo que excede la norma. Y esta certeza suele habilitar a las instituciones y a los profesionales a la gestión diferencial de las poblaciones, más que a su asistencia o que a su educación (pese a que la mayoría de las veces se apela a la educación).
Esa orientación, apoyada en las tecnologías de la información y comunicación (TIC) y encaminada a la prevención sistemática de riesgos, representa la línea hegemónica más inquietante que actúa en el campo de las políticas sociales y de la acción social. Por ello hemos presentado el SAVRY: un ejemplo de aplicación sistemática del modelo neohigienista (pese a las denuncias presentadas por un grupo de los profesionales de Justicia Juvenil, encargado de aplicarlo, al Defensor del Pueblo, el SAVRY sigue su curso).
¿Para qué pueden servir sus valoraciones? ¿Se trata de acción educativa?
Las estrategias higienistas del control social pretenden ser, ante todo, DETECTORAS DE RIESGOS. Ahora bien, un riesgo no es la presencia de un peligro concreto, sino la relación de datos generales (o factores de riesgo) que configuran un enunciado específico del teorema de Thomas.
La cuestión es que la correlación estadística entre dos o más series (las de factores de riesgo y la de factores de protección, por ejemplo, en el SAVRY) desencadena la intervención de los dispositivos de control social para los sujetos definidos de alto riesgo. Otros ejemplos de nuestra realidad podrían ser la correlación desempleo - drogadicción, que focaliza y legitima la intervención social con ciertos sectores para evitar que caigan en el consumo de sustancias tóxicas. También se puede establecer una correlación estadística entre pobreza y absentismo escolar; o entre pobreza y delincuencia infanto-juvenil; entre inmigración y delincuencia, etc.
Por ello prevenir es vigilar ante la inminencia de situaciones indeseables. Vimos que de esto se desprende una imputación (implícita o bien explícita en el ejemplo del SAVRY) a cada uno de los sujetos sobre sus comportamientos futuros. De manera tal que se le atribuye (se prevé) un paso al acto, resultando así justificada la intervención preventiva sobre esa persona: no es necesario esperar para intervenir. Ya se sabe que lo que se predice así será (teorema de Thomas). Circularidad de razonamiento: la propia intervención confirma la peligrosidad de los sujetos.
Curiosamente, tales intervenciones preventivas afectan, en su generalidad, sólo a ciertos sectores sociales. Ello es así desde que, en 1860, Morel planteara, desde el punto de vista higiénico y profiláctico, graves anomalías en las capas menos favorecidas, poniéndolas en relación con las condiciones de vida del subproletariado; o que Lombroso se dedicara a plantear los efectos de la degeneración que produce la pobreza. Se establece una relación de causalidad única entre las condiciones de vida material de las clases populares y su adhesión a comportamientos considerados peligrosos. El apartado dedicado a Los extranjeros como grupo específico de estudio ilustra esta cuestión. O las atribuciones a los padres que realiza el SAVRY: violentos, agresivos, delincuentes...
Si bien la historia nos muestra la inutilidad, total o parcial, de las políticas de prevención, ello no es obstáculo para que, con renovada pasión, se intente modificar el futuro operando sobre el presente o, mejor dicho, sobre una cierta idea de presente. Quizás esta insistencia se debe a que el discurso de la prevención legitima el intervencionismo social desde la simpleza de hipótesis supuestamente explicativas: propone confirmar lo que previamente se ha creado como problema social (teorema de Thomas). Por ejemplo, la manera en que se definen los procesos migratorios.
Sin embargo, corresponde no olvidar que los fenómenos sociales son complejos, movilizan diferentes dimensiones de análisis y requieren una adecuada reflexión acerca de los planteamientos, de los efectos políticos de las intervenciones sociales y de los impactos en los propios sujetos/objeto de tales intervenciones.
Precisamente, la complejidad del mundo actual y las nuevas modalidades de la segregación social nos han de volver cautos a la hora de diseñar y gestionar dispositivos sociales y de plantear prácticas con el nombre de educación. La prevención es indisociable de la dimensión política, en el sentido más amplio de la palabra: el recurso a la prevención no puede ser ingenuo.
¿Es posible la acción preventiva? Dada la dimensión que hoy cobra el intervencionismo social, la pregunta es un verdadero dilema ético. Es de gran interés el planteamiento que hace Richard Roche, quien señala que es preciso renunciar al ideal higienista de una sociedad sin problemas, sana y saneada, para poder articular proyectos puntuales cuyos efectos hay que poder tener en cuenta, sabiendo que nos reenviarán a viejas y a nuevas contradicciones.
En todo caso, se trata de elaborar modelos de acción social y educativa capaces de conjugar las lógicas de las instituciones con el interés de los sujetos virtualmente implicados, consultándolos, considerándolos dignos de todo respeto, portadores de derechos. Tal vez se trate, más que de la llamada prevención, de atenernos a la noción de redistribución cultural y de derechos de apropiación por parte de los sujetos.
La educación social, de hecho, es una práctica que pone en acto una justicia redistributiva. Redistribuye herencias culturales. Así, realiza acciones preventivas, en el sentido de ayudar a un sujeto a encontrar sus maneras de vincularse en/con lo común. Ello a condición de que en la acción educativa abandonemos la noción de perfiles poblacionales y nos aboquemos a la atención de los sujetos particulares, legitimando sus intereses, mostrando vías posibles de promoción cultural (redes, nuevos aprendizajes, intercambios, etc.).
Los encuentros con la cultura plural nos brindan puntos de apoyo. Y, se sabe ya desde Arquímedes:11 “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”.
Tal vez, en el ejercicio de su función, los educadores sociales puedan impulsar modelos de acción social y educativa en las instituciones. Es decir, oponer resistencia a los modelos de control: PASAR A LA ACCIÓN EDUCATIVA. Nuevas modalidades que contemplen la particularidad sin renunciar al tesoro común de las herencias.
Actividades:
• Le sugerimos ver las películas Gattaca y Minority Report, y redactar un texto breve que muestre las relaciones entre la historia que narra cada película y los puntos del módulo respecto al control neohigienista de los individuos y de las poblaciones. Destacar la posición de los sujetos protagonistas en cada una de las historias.
• Comente los siguientes trabajos en relación con las cuestiones que plantea la sociedad del control y los dispositivos neohigienistas. ¿Qué pueden hacer los educadores sociales, desde una posición crítica, con relación al ejercicio del tecnopoder?
Lectura de la entrevista a T. Negri realizada por Javier Esteban: http://www.generacionxxi.com/entrevistas/negri.html
Lectura del extracto del capítulo 1, apdo. 2 del libro de Negri y Hardt: http://www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas/hardt.htm
• DGAIA: http://www.gencat.cat/benestar/pdf/guia_dgaia.pdf
En esta guía se presenta uno de sus campos de actuación: Intervenciones ante situaciones de alto riesgo y de maltrato de niños. Otras actuaciones para niños y adolescentes en riesgo.
Curiosamente, a la hora de definir lo que la propia guía llama “Conceptos básicos”, no aparece la categoría de niños y adolescentes en riesgo ni de situaciones de alto riesgo. Se define: niño / menor / menor maltratado / menor desamparado. ¿Podría usted leer la guía, proponer las definiciones que pueden desprenderse del texto y realizar una lectura crítica?
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1. Para realizar esta aproximacion historica del tema seguimos algunas de las lineas planteadas por Rafael Alcaide. Ver: ALCAIDE GONZALEZ, R. (1999): “La introduccion y el desarrollo del higienismo en Espana durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto cientifico y social”. En: Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788]. N.o 50, 15 de octubre.
2. En efecto, en su libro La gestión de los riesgos, publicado en Les Editions de Minuit, Paris, 1981, y editado en castellano en 1984, por Anagrama, Castel advierte la emergencia de la tecnologia en el campo del control de poblaciones: actividades periciales, de evaluacion y distribucion, como estrategias ineditas de tratamiento de los problemas sociales.
3. Sugerimos en este punto del capitulo visionar la interesante pelicula de Andrew Niccol Gattaca (1997), que muestra el funcionamiento de una sociedad regida por el discurso neohigienista que revela, de manera muy evidente, su vocacion totalitaria.
4. Tema que es el centro de las investigaciones que ha realizado el filosofo italiano Giorgio Agamben y que despliega a lo largo de su extensa obra. Para profundizar mas en estas cuestiones, puede consultarse: AGAMBEN, G. (1999) Homo sacer. Valencia: Pretextos.
5. Ezechia Marco Lombroso (1835-1909) se graduo en 1858 en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pavia. Al poco tiempo participo en campanas contra la pelagra en Lombardia, contribuyendo con la educacion de los campesinos pobres. En 1866 fue nombrado profesor extraordinario en la Universidad de Pavia y en 1871 asumio la direccion del manicomio de Pesaro. En 1871 fue nombrado profesor de Medicina Legal en la Universidad de Turin.
6. Estas ideas, no obstante, tienen su inicio con las primeras autopsias –especialmente las de caracter forense–, algunos de cuyos registros datan del primer decenio del siglo xiii. En los siglos xviy xvii, en un impresionante trabajo recopilado por Teofilo Bonet (1620-1689) se hallan relatos fantasticos sobre el hallazgo de “corazones velludos” en sujetos muy audaces o “anomalias musculares” en la mano de ciertos ladrones. Por todo lo antedicho, no es de extranar que Lombroso, formado aun bajo el imperio de estas doctrinas, buscara y reprodujera los hallazgos que luego lo hicieran famoso, aunque mirandolos desde una nueva perspectiva historica: el positivismo (BEVACUA, A. [2009]: De Lombroso a la moderna ciencia forense, http://www.rionegro.com.ar/diario/2009/10/21/1256095300104.php).
7. Otero carvajal, L. E. (1998): “Realidad y mito del 98: las distorsiones de la percepcion. Ciencia y pensamiento en Espana (1875-1923)”. En: Cayuela Fernández, J. G. (coord.): Un siglo de España: centenario, 1898-1998. Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha y Cortes de Castilla-La Mancha, 1998, pags.527-552.
“La degradación de las condiciones de salubridad de los centros urbanos, el deterioro de los ecosistemas sanitarios, derivada de las alteraciones de los procesos de industrialización y de la mayor intensidad de ocupación de los núcleos urbanos, conforme las desamortizaciones y las desvinculaciones mercantilizaban el espacio urbano e incrementaban las corrientes migratorias, produjeron un proceso de pauperización de las condiciones de vida de las clases bajas de las ciudades.” “Prostitutas, mendigos, delincuentes y marginados poblaron las ciudades europeas. La propia literatura se hizo eco de esta situación, como lo reflejan las obras de Dickens, Zola, Galdós o Baroja. Médicos sociales y antropólogos criminales se ocuparon de esta situación, tratando de dar una explicación y aportar soluciones al problema. Las obras de Lombroso, Ferrero y Tarnovsky, influenciadas por el fisiologismo positivista de Bernard, dieron una explicación de naturaleza biologista y hereditaria a las conductas desviadas de las gentes de mal vivir. Se midieron cráneos, se establecieron tipologías anatómicas, se realizaron encuestas en hospitales, manicomios y prisiones.”
8. ENCICLOPEDIA ESPASA-CALPE, tomo 28, 2a parte. “[.] acto por el cual una nación toma parte en los asuntos de otra; asistencia de una persona nombrada por juez u otra autoridad, para intervenir en un asunto y sin cuya presencia y consentimiento nada se puede hacer. Cirugía: operación”.
9. Neologismo basado en el termino baremo. Diccionario de la lengua española(2005) / Enciclopedia Espasa-Calpe. [Baremo: m. Conjunto de normas establecidas convencionalmente para evaluar meritos personales, solvencia de empresas, etc.]
10. Podemos situar la nocion de prevision ya con relacion a los mitos griegos, fundadores de nuestra cultura. Prometeo, previsor donde los haya, habia encerrado todos los males en una tinaja que da en custodia a su hermano Epimeteo. Pero era este incapaz de prevenir. De manera que, aunque habiendo prohibido a su esposa Pandora la apertura del anfora, esta desobedece y asi la vejez, la necesidad de trabajo, las enfermedades, la locura, los vicios y las pasiones escapan para afligir desde entonces al genero humano. Ya el mito nos advierte: la no prevision tiene sus consecuencias...
11. El descubrimiento de la palanca y su empleo en la vida cotidiana proviene de la epoca prehistorica. A Arquimedes se le atribuye la primera formulacion matematica del principio de la palanca. El manuscrito mas antiguo que se conserva, con una mencion a la palanca, forma parte de la Sinagoga o Colección matemática de Pappus de Alejandria, una obra en ocho volumenes que se estima fue escrita alrededor del ano 340. Alli aparece la famosa cita de Arquimedes: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”.