CAPÍTULO 2

“Sacando los pies del tiesto”.
Jóvenes y elección de estudios

por Milagros Sáinz

Resumen

Las tecnologías interesan a muchas chicas, al igual que la historia, la literatura, las lenguas, los cuidados, o la imagen personal entusiasman a muchos chicos jóvenes. ¿Pero por qué hay tan pocas chicas interesadas en dedicarse profesionalmente a las tecnologías y tan pocos chicos a las humanidades, las ciencias sociales y algunas profesiones sanitarias (como la enfermería)? La persistencia de roles y estereotipos de género desaniman tanto a las chicas como a los chicos jóvenes a elegir trayectorias académicas y profesionales contrarias a dichos roles y estereotipos (Eccles, 2007; Sáinz, 2007). De este modo, se espera que las chicas estén más orientadas al cuidado de otras personas y a la expresión de emociones. Sin embargo, se espera que los chicos estén más orientados al logro y al liderazgo (Eagly y Wood, 1999), con mejores competencias matemáticas que las chicas (Eccles, 2007). Estas expectativas son internalizadas por las chicas y los chicos, convirtiéndose en parte de su identidad y su autoconcepto (Sáinz y Eccles, 2012). Asimismo, los progenitores, el profesorado y otros agentes sociales se encargan de transmitir y consolidar este conjunto de expectativas académicas y profesionales distintas para las chicas y para los chicos (Eccles, Barber y Jozefowicz, 1999; Sáinz, Palmen, García– Cuesta, 2012). Ello hace muy difícil que los chicos y chicas adolescentes tomen decisiones diferentes a lo que cabría esperar, máxime si tenemos en cuenta el peso que durante la adolescencia tiene la aceptación del grupo de pares en dichas decisiones. Por ello, en el presente capítulo haremos una reflexión sobre las dificultades que se encuentran los jóvenes (sean chicas o chicos) para elegir trayectorias académicas y profesionales contrarias a dichos roles y estereotipos de género.

Introducción

Son muchos los avances que nuestra sociedad ha conseguido durante las últimas décadas en términos de acceso de la mujer a estudios superiores y al mercado laboral. En la actualidad, es inimaginable entrar en una consulta médica y que no sea una mujer nuestra persona de referencia. Por el contrario, en la época de los años 50 o 60 del siglo pasado en nuestro país era impensable que una mujer estudiara y mucho menos se formara en medicina. Sin embargo y a pesar de dichos progresos, todavía siguen existiendo estereotipos e imágenes preconcebidas sobre el tipo de carreras y/o profesiones que son más adecuadas para las mujeres y para los hombres. Igualmente, muchos hombres siguen sufriendo los prejuicios de desarrollar una profesión que social y culturalmente se concibe como más femenina, como pueden ser los asociados a la enfermería, la enseñanza de primaria o el jardín de infancia.

No es casualidad que muchas mujeres pioneras en sus respectivos ámbitos hayan sido “invisibilizadas” a lo largo de los siglos, pues tradicionalmente se pensaba que tenían poco talento para la creación, y en definitiva, para participar en igualdad de condiciones que sus compañeros del arte, la cultura, la ciencia, la tecnología, o incluso de los cuidados. Hasta hace bien poco (los años 60 del siglo pasado) las mujeres estaban relegadas de la educación, pues no era “costumbre” que estudiaran o tuvieran grandes aspiraciones profesionales. De hecho, eran muy pocas las que accedían a estudios superiores.

El uso de pseudónimos masculinos por parte de algunas escritoras es un ejemplo de dicha invisibilidad. Este es el caso de la escritora española Cecilia Vol de Fabër que utilizó el sobrenombre de Fernán Caballero o de Karen Bliksen, la escritora de origen danés que publicó su famosa novela “Memorias de áfrica” con el sobrenombre de Isaak Dinesen. En aquella época no era habitual que las pocas mujeres ilustradas que había escribieran libros y, mucho menos, que los publicaran. Esta obra ha tenido un enorme acogida entre el público; en parte, gracias al éxito cinematográfico de la película de Hollywood que lleva su mismo nombre.

En este sentido, si atendemos al número de galardones del prestigioso Nobel obtenidos por mujeres, sorprende comprobar que sólo 45 de los 867 galardones concedidos por la academia sueca (aproximadamente un 5%) en las diferentes especialidades han recaído en mujeres. Por ámbitos de conocimiento, la mayoría de estos premios han sido concedidos a mujeres por sus aportaciones en el ámbito de la paz, la literatura y la medicina. Sorprendentemente a día de hoy, sólo una mujer (la americana Elinor Ostrom) ha recibido en 2009 el premio Nobel de economía. Dentro del ámbito literario (frecuentemente asociado al rol de género femenino), sorprende comprobar que sólo 13 de los 76 galardones del prestigioso premio Nobel de Literatura haya recaído en mujeres. Uno de ellos corresponde al de la autora norteamericana Toni Morrison, sobre la que se hablará más adelante en este mismo libro.

Del mismo modo, si nos fijamos en las mujeres que han tenido un papel relevante en el ámbito científico, es inevitable pensar en la figura de Marie Curie, famosa científica de origen polaco y casada con el también físico Pierre Curie, de quién heredó el apellido. Sus numerosas contribuciones científicas dentro de la física cuántica y la química son indiscutibles. Prueba de ello es que fue la primera mujer en obtener un premio Nobel, además de ser el único personaje científico galardonado dos veces con dicha distinción dentro del ámbito de la física en 1903 (compartido con su marido y Henri Becquerel) y de la química en 1911. Pero si pensamos en todas las dificultades que esta mujer tuvo que atravesar para romper las barreras propias y de las personas del entorno de aquella época, no deja de ser admirable que consiguiera tantos logros en aquel contexto (todavía más sexista que el actual). Precisamente, Margarita Salas (destacada bioquímica española) menciona algunas de estas dificultades a las que ella misma ha venido enfrentándose a lo largo de su carrera científica en “Experiencias de una vida dedicada a la investigación científica” (Salas, 2005–2006). Aquí resume su trayectoria científica y reconoce la importancia del apoyo recibido por su entonces mentor (Severo Ochoa, premio Nobel de medicina) y por el también bioquímico (Eladio Viñuela), con quién está casada. Que estos destacados científicos depositaran su confianza en sus cualidades científicas fue crucial tanto en las etapas iniciales de su trayectoria científica, como en su posterior desarrollo profesional.

En definitiva, existe un conjunto de creencias y expectativas sociales y personales que dificultan que las personas jóvenes se desmarquen de ellas y tomen decisiones congruentes con sus intereses y talentos, sin caer en descalificaciones vinculadas a su falta de masculinidad o feminidad por haber elegido profesiones o carreras contrarias a los roles y los estereotipos de género. “Salirse del tiesto”, es decir, no cumplir las expectativas que las personas de nuestro entorno tienen depositadas para nosotros (según nuestro sexo biológico, edad, etnia, país de origen, logros académicos, etc.) supone un enorme coste del que no siempre nos logramos desprender. En el presente capítulo vamos a analizar algunos condicionamientos que sitúan a hombres y mujeres en contextos y situaciones vinculados a los roles y estereotipos de género presentes en nuestra sociedad.

¿Qué creencias existen en torno a las diferentes
competencias de hombres y mujeres?

Competencias matemáticas y verbales

Existe la creencia socialmente compartida de que los estudios vinculados a las ciencias son ideales para personas inteligentes y con buen expediente académico. Sin embargo, este mismo fenómeno no es aplicable a aquellas personas con buenos expedientes en materias del ámbito de las humanidades (donde las mujeres están altamente representadas). En este sentido, se da por sentado que tener una buena comprensión lectora es esencial para entender hasta el problema matemático más sencillo y, por ende, se cree que aquella persona que tiene buen razonamiento matemático posee también un buen razonamiento verbal. Por el contrario, las competencias matemáticas (aunque muy importantes para el desempeño cotidiano) no son tan imprescindibles para el desarrollo de las competencias lingüísticas. Por esta razón, se interpreta que poseer un buen razonamiento verbal no implica necesariamente tener un buen razonamiento matemático cuando lo más adaptativo sería poseer buenas competencias en ambas vertientes para así adaptarse a situaciones cotidianas simples y complejas, tales como hacer la compra o calcular los intereses de un crédito bancario.

De igual modo, hay que tener en cuenta que ser lingüísticamente competente en un idioma lleva parejo innumerables habilidades numéricas y verbales, de las cuales no nos podemos desprender si queremos atender a las numerosas demandas del mundo en el que vivimos. Esto se hace especialmente visible cuando necesitamos hablar un idioma extranjero. En esta situación es muy importante trasladar muchas de las competencias adquiridas del idioma o idiomas maternos al aprendizaje del nuevo idioma. De ahí, que muchas personas (aún teniendo un nivel de competencia fluido en un idioma no materno) siguen ejecutando funciones numéricas simples y complejas (tales como contar, sumar, multiplicar u otros cálculos numéricos) en el idioma o idiomas maternos.

Tan difícil es para una persona a la que no le gustan las lenguas realizar un análisis sintáctico como para otra a la que no le gustan las matemáticas hacer una integral o una operación matemática compleja. Si bien es cierto que hay carreras que requieren muchas horas de preparación y dedicación (con independencia del área de conocimiento), el desempeño profesional es lo que muestra la diferencia entre la persona competente profesionalmente y la que no lo es. Las notas no siempre reflejan las competencias de las personas, pues varían mucho en función del tipo de examen o de evaluación que se utiliza para medir dichas competencias. Por ejemplo, las competencias que mide un examen tipo test no son las mismas que las que demanda uno de desarrollo. De igual modo, las competencias necesarias para realizar un examen teórico son distintas a las requeridas para un examen práctico.

Asignaturas de ciencias y de letras

A nivel académico las chicas se perciben por lo general menos competentes en asignaturas que tradicionalmente se han considerado masculinas como la tecnología, las matemáticas o la física, a pesar de tener notas equiparables o superiores a sus compañeros. Igualmente, los chicos se perciben menos competentes que sus compañeras en aquellas asignaturas que siempre se han considerado terreno femenino, tales como las asignaturas vinculadas a las lenguas. Por este motivo, los chicos se consideran menos competentes que sus compañeras en dichas asignaturas. Este tipo de creencias condicionan el concepto que las personas jóvenes tienen de sí mismos y determina en gran medida sus decisiones académicas y profesionales (Sáinz y Eccles, 2012). Dichas decisiones condicionarán a su vez muchas otras decisiones futuras, tanto a nivel personal como profesional. En este sentido, cuando estudiamos una carrera adquirimos no sólo conocimientos, sino formas de pensar y pautas de comportamiento propias de la profesión. Ello también implica que los asumamos como parte de nuestra propia identidad y que las utilicemos cuando ejercemos la profesión.

La tradicional dicotomía letras-ciencias vinculada con lo anterior ha calado fuertemente en el prestigio de algunas materias (incluso de algunas profesiones). Aunque las mujeres se han visto perjudicadas por ello, también muchos hombres han sufrido sus consecuencias. El problema reside principalmente en el hecho de que, como decimos, comúnmente se ha considerado que mientras los hombres tienen más talento para los números (las matemáticas o la física), las mujeres lo tienen para las letras. Si bien es cierto que las mujeres son mayoría en las carreras consideradas de letras, son también muy numerosas en las carreras de ciencias, tales como las matemáticas, la química, la biología, la medicina u otros estudios del ámbito de la salud. Sin embargo, su presencia es todavía muy baja en la mayor parte de las carreras tecnológicas y física (máxime si lo comparamos con su nivel de participación total en la universidad y en los ámbitos anteriormente mencionados).

De todo lo anterior no debe desprenderse la existencia de diferencias en la capacidad de hombres y mujeres en estos campos. En este sentido, algunos estudios sugieren la existencia de más similitudes que diferencias entre hombres y mujeres en ámbitos con un fuerte componente matemático como la física, la química, las ingenierías o la medicina (Hyde, 2005). Por este motivo, cabe pensar que se producen mayores diferencias cuando se compara a las mujeres entre sí que cuando estas se comparan con hombres. Asimismo, cabe matizar que no es el estereotipo de matemáticas per se el que influye negativamente en el rendimiento de las chicas en matemáticas, sino los estereotipos asociados a la física, la tecnología y las ingenierías en general (Sáinz y Eccles, 2012).

Prestigio de los itinerarios académicos

El prestigio de los itinerarios está vinculado a la dificultad de las materias y, por ello, se considera que el bachillerato científico es el que mayor dificultad entraña. Por este motivo, el profesorado de secundaria con frecuencia orienta al alumnado con los mejores expedientes a que se matricule en el bachillerato científico, en detrimento de otros bachilleratos (Sáinz, Pàlmen y García-Cuesta, 2012). Sin embargo, ello no significa que en los otros bachilleratos no haya estudiantes con buenos expedientes, sino que parece que se destaca más el bachillerato científico sobre el resto de bachilleratos. Además, la estructura del propio sistema educativo favorece que el itinerario científico-tecnológico sea el más flexible porque se considera que es más asequible hacer una carrera de ciencias sociales sin haber hecho antes un bachillerato de ciencias sociales, que hacer una carrera de la rama científica o tecnológica sin haber cursado asignaturas obligatorias de estos ámbitos.

Si atendemos a las notas de corte o de acceso a la universidad, medicina es junto a otras carreras sanitarias (como la fisioterapia o la enfermería) una de las carreras con mayores exigencias de entrada, pues requiere tener un expediente académico brillante en secundaria para poder acceder a ella. Se trata de una carrera a la que se han ido incorporando cada vez más mujeres y en la actualidad la presencia femenina es ligeramente superior a la de hombres. Este hecho ha propiciado que algunas investigaciones incluso planteen que la imagen de la profesión se ve perjudicada por esta presencia masiva de mujeres. Es decir, se considera que el alto número de mujeres en esta profesión resta prestigio a la misma y propicia que se considere que tiene menor dificultad de acceso y desempeño, y por tanto se pague menos. Sin embargo, algunos estudios sugieren que la feminización de la carrera de medicina está mejorando muchos aspectos del trato con el paciente. Como muestra de ello, algunas investigaciones muestran que las mujeres médicas tienen menos reclamaciones de los pacientes que sus compañeros varones (Arrizabalaga y Bruguera, 2009). Esto es, sin lugar a dudas, otro ejemplo más del patrón masculino de nuestra sociedad y de lo poco consideradas que están todavía las mujeres en algunas profesiones. Además, el diseño del sistema de enseñanza de algunas materias repercute directamente en el interés que despiertan en el alumnado. Si tomamos como ejemplo las clases de tecnología en secundaria, en ellas se proporcionan actividades que demandan el desarrollo de competencias que en muchas ocasiones resultan poco atractivas para las chicas porque no han sido educadas para ello (como puede ser la manipulación de una sierra eléctrica). Además, se trata de actividades poco realistas porque no reflejan las múltiples aplicaciones tecnológicas que se pueden encontrar en la vida profesional. Estas aplicaciones pueden en muchos casos resultar de interés tanto a muchas chicas como a sus compañeros.

¿Qué papel juega el desarrollo ontogénico
y el proceso de socialización?

Parece ser que algunas de las diferencias entre los sexos anteriormente comentadas residen en factores vinculados al desarrollo ontogénico o madurativo, así como a las diferencias en el proceso de socialización de hombres y mujeres. Desde un punto de vista ontogénico, las niñas maduran a nivel fisiológico antes que sus compañeros varones e inician el desarrollo del lenguaje con anterioridad a ellos. Las competencias verbales reúnen una multitud de aptitudes, tales como la fluidez verbal, la gramática, el deletreo, la lectura, las analogías verbales, el vocabulario y la comprensión oral (Burges, 2006). Sin embargo, las competencias viso-espaciales (tan necesarias para el desempeño de muchas tareas mecánicas y técnicas) comprenden una serie de destrezas, tales como la percepción visual, la rotación mental, la visualización espacial o la habilidad espacio-temporal. Lo anterior no significa que las mujeres sean más habladoras que los hombres, sino que son mejores en producir un discurso de calidad, y muestran más dotes para su comprensión y decodificación.

Asimismo, parece ser que hombres y mujeres generalmente utilizan distintas estrategias cognitivas cuando realizan tareas viso-espaciales. Es decir, mientras ellos tratan de visualizar mentalmente la ubicación espacial del lugar al que se dirigen, ellas tienden a utilizar referencias verbales, como puede ser el nombre de calles o avenidas (Burges, 2006). Esto no excluye pensar que también podemos encontrarnos con hombres con mejores habilidades verbales que sus compañeras, así como mujeres con mejores habilidades viso-espaciales que sus compañeros. De aquí surge el problema de la asignación de competencias a uno u otro sexo. En este sentido, tradicionalmente existe la creencia de que las “letras” son terreno femenino en el que se asume su ventaja por sus grandes habilidades verbales, de comunicación y de interacción. Por el contrario, las “ciencias” se han considerado siempre un terreno masculino, de manera que siempre se ha atribuido más talento a los chicos que a las chicas para las matemáticas, la física y las ciencias en general. El pensamiento lógico-matemático predominante en diferentes contextos de nuestra vida favorece que se valoren las aptitudes científico-matemáticas (y por ende las ciencias) por encima de las verbales (y por extensión las letras). Sin embargo, la importancia de las aptitudes verbales es innegable pues juegan un papel crucial en el proceso de resolución de problemas básicos y complicados.

La diferencia entre hombres y mujeres en habilidades verbales y viso-espaciales empieza a aparecer a finales de la educación primaria y se hace más evidente durante la adolescencia. En esta etapa de la vida las personas buscamos nuestra identidad como individuos y es precisamente donde se producen las mayores diferencias entre las mujeres y los hombres. Por lo general, consideramos que durante el final de la etapa secundaria los adolescentes no tienen la madurez suficiente como para tomar determinadas decisiones relacionadas con su futuro. Pero esta afirmación con frecuencia no es válida, pues son muchas las personas jóvenes que muestran una enorme lucidez en este proceso de decisión y eligen estudios de manera realista, así como acordes con sus talentos, intereses y expectativas. La cuestión de fondo es hasta qué punto dichos talentos, intereses y expectativas están contaminados por los roles y estereotipos de género. Desde edades tempranas nos vemos expuestos a plantearnos en qué nos gustaría convertirnos cuando seamos mayores. Recibimos comentarios y opiniones provenientes de diferentes fuentes (familiares cercanos, grupo de iguales, amigos, conocidos, medios de comunicación, etc.) que van moldeando nuestras expectativas, gustos e intereses, así como nuestra percepción de los ámbitos para los que nos consideramos más o menos competentes.

Desde los años 80 la profesora de psicología Jacquelynne Eccles ha desarrollado un modelo de análisis de esta problemática en el que destaca la importancia de las diferencias en el proceso de socialización desde edades muy tempranas en la creación de expectativas y aspiraciones diferentes para hombres y mujeres. Según esta autora y su grupo de investigación, existen una serie de expectativas por parte de las personas del entorno inmediato (la familia, la escuela, la comunidad, los medios de comunicación, etc.) que producen una actitud diferente de las mujeres y los hombres respecto a las profesiones y los estudios que aspiran realizar este futuro (Eccles, Barber, y Jozefowicz, 1999). Sin embargo, no somos conscientes de que muchas de las aptitudes para las que nos consideramos competentes están mediatizas por los roles y las expectativas de género (Eccles, 2007; Sáinz y Eccles, 2012).

En este sentido, se ha observado como los progenitores y el profesorado de primaria y secundaria asignan diferentes competencias a niños y niñas (Bandura, 1997; Eccles, Barber y Josefowicz, 1999). De este modo, se tiende a asignar mayores competencias a las niñas para la expresión lingüística, mientras se asignan mejores competencias matemáticas a los niños. Por este motivo, tanto progenitores como profesorado estimulan más a los niños para realizar una serie de actividades congruentes con dichas competencias. Un ejemplo de ello lo observamos en los regalos que reciben los niños y las niñas en navidades o en otras celebraciones como los cumpleaños. Los niños reciben por lo general más videojuegos u objetos vinculados a actividades deportivas que sus compañeras. Sin embargo, a las niñas se las hace entrega de muñecas u objetos vinculados al cuidado personal.

Los modelos que las personas jóvenes toman de referencia para plantearse como quieren ser en un futuro y qué es lo que quieren hacer son fundamentales en la toma de decisiones sobre lo que hacer a corto, medio y largo plazo (Bussey y Bandura, 1999). Los modelos más accesibles son los que representan de manera automática una realidad determinada y nos sirven de referencia a seguir, guiando nuestros pasos para la posterior toma de decisiones. Por ejemplo, cabe esperar que durante la adolescencia difícilmente se asocie la profesión de informática con mujeres, dada la escasa presencia de mujeres en este ámbito y los estereotipos (con frecuencia negativos) que socialmente se tiene respecto a esta profesión (Sáinz, 2007). Asimismo, cabe esperar que no piensen en un hombre ejerciendo la profesión de enfermería cuando se imaginan a una persona que trabaja en este ámbito.

En este sentido, elegimos aquellos modelos positivos que según nuestra experiencia consideramos que mejor representan el ideal de persona a la que imitar. Por ejemplo, si nos planteáramos ser profesoras o profesores de primaria o secundaria (experiencias que hemos vivido en primera persona a lo largo de nuestra escolarización) nos acordaríamos del profesorado que bajo nuestro criterio consideramos que ha sido el mejor y que son una referencia sobre como se debería ejercer la profesión docente. Sin embargo, en dicho proceso de decisión también tenemos en cuenta los modelos negativos de personas en dicho ejercicio que no nos gustaron, precisamente para no comportarnos de la misma manera que ellas. Es decir, evitaríamos actuar como aquella profesora o profesor que consideramos menos competente a nivel docente. En ocasiones, este último tipo de experiencias negativas tiene mucho más peso en nuestras decisiones que las vinculadas a modelos positivos.

La adolescencia es un periodo de la vida en la que confluyen una serie de cambios a nivel físico y psicológico, que hacen de esta etapa de la vida un momento fascinante, a la vez que difícil porque supone una lucha constante por obtener una identidad propia como individuos. Todo ello a costa de recibir numerosas influencias, que son difíciles de filtrar y considerar. Supone un periodo de gran plasticidad mental, con ciertos matices de rigidez en cuanto a la ruptura con lo que está establecido. La influencia del grupo de pares y de los medios de comunicación es, asimismo, crucial en esta etapa de la vida. Los jóvenes de hoy en día están sometidos a una cantidad enorme de información proveniente de Internet, que no siempre facilita la relación del adolescente con el medio y su capacidad de tomar decisiones razonadas, libres de todo este sinfín de ideas preconcebidas a las que desde edades muy tempranas se nos expone.

Es innegable que los medios de comunicación contribuyen en gran medida a propagar y reforzar los estereotipos y roles de género existentes en las sociedades actuales. De este modo, las series de televisión (especialmente aquellas dirigidas al público joven) difícilmente muestran modelos de hombres y/o mujeres no contaminados por tales roles y estereotipos de género. En este sentido, si pensamos en la imagen literaria y cinematográfica de Lisbeth Salander (la protagonista de la trilogía Millenium del escritor sueco Stieg Larsson) nos impresiona sus dotes de hacker de la informática. Sin embargo, su aspecto andrógino y su actitud bisexual sirven de excusa para que muchos de los personajes que aparecen en dicha obra la desprecien y pongan en tela de juicio sus múltiples competencias.

Asimismo, series de televisión como la británica de profesionales de la informática “IT crowd” presenta a sus personajes principales de manera claramente estereotipada. Dos de los 3 protagonistas son chicos informáticos, de aspecto muy desaliñado e informal, cuyo único interés gira en torno al uso del ordenador. Su carácter es despistado, antisocial y con escasas habilidades sociales. Por el contrario, la persona inmediatamente superior a ellos es una mujer con muy buena presencia física, muy femenina, pero con escasos conocimientos de informática. Es decir, todos sus personajes poseen características congruentes con los roles y estereotipos de género en un ámbito con tanta presencia masculina. Ello contribuye en gran medida a fortalecer la imagen errónea de hombres y mujeres dentro del ámbito de la informática.

Igualmente, los anuncios lanzados durante las campañas de publicidad en épocas navideñas muestran el diferente despliegue de juguetes y juegos destinados a los niños y a las niñas. De este modo, si reparamos en la cantidad de videojuegos que existen hoy en el mercado, nos sorprendería comprobar que la mayoría de ellos están pensados para un público joven masculino. Esto cobra especial relevancia si tenemos en cuenta que muchos videojuegos constituyen el medio primario de información y de socialización de las personas jóvenes, así como un contexto en el que se presentan diferentes modelos de referencia a seguir por la juventud. La mayor parte de las veces se trata de juegos con un componente competitivo y agresivo muy alto, que nada tiene que ver con los videojuegos dirigidos a las chicas. Estos últimos suelen estar ampliamente inspirados en la simulación de situaciones de la vida cotidiana, basadas en la mayoría de las ocasiones en el establecimiento de relaciones sociales (Sáinz, 2007). Tampoco debemos olvidar, las redes sociales como Facebook, twitter o incluso los whatsapp, tan ampliamente extendidas entre las personas jóvenes, a los que ofrecen un mundo lleno de posibilidades. No cabe duda de que, lamentablemente, también se utilizan con frecuencia como herramienta a través de la cual transmitir mensajes sexistas e inclusive someter a compañeros de igual o distinto sexo biológico a situaciones de acoso escolar.

El siguiente extracto de entrevista con una profesora de secundaria ilustra algunos de los argumentos que estamos discutiendo. Asimismo, sirve de ejemplo para mostrar en qué medida el profesorado de secundaria es sensible a esta temática y trabaja educando a las personas jóvenes, poniendo gran énfasis en el fomento de la igualdad y la equidad entre hombres y mujeres.

“Hay muchos campos en los que hay mucho que hacer. Incluso en los libros de texto. Yo les digo, no sé en la semana de la ciencia, que busquen científicas francesas o... españolas. Claro, antiguamente eran pocas las mujeres que estudiaban y han llegado a ser célebres. Por suerte, ha cambiado la cosa (...), pero para que una mujer pueda llegar a cierto nivel, de poder, empresarial o lo que sea tiene que sacrificar muchísimo. Porque tiene que competir. La sociedad es machista. Por mucho que digan y hagamos actividades de co–educar y tal. Y sí, hay mujeres bomberas y que llevan autobús, pero cuesta”.

Verbatim extraído de una entrevista con una profesora de secundaria.

¿Cómo se interiorizan estas
creencias y expectativas?

Instrumentalidad

La mayoría de las decisiones sobre nuestro futuro se toman en función de lo que consideremos útil para las actividades a las que esperamos dedicarnos. Con independencia de nuestra capacidad para unas materias u otras, difícilmente escogeremos aquellas que no consideremos útiles para lo que queremos hacer en el futuro. Hemos sido socializados para priorizar el aspecto instrumental de las materias que cursamos como criterio de decisión en el momento de la elección de estudios o de profesión, y nos parece que las materias más útiles son aquellas que hemos aprendido a vincular con lo que creemos que seremos capaces de realizar. Por este motivo, las chicas suelen considerar más útiles para el futuro las asignaturas vinculadas a las lenguas y la biología-geología, mientras sus compañeros consideran especialmente útiles la tecnología y las matemáticas (Sáinz, 2007).

Percepción de competencia

De igual manera, difícilmente elegiremos itinerarios académicos o estudios para los que no nos consideramos competentes. Es decir, elegiremos aquellas asignaturas en las que consideramos que vamos a tener un cierto grado de éxito y que vamos a ser capaces de dominar. En este sentido, la percepción de competencia está muy ligada al interés que tenemos sobre una determinada actividad. De este modo, las chicas tienden a sobrevalorar su capacidad en las materias vinculadas a las lenguas y la biología, mientras que los chicos lo hacen en las materias vinculadas a las matemáticas, la física y la tecnología (Sáinz y Eccles, 2012). No obstante, es sorprendente comprobar que todo esto ocurre a estas alturas de desarrollo de nuestra sociedad, cuando se espera que los chicos y las chicas estén socializados en un entorno que se supone fomenta la igualdad de oportunidades.

Costes y beneficios

Desde edades tempranas los chicos y las chicas empiezan a valorar qué estudios y profesiones supondrán mayores o menores sacrificios en caso de elegirlos. De este modo, si observan que matricularse en determinados estudios les va a suponer más costes que beneficios, probablemente los rechazarán. En el caso de las chicas con buen expediente académico, estas preferirán estudios vinculados al rol de género femenino (como los del ámbito de los cuidados o la educación) y desecharan en muchas ocasiones los estudios tecnológicos porque muy probablemente percibirán que los sacrificios y los retos a los que enfrentarse (demostrar de manera continuada su competencia para superar cada uno de los cursos de la carrera y posterior desempeño profesional) van a ser mayores que los beneficios (una pronta incorporación al mercado laboral). En este sentido, no debemos olvidar que las profesiones tecnológicas suelen estar ligadas a puestos de liderazgo y de responsabilidad, difíciles de compatibilizar en muchos casos con la vida personal y familiar.

De hecho, hay investigaciones que muestran que algunos profesores y profesoras de secundaria reconocen que las chicas de secundaria que se inclinan por ámbitos tradicionalmente masculinos (como los de la física, la ingeniería o la tecnología) son conscientes de las muchas dificultades a las que se enfrentarán en el futuro. Es decir, anticipan que el acceso a cualquier ámbito masculinizado hará necesario que posean una serie de aptitudes y actitudes mayoritariamente ligadas al rol de género masculino (como tener seguridad en sí mismas, ser asertivas e incluso agresivas y “poco femeninas” en su forma de ser y de vestir). De este modo, evitarán que se ponga en tela de juicio su valía y su talento. Es decir, tratarán de neutralizar la tendencia a que se las descalifique con apelativos que minusvaloren su feminidad y a partir de los cuales se atribuyan sus logros en el ámbito a factores externos (como por ejemplo su atractivo), en lugar de a factores personales ligados a su inteligencia o talento (Sáinz, 2007).

Sin embargo, aquellos hombres interesados en profesiones altamente feminizadas corren el riesgo de ser considerados “amanerados”; incluso menos válidos que si hubieran elegido trayectorias profesionales más masculinas. Sin embargo y al contrario de lo que ocurre con las mujeres, en el caso de los hombres interesados en ámbitos altamente feminizados, su talento (no su actitud) no se suele poner en tela de juicio. Es decir, no se les atribuye menos talento que a sus compañeras por estar en este ámbito. En este sentido, parece ser que los pocos hombres matriculados en ámbitos ampliamente feminizados (como por ejemplo enfermería) sobresalen entre sus compañeras de estudios, obteniendo una valoración muy alta y gran apoyo por parte de las compañeras de curso, así como por parte del profesorado (Sáinz, López–Sáez y Lisbona, 2004). Esto último es un ejemplo más del enfoque masculino de nuestra sociedad, así como de la gran consideración que tienen las carreras y profesiones con alta representación masculina, en detrimento de las que cuentan con mayoría de mujeres.

Igualmente, muy pocas mujeres ocupan puestos de responsabilidad cuando han alcanzado determinado nivel de desarrollo profesional. Por el contrario, los hombres acceden sin dificultad a puestos de responsabilidad en todas las profesiones, con independencia de que se trate de profesiones con mayoría de mujeres. Para ellos, acceder a puestos de responsabilidad es coherente con el rol de género masculino vinculado a conseguir todo aquello que se proponen ––los logros–– y al liderazgo (Eagly y Wood, 1999). Sin embargo, las mujeres sufren más que sus compañeros que no se cumpla con ellas el estereotipo ligado al modo de dirección masculina. Por este motivo, muchas terminan adoptando un modelo masculino de comportamiento cuando asumen un puesto de responsabilidad, para evitar ser consideradas menos competentes que sus compañeros en este contexto tan competitivo.

La maternidad sigue jugando un papel clave en la elección de estudios y profesiones. Por este motivo, en Estados Unidos algunas investigaciones han ratificado que las chicas jóvenes eligen estudios y profesiones que perciben más compatibles con tener una familia y con el cuidado de la misma (Eccles, 2007). A esto se debe que un gran número de mujeres elijan puestos dentro de la administración pública porque ello les va a permitir compatibilizar trabajo y vida familiar. No obstante, también muchos hombres han elegido estas profesiones con parecidas expectativas que sus compañeras, pues permiten conciliar la vida familiar con la vida profesional. Cabe señalar que si más hombres solicitaran bajas de paternidad y reclamaran su papel en el cuidado de los menores, las mujeres sufrirían menos los efectos negativos de hacer compatible su trabajo con la vida familiar.

¿Qué podemos concluir y cómo intervenir?

Puesto que las mujeres representan más de la mitad de la población mundial, sería insensato y poco prudente no pensar en ellas como fuente de inspiración y de talento para contribuir a los avances científicos y tecnológicos pasados, presentes y venideros. De igual modo, tampoco sería justo ignorar las contribuciones que los hombres han hecho y pueden hacer en ámbitos considerados terrenos femeninos.

En este sentido, los hombres son igualmente capaces y poseedores de talento que las mujeres para el ejercicio de los cuidados. Lo que ocurre es que tradicionalmente son las mujeres las que se han dedicado al cuidado de hijos y otros dependientes. Es decir, en muchos casos los hombres (y al igual que ocurre con muchas mujeres en ámbitos altamente masculinizados) no han desarrollado su potencial en estos ámbitos. De hecho, desde ya hace algunas décadas se está consolidando una línea de trabajo vinculada a reivindicar formas alternativas de masculinidad, incorporando a la identidad masculina tareas que tradicionalmente han sido consideradas terreno de mujeres, tales como el cuidado del hogar, de descendientes y de otras personas dependientes. Este aspecto es fundamental para el logro de una mayor justicia social, así como para conseguir que hombres y mujeres compartan responsabilidades en terrenos que no pertenecen de forma exclusiva a unos ni a otras. Asimismo, ello ilustra que tanto hombres como mujeres están cualificados para proporcionar cualquier tipo de cuidados y a reclamar en igualdad de condiciones su papel en los diferentes ámbitos de la vida. Por este motivo, es fundamental que desde las familias y las escuelas se promuevan valores basados en la corresponsabilidad.

Dado el desconocimiento que muchos estudiantes tienen de las carreras y las profesiones existentes, el objetivo de la orientación académico-vocacional no debería girar en torno a dirigir al alumnado hacia las distintas carreras en función de que entrañen más o menos dificultad, o que sean más o menos prestigiosas. Se trata de hacer un esfuerzo para guiar a los jóvenes para que elijan en función de sus verdaderos talentos, intereses y expectativas y que lo hagan libres de sesgos de género. Este aspecto es fundamental porque muchas de nuestras decisiones futuras van a depender de tempranas elecciones académicas. Ello no significa que las elecciones equivocadas no se puedan rectificar, pues siempre estamos a tiempo de cambiar aquello que no hemos elegido de manera adecuada o para lo que no nos hemos considerado suficientemente competentes en un momento dado. Los intereses no son estables en el tiempo, puesto que en la mayoría de personas varían a medida que nos enfrentamos a diferentes situaciones y experiencias. Si reflexionáramos sobre el tipo de carrera que nos hubiera gustado ejercer en el futuro cuando éramos adolescentes, nos sorprendería comprobar con cuanta frecuencia imaginábamos ser alguien que en nada se corresponde con lo que somos en la actualidad ni con aquello a lo que siempre hemos aspirado.

Son muchas las ideas preconcebidas que existen en torno a esta temática, que afectan la manera con la que la misma comunidad educativa considera quién es brillante y quién no lo es. Ello tiene sin lugar a dudas un enorme impacto sobre como de competentes se sienten los niños y las niñas en las diferencias materias. Por esta razón, es esencial que se intervenga para incrementar la percepción de competencia de chicos y chicas en las materias y profesiones vinculadas tradicionalmente a uno u otro sexo. La influencia del profesorado es fundamental y debe ser tenida muy en cuenta a la hora de elaborar propuestas de actuación porque juega un papel crucial en la transmisión de actitudes al alumnado, además de conocimientos. El profesorado (junto con los progenitores) debería transmitir y promover ideas y creencias igualitarias para que los niños y las niñas crezcan y se desarrollen en un contexto en el que su interés por las materias y los estudios esté libre de estereotipos y persiga la igualdad y equidad entre hombres y mujeres. Una buena profesora o un buen profesor pueden cambiar la actitud del alumnado respecto a una determinada materia, así como su manera de enfrentarse a ella. Por este motivo, es esencial que el profesorado esté altamente motivado y adecuadamente formado para dar respuesta a tales demandas.

La escasa formación que recibe el profesorado de secundaria para poner en práctica una orientación vocacional adecuada a las necesidades del alumnado, así como la ausencia de recursos humanos y técnicos para hacerlo (incluyendo la ausencia de perspectiva de género) supone una gran desventaja para el alumnado con más dudas sobre lo que hacer en el futuro. Esto se agrava en el caso de aquel con posibilidades económicas y culturales precarias, así como con algún tipo de necesidad específica, ya sea un déficit cognitivo, motor o de otra índole. Lo deseable sería que la comunidad educativa dispusiera de todas las herramientas para proporcionar una orientación académica y vocacional integral, basada también en valores vinculados a la igualdad de oportunidades.

En este sentido, las iniciativas para visibilizar la contribución de las mujeres a la ciencia y la tecnología son todavía insuficientes. Algunas empresas tecnológicas como Google se están haciendo eco de la importancia de hacer visible el papel de los hombres y las mujeres que han contribuido al avance de nuestra sociedad en diferentes ámbitos de la vida, como por ejemplo los vinculados a la ciencia y la tecnología. De este modo, su buscador principal rinde homenaje a personajes relevantes cada vez que se cumple el aniversario de su nacimiento. Durante el mes de julio de 2013 celebró el centenario de nacimiento de Rosalind Franklin, biofísica y cristalógrafa inglesa, cuyo papel ha sido fundamental en la comprensión de la estructura del ADN (entre otros). Dentro del ámbito de la computación, Ada Byron (hija de Lord Byron, quién tomó tiempo después el apellido de Lovelace tras casarse) fue una de las pioneras en el estudio matemático previo a la computación, tal y como la entendemos en la actualidad. Por supuesto, Google también la ha rendido tributo.

Otro ejemplo de iniciativas para visibilizar el papel de las mujeres en diferentes ámbitos de la vida lo encontramos en la defensa del uso de lenguaje no sexista en el lenguaje escrito y hablado. Por este motivo, debemos hacer un esfuerzo para que desde todas las instancias (empezando desde los niveles educativos iniciales en la familia y en los centros educativos, pasando por los contextos laborales) utilicemos un lenguaje que no excluya ni a mujeres ni a hombres de ningún aspecto de la vida y, particularmente, de las diferentes profesiones y ocupaciones existentes. Es igualmente necesario que se fomenten las vocaciones tecnológicas y científicas de las chicas, así como las vocaciones ligadas al ejercicio de cuidados de los chicos.