Roberto Aparici (robertoaparici@yahoo.es)
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
La cultura popular de esta segunda década del siglo XXI permite la participación individual y colectiva y está ligada a la conectividad y a la convergencia de medios que aún no se han institucionalizado en la vida de las escuelas ni en la de las universidades. En el ámbito institucional, el proceso de enseñanza aprendizaje suele realizarse en torno al libro de texto, testimonios escritos o monólogos docentes. Facer, citado por Buckingham, afirma que
la mayoría de las experiencias de los jóvenes con las tecnologías tienen lugar fuera de la escuela, en el contexto de lo que ha sido denominado «cultura tecnopopular». Y el contraste entre lo que ocurre allí y lo que sucede en el aula suele ser abismal. Es obvio que algunas nuevas tecnologías –como los videojuegos y los teléfonos celulares– se encuentran excluidas por completo del aula (Buckingham, 2008: 125).
En los centros educativos se llevan a cabo estrategias propias de la era de la imprenta en cuanto al material de estudio y de consulta usado y las metodologías pregutenberg llevadas a cabo a la hora de tomar apuntes manuscritos, redactar pruebas de evaluación eminentemente memorísticas, etc. Tapscott (2010: 157) dice que en un estudio realizado el año 2007 en 20.500 escuelas de enseñanza básica de los Estados Unidos los alumnos pasaban la mayor parte del tiempo oyendo a sus profesores. Asimismo, recogió testimonios de rectores y docentes que afirmaban que el modelo de aprendizaje que se practica en las instituciones es similar al de antes de Gutenberg. Especifica que “hay muchos docentes que leen anotaciones manuscritas y escriben en pizarras y los alumnos anotan lo que esos docentes dicen. La impresora, la letra impresa en muchos casos no es importante en este paradigma (Tapscott, 2010:154).
No solo se trata del soporte utilizado en las aulas, sino de las metodologías pedagógicas y estrategias comunicativas que se llevan a cabo en los escenarios educativos formales vinculadas a concepciones heredadas de los modelos transmisivos reproductores.
En la última década del siglo pasado, Papert señaló que la escuela, tal como la conocemos hoy, ha cambiado muy poco con respecto a lo que era hace más de cien años y para demostrarlo se valió de un viaje imaginario a través del tiempo que realizaban un grupo de cirujanos y un grupo de docentes:
Imaginemos un grupo de viajeros provenientes del pasado; entre ellos hay un grupo de cirujanos, un grupo de maestros de escuela, todos ellos ansiosos por conocer cuánto ha cambiado su profesión al cabo de cien o más años, Imaginemos el desconcierto de los cirujanos al encontrarse en el quirófano de un hospital moderno. Si bien serían capaces de reconocer que se estaba llevando a cabo una operación, e incluso podrían adivinar cuál era el órgano enfermo, en la mayoría de los casos no serían capaces de hacerse una idea de cuál era el objetivo del cirujano ni de la función de los extraños instrumentos que este y su equipo estaban utilizando, y los rituales de asepsia y la anestesia, los agudos sonidos de los aparatos electrónicos y las brillantes luces, tan familiares para los espectadores habituales de televisión, les resultarían totalmente extraños.
Los maestros del pasado, por el contrario, reaccionarían de manera muy distinta a la clase de una escuela primaria moderna: posiblemente se sentirían confundidos por la presencia de algunos objetos, quizá percibirían cambios en la aplicación de ciertas técnicas –y seguramente no habría acuerdo entre ellos sobre si el cambio había sido para bien o para mal–, pero es seguro que todos comprenderían perfectamente la finalidad de cuanto se estaba llevando a cabo y serían perfectamente capaces de encargarse de la clase.
Papert (1995: 15)
Las políticas educativas desde hace más de treinta años están priorizando la dotación tecnológica de los centros educativos, pero de poco sirve modernizar escuelas con tecnologías digitales si los ordenadores son usados para basarse en el paradigma transmisivo, como ha ocurrido con las aulas de informática que introdujeron una nueva tecnología digital para reproducir una vieja concepción pedagógica. A diferencia de lo que ocurría a fines de los años noventa del siglo pasado y los primeros años de esta década, los jóvenes se han convertido en “expertos” que fuera del aula ponen en práctica modelos basados en la colaboración, la solidaridad, la interacción . Y estas prácticas sociales entran en contradicción con las que se practican en las aulas basadas en la reproducción, la competitividad y la división de tareas.
Las instituciones educativas están en un callejón sin salida si siguen repitiendo las prácticas heredadas de las aulas de informática del siglo pasado. En este sentido, Martín Barbero en la década de los noventa del siglo pasado hacía una seria advertencia sobre los peligros de seguir manteniendo prácticas educativas y comunicativas enajenadas del contexto sociotecnológico:
Necesitamos una concepción de escuela que retroalimente la praxis comunicativa de la sociedad y que en lugar de limitarse a retransmitir saberes memorizables, reproductibles, asuma los nuevos modos de producir saber, esos que pasan por la apertura de las fronteras que dicotimizan cotidianamente a la escuela como lugar del libro, a los medios audiovisuales y a las tecnologías informáticas como el lugar de la mentira y la seducción. Porque una escuela así es incapaz de formar al ciudadano que nuestra sociedad está necesitando y de hecho es una escuela que está ahondando la división social.
Martín Barbero (1991: 21)
Las instituciones educativas formales (escuelas, institutos o universidades) son herederas de la tradición libresca ligadas a los saberes académicos institucionalizados. Niños y jóvenes juegan una doble moral que les impone este sistema educativo: dentro de las aulas practican la cultura oficial y fuera de las aulas la cultura popular, la educación informal, las redes de amigos, la telefonía movil, etc.
Niños y jóvenes suelen estar desconectados en los espacios educativos institucionales. Pero si una institución establece un plan de conectividad, lo realiza con excesivas restricciones de control y vigilancia y lo que en verdad se desarrolla en ese espacio formal es un simulacro de la conectividad y una pedagogía de la censura bajo el argumento proteccionista del acoso.
En la escuela pueden organizarse grupos para realizar alguna actividad puntual. En este trabajo grupal suelen realizar una división de tareas y cada uno de ellos complementa su participación en función de lo que le corresponde realizar como si se tratara de una producción en cadena. Esta forma de entender la dinámica del trabajo grupal responde al típico modelo de aprendizaje heredado de la sociedad industrial, donde cada individuo es responsable solo de una parte del todo, mientras que en el trabajo colaborativo todos los miembros del grupo son participantes y autores del todo y, a su vez, de cada una de sus partes. Esta dinámica de trabajo grupal responde a otra concepción de la sociedad sobre la producción no solo de artefactos, sino también de conocimientos.
Frente a estas prácticas institucionalizadas en el sistema educativo, los propios jóvenes fuera del aula colaboran en las redes sociales utilizando un paradigma de otra naturaleza que no responde al de la vida dentro de las aulas.
En las horas escolares un alumno suele estar “condenado” a la competitividad y al individualismo, mientras que fuera de la institución puede encontrarse con “sus amigos”, organizar discusiones, sus momentos de ocio digital, aprender a enfrentarse a situaciones nuevas donde la información y el entretenimiento constituyen su materia prima. En este senetido Stephen Downes dice:
La escuela de hoy, incluso ahora, está dominada por las aulas de clase. Es cierto que algunas de esas aulas ahora contienen computadores, pero el diseño sigue siendo esencialmente uno en donde los estudiantes se reúnen en una sala para concentrarse en actividades de aprendizaje dedicadas, por lo general, a la forma de algún tipo de contenido impartido por un profesor. Aunque ha habido retos a los currículos durante los últimos diez años, su estructura básica no ha cambiado y, de hecho, en algunos lugares se ha vuelto más arraigada, a medida que las escuelas se enfocan al retorno a las materias básicas.
Las tecnologías digitales y las redes sociales han hecho visibles las prácticas comunicativas que imperan en la educación: transmisivas y reproductoras donde las aulas actúan como si se tratara de un medio de comunicación masivo: un emisor y decenas o cientos de receptores. En muchas ocasiones se utilizan tecnologías para la conectividad, pero para repetir las viejas concepciones pedagógicas de la reproducción y el aislamiento. Aún siguen reproduciéndose viejas metodologías con nuevas tecnologías. La superación de esta contradicción no va a tener lugar por la sustitución de una por otra porque sino por la integración de ambas. Como dice Downes:
Los cambios que veremos en el aprendizaje no ocurrirán como resultado de un tipo de aprendizaje que sustituye a otro, sino más bien como el resultado de una convergencia gradual entre las diferentes formas de aprendizaje. Esto ya empieza a verse en lo que hoy es denominado aprendizaje mixto, que es esencialmente aprendizaje tradicional en el aula complementado por actividades y recursos en línea.
En estos momentos de elogio sobre las posibilidades ilimitadas que ofrece la educación informal, no se tiene en cuenta hasta qué punto estos aprendizajes necesitarán de los contextos institucionalizados. La educación formal debe incorporar el mundo informal, el mundo real y, al mismo tiempo, este contexto deberá integrar prácticas institucionalizadas. El futuro es mixto, variado, multiforme.
La web 2.0 y la telefonía móvil usados en el aula desde una perspectiva dialógica permiten pensar en una modificación de los modelos comunicativos estandarizados y pueden significar una alteración de la concepción del espacio y del tiempo lineal que predomina en los sistemas educativos. La incorporación de estas tecnologías bajo el prisma de la conectividad significa poner en práctica concepciones basadas, entre otras, en la complejidad, la incertidumbre y el caos.
Mientras que algunas escuelas utilizan la telefonía móvil como un recurso más del aprendizaje, en la mayoría de las instituciones educativas se prohíbe su uso. El alumnado que usa en el aula telefonía de última generación puede establecer diferentes relaciones de conectividad con sus compañeros o participar de una actividad didáctica nunca antes pensada para un dispositivo. La telefonía móvil con fines pedagógicos representa una alteración del tiempo (es decir, pasar de la época gutenberguiana a la comunicación digital) y del espacio hasta tal punto que puede decirse que este tipo de aparatos puede significar llevar la universidad, o la escuela, en el boslsillo junto a los programas de TV, videojuegos, redes sociales, etc.
La relación comunicativa que puede establecerse con estos medios modifica las relaciones de poder institucionalizadas porque permite una interacción de todos con todos y conlleva pensar en la puesta marcha de un modelo de educación que denominamos 2.0. En este modelo se alteran las relaciones comunicativas tradicionales centradas en el emisor y, al mismo tiempo, se altera la micropolítica del poder institucionalizada en la vida cotidiana de las aulas. La integración de esta tecnología en la educación formal implica un cambio sustancial en las reglas del juego que han perdurado a lo largo de los últimos siglos. La puesta en marcha de un modelo de esta naturaleza está íntimamente ligado a los principios de la sociedad del conocimiento frente al modelo industrial institucionalizado y arraigado en la vida escolar, social y cultural desde mediados del siglo xix. Estos dos modelos (el informacional y el industrial) van a convivir durante un largo período de tiempo y los conflictos que observamos en estos momentos son solo la punta del iceberg del contexto educativo con el que vamos a convivir en los próximos años. Siemens hace visible esta contradicción cuando señala que
Muchas universidades están usando principios de aprendizaje interconectado. Pero la mayor parte de las actividades se da en un nivel no estratégicamente planeado. En cambio, educadores individuales están usando blogs o YouTube, o recursos educativos abiertos, para mejorar la calidad de las experiencias de aprendizaje de los estudiantes.
Es decir que las instituciones educativas en muchas ocasiones utilizan el aprendizaje interconectado para seguir realizando las prácticas de aprendizaje de toda la vida sin atender al nuevo ecosistema comunicacional y a las herramientas que permiten mejorar las experiencias de aprendizaje ligadas a los entornos comunicativos de alumnas y alumnos. El mismo Siemens hace un llamamiento con el fin de no seguir repitiendo los modelos transmisores centrados en una sola fuente informacional. En este sentido dice:
Hoy, con mejores opciones de búsqueda y redes sociales que pueden propagar información rápidamente (tanto buena como mala), tenemos menos necesidad de un único rol informacional. La diversidad es importante para entender cualquier área temática. Un curso, entonces, debería exponer a los aprendices a varias fuentes de información, varios pensadores en un campo y varias perspectivas sobre un tópico.
Esto significa enseñar a mirar un tema desde miradas e interpretaciones diferentes e introducir al alumnado en los principios de la incertidumbre, una de las características de nuestra época, y los sistemas educativos apegados a sistemas tradicionales se niegan a abordar cualquier temática a partir de ese principio. El orden lineal y la certidumbre son dos de las características de los sistemas industriales del conocimiento que aún se perpetúan de manera constante en los entornos informacionales de la educación conectada.
Como ya señalamos en otras publicaciones (Aparici, 2010), la educación 2.0 nos presenta una filosofía y una práctica de la educación y de la comunicación basadas en el diálogo y en la participación que no requiere solo de tecnologías, sino de un cambio de actitudes y de concepciones. Muchos de sus principios tienen su origen en la comunicación dialógica que ya habían planteado, entre otros, Freire, quien hace cuarenta años afirmaba:
Ser dialógico es no invadir, es no manipular, es no imponer consignas. Ser dialógico es empeñarse en la trasformación, constante, de la realidad. Esta es la razón por la cual, siendo el diálogo contenido de la propia existencia humana, no puede contener relaciones en las cuales algunos hombres sean transformados en “seres para otro”.
Freire (1973:55)
Es importante destacar que Freire asociaba el diálogo como un elemento crucial para problematizar el conocimiento, no lo considera como una mera conversación, tampoco una charla insustancial, para Freire el diálogo es una metodología y una filosofía y está ligado a la participación en la construcción colectiva del conocimiento; por ello afirmaba:
Lo que se pretende, con el diálogo, en cualquier hipótesis (sea en torno de un conocimiento científico y técnico, sea de un conocimiento “experiencial”) es la problematización del propio conocimiento, en su indiscutible relación con la realidad concreta, en la cual se genera y sobre la cual incide, para mejor comprenderla, explicarla, transformarla.
Freire (1973: 57)
Una relectura de la obra de Freire en la actualidad puede ofrecernos respuestas para restablecer las relaciones entre los interactuantes de la educación y de la comunicación en el contexto digital. La superación de roles convencionales nos permiten ser, con el uso de la web 2.0, productores interactuantes, recuperarando y desarrollando una perspectiva educomunicativa que predijo en1973 Jean Cloutier en Canadá con su teoría del emirec (el emirec es la conjunción de las palabras emisor y receptor y conlleva la idea de que cada individuo puede ser, al mismo tiempo de manera holística, emisor y receptor y que cada usuario puede ser y actuar potencialmente como un medio de comunicación).
A partir de la web 2.0, los participantes en el ciberespacio pueden establecer una relación entre iguales que están en interacción constante. Pero estas prácticas en la Red también pueden llevarse a cabo en escenarios reales. La tecnología digital ha puesto en evidencia prácticas enunciadas hace muchos años que pueden desarrollarse en las aulas o en los medios de comunicación. No se trata solo de una cuestión tecnológica sino, sobre todo, de una dimensión metodológica, pedagógica e ideológica. Por ello Freire señala:
El diálogo y la problematización no adormecen a nadie. Concientizan. En la dialoguicidad, en la problematización, educadoreducando y educando-educador desarrollan ambos una postura crítica de la cual resulta la percepción de que todo este conjunto de saber se encuentra en interacción. Saber que refleja al mundo y a los hombres, en el mundo y con él, explicando al mundo, pero sobre todo, justificándose en su transformación.
Freire (1973: 62)
Al analizar el tipo o modelo de relación de los interactuantes, Freire especificaba que en los modelos basados en la transmisión no había comunicación. Esta relación se da aún hoy en la mayoría de las aulas y es la práctica que siguen ejerciendo los medios convencionales de comunicación. En todo acto comunicativo, sea cara a cara o mediatizado por una tecnología, tiene que producirse un acto de encuentro y de reciprocidad entre todos los que participan de ese acto comunicativo.
La educomunicación planteaba hace más de cuarenta años cuestiones que han tomado una renovada actualidad en los últimos años, a partir del desarrollo de la web 2.0, que ha extendido los conceptos de comunicación democrática, participación, colaboración o empoderamiento. El modelo de enseñanzaaprendizaje que criticaba Paulo Freire estaba centrado en una concepción bancaria de la educación, es decir, en un modelo transmisor que imponía unas relaciones entre docentes y alumnos.
Esta relación de docentes y alumnos suele estar mediada por el libro de texto. Kaplún decía que “se valora mucho el dato y muy poco el concepto y se premia la buena retención de los contenidos (esto es, su memorización) y se castiga la reproducción poco fiel. La elaboración personal del educando es, asimismo, reprimida como error”. Y agregaba que la “la experiencia de vida de los educandos es desvalorizada” (Kaplún: 1998).
Esta relación de docentes y alumnos, Kaplún también la extrapoló al campo de los medios de comunicación donde un centro emisor se dirige a miles o millones de receptores, y propuso que se podía construir otro tipo de relaciones entre y con los actores de la comunicación y de la educación. Pero a la hora de la formación basada en un modelo dialógico, las universidades en la segunda década del siglo XXI ponen en práctica las interacciones grupales o el papel de las mediaciones reproduciendo los modelos instalados desde el siglo xix. En este sentido, Prieto Castillo dice:
El viejo discurso universitario carece de mediaciones pedagógicas, se centra en una palabra despersonalizada, empecinada en transmitir ciencia; cierra oportunidades de expresión, entiende poco y nada de medios audiovisuales, entiende a menudo menos de la interacción grupal. ¿Cómo formar comunicadores desde semejantes matrices?
(Prieto Castillo, 2000).
Asimismo, los recursos educativos en las aulas suelen ser gutenberguianos y el mismo Prieto Castillo (2000) realiza una profunda crítica cuando visibiliza esta cuestión al afirmar que “en muchos establecimientos se pretende enseñar comunicación sometiendo a los estudiantes a esa ilusión de aprendizaje consistente en escuchar y tomar apuntes”.
Es importante destacar cómo desde la enseñanza primaria hasta la universidad hay un predominio de este tipo de prácticas. En este sentido García Canclini plantea una serie de interrogantes que van dirigidos a todos los responsables de los sistemas educativos y culturales cuando nos dice:
Más bien habría que preguntarse a quién no le sirve ser internauta: a los que hacen políticas culturales gutenberguianas, a las bibliotecas que no incorporan ordenadores, a los que deseamos usarlos pero solo nos sirven a medias porque nos sentimos extranjeros frente a los nativos digitales, o preferimos el placer de escribir a mano. A quienes a veces desearían desconectarse y no pueden. (Canclini, 2007).
Debemos tener en cuenta que muchas de las experiencias educativas y comunicativas que recurren a las tecnologías digitales no dejan de ser gutenberguianas aunque usen la web, ya que siguen repitiendo los mismos modelos analógicos y concepciones pedagógicas y comunicativas del siglo pasado. En el proceso educativo y comunicativo, Kaplún proponía la puesta en marcha de modelos autogestionarios basados en la participación activa en todos los niveles y campos, y decía:
Como se ha visto, tiene que ser así, participativo, no solo por una razón de coherencia con la nueva sociedad democrática que busca construir, sino también por una razón de eficacia: porque solo participando, involucrándose, investigando, haciéndose preguntas y buscando respuestas, problematizando y problematizándose, se llega realmente al conocimiento.
(Kaplún, 1998).
En esa misma línea, autores como Servaes y Patchanee Malikhao señalaban, también, la importancia de la autogestión en todo proceso comunicativo. La autogestión está íntimamente ligada a la autonomía, la producción de contenidos y la educación emancipadora, cuestiones íntimamente ligadas con los principios de la educación 2.0. Estos autores precisaban que:
La forma más desarrollada de participación es la autogestión. Este principio implica el derecho de participación en la planificación y la producción de los contenidos de los medios de comunicación. Sin embargo, no todos desean o deben ser involucrados en su implementación práctica. Es más importante que la participación sea posible a nivel de la toma de decisiones en cuanto a los temas que serán tratados en los mensajes y en cuanto a la selección de procedimientos. Uno de los obstáculos fundamentales contra la decisión de adoptar la estrategia participativa consiste en que esta significa una amenaza para las jerarquías existentes. Sin embargo, la participación no implica que especialistas del desarrollo, planificadores y dirigentes institucionales ya no tengan ningún papel. Solo significa que los puntos de vista de los grupos locales del público son tomados en cuenta antes de que los recursos de los proyectos de desarrollo sean designados y distribuidos, y que las sugerencias de cambios políticos sean tomadas en cuenta.
(Servaes y Patchanee Malikhao)
Estas cuestiones que fueron objeto de debates en el siglo pasado están más vigentes en esta nueva década en la que las tecnologías digitales han hecho visibles las prácticas comunicativas y pedagógicas de los medios de comunicación y de las instituciones educativas.
Los programas de estudio de educación mediática se caracterizan, en líneas generales, por enfoques que provienen de contexto social, político, económico y pedagógico de la década pasada o, incluso, de los años noventa. Aún se mantienen los paradigmas basados en estudiar cada uno de los medios en función de sus representaciones, de la tecnología que se pone en juego, del lenguaje que utiliza, de los productores de esos medios, de los textos que produce, de los públicos.
Pero junto a esos enfoques hay una tendencia cada vez más acentuada a investigar aspectos relacionados con los públicos y las producciones de las tecnologías digitales, la telefonía móvil, los videojuegos. En síntesis, el objeto de estudio, investigación y producción de la cultura digital en este momento tiene lugar, principalmente, fuera del aula. Las formas actuales de la cultura popular están ligadas al ciberespacio, la inmersión, la participación con el uso de los más variados dispositivos. Jenkins (2008) dice que esta época se caracteriza por la necesidad de adquirir competencias en la cultura de la participación y en la cultura de la convergencia de medios. En estos momentos convulsos para la educación se hace imprescindible una revisión y reconstrucción de los principios, metodologías, tecnologías y formación docente. Keller, en la obra de McLaren y Kincheloe, propone que:
los desarrollos tecnológicos del momento actual hacen que sea posible la revisión y reconstrucción radical de la educación y de la sociedad que defendió Dewey en la era progresista, y que en las décadas de 1960 y 1970 buscaron Ivan Illich, Paulo Freire y otros defensores y defensoras de una reforma educativa y social.
(Keller, 2008)
No existe en el Estado español un proyecto pedagógico sobre comunicación educativa y tecnologías digitales y no hay políticas públicas sobre estos temas –a pesar de las recomendaciones que realizan la Unión Europea y la Unesco para su inclusión en la vida escolar–.
Las escuelas y los docentes son el epicentro de las críticas de perpetuar un modelo tradicional de enseñanza porque son quienes visibilizan este vacío y son los ejecutores del modelo impuesto por el Estado. Pero son el Ministerio de Educación y las consejerías de Educación los responsables de perpetuar este modelo arcaico que permite la reproducción de modelos y formatos que se llevan a la práctica a imagen y semejanza de los polítcos de turno que ponen en marcha reformas y contrarreformas que solo pretenden una educación domesticada y asimilada. Esta educación domesticada se articula a través de un plan deliberado de operaciones para que la formación de docentes esté desconectada de las necesidades sociales, tecnológicas y económicas de la sociedad, un plan de operaciones del Estado para aislar a la escuela pública de lo que ocurre fuera de las aulas, un plan de operaciones del Estado para no integrar las tecnologías en la vida cotidiana de las aulas. En sintesis, es el Estado, a través de su brazo ejecutor el Ministerio de Educación y respectivas consejerías de Educación, de actuar contra el propio Estado con políticas públicas que convierten a la escuela en un centro enajenado de la realidad.
Si analizamos la formación de docentes en los diferentes niveles de enseñanza comprobamos la escasa o nula presencia de la formación específica en comunicación y tecnología, cuando estas áreas del conocimiento constituyen una parte consustancial del lenguaje y la lengua de nuestros días. La enseñanza de lo básico (de las asignaturas tradicionales) sigue reproduciendo una tradición que entra en conflicto con lo que puede considerarse “básico” en este contexto informacional. Es el Estado el que fomenta los modelos tradicionales basados en la transmisión y la reproducción, y las escuelas son quienes ejecutan estas políticas a través de isnpectores, directores y docentes ¿Cómo podemos pensar, desarrollar y poner en práctica otros modelos y otras prácticas pedagógicas y comunicativas?
El Estado se desentiende de estas cuestiones y sigue perpetuándose a imagen y semejanza de sí mismo. Por consiguiente, solo docentes comprometidos con su tiempo y su contexto, solo docentes no asimilados a las políticas pedagógicas del Estado, podrán poner en marcha proyectos pedagógicos emancipadores que mantengan vivas las ideas de democracia, autonomía o libertad que defendían Dewey, Freire o Illich y que al mismo tiempo investiguen y experimenten los principios de la conectividad, la inteligencia colectiva, la convergencia o la comunicación todos con todos.
Los principios pedagógicos y comunicativos de la educación 2.0 basados en la participación, la autogestión y la comunicación dialógica han sobrevivido a los cambios tecnológicos que hemos experimentado en los últimos años. Con nuevas o viejas tecnologías es imprescindible preguntarse sobre “otras” formas de enseñar y aprender. Los cambios metodológicos, la búsqueda de nuevos modelos pedagógicos y las prácticas interactivas basadas en la dialogicidad son cuestiones que están más allá del uso de una tecnología u otra.
Se hace imprescindible hablar de otro modelo de comunicación y de otras concepciones de aprendizaje que superen los límites instaurados por los paradigmas funcionalistas.
Hemos comprobado que se suelen trasladar esquemas y modelos de análisis de espacios analógicos a escenarios digitales. La aplicación de los principios de la cultura digital en la educomunicación implica la incorporación de paradigmas, conceptos, metodologías que se construyen a partir de la teoría del caos, los hipertextos e hipermedios, el principio de incertidumbre, la interactividad, la inmersión que involucra a todo el proceso educativo. Estas cuestiones implican pensar en otra concepción de lo que se entiende por “alfabetización” ya que la actual, solo, responde al modelo de la sociedad industrial para el que fue creado.
La sociedad informacional exige la puesta en marcha de otras concepciones sobre una “alfabetización” que no se limite a la lectoescritura sino que considere todas las formas y lenguajes de la comunicación en el contexto de una sociedad multimedia e informacional y no solo gutenberguiana e industrial como la que caracterizó a la de los siglos xix y XXI. Aunque la sociedad industrial como la sociedad informacional respondan a los modelos productivos capitalistas, la materia prima en la sociedad del conocimiento es la información digital, es decir un sistema basado en bits, en un contexto caracterizado por la globalización, la complejidad, la incertidumbre, la convergencia de tecnologías y la integración de lenguajes y medios.
La sociedad del conocimiento atiende a perfiles laborales de un modelo de sociedad que aún está definiéndose y exige pensar en la necesidad de formar en competencias diferentes a las de los modelos anteriores. En una misma sociedad pueden estar presentes diferentes modelos que van a convivir durante un período de transición, como el que estamos viviendo ahora. Pero el modelo informacional –por las leyes que determinan el mercado, los organismos financieros y los modelos de producción actuales– terminarán por imponerse. Y en este contexto el aprendizaje no se limitará solo a un aula con muros, sino, como señala Burbules, el aprendizaje ubicuo puede llevarse a cabo en cualquier lugar, desarrollarse en una variedad de formas y lenguajes que puede permitir integrar las prácticas de la cultura escolar y de la cultura popular.
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1 Este artículo es una nueva versión del artículo “Educomunicación: más allá del 2.0”.