La ciudadanía reconoce la pertenencia de un individuo a una forma de orga-
nización política (estado u otra) de carácter secular y el desarrollo de normas
universales de participación en una sociedad. La ciudadanía y el grado de auto-
nomía que ésta le atribuye es, por lo tanto, una de las dimensiones de las iden-
tidades de legitimación del proyecto de modernidad (Giddens 1997) y también
de nuevas identidades de proyecto, aunque no obligatoriamente de las identida-
des de resistencia (Castells 2003).10
Casi todos los que estamos leyendo estas páginas somos ciudadanos de
hecho y derecho, (aunque no se pueda decir lo mismo de todos aquellos con
quienes compartimos este planeta). Normalmente habremos adquirido este
beneficio al nacer, cuando se nos inscribe en un registro civil cualquiera, aun-
que en el transcurso de nuestra vida podemos decidir cambiar este estado
mediante el matrimonio, forzados por un cambio histórico geopolítico al que
somos ajenos (como en el caso de la separación de Kosovo de la ex-República
Federal de Yugoslavia por una gestión por parte de Naciones Unidas) o porque
por motivos de necesidad o ideológicos escogemos deliberadamente una tran-
sición entre alguna ciudadanía (de exciudadanos timorenses de un territorio
ultramarino portugués anexionado por Indonesia a ciudadanos timorenses de
Timor Oriental). Perteneciendo al mismo tiempo a un determinado espacio
constituido en estado, estado federal o incluso nación sin estado pero con auto-
nomía, nos encuadramos en una sociedad donde las reglas de convivencia
están más o menos estructuradas. En dicho espacio compartimos con otros los
límites de nuestras fronteras de actuación individuales, es decir, los derechos y
deberes son conocidos y reconocidos.
Obviamente, es igual de importante conocer estos derechos compartidos
como saber quién asegura la posibilidad de su ejercicio y hasta qué punto se
realiza en libertad.
Así pues, la ciudadanía es el fruto del grado de autonomía de actuación que
nos otorga la sociedad en que vivimos, pero también es fruto de los proyectos
individuales y colectivos de los que formamos parte. La ciudadanía, más que
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10. Las identidades de resistencia pueden optar por basarse en vínculos religiosos y patrones de per-
tenencia comunal en un acto de resistencia (por no poder alcanzar esa ciudadanía o porque la
rechazan y pretenden asumir alternativas diferentes).
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