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introducción
En esta maquetación de la experiencia, un ejemplo del funcio-
namiento de esta cadena experiencial se manifiesta en la voraz
necesidad del turista por archivar sus vivencias. Solo deteniendo
el flujo es capaz de entender la dinámica de su experiencia emo-
cional y vital. Documentando el presente para enlazar y articular
el fugaz momento del aquí y ahora en una posterior serie de
construcciones, siempre, eso sí, que encuentre tiempo para ello
una vez haya retornado a la rutina.
El documento es así un registro de los hechos. Y los tenemos
de todo tipo: desde la cueva/mural del hombre prehistórico hasta
la imagen digital contemporánea.
En esta extensa obra de crear documento, la subjetividad
ha querido tamizar el hecho de cazar la luz y la forma con la
vibración sensible de su percepción y trascender el documento
para construir entonces el documental, su visión personal de los
hechos.
Documento y documental son entonces parte de un proceso
de la modelación que nos acerca a la expresión artística, el filtro
del sujeto que otorga al documento nuevas capas de comprensión
y de transformación. Y este proceso no es lineal: un documenta-
lista sabe que el documento no es neutro ni inocente y por ello
hay también documentales que crean documentos, revertiendo el
orden temporal o lógico más conservador.
Desde este punto de vista, la organización del documento es
un evento inagotable. El orden del puzle puede tener tantas varia-
bles como el ajedrez, y las variables que se forjan en este proceso
configuran la posibilidad de nuevos relatos, de formas distintas
de entender y contar la historia.
El siglo xx ha sido el tiempo del artista visual, del ajedrecista
de los hechos articulando combinaciones que generan diversas
líneas asociativas, de la fascinación por devolver al tiempo aque-
llo que hemos desgajado del flujo de la vida.
Aprendimos también así a abandonar la pantalla bidimensio-
nal como marco de proyección visualizada y entrar en la dimen-